La política exterior estadounidense, manejada en sus líneas estratégicas por el sionismo, ha decidido apoyar la decisión de la entidad israelí de consumar la anexión de gran parte de Cisjordania, en base a la estrategia de impedir cualquier idea de concretar un Estado palestino al mismo tiempo que protege al acusado primer ministro Benjamin Netanyahu de las acusaciones de fraude, soborno y abuso de confianza que lo tenían entre las cuerdas.
Israel suele actuar bajo la guía del oportunismo, ejecutar sus acciones delictivas cuando las preocupaciones de los pueblos suelen estar enfocadas en otras situaciones, acechando como animal de presa, lanzándose sobre la victima con saña, violencia, con la conducta del que genera temor, para quien la vida no tiene importancia. Israel es, por tanto, un régimen terrorista, nacido bajo la acción de grupos extremistas como Haganáh, Lehi (grupo Stern), Irgún, Plamaj, base paramilitar de las actuales fuerzas ocupantes en Palestina. Israel se sustenta en una ideología que representa en sus inicios un movimiento colonial europeo, destinado a forjar una punta de lanza en tierras de Asia occidental en beneficio del imperialismo británico y donde el terror como acción política tenía una raigambre indisoluble a su ideología.
Israel es una entidad y una sociedad violenta, cebada en la sangre de los pueblos de la región y especialmente nutrida por la sangre del pueblo palestino, por la vida de sus hombres y mujeres, abonado por la tierra de un pueblo que comenzó a recibir en su seno a colonos extranjeros, que como un patógeno virulento comenzó a generar una metástasis mortal: el Virus Sion 48, que se enquistó en Palestina, propagando este foco infeccioso por todo el Levante Mediterráneo.
Israel es la expresión de una ideología de origen europeo, que en su proceso de ocupación y colonización de tierras ajenas, reviste características propias de regímenes totalitarios como lo fue el Tercer Reich. Una evidente paradoja, pues se supone que dicho régimen autoritario tuvo como eje de acción de su ideología racista el exterminar a los creyentes judíos de aquellos países invadidos por la Alemania nazi. Tras al fin de la SGM y como cruel expresión de un símil del Síndrome de Estocolmo, el nacionalsionismo israelí comienza a diseminar su plaga mortal, identificándose y usando progresivamente los métodos, que los propios europeos de creencia judía, soportaron bajo la ocupación nazi, en esta ocasión contra el pueblo palestino: segregación, creación de guetos, ocupación de tierras poblándolos de colonos, creación de campos de concentración, que en el caso sionista ha llegado al sumun de la creatividad y perversidad, al generar el centro de confinamiento a cielo abierto más grande del mundo: la Franja de Gaza.
Allí, en aquel enclave costero, habitan 2 millones de palestinos. Sometidos a un bloqueo desde el año 2006 a la fecha. Un asedio inmisericorde, brutal, violatorio de los más mínimos derechos humanos, que le impide a su población desplazarse libremente. Malvivir encerrados y rodeados de muros y vallas, que los separa de su Palestina histórica. Una población gazeti supeditada a restricciones de agua, electricidad, con prohibiciones de desarrollar una vida autónoma. Una Franja, que mira al Mediterráneo y sin embargo sólo pueden acceder a un mínimo espacio de ella, vigilados por drones, patrulleras y buques de guerra israelíes. Rodeados de asentamientos con colonos sionistas, armados. Un enclave monstruoso, una ratonera donde la entrada y salida de ella está en manos del sionismo, que sólo en ocasiones permiten el tránsito de camiones con ayuda humanitaria, fiscalizados y autorizados por el ejército ocupante.
Una región, que en los últimos doce años, ha sido víctima de tres operaciones bélicas de grandes proporciones, innumerables incursiones del ejército ocupante. Asesinatos selectivos, contra dirigentes políticos y militares. Bombardeos, fuego de artillería y en general un permanente hostigamiento a los habitantes de Gaza. Acciones, que han significado la muerte, sólo en este período, de al menos 8 mil palestinos, más de 100 mil heridos y la destrucción de gran parte de su infraestructura básica. Un territorio, que desde marzo del año 2018 tiene asentados, en la frontera artificial creada por el ocupante, a centenares de francotiradores, que han asesinados este tiempo a 350 hombres y mujeres, 50 niños menores de 16 años entre ellos, trabajadores sanitarios. 50 mil heridos, una gran parte con heridas mutilantes, que ejemplifican la perversidad y la esencia criminal de estos soldados formados en el odio, el racismo y el desprecio para todo aquel considerado goy.
Hacia el oriente de Gaza se encuentra Cisjordania, separada del enclave costero, por decenas de asentamientos sionistas, que además de usurpar el territorio sirven de escudo frente al derecho del pueblo palestino de recuperar su tierra. Colonos armados hasta los dientes, que han hecho del expolio, la usurpación y del bandidaje su historia de formación de una entidad surgida tras la crisis de conciencia de las potencias vencedoras en la SGM. Una decisión nefasta cuya victima ha sido el pueblo palestino, que vio cercenado su territorio el año 1948, tras el fin del Mandato británico sobre Palestina, cuando se declara el nacimiento de Israel, ocupando territorios que se entregaron a colonos extranjeros, de creencia judía, venidos principalmente de Rusia, Polonia, Alemania, Bielorrusia, Moldavia, entre otros. Palestina pagó las consecuencias de los crímenes cometidos por una nación europea, en complicidad con gobiernos europeos afines al Tercer Reich y del silencio de la mayoría de esos países, que luego usaron de chivo expiatorio al pueblo palestino. Comenzó así a consolidarse lo que el académico estadounidense (judío de religión) Norman Finkelstein define como “la Industria del holocausto”.
Esta Cisjordania se ha convertido también en un campo de confinamiento. Una parte de esta Palestina fragmentada, por la política de ocupación y colonización sionista. Con 5.860 kilómetros cuadrados, el 60% de ella ocupada por Israel, delimitada por el Rio Jordán y el Mar Muerto por el este y la línea verde por el oeste. Línea que también delimita y separa el norte y sur de la Palestina histórica invadida desde el año 1948. Cisjordania está habitada por 3.200.000 palestinos (con millones de refugiados considerados como tales no sólo en Cisjordania y Gaza sino también en países vecinos y una diáspora que no cesa). Rodeada por un muro de la vergüenza de 720 kilómetros de largo, que se adentra y hiere el territorio cisjordano, separando pueblos, aldeas, familias, fagocitando una tierra que se resiste a morir.
Cisjordania está surcada, además por medio millar de check point, bases militares, que impiden el libre desplazamiento de sus habitantes, forzados a solicitar permiso a las fuerzas ocupantes, para salir o entrar de su propio país, Y, sobre todo, con 125 asentamientos, construidos en tierras palestinas, donde 650 mil colonos usurpan, expolian, roban y asesinan a sus habitantes nativos. Hablamos de cientos de miles de extranjeros de los cuales el 10% son de origen estadounidense. Una masa invasora extremista de una sociedad de por si impregnada de violencia, racismo y crimen. 250 mil de esos elementos rodean Al Quds Este y el restante número se esparce como el virus Sion 48 por el resto de Cisjordania.
Esta Cisjordania es la que está hoy en la mira de la voracidad sionista, de los objetivos políticos del nuevo gobierno de colación conformado por la banda política del Likud y sus aliados comandados por el procesado Benjamín Netanyahu y la formación Azul y Blanco liderada por el ex jefe del estado mayor del ejército sionista, el general Benny Gantz, un lobo con piel de cordero. Ambos políticos, imbuidos de ese anhelo de conformar ese mito tallado a golpe de ocupación, agresiones y crímenes y que hoy bajo un acuerdo de poderes compartidos se preparan a concretar la anexión de Cisjordania, deseosos de avanzar en su engendro delirante.
Ese falsario Eretz Israel, quimera infame, que suele ocupar en forma contumaz dos ideas propias de los principios de la propaganda goebbeliana, dos mentiras repetidas hasta el hartazgo, queriendo hacer aparecer como una verdad: Israel es el pueblo elegido y Palestina es la tierra prometida. Mitos sustentados sobre otras falacias, que pretenden dar sustento a la colonización que comenzó a fines del siglo XIX, bajo la idea que Palestina “es una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”. Una estrategia que tiene un nombre en hebreo: Hasbara, explicación, esclarecimiento, que no es más que justificación a la infamia.
Todo un proceso sustentado en falsedades, que ha contado con el apoyo, primero del imperialismo británico y luego del imperialismo estadounidense, grandes valedores y cómplices del asesinato de miles de palestinos, del expolio de su tierra y hoy, responsables de seguir dando alas a los afanes expansionistas israelíes. Un apoyo que ha encontrado en Donald Trump el secuaz incondicional, al concretar acciones como ha sido el traslado de la Embajada de Estados Unidos desde Tel Aviv a Al Quds, confeccionar un plan de intensificación de la ocupación y cuyo objetivo es exterminar a la población palestina en el llamado “Acuerdo del siglo” que en realidad va por el camino de la imposición de los deseos y objetivos de esta dupla entre el imperialismo y el sionismo.
Esta complicidad ha sido criticada y denunciada como violatoria de la legislación internacional. Una alianza con conductas que llevan a ser acusados como culpables de crímenes de lesa humanidad, por gran parte de los países del mundo, sus organismos internacionales como la ONU e instituciones adscritas, la Liga árabe y la Unión Europea. Una crítica que levanta nuevamente la voz ante el anuncio norteamericano de avalar la anexión de gran parte de Cisjordania. Con ello queda claro el engaño manifiesto de Washington respecto a presentarse como un mediador y llevar a ese canal de conversaciones a una Autoridad Nacional Palestina (ANP) de la cual se duda de su capacidad de liderazgo e incluso la responsabilidad frente a hechos que se venían venir como una Tempestad de arena en el desierto
Las autoridades de Cisjordania, entre ellas ministro palestino de Asuntos Exteriores, Riad al-Maliki, aseguró que si el régimen israelí sigue adelante y materializa dicho plan, presentarán una demanda contra Israel ante los tribunales internacionales. También la Organización de las Naciones Unidas (ONU) expresó su rechazo a la idea de anexión. Esto, a través del enviado de la ONU para Asia Occidental, Nickolay Mladenov, que en una comparecencia ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU) señaló: “La peligrosa perspectiva de anexión de Israel de partes de la Cisjordania ocupada, que se convierte en una creciente amenaza. Tal acción expansionista se constituye en una violación del derecho internacional y asesta un golpe devastador a la solución de dos estados, ya que cerraría la puerta a las negociaciones entre las partes”.
Las palabras de Mladenov, si bien son bienvenidas en la suma de condenas a la alianza imperialista-sionista, constituyen sólo un saludo a la bandera, sino se aplican medidas coercitivas contra Israel, bajo el amparo del capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas. Declaraciones crónicas, estériles, dadas, sin que el sionismo entienda razón alguna y que en estos días aprovechando la pandemia global ha echado a andar su maquinaria anexionista en zonas de enorme significado histórico y religioso para Palestina y la Umma. Efectivamente, el pasado 21 de abril en la ciudad de Al Jalil (Hebrón) cuyo casco histórico está ocupado por mil colonos extremistas, protegidos por una cantidad similar de soldados, el fiscal general y consejero jurídico del régimen de Israel aprobó la confiscación de terrenos palestinos en el área de la Mezquita de Ibrahim.
Israel sólo entiende el lenguaje de la fuerza, por ello, el extremismo del sionismo debe tener respuestas contundentes, que impliquen dotar de fuerzas suficientes a quienes están llamado a hacerla desaparecer, definitivamente. Luchar contra esta amenaza virulenta del Sion 48 cuyos portadores principales hoy, Benjamín Netanyahu y Benny Gantz, junto a toda la casta política, militar y colonos extremistas, exige que sean aislados e impedir así la propagación de una ideología tan perversa como criminal. Derribar sus drones, hacer sentir que las balas no son unidireccionales, aumentar las presiones a través de la campaña del BDS internacional (Boicot, desinversión y sanciones) como también llevar al sionismo a la Corte Penal Internacional.
Hay que trabajar por solicitar detenciones internacionales a los jerarcas políticos y militares israelíes, que no se sientan seguros en ninguna parte del mundo. Alzar a las sociedades árabes regidas por monarquías corruptas aliadas del sionismo. Reconsiderar las relaciones que el mundo árabe tiene con Estados Unidos, como lo ha sostenido el premio Nobel de la Paz Muhammad el-Baradei, quien recrimina a Trump sus medidas contra los palestinos urgiendo a los países árabes a tomar en cuenta estas acciones cuando se trata de mantener sus relaciones con Washington. “Donald Trump ha adoptado la mayor cantidad de medidas contra la causa palestina y los palestinos desde la formación de Israel”, escribió El-Baradei en un mensaje de Twitter.
Las provocaciones y acciones israelíes no pueden quedar impunes, hay que actuar en todos los frentes posibles, incluyendo el militar. No se puede aceptar que la entidad nacionalsionista pretenda exterminar a todo un pueblo y el mundo siga en silencio. Es fundamental que el eje de la resistencia, en la medida que las organizaciones extremistas, formadas y financiadas por Estados Unidos, las monarquías feudales de Asia occidental, Israel y el apoyo de países europeos, vayan siendo derrotadas, esas fuerzas de la resistencia, desde Yemen, pasando por Irak, Siria, El Líbano y las propias fuerzas y movimientos palestinos planten cara al sionismo, que suele retroceder cuando su tecnología militar es impotente ante la conciencia, el valor y la determinación de las fuerzas antisionistas. Palestina nos llama, nos necesita y en esta tarea no hay posibilidad de callar.