Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
La consigna clave en la Plaza Tahrir en Egipto fue «el pueblo quiere la caída del régimen». Cuando se trata de Arabia Saudí, es más bien «la Casa de Saud quiere la caída de su pueblo».
Lo que nos lleva a la pregunta de los 36.000 millones de dólares: ¿puede un monarca atribulado (el rey saudí Abdullah) sobornar a sus súbditos con dinero del petróleo (incluido un aumento de última hora de 15% a los empleados públicos, al estilo de Hosni Mubarak) y escapar así a los furiosos vientos de libertad de la gran revuelta árabe de 2011? El mundo podrá contemplar un preestreno este viernes, cuando un «Día de la ira» organizado por Facebook tenga lugar en la mayor gasolinera del globo.
No esperéis ver gran cosa en al-Jazeera – porque la cobertura no será nada parecido a la que tuvo lugar en Egipto y Libia; lo evitó una visita principesca al emir de Qatar; al-Jazeera está basada en Qatar, mientras el canal noticioso al-Arabyya es vocero de la Casa de Saud. Bahréin, Kuwait, Omán, Qatar, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, son todos miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (GCC). Obviamente ninguno de esos reyes y emires del GCC quieren ser arrasados por la democracia; la revolución es sólo para «otros», como Túnez, Egipto y Libia.
La ira es permanente
Ya es oficial: para la Casa de Saud, todo el que se le oponga es un Osama bin Laden, como aseguró esta semana un gacetillero que trabaja para el príncipe saudí Salman y su hijo, editor del periódico Ash-Sharq al-Awsat (por si acaso, también agregó a Irán). La parte jugosa es que la propia Casa de Saud trajo a la vida al bin Laden original -por no mencionar a 15 de los 19 yihadistas del 11-S.
Esta descalificación de la oposición saudí como al-Qaida (Zine El-Abidine Ben Ali, Mubarak, Muamar Gadafi, todos los hicieron) vino después de la shura (consejo) saudí que elogió un dictamen de clérigos wahabíes medievales a favor de la prohibición de toda manifestación por motivos religiosos (a pesar de que numerosos saudíes subrayaron en Facebook que el país firmó un tratado internacional que reconoce el derecho de la gente a manifestarse).
No importa qué dictaminen los wahabíes, la Casa de Saud no se librará de la ira subyacente que invade a una masa de jóvenes desempleados conectados al mundo por Facebook y Twitter (casi la mitad de la población tiene menos de 18 años). No se librará de un boom demográfico (de los actuales 19 millones a 30 millones en una década); una tasa general de desempleo del 20% en comparación con 9 millones de extranjeros empleados; un monocultivo dependiente del petróleo; un sistema de educación miserable que no puede capacitar gente para un trabajo útil; y el hecho de que los saudíes saben de Bahréin en fuego, ansioso de democracia.
El rey Abdullah parece estar seguro de que sus miles de millones en dádivas lograrán lo que hace falta. Ciertamente no escucha al príncipe Al-Waleed bin Talal bin Abdulaziz al-Saud -probablemente el inversionista árabe favorito de Occidente- quien dijo al New York Times: «Los gobiernos árabes ya no pueden permitirse menospreciar a sus poblaciones, o suponer que permanecerán estáticas y sometidas». Olvidó señalar que la Casa de Saud es absolutamente ciega ante la política, y que no comprende el significado de dignidad o democracia.
Las demandas del Día de la Ira son claras: una monarquía constitucional, fin de la corrupción, derecho a elegir a por lo menos algunos de sus gobernantes, libertad para las mujeres y liberación de miles de presos políticos. Pero como en Bahréin, las demandas podrían llegar fácilmente a «Abajo la Casa de Saud».
Ecos de las calles de Riad en Facebook y Twitter, así como comentarios en periódicos saudíes, son reconfortantes. Al parecer saudíes de todas las edades y profesiones siguen de cerca la gran revuelta árabe de 2011 y se preguntan si podría pasar lo mismo «aquí» -culpando a la Casa de Saud del desempleo y la corrupción- en lugares públicos; todo en un país donde cualquiera reunión pública está estrictamente prohibida y se castiga con azotes y prisión (de varios meses a dos años).
Los medios saudíes informan de dos personas que se inmolaron por el fuego en señal de protesta. Una horrible represión en la ciudad de Qatif durante la semana pasada -incluyendo ataques contra mujeres chiíes- relacionada con una manifestación por la liberación de presos políticos, llevó a que todavía más gente se oponga a la monarquía. La semana pasada, después de las oraciones del viernes en Riad, los manifestantes se reunieron frente a la mezquita al-Rajhi y corearon consignas contra el gobierno y contra la corrupción.
La revolución de Hunayn
El hecho de que esto se denomine revolución de Hunayn hace que la Casa de Saud alucine todavía más. Hunayn es un valle cerca de la Meca donde el profeta Mohamed combatió a una confederación de beduinos en el año 630. Las fuerzas del Profeta vencieron. Una referencia al Corán, 9:25-26, parece un mensaje directo a la Casa de Saud: «Dios os dio la victoria en muchos campos de batalla. Recordad el día de Hunayn cuando fantaseabais sobre vuestro gran número. Así la tierra, con toda su amplia extensión, se estrechó ante vosotros y volvisteis la espalda y huisteis. Luego Dios hizo que su serenidad descendiera sobre su Mensajero y los creyentes, y envió a tropas que no visteis y castigó a los no creyentes.»
No se requiere un doctorado en estudios coránicos para ver a los «no creyentes» en este remix de la revolución de Hunayn en las personas del rey Abdullah y su corte.
Para el Día de la Ira, se habrán desplegado por lo menos 10.000 matones de la seguridad en las provincias cruciales del noreste de mayoría chií, donde está el petróleo, y que congregan cerca de un 10% de la población del reino. Existe el riesgo de serios enfrentamientos. En ese caso, según los organizadores, las mujeres deberían marchar como escudos humanos frente a los manifestantes; puede que no funcione, pero no disuadió a los matones en Qatif.
En el intento de neutralizar la tensión, y sobre la base de la bonanza de 36.000 millones de dólares del rey Abdullah en dádivas estatales, el ministro de Trabajo saudí, Adel al Faqih, también parece que ha visto la luz y promete todo tipo de planes económicos que según él terminarán por eliminar el desempleo, la inflación y la pobreza. Incluso prometió terminar con todas las restricciones de empleo de las mujeres (pero luego tuvo que dar marcha atrás). La mayoría de los saudíes no se han dado por convencidos en una sociedad en la cual sólo los que tienen wasta (conexiones) pueden conseguir algún tipo de privilegio.
Además, se trata de una sociedad en la que «reforma» es un pecado para muchos, y con la educación entregada a clérigos fanáticos por los gobernantes, la crítica constructiva y el debate intelectual también se considran ampliamente como pecados.
Por ejemplo, la gente todavía defiende con vehemencia la medieval Comisión por la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio como esencial para el buen gobierno. El ministro saudí de Religión siempre es un miembro de la familia al-Sheikh (descendientes de Ibn Abdul Wahab). El wahabismo es rígido como una roca, no permite interpretación, ni «idolatría», veneración de estatuas, o incluso obras de arte. Por no mencionar que no se fume, que no se afeiten las barbas, y pocos derechos para las mujeres. Si alguien no lo cumpre, aunque sea musulmán es el enemigo. No es sorprendente que esa sociedad haya producido a al-Qaida y a los yihadistas -y nada de ciencias o ideas.
Sin lugar a dudas, a pesar de todos sus brillantes rascacielos y la imagen amistosa de las inversiones, Arabia Saudí y los países del Consejo de Cooperación del Golfo se riegen el secreto y el miedo. No hay partidos políticos, ni sindicatos, ni defensa de la seguridad de los trabajadores, ni defensa de los derechos de los inmigrantes, ni grupos femeninos, y muy pocas organizaciones legales que garanticen un proceso judicial justo e independiente. Si alguien es estigmatizado como oposición de «al-Qaida» (o agente iraní) se le puede encarcelar indefinidamente sin proceso, al estilo de Guantánamo. O puede desaparecer en la prisión después de un proceso grotesco. La tortura, por supuesto, es endémica. Y los trabajadores extranjeros -especialmente los no musulmanes- viven con miedo permanentemente.
Washington y las capitales europeas se estremecen hasta el fondo ante la perspectiva de que esos vientos norteafricanos puedan producir una tormenta de libertad en Saudilandia -y el Golfo Pérsico-.
Por lo tanto, olvidad la «democracia» o los «derechos humanos». Aparece la novísima doctrina de «alteración de regímenes» del gobierno de Barack Obama, en la cual las aspiraciones populares en el Golfo -desde Arabia Saudí a Bahréin y Omán- seentierran a favor de la «estabilidad» asegurada por «aliados clave», los productores de materias primas de la Casa de Saud y los anfitriones de la Quinta Flota de la dinastía al-Khalifa en Bahréin. Además, la Casa de Saud ha dicho a los al-Khalifa que si no aplastan su propia revuelta de la mayoría chií, los saudíes lo harán. Y Washington, no se inmutará. Igual que no se inmutará si este Día de la Ira se convierte en un baño de sangre.
Pepe Escobar es autor de Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007) y Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge. Su último libro es Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: [email protected].
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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/
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