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Stultifera Navis 2

Israel navega rumbo al desastre

Fuentes: gush-shalom.org

Traducido para Rebelión por LB

La expresión «Stultífera Navis» (Nave de los Necios) fue utilizada por un teólogo suizo hace 515 años para titular un libro extremadamente crítico con la Iglesia católica de su tiempo. El libertinaje de la Iglesia, previó el autor, la iba a conducir al desastre. Y, en efecto, poco tiempo después un monje llamado Martín Lutero dividió a la Iglesia y puso en marcha la gran Reforma.

Utilicé esa expresión en los años 70 para definir el período comprendido entre las dos guerras -la Guerra de los Seis Días de 1967 y la Guerra de Yom Kipur de 1973-, seis años en los que Israel levitó en un estado de alocada euforia. «La cosas nunca nos fueron mejor».

La época actual se merece el título de «Stultifera Navis 2».

El slogan que definió a la «Stultifera Navis 1» fue acuñado por Moshe Dayan, quien fungió como primer oficial de su puente de mando, a la derecha de Golda Meir, la capitana.

Dayan, a la sazón el ídolo de Israel y un sex-symbol internacional, declaró: «Si tengo que elegir entre Sharm al-Sheikh sin paz o paz sin Sharm al-Sheikh, elijo Sharm al-Sheikh».

En retrospectiva, eso suena a pura locura. ¿Quién, hoy en día, recuerda Ophira, que es como llamábamos a Sharm en aquellos tiempos? Sólo los israelíes que van allá a relajarse al sol tumbados en hamacas y mimados por el personal de los hoteles egipcios. Y, por supuesto, las familias de los soldados que murieron en Yom Kippur.

«Stultifera Navis 1» zarpó rumbo a su fatídico viaje al día siguiente de la Guerra de los Seis Días, cuando el nuevo Imperio Hebreo se extendía desde la cima del monte Hermón hasta el resplandeciente mar de Ras Muhammad, al sur de Sharm. La asombrosa victoria del ejército israelí en seis días sobre tres ejércitos árabes tras semanas de desesperante angustia, parecía un milagro. El país quedó anegado bajo un diluvio de cantos de victoria, de discos de victoria y de discursos de victoria. La intoxicación barrió todos los sectores de la opinión pública, desde los principales líderes hasta el último ciudadano (judío). Intoxicaba los cerebros, pervertía la lógica y hacía imposible cualquier discusión razonable.

La intoxicación no perdonó ni a luminarias académicas ni a generales del ejército. Ariel Sharon declaró que sus tropas podrían llegar a Trípoli, capital de Libia, en una semana. Una cosa así parecía algo casi evidente.

Para aquellos que no estuvieron aquí, o que son demasiado jóvenes para recordar: en Israel reinaba un clima de suprema autoconfianza que llevó a la negligencia absoluta. «Todo será perfecto». La economía florecía. Los primeros asentamientos estaban echando raíces. No hubo presión sobre Israel para que devolviera los territorios que acababa de conquistar («Los Territorios Liberados No Serán Devueltos»). La Liga Árabe se reunió en Jartum e hizo a Israel un inmenso favor al proclamar los Tres Noes: No a la paz con Israel, No al reconocimiento de Israel, No a las negociaciones con Israel. El pequeño y valiente Israel se granjeó la simpatía del mundo. En aquella época era agradable ser israelí y exhibir pasaporte israelí en cualquier cruce fronterizo.

Esta semana Aluf Ben, del diario Haaretz, llamó nuestra atención hacia una grabación que acaba de hacer pública la Biblioteca del presidente Nixon. El presidente solía grabar en secreto todas sus conversaciones y ahora gran parte de ese material ha salido a la luz. Entre ese material se encuentra una grabación de su encuentro con Golda Meir en el primer semestre de 1973, pocos meses antes de la Guerra de Yom Kipur.

Richard Nixon y Henry Kissinger revelaron a Golda Meir que el presidente egipcio Anwar Sadat estaba dispuesto a hacer la paz con Israel a cambio del Sinaí. Golda trató la oferta con desdén y dijo a Nixon que los egipcios no tenían ninguna posibilidad contra Israel y que, por lo tanto, no se atreverían a atacar. (Esto me pareció especialmente chocante, pues en aquel mismo momento yo estaba explicando a la Knesset que los egipcios iniciarían una guerra incluso sin tener ninguna posibilidad de ganarla. Yo había llegado a esa conclusión tras reunirme con un gran número de egipcios que me convencieron completamente de que Egipto no podía tolerar un statu quo basado en la ocupación israelí de una parte de su territorio. Me dijeron que Egipto estaba dispuesto a pagar un alto precio sólo para desbloquear la situación y hacer avanzar las cosas).

Golda Meir no entendía eso. Era una mujer dura pero primitiva, insensible a los sentimientos de los demás y que ni remotamente pensaba en devolver ningún territorio a cambio de paz. No dedicó mucho tiempo a reflexionar sobre los palestinos («¡El pueblo palestino no existe!») y Moshe Dayan estableció las bases para una ocupación eterna. A mediados del año 1973 los dos miraron a su alrededor y fueron incapaces de atisbar en el horizonte ninguna nube, ni siquiera la más pequeña.

Aluf Ben aprecia similitudes entre la reunión Golda-Nixon y las conversaciones entre Netanyahu y Obama. Estoy de acuerdo.

Hoy nos encontramos en una situación muy similar. De nuevo estamos navegando en una Nave de Necios, alegres y dicharacheros.

Las cosas nunca estuvieron mejor. Nuestra situación económica es espléndida. Igualmente lo es nuestra seguridad. Y también nuestra situación política.

La crisis económica mundial no nos ha afectado. En algunos sectores nuestras exportaciones están en plena expansión. Hace poco se nos ha dicho que nuestro comercio con la India está a punto de incrementarse enormemente, y con China también nos lo estamos montando muy bien. Las encuestas indican que la mayoría de los israelíes están satisfechos con su situación económica personal y que confían en un futuro aún más prometedor. Eso se aleja mucho de lo que están sintiendo los ciudadanos de EEUU y Europa. Una persona cuya situación económica es buena no anhela cambios y no emprende revoluciones.

Por lo que respecta a la seguridad, nuestra situación nunca fue mejor. Los ataques suicidas han cesado por completo. Los servicios de seguridad palestinos están cooperando para prevenir ataques contra nosotros. La frontera norte está prácticamente tranquila. Los incidentes ocasionales en la frontera de Gaza no son preocupantes. Estamos trabajando duro para alarmar al mundo por el peligro de una bomba nuclear iraní, pero a los israelíes el asunto no les preocupa realmente. Saben que incluso si los iraníes tuvieran una bomba no se atreverían a usarla porque Israel tiene la capacidad para arrasar de la faz de la tierra todas las ciudades iraníes y todos sus bellos monumentos históricos.

En el plano político el cielo es el límite de nuestros logros. En varias rondas hemos tumbado en la lona a Barack Obama. Los frenéticos correteos de Hillary Clinton y George Mitchel son simplemente patéticos. La construcción de asentamientos, que en realidad no ha cesado ni un solo instante, está cobrando aún más ímpetu con la ayuda de miles de trabajadores palestinos que carecen de otros medios de subsistencia.

El gobierno israelí manda en Washington DC con más firmeza que nunca. El nuevo Congreso es aún más leal a Israel que el anterior, si tal cosa es posible. Ahora mismo, el Congreso saliente ha aprobado por unanimidad una resolución oponiéndose a la declaración de un Estado palestino. Tras su estrepitosa derrota en las elecciones de mitad de mandato Obama debe empezar a pensar en las elecciones presidenciales previstas para dentro de dos años. Es difícil imaginar que en esos dos años Obama se atreva a provocar al poderoso lobby israelí, que ahora puede contar no sólo con las organizaciones judías y con los millones de cristianos evangélicos, sino también con las gentes del Tea Party (muchos de los cuales son antisemitas como Nixon, tal como revelan las cintas: despreciaba a los judíos y admiraba a los israelíes).

Obama puede decir lo que quiera: en un test real va a tener que vetar cualquier resolución del Consejo de Seguridad que desagrade al gobierno israelí. No tendrá más remedio. Y también suministrará a Israel todos los aviones que desee, y aún más.

Los que tenían ilusiones acerca de Netanyahu -israelíes y otros- parece que ya han recapacitado. Netanyahu no quiere la paz, ni un «proceso de paz», ni ningún tipo de movimiento hacia la paz en absoluto.

Para Netanyahu la paz es una palabra de tres letras (cuatro en inglés, igual que en hebreo). Y no sólo porque tiene una coalición de extrema derecha repleta de racistas y ultranacionalistas contentos de actuar como anfitriones de los fascistas de todo el mundo. Y no sólo por miedo a los colonos, cuya influencia política está creciendo día a día. También, porque el propio Netanyahu no quiere entrar en los libros de historia como el hombre que renunció a porciones de la patria judía y se las entregó a los árabes.

Salvando todas las diferencias, hay muchas similitudes entre Netanyahu y Golda Meir. Cierto, no hay un segundo Moshe Dayan -Ehud Barak parece un pedazo de madera comparado con su monocular predecesor de carisma desbordante. Avigdor Lieberman llenaría ese vacío de mil amores… si pudiera.

Todo está bien, no hay que preocuparse por nada. Esta vez la euforia no está generando una cascada de álbumes de victoria y canciones de gloria, sino una avalancha de leyes racistas que serían la envidia de la Sudáfrica del apartheid, y declaraciones de rabinos que se jactan de preservar nuestra «pureza racial» (huelga explicar de dónde procede esa idea).

Esta euforia lleva a actos cuyo único objetivo -por lo que parece- es provocar y humillar. Un ejemplo notable: esta semana se ha sabido que Israel está a punto de ampliar el hotel «Seven Archs » situado en la cima del Monte de los Olivos, en Jerusalén oriental, un hotel que pertenece a la familia real de Jordania y que fue expropiado por el Custodio de Bienes Enemigos. Eso es actuar como un niño que estrella contra el suelo un valioso jarrón mientras grita: «¡Ja, ja, ja! ¿Qué puedes hacerme?»

«Estultifera Navis 1» se fue a pique en Yom Kipur. 2.600 jóvenes israelíes, la flor de una generación, se ahogaron con ella. Los «incapaces» egipcios cruzaron el canal de Suez y la gloriosa línea Bar-Lev, el orgullo del ejército israelí, se derrumbó. Se puede determinar el minuto exacto en el que la euforia murió: en imágenes retransmitidas en directo por televisión vimos cómo docenas de soldados israelíes de ojos enrojecidos permanecían postrados en cuclillas en el suelo, asustados y humillados, ante soldados sirios con bigote que los contemplaban con mirada adusta. Fin del mito del superhombre israelí.

«Stultifera Navis 2» también se hundirá. No podemos prever cómo lo hará. ¿Será una guerra que devastará nuestros pueblos y ciudades? ¿Será una revolución islámica en los países árabes? ¿Cambiará drásticamente el panorama político mundial?

Hay una diferencia importante entre Nave 1 y Nave 2: en aquel entonces el mundo entero nos quería, ahora muchos en todo el mundo nos detestan. El manifiesto de los 26 principales estadistas veteranos europeos exigiendo que sus sucesores modifiquen la política europea hacia Israel constituye un pésimo augurio. Cuando llegue la inevitable crisis, la opinión pública mundial ya no estará de nuestro lado. Estará del lado de los palestinos.

Alguien ha escrito esta semana que el apoyo de EEUU a Israel es un caso de «suicidio asistido». En Israel, ayudar a cometer suicidio es un delito. El suicidio en sí, sin embargo, está permitido por nuestras leyes.

Aquellos a quienes los dioses quieren destruir, primero los enloquecen. Ojalá recuperemos nuestros sentidos antes de que sea demasiado tarde.

Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1292669143