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Contra la equidistancia

Israel y Palestina: la dialéctica del colonizador y el colonizado

Fuentes: Rebelión

El conflicto entre Israel y Gaza no es un conflicto entre dos partes iguales. Israel es una potencia militar superpoblada, superurbanizada y superindustrializada, que además recibe sofisticado armamento de última tecnología de la principal potencia imperialista del mundo, EE.UU., y adicionalmente de otras potencias subsidiarias de ésta, como algunos países de la Unión Europea. Por […]

El conflicto entre Israel y Gaza no es un conflicto entre dos partes iguales. Israel es una potencia militar superpoblada, superurbanizada y superindustrializada, que además recibe sofisticado armamento de última tecnología de la principal potencia imperialista del mundo, EE.UU., y adicionalmente de otras potencias subsidiarias de ésta, como algunos países de la Unión Europea. Por otra parte, Gaza / Palestina, es una población que, a pesar de ser la original del territorio, durante décadas ha sido gradualmente desplazada y atomizada hasta ocupar una porción residual y marginal del antiguo territorio de Palestina. Esto ha permitido al Estado de Israel construirse como Estado artificial militarizado y superpoblado en la zona, una de las zonas más estratégicas para el comercio del mundo y ricas en petróleo. Esto permite a las potencias imperiales que a cada paso asisten y arman a Israel contar con un aliado incondicional que les sirva de pie de puente para acceder al control del territorio y respaldar a los regímenes militares y monarquías conservadoras títeres, como Egipto y Jordania, respectivamente, y monarquías absolutistas del golfo (principales exportadores de petróleo), vinculados todos ellos a distintas oligarquías árabes de la zona y aliados tanto de Israel como de EE.UU. y la U.E.

Básicamente el Estado de Israel es un Estado colonial construido mediante tácticas de hostigamiento y desplazamiento étnico frente a una población autóctona, originaria, la población árabe palestina. Ésta integra a gentes de las tres principales confesiones de Oriente Medio: el islam, mayoritario, pero también minorías cristiana y árabe judía; y por supuesto ateos. Como ideología de legitimación y justificación, a fin de justificar su existencia, el Estado de Israel usa un discurso étnico-confesional, vinculado a la etnia/confesión hebrea/judía. Esto significa que a fin de justificar su existencia el Estado de Israel necesita contar con un grueso poblacional más o menos uniforme donde la mayor parte de la población hable hebreo y, caso de considerarse perteneciente a alguna confesión u origen confesional, sea esta la judía. Esto significa que puede haber ateos dentro de este estado, siempre que se consideren étnicamente hebreos, hecho que se manifiesta en la ciudadanía israelí, el origen «étnico» judío y el uso de la lengua hebrea. Cualquier otra consideración de tipo étnico, como la de árabes, o de tipo confesional, como la de musulmán o cristiano, debe ser minoritaria, a fin de que esta ideología de legitimación funcione y dé razón de ser a este Estado de base étnico-confesional hebreo/judía.

Para garantizar esto, se trata de asimilar a una minoría de la población árabe palestina como ciudadanos israelíes en un contexto sociocultural y lingüístico predominantemente hebreo, y se trata de desplazar paulatinamente al grueso poblacional árabe palestino que todavía habita territorios tradicionalmente palestinos, ya que es difícilmente asimilable y su existencia constantemente cuestiona la legitimidad de este Estado.

Esto significa que los árabes palestinos de confesión cristiana o judía que habitan en los territorios de Cisjordania o Gaza sufrirán exactamente la misma clase de política de hostigamiento, discriminación y desplazamiento étnico paulatino que sufren el resto de árabes palestinos de confesión musulmana o de origen musulmán pero no creyentes ni practicantes (ateos).

A fin de hacer posible y mantener esta política de desplazamiento paulatino, y darle continuidad ininterrumpida en el tiempo, se utilizan estrategias como la provocación, utilizándose varios recursos: como el uso por parte del ejército de ataques mediante artillería o por aire contra líderes de determinadas organizaciones de resistencia palestina, considerados «objetivos terroristas», que a menudo causan daños colaterales, así como tolerar ataques por parte de individuos aislados pertenecientes a colectivos integristas judíos ortodoxos o nacionalistas extremistas «hebreos», o ataques por parte de los asentamientos de colonos en territorio palestino contra población civil, esperando una respuesta por parte de las organizaciones de resistencia palestina que, caso de producirse, se utilizará como casus belli so pretexto de que «causan terror en la población», «ponen en peligro la vida e integridad de vidas inocentes por parte de ciudadanos civiles israelíes», «son una provocación» o «son ataques terroristas», y por supuesto el clásico «ellos no respetan ninguna democracia, ¿por qué deberíamos respetársela nosotros a la hora de responderles?»

Así, una vez se tiene un casus belli o pretexto de «contraataque», el Estado de Israel puede pretender obtener visos de «legitimidad» para reemprender su política de hostigamiento y desplazamiento étnico contra el núcleo de población autóctona tradicional palestina, diciendo actuar en «legítima defensa propia» o «en defensa de la integridad del pueblo judío», «movidos por un espíritu de supervivencia». Si, por el contrario, tratas de poner en cuestión lo artificial de una situación por la que se ha creado un Estado colonialista/militarista superpoblado a costa de desplazar de sus tierras, aldeas y viviendas tradicionales a la población nativa de Palestina, siempre queda el delirante recurso de acusarte defender el «extremo opuesto», de ser «antisemita» y, como último recurso, «filonazi». Sin ver que los métodos que se aplican contra la población y nacionalidad dominada son, salvando las diferencias de época y de retórica, en no pocos puntos análogos: responder a una población que se defiende mediante bombardeos, mediante el peso de la maquinaria militar y de Estado, provocando el pánico y el terror en la población, el desplazamiento étnico y en última instancia el exterminio. Son más sutiles eso sí, que los nazis, porque lo aplican de manera prolongada en el tiempo, en una suerte de goteo constante pero que, visto en retrospectiva, supone una implacable línea ascendente.

Pero recordemos que la clase dominante israelí no actúa sola. El Estado de Israel no podría tener la maquinaria bélica que posee sino fuese constantemente armado, pertrechado y respaldado financiero/geopolítico/militarmente por la principal potencia capitalista/imperialista del mundo, EE.UU. y las demás potencias subsidiarias de éste en Europa, con la complicidad de las oligarquías árabes de la zona, aliadas, por intereses comunes a sus ex colonizadores y neocolonizadores, cuando no títeres.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.