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Ir al fondo de los desafíos

Fuentes: Rebelión

No es casual que cuando la sociedad cubana y sus instituciones avanzan en el propósito de construir un nuevo consenso en torno al socialismo y el desarrollo económico con justicia social incentivando la participación de todos y fortaleciendo la confianza mutua en nuestras propias fuerzas, arrecian las campañas propagandísticas dirigidas a debilitar esa confianza y […]

No es casual que cuando la sociedad cubana y sus instituciones avanzan en el propósito de construir un nuevo consenso en torno al socialismo y el desarrollo económico con justicia social incentivando la participación de todos y fortaleciendo la confianza mutua en nuestras propias fuerzas, arrecian las campañas propagandísticas dirigidas a debilitar esa confianza y el proceso de construcción de ese consenso. El debate actual es decisivo, pero no es sino un momento muy importante en una cadena de transformaciones del metabolismo socioeconómico y de la mentalidad de la sociedad, en particular de los trabajadores, que tiene en la elaboración, discusión y puesta en práctica de los Lineamientos un referente válido de partida.

Los Lineamientos comenzaron a cobrar vida en la práctica social, pero la imperiosa necesidad de lograr una articulación eficiente de las actividades socioeconómica, organizativa, jurídica normativa e ideológica política, exigía a su vez, que pudiéramos contar con una proyección conceptual acerca de la imagen de sociedad deseada que constituyera la argumentación del porqué de las medidas en curso, en tanto función de la voluntad nacional de construir una sociedad de orientación socialista.

El documento referido al modelo económico y social al que podemos aspirar es el punto de partida para esa argumentación, será enriquecido durante los debates y también después que finalmente quede aprobado en diciembre como referente ideológico y político y para el desarrollo de una teoría acerca de la construcción de una sociedad de orientación socialista en nuestro país.

El desafío del mercado

Sería pretender descubrir el agua tibia afirmar que con el incremento del papel de las relaciones mercantiles en la sociedad cubana se confirmará la psicología del intercambio de equivalentes y habrá más espacio para el individualismo consustancial a la lógica del mercado. Ambas realidades deberán ser compensadas por las políticas sociales, por la planificación, por la juridicidad socialista, por la educación moral y cívica, pero es insoslayable aceptar el desafío para el propósito de encontrar un equilibrio relativo que permita aprovechar el lado positivo de las relaciones mercantiles.

¿En qué consiste ese lado positivo?

Partiendo de las realidades estructurales de la sociedad cubana, del grado de desarrollo actual de las fuerzas productivas y de la división social del trabajo, así como de la persistencia en la conciencia de la sociedad de la psicología del intercambio de equivalentes, hay que reconocer que las relaciones mercantiles tienen un espacio en ese contexto y pueden ejercer una función dinamizadora de la economía y hasta cierto punto ordenadora del metabolismo socioeconómico del país. El mercado no es un invento de la sociedad capitalista, pero el capitalismo lo ha desarrollado de modo exponencial y deformado hasta convertirlo en una amenaza para la existencia de la vida en el planeta; sin embargo, la superación del capitalismo como modo de producción y de vida, no pasa hoy por la eliminación del mercado sino por su regulación y control socialista, por su subordinación a los intereses de la sociedad y por su gradual reducción en un proceso cargado de intencionalidad política, crecimiento ético y desarrollo cultural integral, para el cual no hay plazos conocidos.

La psicología del intercambio de equivalentes, realidad cultural condicionada por la práctica mercantil, está precisamente en la base de la acción dinamizadora y ordenadora que puede realizar el mercado en la sociedad cubana. A su vez, de lo que se trata en Cuba ahora es de avanzar económicamente y a la vez blindarnos contra el lado negativo, contra la acción depredadora del mercado que amenaza con acabar con la naturaleza y con la humanidad.

Corresponderá al Estado y al Gobierno revolucionarios adoptar todas las medidas que sean necesarias para proteger a la sociedad cubana de los efectos negativos del papel del capital, en particular del que viene en forma de inversión extranjera directa. De ahí lo que se afirma en el documento: «Como parte de estas transformaciones se destaca el papel de las formas de propiedad vinculadas a la inversión extranjera directa, bajo condiciones que preservan los principios que sustentan el modelo, a la vez que se garantiza el uso racional de los recursos, la salvaguarda del patrimonio de la nación y del medio ambiente». La necesidad de superar los prejuicios contra la inversión de capitales del exterior, en modo alguno significa bajar la guardia.

Hace falta hurgar en la historia

Para entender importantes contenidos del documento sobre la conceptualización del modelo económico y social al que podemos aspirar, es necesario repasar la historia, en especial la más reciente, la vinculada al Período Especial. Sus efectos en la sociedad cubana deben ser todavía cuidadosamente estudiados.

Ciertamente, hace rato que la vida demostró el error de quienes eran partidarios de la teoría del «paréntesis», o sea, que el Período Especial era una suerte de anomalía que una vez superada se podría retomar el desarrollo del país donde quedó al abrirse el paréntesis. La realidad social nunca regresa igual a un punto de partida. La vida comprobó que comenzamos a salir del Período Especial desde que entramos, porque en ningún momento, ni en las más difíciles condiciones hubo inercia en la sociedad cubana.

El Período Especial sobrevino en los momentos en que el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas -entonces en curso en la sociedad cubana desde mediados de la década de 1980 como reacción ante los problemas que presentó la copia del sistema de dirección de la economía de los países socialistas- había alcanzado su momento de maduración y se comenzaba a desplegar con vigor una serie de medidas rectificadoras en las principales direcciones de la actividad social, medidas que habían sido socialmente consensuadas.

Ese proceso había logrado movilizar a la sociedad en torno a la recuperación del enfoque socialista de la economía que había desviado en parte su rumbo por la aplicación errada de medidas económicas adoptadas en el sistema de dirección y planificación de la economía (SDPE), que se estaba desarrollando según las pautas de la experiencia soviética y de otros países socialistas.

Junto con la adopción de medidas organizativas y económicas encaminadas a la eficiencia, el ahorro y la productividad, la sociedad se volcó a la construcción de viviendas, casas del médico y la enfermera de la familia, círculos infantiles, escuelas especiales y otros objetivos sociales, enriqueciendo y reforzando los valores de solidaridad cultivados por la revolución.

No es equivocado recordar que el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, sin proponérselo, preparó al país para la defensa del socialismo, de la independencia y de la soberanía nacional que se verían seriamente amenazados por el Período Especial, que -secundado por el recrudecimiento del bloqueo económico de los EEUU- se prolongaría por largos años.

La aguda crisis económica recesiva de origen externo tuvo efectos económicos, comerciales, financieros, psicológicos, ideológicos y políticos, sin que se produjera como consecuencia una crisis política en el país. Precisamente fueron las reservas ideológicas y políticas de la sociedad cubana las que permitieron enfrentarlo sin que se generara una crisis, aunque no sin efectos negativos también en esos planos.

Luego del brusco impacto económico, ideológico y emocional de la rápida desaparición del socialismo en Europa y con ello del equilibrio bipolar en cuyo contexto había tenido lugar el desarrollo de Cuba, la sociedad reaccionó buscando salidas como quedó inequívocamente demostrado con los debates en torno al Llamamiento al IV Congreso del Partido y más tarde los parlamentos obreros, cuando la política de distribución de los efectos de la crisis generó un peligroso incremento de la liquidez monetaria que amenazaba el esfuerzo productivo imprescindible para resistir y avanzar.

El respaldo de las grandes mayorías al propósito de resistir y preservar las conquistas de la revolución, significó también el apoyo a medidas igualitarias de distribución de los escasos recursos disponibles en la sociedad, revitalizando el igualitarismo de los primeros años del proceso revolucionario.

Cuando comenzó la lenta y difícil recuperación de la economía nacional en la segunda mitad de la década de 1990 esa tendencia se enfrentaría cara a cara con la necesidad de incentivar el desarrollo de los resortes impulsores de la economía nacional: una parte de la sociedad mejoraría su situación, la otra debería esperar. La sociedad se vio ante la exigencia de bruscos cambios en la mentalidad que desembocó en no pocas incoherencias y desviaciones.

Las políticas inclusivas de redistribución de las riquezas que llevó adelante el proceso revolucionario, si bien han transitado de un simplismo igualitarista al reconocimiento de la realidad del papel social de la desigualdad, reforzaron también el prejuicio que justificaba ver al Estado, al Gobierno revolucionario, como proveedores y en consecuencia los principales responsables, cuando no los únicos, de asegurar el bienestar de todos. Y eso es en parte cierto, pero solo en parte.

De hecho, cuando el país entró en los duros años del período especial, en el trasfondo de las numerosas formas de desvío de recursos estaba presente ese prejuicio, ese sobreentendido previo.

En la necesidad de sincerar realidades, cabe preguntarse, sabiéndose que entonces el país no tenía más entradas que lo que escasamente podía producir, que no disponía de más recursos que esos para distribuir, y que pasaron años sin que aparecieran las medidas para reencauzar la economía, si aquellos desvíos de recursos no jugaron también como formas de distribución de lo que teníamos y en ese tenor paliaron necesidades primarias y contribuyeron a evitar que la aguda crisis económica recesiva derivara en crisis política.

La moderación del poder del Estado en el enfrentamiento a aquellas contravenciones era en un sentido expresión de la identificación entre los intereses del Estado y de la sociedad y también la comprensión de que su superación definitiva tendría que venir de la mano de soluciones económicas y organizativas que entonces no se tenían suficientemente claras.

De hecho, aun con lo difíciles y dramáticos que fueron aquellos años de la primera mitad de la década de 1990, la sociedad salió adelante sin que se produjera una crisis política.

Entre los factores condicionantes de tales resultados cabe mencionar ante todo la preparación ideopolítica y ética que significó el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, las políticas de redistribución de los efectos de la crisis recesiva, la confianza de las mayorías en el camino socialista, el prestigio y el empeño de las instituciones políticas y del liderazgo histórico de la revolución, pero también coadyuvaron las formas «no ortodoxas», irregulares de apropiación para aliviar las perentorias necesidades primarias.

Lo que sí queda como algo claramente inobjetable es que los recursos disponibles para satisfacer las demandas de la sociedad no solo no crecieron en esos años, sino que disminuyeron en caída libre, mientras no aparecían soluciones de peso para reencaminar el metabolismo socioeconómico del país.

Aquellas formas irregulares de distribución del producto social fueron también una reacción ante la inexistencia de soluciones estructurales. En la sociedad cubana apareció la tendencia a justificar ese «picoteo» que en su momento califiqué de «corrosión» para diferenciarlo de la especulación y la corrupción, las que -como demostraron los oportunos y decisivos parlamentos obreros en 1994- denunció el pueblo trabajador con fuerza, al exigir castigo para quienes se habían enriquecido a costa de la crisis, los entonces llamados «macetas» y que el pueblo trabajador percibió como una inaceptable desigualdad y un criminal oportunismo, y lo hacía mientras justificaba aquello de «resolver». Cabe entonces preguntarse ¿A qué mentalidades se enfrenta hoy la sociedad cubana para encauzar los cambios estructurales y funcionales que demandan el desarrollo económico y el necesario equilibrio positivo del la vida social?

Sin pretender una respuesta acabada, sino apenas una riesgosa descripción de la problemática que hoy enfrentamos, creo que en la mentalidad de las grandes mayorías, para las que el socialismo sigue teniendo una fuerza simbólica fundamental, no hay espacio para nada que no sea concreto y palpable, que no hay un «cheque en blanco» para la confianza en las instituciones políticas, gubernamentales y estatales, que cualquier objetivo social pasa por su acoplamiento con los individuales y familiares de forma sustantiva, real, que la disposición al esfuerzo individual pasa por su justa retribución y que cualquier posposición de las finalidades individuales y grupales de la gente pasa no solo por su sincera y directa argumentación, sino por su decisiva participación al decidir cómo se enfrentará. Por eso es imprescindible este debate.

¿En que consiste lo fundamental hoy en el trabajo político ideológico? Las acciones en materia económica y organizativa que se están adoptando y se adoptarán están de hecho involucrando a toda la población, incluso aquella parte que no las entiende o que no las comparte. No es que las personas se incorporarán al proceso una vez que lo entiendan, ya están ahí. Parece una verdad de Perogrullo, pero vale recordarlo, porque de ello depende un adecuado enfoque de la labor ideopolítica.

Esa labor consiste precisamente en promover el entendimiento y la asimilación consciente de la política, a la par que servir de canal para captar y viabilizar en todas direcciones las críticas, las valoraciones, los criterios, las propuestas de la población, garantizando que esas ideas enriquezcan los objetivos, los planes y su ejecución y que la asimilación consciente sea un camino de doble vía que realice un propósito fundamental del empoderamiento de las bases: el reconocimiento del derecho a ser escuchadas, a ser respetadas, a ser tenidas en cuenta y el derecho a tener la razón. Esa es la verdadera importancia, más incluso que la aprobación final del documento cuyo contenido se identifica plenamente con los intereses de la sociedad cubana.

Un aspecto fundamental es tener conciencia de las limitaciones económicas y financieras reales que tiene hoy el país y que no puede esperarse una suerte de «Plan Marshall» que venga de ninguna parte dirigido hipotéticamente a financiar nuestros propósitos socialistas; y junto con ello, la conciencia de que renunciar a la orientación socialista de nuestra construcción socioeconómica equivaldría a perderlo todo. En otras palabras los cambios económicos sin valores socialistas nos conducirán a la derrota. Alguien saldría ganando, pero no seríamos nosotros.

En la conducción de este proceso de debate corresponde al partido, en su papel de coordinación, promoción y organización de esta consulta alejarse de simplificaciones que solo contribuirían a formalizar y anular la calidad del proceso y en tal sentido, lo primero es tener presente que no puede esperarse la uniformidad en la percepción de los contenidos puestos en discusión.

Las percepciones y reacciones serán obligadamente diversas porque dependerán de las representaciones de cada quien acerca de la realidad del país y estas representaciones, a su vez, dependerán de la situación de cada quien en la sociedad, de su experiencia individual, de su historia.

Sin embargo, hay también en reserva un importante capital simbólico en la conciencia social de los cubanos que nos identifica con los propósitos esenciales de la política cuyo consenso está en construcción, y que deviene fundamento para esperar una activa participación en su enriquecimiento.

De ahí que sea preciso abordar estos análisis con la convicción de que ese capital simbólico es superior a los errores, a las desigualdades injustas, a los casos de nepotismo, de corrupción o de abuso de autoridad, a los problemas y necesidades que pueden estar pesando en la conciencia de los participantes.

Pero eso que podría verse como una debilidad en el proceso de debate puede ser una oportunidad para fundamentar el modo de superar tales situaciones negativas, o sea, estas políticas consensuadas como instrumentos para desplegar la acción revolucionaria inteligente, firme, ordenada, disciplinada, continua y sistemática para superar los problemas.

Se trata también de la necesidad de imprimir gradualmente un ritmo mayor a los cambios, para lo cual su comprensión es decisiva y no solo la capacidad organizativa de las instituciones económicas, políticas y sociales del país.

Una vez consensuadas las políticas, el compromiso con su aplicación no será sola ni simplemente un compromiso «del partido», o de «los militantes» o «del Estado y del Gobierno» sino de todo el pueblo. Solo si comprendemos a fondo los desafíos podremos salir adelante.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.