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Intervención humanitaria, ¿la carga del hombre blanco?

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala por Germán Leyens

Si observamos el mundo a través de los ojos de un nouveau-imperialista, pocas cosas son más seguras que la realidad de que la intervención es la prerrogativa especial y última de la raza blanca (conocida en los círculos educados como El Occidente). Cuando estadounidenses, canadienses, británicos, franceses, alemanes, noruegos, daneses, españoles y holandeses se implantan en Afganistán (*), podemos estar seguros de que las pocas caras oscuras no les echarán a perder la fiesta: los comandantes, los que toman las decisiones, serán blancos, así como la masa de los pringados – pringados de cada nación – que componen la tropa. Son circunstancias dichosas. Matanzas, supremacía racial y moralidad – ¿con qué frecuencia vemos ocasiones tan placenteras, combinadas tan irreprochablemente?

Por eso el imperialista humanitario se ofende tanto cuando no-blancos usurpan insolentemente la prerrogativa humanitaria. Tal vez es peor cuando hay una conexión iraní, porque entonces se hace necesario que se ignore el hecho de que los iraníes no sólo son blancos sino (si el término tiene algún significado legítimo) arios. Pero la ignorancia lo conquista todo, y semejantes sutilezas están fuera del alcance de los compinches de Occidente (y del seudo-Occidente, es decir Israel): Los iraníes llevan extraños turbantes, los dirigentes de Hezbolá llevan extraños turbantes. La gente que lleva extraños turbantes no es verdaderamente blanca. Así que esos tipos no son realmente blancos. Es lo bueno de la lógica del bruto reaccionario del sur de EE.UU. Pero la carga humanitaria del Hombre Blanco podría ser también la carga de Hezbolá.

Es posible que el ataque de Hezbolá contra Israel haya disparado el actual conflicto en Líbano, pero también es un caso muy plausible de intervención humanitaria. En primer lugar, aparentemente tuvo el propósito de ayudar a los palestinos en los territorios ocupados, que ciertamente pueden necesitan un poco de ayuda. Durante más de treinta años han estado bajo la tiranía israelí – no hay otra palabra para un gobierno que posee (y lo ejerce generosamente) el poder de vida y muerte sobre una población que no tiene voz alguna en ese gobierno. Son maltratados; están desnutridos; los amenaza continuamente un movimiento de colonos resuelto a apoderarse de cada metro de tierra. Esta sangrienta ocupación no tiene, según muchos militares israelíes, ningún valor estratégico, y es obvio que a Israel le iría mucho mejor si se preocupara de sus propias fronteras en lugar de extender sus fuerzas por toda el área a fin de defender enclaves de colonos. Así que no se trata de otra cosa que de simple tiranía, no autodefensa, y la resistencia palestina se justifica. Si es justificada, también lo es el intento de Hezbolá de apoyarla.

En segundo lugar, Hezbolá lucha por mantener a Israel fuera de Líbano. Que a veces inicie ataques contra Israel no debilita de ninguna manera esa afirmación: a veces la mejor defensa es la ofensiva. Y también en este caso, la estrategia ciertamente parece incorporar objetivos humanitarios. Hezbolá nació como reacción ante la anterior invasión de Líbano por Israel, ante un desastre humanitario provocado por hombres en el que se perdieron decenas de miles de vidas inocentes, y que incluye la atrocidad de Sabra y Chatila, descrita como sigue por la organización Jewish Voice for Peace:

«Desde el 16 al 19 de septiembre [de 1982] la milicia falangista maronita arrasó con Sabra y Chatila. Los campos fueron sellados por soldados israelíes que se quedaron afuera. Algunos hablaron después de inquietud ante los ruidos que escucharon, pero ningún sonido proveniente de los campos podía haber revelado el horror que estaba ocurriendo a su interior. Cuando todo terminó, la cantidad de muertos fue calculada por Israel entre 700 y 800, el gobierno libanés expidió más de 1.200 certificados de defunción en los campos y la Sociedad de la Media Luna Roja Palestina estimó la cantidad de víctimas mortales en más de 2.000. Intentos posteriores de calcular la cantidad de muertos variaron entre la cifra israelí y hasta 3.500. Pero, a fin de cuentas, el número no es lo más importante. Incluso si fuera la cifra más baja, lo que parece poco probable, no disminuiría la naturaleza horripilante de la atrocidad. Miles de hombres, mujeres y niños fueron asesinados, golpeados, violados y torturados. Las historias que emergieron de los sobrevivientes de Sabra y Chatila fueron tan escalofriantes como las de toda guerra o atrocidad de la historia.»

http://www.jewishvoiceforpeace.org/publish/article_252.shtml

No hay pruebas, pero sí todos los motivos del mundo, para sospechar que el comandante israelí Ariel Sharon – y los tan admirados servicios de inteligencia de Israel – sabían perfectamente lo que estaba ocurriendo. Por cierto, Israel había demostrado, con sus profusos bombardeos contra civiles libaneses, que no existe decencia que los retenga ante una tal colusión.

Por lo tanto los libaneses pueden esperar razonablemente que Israel los invada cuando guste, y que traiga consigo una legión de atrocidades: no es el caso de que Israel haya encontrado posteriormente compasión o, por cierto, ninguna otra cosa que lo retenga en su trato de los ‘árabes’. El ejército libanés ha probado una y otra vez que es totalmente incapaz de defender el país. Sólo Hezbolá ha demostrado su capacidad de enfrentar a los israelíes, y sólo mediante la defensa agresiva por la que es conocido. Así que también en este caso, Hezbolá combate por cuenta de una población indefensa, amenazada; su inserción de fuerzas militares en el sur de Líbano puede ser considerada plausiblemente como una intervención humanitaria.

Para algunos esto podrá parecer risible. ¿Cómo pueden ataques no-provocados contra una nación soberana, que no ha emprendido ningún movimiento obvio para atacar a través de su frontera norte, ser considerados como una intervención humanitaria? Quienquiera formule esta pregunta desconoce la maravillosa elasticidad del concepto. En términos del (¡qué anticuado!) derecho internacional, la intervención humanitaria es casi siempre agresiva y casi siempre menospreciadora de la soberanía; no se habla de que Afganistán haya soñado siquiera con llegar a atacar a alguien, pero mi periódico canadiense está repleto de emocionantes historias sobre los excelentes jóvenes y muchachas que viajan miles de kilómetros a matar tantos afganos inhumanos como sea posible. En realidad, las lecciones de Ruanda y de Srebrenica, reiteradas interminablemente por grandes seres blancos como Michael Ignatieff, son que «somos demasiado quisquillosos» cuando se trata de fronteras y soberanía, demasiado debiluchos cuando se trata de derramar sangre, demasiado pasivos cuando deberíamos ser, no sólo agresivos, sino serlo preventivamente.

Ahora bien, puede ser verdad que Hezbolá también actúa en función de sus propios intereses o de los de otros países que tratan de extender su influencia. Bajo las nuevas reglas de la intervención humanitaria, tal como son articuladas por Ignatieff y otros, eso está perfectamente bien. Ignatieff se burla de los seres quejumbrosos y poco viriles que protestan diciendo que EE.UU., en sus intervenciones humanitarias, sigue sus propios planes – desde luego lo hace. El interés propio es lo que hace que la intervención humanitaria sea tan divertida.

También es verdad que las acciones han llevado a un desastre para los libaneses, tal vez también para los palestinos. (Puede ser así incluso si es extraño que se acuse a Hezbolá por los excesos asesinos de Israel.) Pero el fracaso no parece importarle mucho al imperialista humanitario – sólo los ideólogos robóticos pretenden que han tenido éxito en sus intervenciones humanitarias en Afganistán, Somalia o Ruanda. La reacción ante el fracaso es «seguir por el mismo camino’, es decir, persistir en cualquier cosa que decidan los militares y en las pérdidas civiles, y ciertamente parece que Hezbolá está dispuesto a ese tipo de reacción.

Finalmente, hay que subrayar que, contra la intervención humanitaria, un país no tiene ningún derecho en absoluto a la autodefensa. La reacción correcta de Israel al ataque, según esta doctrina, debería haber sido liberar a los palestinos y respetar la soberanía de sus vecinos. Un criminal no tiene un derecho activo a la autodefensa, y tampoco, evidentemente lo tiene un Estado criminal.

Puede que no todos estén de acuerdo en que Israel sea un Estado semejante, pero según la doctrina de la intervención humanitaria, serlo no cuesta mucho. Por consiguiente, Serbia se convirtió en un Estado criminal por (i) conexiones poco claras con matanzas mal entendidas fuera de sus fronteras, y (ii) la preocupación por el trato dado a civiles en Kosovo, parte de su territorio pero que algunos afirmaban se encontraba ocupado. El paralelo con Israel en Líbano y los territorios ocupados es inconfundible. El caso contra Israel es definitivamente tan sólido como contra otras naciones estigmatizadas: organizaciones de derechos humanos han declarado culpable a Israel de crímenes contra la humanidad y de crímenes de guerra; juristas internacionales han agregado violaciones del derecho internacional y que ha hecho caso omiso de las resoluciones de la ONU.

La doctrina de la intervención humanitaria es ciertamente defectuosa y ciertamente dudosa. Va en camino, sin embargo, a convertirse en un artículo de fe, y se basa en precedentes aciagos, fijados por ideólogos estadounidenses idiotas y sus catamitas invertebrados en Europa. Si es bien interpretada, puede poseer un cierto mérito: pocos pueden aplaudir el cuidado mostrado por las potencias occidentales en Ruanda. Pero hay que considerar esto cuando se dice que, después de todo, Israel tiene derecho a defenderse.

(*) Todo país que contribuye fuerzas es predominantemente ‘blanco’ con la posible excepción de Turquía, un país que aspira a la comunidad europea paradigmáticamente blanca.

Michael Neumann es profesor de filosofía en la Universidad Trent en Ontario, Canadá. Los puntos de vista del profesor Neumann no deben ser considerados como los de su universidad. Su libro: What’s Left: Radical Politics and the Radical Psyche» acaba de volver a ser publicado por Broadview Press. Contribuyó el ensayo: «What is Anti-Semitism», al libro de CounterPunch’: «The Politics of Anti-Semitism.» Su último libro es «The Case Against Israel». Para contactos escriba a: [email protected].

http://www.counterpunch.com/neumann07292006.html

Germán Leyens es miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala (www.tlaxcala.es), la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft.