Traducido para Rebelión por J.M.
Demos la bienvenida a la vuelta del próximo primer ministro, que expondrá el verdadero rostro de Israel al mundo.
Un sonriente Lieberman a su llegada al Tribunal antes de escuchar el veredicto en su juicio por corrupción el miércoles. Foto: AP
El israelí Alfred Dreyfus ha sido absuelto de toda culpa; el israelí Joerg Haider vuelve al poder fortificado. Ahora también es la víctima. El primer Avigdor Lieberman era un líder fuerte. El segundo Avigdor Lieberman puede resultar aún más fuerte. ¿La conclusión? Toc, toc, ¿quién está allí? ¡Es el nuevo primer ministro! En realidad, Israel merece a Lieberman como primer ministro y él merece liderar ese Estado. La corrupción moral que le fue borrada a Lieberman afecta el país mismo. Ahora va a terminar el baile de máscaras. John Kerry puede comenzar a empacar y Tzipi Livni puede empezar a trabajar en su carta de renuncia. Confíe en Lieberman, es un hombre de palabra.
La palabra de Lieberman resonará en todo el país y en el mundo y expondrá el verdadero rostro de Israel. Su absolución demuestra que la corrupción aumenta sin parar en la sociedad israelí, donde un funcionario electo puede hacer millones a través de su hija y su chófer, evitar ser sometido a juicio y ni siquiera tiene que renunciar a su carrera política. Una sociedad que acepta a Lieberman, absuelto o no, es una sociedad corrupta. Es una sociedad donde todo se decide en los tribunales, sin normas sociales o juicio público.
El regreso de Lieberman es también el retorno de la verdad en los anuncios: no hay más estúpidas negociaciones que de cualquier manera no conducirían a nada; nada de Mahmoud Abbas, nada de nada. Después de un interludio cómico corto, durante el cual el matón de Nokdim tomó un breve descanso debido a alguna tontería, vuelve ahora a nuestro Jardín del Edén. Un Edén para el «gobierno de la ley» en un país en cual el escandaloso fiscal del Estado encontrará serias dificultades para llevar a un político a algún tribunal; un edén para los insultos raciales, para el nacionalismo, para la arrogancia, para el «orgullo nacional» que da la razón, por las soluciones militares, a la actual ocupación, los asentamientos, el edén del ninguneo israelí y quizá para el bombardeo a Irán. Un Edén para el retorno de la transferencia de la población como una idea y el intercambio de tierras y población como una solución. Un edén para el cinismo. Un edén para la deslegitimación de los ciudadanos árabes y sus representantes en la Knesset, un edén para la declaración de la lealtad y la persecución de la izquierda.
No es que todo de eso faltase alguna vez en el discurso público israelí, pero seamos sinceros, el regreso de Lieberman es motivo de satisfacción. Que los israelíes y el mundo lo sepan: Miren a Lieberman y nos verán a nosotros.
Gran parte de la sociedad israelí apoya las ideas de Lieberman. Incluso entre aquellos que no lo hicieron, muchos admiraban su «seriedad», su «franqueza» su «palabra» y por supuesto, su poder. Ahora los guarismos van a subir, después de que el «acoso» a su persona pasó. No hay muchas personas que hayan contaminado la sociedad israelí como él lo ha hecho, Israel no ha tenido muchos demagogos tan peligrosos e inflamatorias como él.
Nos las hemos arreglado para olvidar la comparación que hizo entre Yesh Gvul (el movimiento que se opone al servicio militar en los territorios ocupados) y los kapos y su demanda para llevar a juicios a los diputados árabes que se reunieron con Hamás. Nos hemos olvidado de sus directivas a los embajadores israelíes para detener el «servilismo» y hemos olvidado que una vez que renunció al Gobierno, en enero de 2008, porque se había atrevido a discutir cuestiones fundamentales. Un Lieberman fortificado, de segunda generación, jugará una mano aún más pesada y representará a Israel fielmente. Si en el año 2009 la revista Time lo eligió como una de las personas más influyentes del mundo, sus editores ya pueden poner su nombre en la lista del próximo año.
El regodeo por el destino de Lieberman ahora se debe almacenar. Debe ser sustituido por el consuelo de que la voz de los embaucadores israelíes de todo el mundo a partir de ahora será sosegada. Lieberman no cree en la paz, y tampoco Israel. Estamos hartos de discursos en Bar-Ilan y la charla hueca de Benjamin Netanyahu y Simón Peres. Los que no se atrevieron a acusar a Lieberman para los asuntos reales, ahora han sido justamente castigados con esta absolución. Aquellos que no quieren promover un acuerdo de paz, ahora tendrán a Lieberman para vetar cualquier posibilidad de llegar a ella. ¿Qué más se puede pedir, hijos de Edén, en la cúspide de estos maravillosos días en el Edén?
Fuente: http://www.haaretz.com/ opinion/.premium-1.556646rCR