Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Los africanos que navegaron con Colón, Balboa, y las demás expediciones europeas en la «era de la exploración» ayudaron a cambiar las Américas y el mundo. En 1513, treinta africanos con Balboa se abrieron paso por la exuberante vegetación de Panamá y llegaron al Pacífico. Sus hombres se detuvieron para construir los primeros barcos europeos de gran tamaño en la costa del Pacifico. Hubo africanos con Ponce de León cuando llegó a Florida, y cuando Cortés conquistó México trescientos africanos arrastraron sus inmensos cañones a la batalla. Uno se quedó para plantar y cosechar el primer cultivo de trigo en el Nuevo Mundo.
Africanos marcharon a Perú con Pizarro, y llevaron su cuerpo asesinado a la catedral. Estuvieron con Almagro y Valdivia en Chile, Alvarado en Ecuador, y Cabrillo cuando llegó a California. Los europeos destruyeron un mundo, pero muchos africanos salieron de la devastación para buscar una nueva vida. Muchos la encontraron entre los americanos nativos en México, el Sudoeste y en otros sitios en las Américas.
Los primeros africanos que entraron en las crónicas del Nuevo Mundo, a los que el historiador Ira Berlin ha llamado «criollos atlánticos,» fueron hombres poseídos de extraordinarias habilidades lingüísticas, familiarizados con la vida en África, Europa y las Américas. «Fluidos en los nuevos lenguajes [de las Américas], y compenetrados de su comercio y sus culturas, eran cosmopolitas en el sentido más amplio,» escribió Berlin sobre estos pioneros intercontinentales. El historiador Peter Bakker describe sus contribuciones:
«Especialmente en el período de los primeros contactos, los africanos fueron altamente apreciados por los europeos como intérpretes con los americanos nativos. Estos hombres de origen africano no eran esclavos, sino hombres negros libres empleados por varias empresas europeas de comercio y exploración.
El uso de africanos como intérpretes en empresas de comercio y exploración fue iniciado por los portugueses en el Siglo XV. El príncipe Enrique el Navegador ordenó en 1435 que se utilizaran intérpretes en todos esos viajes. Los barcos portugueses llevaron después sistemáticamente africanos a Lisboa, donde se les enseñaba portugués para que pudieran ser utilizados como intérpretes en viajes subsiguientes a África.
La estrategia portuguesa fue imitada por otros europeos.»
Contratados inicialmente como intérpretes, negociadores, y embajadores, muchos de esos africanos se establecieron en las Américas y se las arreglaron solos. En Latinoamérica la iglesia católica celebró sus almas, consagró sus matrimonios, bautizó a sus hijos, y enterró sus restos en suelo consagrado. En el Siglo XVII, desde Angola a Lisboa a Rio de Janeiro, colonos africanos formaron hermandades religiosas y sociedades de ayuda mutua, y en 1650 La Habana, Ciudad de México y San Salvador tenían comunidades «criollas atlánticas.»
En Norteamérica «tanto blancos como indios se basaron considerablemente en intérpretes negros,» escribe el historiador J. Leitch Wright, Jr., y estos eran considerados «entre los más versátiles del mundo.» Los africanos mostraron que eran altamente efectivos en la creación de relaciones pacíficas con los americanos nativos. En las Carolinas en la década de 1710, Timboe, un africano, era «un intérprete altamente apreciado» cuyo papel, escribe el historiador Peter Woods: «Es emblemático de la desconcertante posición intermediaria ocupada por todos los esclavos negros durante esos años.»
Funcionarios europeos comenzaron a tratar a algunos africanos de desfachatados y arrogantes. Se referían usualmente a los que promovían con éxito sus propios intereses, lanzaban negocios mercantiles, o se independizaban como diplomáticos de carrera. Matthieu da Costa, un africano, puede haber visitado el lugar de Nueva York como traductor para los franceses u holandeses antes de que el Half Moon de Henry Hudson llegara en 1609. Funcionarios holandeses y franceses se enfrentaron en el tribunal por el derecho exclusivo a los servicios de da Costa. En Nueva Amsterdam, dos años antes de que los holandeses construyeran su primer fuerte, Jan Rodríguez, un africano, estableció una estación de comercio entre los algonquinos.
Africanos e indios: esclavos y aliados
En su busca de riquezas, los conquistadores proyectaron la larga sombra de la esclavitud sobre las Américas. El 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón escribió en su diario: «en la primera isla que hallé tomé por fuerza algunos de ellos…» Seis años después el explorador John Cabot capturó a seis americanos nativos. La conquista europea resultó en un ímpetu por esclavizar peones.
En 1520 Lucas Vázquez de Ayllon despachó dos emisarios a la costa de Carolina del Sur para crear amistad entre los nativos y ubicar un lugar para su colonia. En vez de hacerlo, los dos capturaron a setenta americanos nativos: el hecho significó que la esclavización de gente libre fuera el primer acto europeo sobre lo que sería suelo de USA.
En abril de 1526, Vázquez de Ayllon navegó a la costa de Carolina del Sur para construir su asentamiento soñado, San Miguel de Gualdape. Llegó con quinientos españoles y cien peones africanos. Pero el desgobierno, la enfermedad y la hostilidad de los indios acosaron a su colonia durante seis meses y le costaron la vida. Luego la resistencia india y la rebeldía de los esclavos la destrozaron, y los europeos sobrevivientes se retiraron a Santo Domingo. Los africanos restantes se unieron a los americanos nativos vecinos, y juntos crearon el primer asentamiento permanente en USA que incluyera a gente de ultramar. Su colonia pacífica, marcada por la amistad y la cooperación entre los extraños y los recién llegados, introdujeron un legado USamericano que no nació de la codicia y la conquista. Los conquistadores pronto invadieron San Miguel de Gualdape, pero hubo muchos lugares similares en las Américas.
Los americanos nativos fueron los primeros en ser esclavizados por europeos en el Nuevo Mundo, y millones murieron como resultado de enfermedades extranjeras, demasiado trabajo, y la crueldad. Los mercaderes europeos luego se volvieron a África y capturaron a sus hombres, mujeres y niños más fuertes para que realizaran el trabajo duro en las nuevas tierras.
Esto significa que indios y africanos se juntaron primero en las chozas de los esclavos, las minas y las plantaciones de las Américas. En 1502 Nicolás de Ovando, el nuevo gobernador de Hispaniola, los cuarteles de España en el Caribe, llegó en una flotilla que llevaba a los primeros africanos esclavizados. Dentro de un año Ovando informó al rey Fernando que sus africanos habían escapado, hallado una nueva vida entre los americanos nativos, y que «nunca pudieron ser capturados.» Describía una tradición USamericana más antigua que la primera Acción de Gracias.
En las décadas siguientes africanos e indios esclavizados escaparon juntos a la esclavitud y comenzaron a unirse contra el enemigo común. El antropólogo Richard Price estudió las leyendas sagradas de los indígenas saramaca de Guayana Holandesa, ahora Surinam, que se originan en 1685. En una, Lanu, un esclavo africano que se convertiría en líder de los saramaca, escapó, y Wamba, el espíritu de la selva de los indios, entró a su mente para conducirlo a una aldea nativa. «Los indios primero escaparon y luego, ya que conocían el bosque, volvieron y liberaron a los africanos,» concluyó Price.
Una vez liberados de los conquistadores europeos, africanos y americanos nativos descubrieron que tenían más en común entre ellos que con un enemigo que usaba mosquetes y látigos. Lo espiritual y el entorno se fusionaron en ambos pueblos. La religión no se limitó a un solo día de oración sino que fue asunto de reflexión y acción diarias. Africanos e indios creían que las necesidades de la comunidad, no el beneficio privado, debían determinar las decisiones judiciales, económicas y vitales. Ambos aceptaron una economía basada en la cooperación, y los desconcertaba la pasión del conquistador por acumular riquezas.
Durante la conquista los dos pueblos se hicieron contribuciones mutuas importantes. La penosa travesía y la esclavización dieron a los africanos una comprensión multidimensional de los objetivos, la democracia y el armamento europeos. A los americanos nativos les aportaron su conocimiento de los planes, las debilidades del enemigo, y a menudo armas y munición. Las sociedades americanas nativas ofrecieron a los africanos una mano cobriza de amistad, un refugio, una nueva vida – y una base para la insurgencia.
En las primeras décadas del Siglo XVI, revueltas de esclavos en Colombia, Cuba, Panamá, y Puerto Rico vieron a menudo a africanos y americanos nativos actuando al unísono. En 1537 el virrey Antonio de Mendoza de Hispaniola habló de una gran rebelión que amenazó a la Ciudad de México, diciendo que los africanos «había elegido un rey, y… los indios estaban con ellos.» En 1570, funcionarios coloniales españoles admitieron que uno de diez esclavos estaba viviendo en libertad. El virrey Martín Enríquez de Almanza advirtió más adelante: «Están llegando los días en los que estas gentes [los africanos] se habrán convertido en amos de los indios, puesto que nacieron entre ellos y sus doncellas, y son hombres que se atreven a morir tan bien como cualquier español.»
En el Sudoeste, los africanos se unieron a la revuelta de los indios pueblo de 1680 como dirigentes y soldados, ayudando a expulsar a los ejércitos y misioneros españoles y liberando la región durante doce años. Décadas antes de que cincuenta y cinco blancos se reunieran en Filadelfia en 1776 y escribieran la Declaración de Independencia, gente de color se había rebelado en el continente contra la dominación extranjera, la injusticia y la esclavitud. Se convirtieron en los primeros combatientes por la libertad de las Américas.
«La división de las razas es un elemento indispensable,» advirtió un funcionario español. Los gobernadores europeos trataron constantemente de destruir las alianzas en sus comienzos con tácticas de dividir para vencer. En 1523 Hernando Cortés impuso una orden real en México que excluía a los africanos de las aldeas indias. En 1723, Jean-Baptiste LeMoyne de Bienville, gobernador fundador de Luisiana, instó a que se hiciera que «estos bárbaros se opongan los unos a los otros como la única manera de establecer alguna seguridad en la colonia.» En 1776, el coronel de USA Stephen Bull, dijo que su política era «establecer el odio» entre las dos razas, y despachó a indios a perseguir a negros fugitivos en las Carolinas.
Ofrecieron recompensas impresionantes a los africanos para que combatieran a los indios y a los indios para combatieran a los africanos. En las Carolinas, sobornaron a americanos nativos con tres mantas y un mosquete, y en Virginia fueron treinta y cinco cueros de venado. El gobernador Perier de Luisiana ofreció a los indios dos mosquetes, dos mantas, veinte libras de pelotas, cuatro camisas, espejos, cuchillos, pedernales para mosquetes, y cuatro medidas de paño por la recaptura de un solo fugitivo. Guerreros locales a negaron a menudo a perseguir a fugitivos, por lo que los europeos tenían que reclutar a gente de regiones alejadas. «No podemos crear un abismo suficientemente profundo entre las razas,» declaró un funcionario francés.
En 1708 los colonos británicos usaron a esclavos como guardias montados para proteger a Charleston colonial de los indios. En la frontera de Virginia, George Washington contrató a «pioneros o sicarios» afro-americanos. En 1747, la legislatura de Carolina del Sur agradeció a sus milicianos de origen africano porque «en tiempos de guerra, se comportaron con gran fidelidad y coraje, repeliendo los ataques de los enemigos de Su Majestad.» Pero la legislatura limitó la cantidad de negros a un tercio del total para asegurarse de que siempre serían una minoría en comparación con los blancos armados.
A pesar de las estrategias de dividir para gobernar, nunca se logró un control total. En 1721 el gobernador de Virginia hizo que las Cinco Naciones firmaran un tratado y prometieran devolver a todos los fugitivos; en 1726 el gobernador de Nueva York hizo que la Confederación Iroquesa hiciera una promesa similar; en 1746 los hurones prometieron y al año siguiente lo hicieron los delaware. Ninguno, dice el erudito Kenneth W. Porter, devolvió a un solo esclavo.
Lo que para los mercaderes y dueños de plantaciones europeos era asunto de beneficios había tomado un significado diferente para los americanos nativos. No cercenarían los lazos entre marido y mujer, padre e hijos, parientes y seres amados. Al no tener prejuicios raciales, los americanos nativos habían acogido a los africanos en sus aldeas, luego en sus hogares y familias. Esto fue evidente para todo observador atento. Thomas Jefferson descubrió entre los mattaponis de Virginia «más sangre negra que india.» El artista George Catlin describió que «los negros y los indios norteamericanos, mezclados, de sangre igual,» eran «los hombres de mejor físico y más poderosos que haya visto hasta ahora.»
Provocando la furia crepitante de los dueños de plantaciones europeos, dos pueblos oscuros no sólo se presentaban como familias sino que se unían como aliados. Durante la Guerra Pontiac en 1763, un colono blanco en Detroit se quejó: «Los indios salvan y acarician a todos los negros que capturan,» y advirtió que esto podría «producir una insurrección.» Africanos e indios enfrentaban a regímenes más implacablemente crueles que el denunciado en la Declaración de Independencia. Los dos pueblos de color tuvieron que derrotar a fuerzas armadas de caza de esclavos despachados por los hombres que escribieron la gran carta de la libertad.
Carter G. Woodson, padre de la historia afro-americana moderna, llamó a esta mezcla genética de gente de color «uno de los capítulos no escritos más largos en la historia de USA.» También produjo una serie de personas de talento. Una persona superdotada que emergió de esta relación fue Wildfire, nacida en 1846 en la parte norte de Nueva York de una madre chippewa y de un padre afro americano. Hasta su adolescencia vivió con el pueblo de su madre, después asistió al Oberlin College y comenzó, como Edmonia Lewis, una carrera en el arte y la escultura.
Después de la Guerra Civil, Lewis tuvo un estudio en Roma en el que produjo obras basadas en temas africanos y americanos nativos. En la década siguiente, su arte fue vendido en toda Europa y en USA, y en 1876 su «Muerte de Cleopatra» de 4 metros de alto, exhibida en la Exposición Centenaria de Filadelfia, fue llamada «la estatua más grandiosa de la Exposición.»
———
Extracto del primer capítulo de su libro «The Black West» de William Katz Copyright © 2005 by William Katz.
The Black West
A Documentary and Pictoral History of the African American Role in the Westward Expansion of the United States
Escrito por William Katz