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Análisis de The Nation sobre el lado oculto de la realidad estadounidense:

John Kerry para presidente

Fuentes: The Nation/Paralelo 21

El apoyo crítico a John Kerry difundido por el editorial de la revista liberal The Nation (La Nación) contiene los argumentos más interesantes y serios hasta ahora leídos sobre los peligros que se ciernen sobre todo el mundo con un segundo período de Bush y la amenaza de una hecatombe para la ya deteriorada democracia […]

El apoyo crítico a John Kerry difundido por el editorial de la revista liberal The Nation (La Nación) contiene los argumentos más interesantes y serios hasta ahora leídos sobre los peligros que se ciernen sobre todo el mundo con un segundo período de Bush y la amenaza de una hecatombe para la ya deteriorada democracia estadounidense.

The Nation examina la magnitud real de la profunda crisis política y económica que amenaza a las libertades de ese país, en un escenario de estados de ánimo comparables al de la Alemania en crisis que engendró a Hitler en los inicios de los años 30.

(La publicación advierte sobre la amenaza de un incipiente nazismo alimentado por un populismo guerrero que toca las fibras precisas de un pueblo ignorante y desmemoriado. El editorial de la revista describe el totalitarismo de extrema derecha y advierte hasta sobre un posible «golpe en cámara lenta».):

Terminaron los debates de la campaña presidencial y llegó la hora de la decisión. «The Nation» apoya al senador John Kerry para que sea el próximo Presidente de Estados Unidos.

Cualquier comentario debe comenzar, por supuesto, comparando los antecedentes de Kerry y de George W. Bush. El resultado de una comparación detallada favorece enteramente a Kerry, pero ésa no es nuestra principal razón para apoyarlo. Al explicar claramente por qué, pese a fuertes desacuerdos con Kerry, no sólo recomendamos votarlo con fervor, sino que debemos analizar las posiciones de los candidatos desde un punto de vista independiente sobre lo que creemos que se juega en esta elección.

Lo más importante es la consecuencia que tendrá en lo que emergió como una crisis de la democracia americana, desde el 12 de diciembre de 2000, cuando la Suprema Corte designó a Bush Presidente. El regalo, ahora, de un mandato electoral verdadero a este Presidente no elegido previamente legitimaría con ímpetu fresco todas sus desastrosas políticas. Y ese nuevo ímpetu también pondría en peligro nuestro sistema constitucional mismo.

Los desacuerdos de esta revista con Kerry son profundos y tocan materias fundamentales. Desde antes de que fueran lanzados los ataques, creímos que la invasión de Iraq fue «la guerra incorrecta, en el lugar incorrecto, en el momento incorrecto» (como él lo describe ahora); Kerry llegó sólo a esta conclusión recientemente, habiendo votado a favor de la guerra. Creemos que Estados Unidos debe retirarse de Iraq; Kerry desea «ganar» allí la guerra. Pensamos que el presupuesto militar debe ser recortado; él planea aumentarlo, agregando 40.000 tropas. (¿Exactamente, para qué?, ¿Para realizar otra guerra incorrecta, en el lugar incorrecto, en el momento incorrecto?) Rechazamos preferentemente la guerra; él la abraza. Nos oponemos a la muralla que edifica el primer ministro israelí Ariel Sharon en tierras palestinas; él la apoya. Creemos en la eliminación de todas las armas nucleares; él sólo desea parar su proliferación. Kerry llama a extender significativamente el seguro de salud; nosotros bregamos por un sistema de pago simple que cubra a todos. Él se opone a las uniones gay; nosotros las respaldamos. Si gana la elección, «The Nation» mantendrá vigorosamente estas diferencias.

Pero aunque tengamos diferencias severas con Kerry, creemos que posee las cualidades requeridas por la Presidencia. Él es mucho más que «cualquier Bush». Sus instintos son decentes. Es un hombre de alta inteligencia, de conocimiento profundo y de gran resolución. En ocasiones de su vida –notablemente, cuando se opuso a la guerra de Vietnam– ha demostrado valor ejemplar. Respeta la ley. Cree en la cooperación con otros países y tiene inclinación y capacidad para sacar a EE.UU. de su aislamiento actual y ponerlo de nuevo en la familia de las naciones. Como senador, demostró preocupación por la asistencia social y la respalda ofreciendo políticas claras. Apoya los derechos civiles, los derechos laborales y se opone al racismo. Apoya los derechos de la mujer, incluyendo el derecho al aborto. Ha sido abogado del control de los armamentos nucleares y se opuso a las provocativas políticas nucleares, casi incomprensibles, de la administración Bush. Él tiene la voluntad de rescindir la más injusta de las reducciones de impuestos otorgadas por Bush a los ricos. Él sería un amigo del medio ambiente y haría regresar a Estados Unidos a las negociaciones sobre el recalentamiento global.

El Expediente de Bush

En cuanto a Bush, ¿dónde comenzar la lista de sus errores, desilusiones, engaños, locuras, tragedias y crímenes? ¿Dónde terminarla?

No pudo responder a las claras y repetidas advertencias de un ataque de Al Qaeda («Bin Laden dispuso atacar a EE:UU.», le dijo la CIA) y derrochó incompetencia cuando se produjo el ataque. Entonces, intentó encubrir ambas faltas oponiéndose a la formación de la Comisión 11 de septiembre, obstruyó el trabajo del comité una vez que se constituyó y negó los resultados clave cuando fueron divulgados. (Ese día, el vice presidente Cheney habló de una alianza entre Al Qaeda y Saddam Hussein.)

En el nombre de la lucha contra el terrorismo, Bush emprendió una guerra en Iraq, país que no tuvo nada que ver con el terrorismo y fue tan injustificada cuando comenzó como después de la muerte de millares de iraquíes y de vidas estadounidenses; ahora esto es impresentable. Inauguró una política inmoral e insostenible de la hegemonía global basada en la fuerza militar, alejándose de la mayoría de los principales amigos del país alrededor del planeta y consternando al mundo entero –que ha comenzado a oponerse indirectamente a la dominación de EE.UU. pero de manera penetrante. Se mofó de Naciones Unidas como «irrelevante» y desafió al Consejo de Seguridad. Hasta hoy nuestras fuerzas se afanan demasiado en buscar metas decepcionantes.

Las políticas de Bush le dieron un revés a la tradición del país de propiciar el desarme exclusivamente por medios diplomáticos y adoptar con fortaleza el apoyo a sus esfuerzos principales de no proliferación, buscando violentamente armas de destrucción masiva en Iraq, donde no existía ninguna, y pasándolas por alto en Paquistán y Corea del Norte, donde sí existieron. Al mismo tiempo, ulteriormente su administración le provocó perturbaciones al mundo continuando el desarrollo de nuevas variedades «usables» de armas nucleares, destinadas a ser empleadas en nuevos propósitos contra nuevos blancos, sobre todo en el Tercer Mundo. Dejó sistemáticamente de lado las debilitadas iniciativas ambientales, domésticas e internacionales. Se retiró de las negociaciones orientadas a detener el recalentamiento global, que a excepción de la guerra nuclear es el peligro más grave a que hace frente el mundo; patrocinó una Ley de Cielo Limpio que ha ensuciado el aire; destripó las regulaciones que limitan la explotación de yacimientos mineros a cielo abierto; y vendió tierras públicas para la explotación de compañías mineras, de petróleo, gas y madera; rechazó medidas de conservación del combustible; intentó suprimir o repudiar a la ciencia en cuyo conocimiento se basa la eliminación de los peligros para el medio ambiente.

Y mientras que conspira así para desacreditar éstos y otros resultados científicos, fortaleció a una «base» de fanáticos religiosos, que están aguardando el día del «éxtasis», cuando Jesús regrese a la tierra a matar a todos «los otros». Su actitud general frente al mundo real es de hostilidad y de rechazo. Hizo de su administración una fundación del fraude y de la fantasía. Su propia creencia en algunas fantasías –por ejemplo, que Iraq era una amenaza a los Estados Unidos– aparece para él como evidencia suficiente de la verdad. Uno de sus consejeros estigmatiza a sus críticos indicando que viven en una «comunidad basada en la realidad», retrucando que «ahora somos un imperio y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad».

Cada medida que adopta Bush empeora la economía de EE.UU. y fija una trayectoria al probable desastre. Le arrebató cientos de miles de millones de dólares a los pobres y a la gente de ingresos medios para dárselos a los ricos a través de las reducciones de impuestos (si usted se atreve a expresar esta visión, lo acusarán de promover la «lucha de clases»). Todo esto, mientras conduce al país a una deuda federal y a un déficit comerciales sin precedentes, entregando las finanzas de la nación a las decisiones de los acreedores extranjeros. Aumentó nuestra dependencia de fuentes de energía extranjeras. Su relación con la economía y nuestros recursos es idéntica a la que tiene con el medioambiente — la creencia putativa en una «sociedad de responsabilidad», dilapidando el futuro para gratificar al presente.

Bush rompió su juramento de mantener las leyes de Estados Unidos. Usurpó e hizo uso de un arsenal de poderes «inherentes» no mencionados en ninguna parte de la Constitución, para aherrojar y poner en confinamiento solitario a ciudadanos estadounidenses y extranjeros, sin acceso a las cortes e incluso a la defensa legal; para ocultar la información de los comités públicos y del Congreso; para recluir ilegalmente en Guantánamo a centenares de personas al margen del derecho estadounidense y de la ley internacional; y para permitir la tortura de los prisioneros.

Bush ha gobernado con el miedo y la intimidación. Su partido tampoco tolera la disensión en sus propias filas, donde purga a cualquier voz moderada, o en el país en general, donde su administración insinúa que sus opositores están aliados con los enemigos de EE.UU. En sus asambleas, integradas por partidarios cuidadosamente seleccionados, han lanzado a la calle e incluso han arrestado a quienes lo critican.

Un Mandato Peligroso

La confrontación de los expedientes de ambos candidatos sólo es el comienzo de la medición de obstáculos implícitos en la elección de este año. Estos sólo arrojan luz a la visión del contexto más amplio de la más profunda crisis que embarga al sistema de gobierno estadounidense. Para comenzar, el procedimiento irregular de la pasada elección otorga una importancia especial a ésta. En el 2000, el candidato Bush perdió la medición popular por medio millón de votos y fue instalado en la presidencia por una decisión de la Suprema Corte de Justicia: no recibió un claro mandato popular. Sin embargo, se embarcó en una postura radical de extrema derecha, escupiendo insultos a la democracia. Así, ahora es lejos el gobierno que sólo ha afirmado la ambición imperial global, emprendiendo una guerra agresiva con pretextos falsos, condonando la tortura, consolidando la subordinación de la política a la influencia corporativa, dando la espalda a la naturaleza y al medio ambiente y despreciando a la opinión pública mundial. Entonces, si ahora reeligen a Bush, permanecerá ausente una pesada mayoría nacional. Las consecuencias serían profundas. Una presidencia lisiada comenzaría a caminar en dos piernas. En el país, la afirmación pública le daría la vuelta al expediente del primer período, ahora examinado y aprobado por la gente, regresando al punto de partida para acelerar el movimiento en la misma dirección general. Bush impulsará a una nueva ronda de reducción de impuestos a las corporaciones a costa de la ruina federal, clamará por una nueva legislación represiva bajo el Acta Patriótica II y anuncia claramente su deseo de «democratizar» no sólo a Iraq sino al Oriente Medio entero. En el exterior, tal opción profundizaría y confirmaría la separación de Estados Unidos del resto del mundo, aislándolo en un excéntrico y peligroso micro-clima de ignorancia y mentiras.

Por otra parte, si Bush es derrotado, su presidencia entera adquirirá el aspecto de una aberración, un error que se ha corregido, y la gente estadounidense podrá decir: Nunca aceptamos el Bushismo. Rechazamos la brutalidad, la propaganda, las guerras injustificadas, la arrogancia imperial. Y jamás elegimos a George W. Bush para ser presidente de los Estados Unidos.

¿Qué está en juego?

Pero incluso estos desafíos no son los más grandes sobre la mesa de noviembre. El más grande y el más importante es la protección de la democracia estadounidense. Mientras se disfrutan, siempre es difícil imaginarse la pérdida de las comodidades y de los privilegios garantizados por las libertades. Pero los elementos del comportamiento de Bush convergen de frente para configurar esta amenaza. Las guerras de agresión diseñadas para expandir la presencia imperial dominando al mundo extranjero producen el miedo que proporciona el combustible a su campaña. La transferencia del dinero de la mayoría pobre o de la clase media a los pocos ricos y a las corporaciones cultiva la lealtad de los caciques corporativos que hinchan las arcas de la campaña de Bush, mientras al mismo tiempo traen en sus talones a los grandes medios informativos, sobre todo ahora que son propiedad de grandes compañías. Los medios de comunicación amplifican la propaganda de guerra de su administración, pero no pueden exponer los engaños formulados como justificación para la guerra y soplan para inflar la burbuja de la ilusión de que tal creación es quizás la prioridad superior de la administración. Y la represión del gobierno secreto, del Departamento de Justicia y de la judicatura de derecha enfrían la disensión cuando intenta pinchar la burbuja de la ilusión. El clímax es la concentración del poder en el partido Republicano que no tiene ningún paralelo en la historia estadounidense, incluyendo la Edad Dorada y la era de Nixon.

No son solamente las tres ramas del gobierno las que han caído en gran parte en las mismas manos; son las corporaciones, los militares (que tienden a votar republicano) y, cada vez más, la industria de las comunicaciones, que son los brazos de la propaganda del partido, como en el caso de la televisora Fox News y otros órganos del imperio de medios de Rupert Murdoch, o bien otros que simplemente sucumbieron a la presión de las amenazas de la administración y a la ansiedad popular.

Incluso antes de la designación de Bush por la Suprema Corte en 2000, ya se había establecido un patrón peligroso en los niveles superiores de la vida institucional estadounidense. El partido republicano emprendió un proceso de utilizar poder legítimamente ganado para adquirir más poder ilegítimamente. En el procedimiento de la acusación contra el Presidente Clinton por mentir sobre sexo a un gran jurado, la mayoría republicana del Congreso abusó de su poder en la rama legislativa para intentar derribar al líder rival de la rama ejecutiva. La tentativa falló. En la elección de 2000, el partido –en efecto– abusó de su influencia en el poder judicial para agarrar la presidencia para sí mismo, y esta vez la tentativa tuvo éxito. Este hecho fue la culminación (si no, conspirativa) de una larga campaña larga, deliberada, de politización de la judicatura, empujada por los legisladores de la derecha, así como por grupos reaccionarios como la «Federalist Society». En una serie de batallas por el reacomodo, notablemente emprendidas en Texas por el líder de la mayoría Tom DeLay, el partido utilizó su poder legislativo para atrincherarse en la misma legislatura. Mientras tanto, fue creado un enjambre de «think tanks» y de otras instituciones, supuestamente independientes pero realmente instrumentos -de hecho- del partido Republicano. Cooperaron en revisar la legitimidad política para los objetivos del gobierno, con el apoyo de los grandes medios informativos como apologistas del partido y sus políticas. Bajo el liderazgo de DeLay, los republicanos del Congreso no dejaron de mover ninguna piedra en su intento por asumir el control total, incluyendo al «establishment» del cabildeo o «lobby» de Washington, amenazando a las empresas que antes trabajaron para los demócratas.

El tema dominante en estas políticas y acciones domésticas e internacionales fue adquirir más poder –aprehenderlo, aumentarlo y guardarlo como un bien–. Tomó forma una crisis –amenazante para la Constitución de EE.UU.–. En el extremo de este camino está implícita la visión de un sistema distinto: un funcionamiento del mundo manejado por EE.UU. y un país funcionando permanentemente bajo el mando del partido Republicano. Es decir, una norma imperial hacia el exterior, en correspondencia con la regla de un solo partido en casa. En alguna parte de este largo camino de mentiras existe un punto de no retorno. Está es la naturaleza de la advertencias general de un peligro que usted no puede conocer hasta que el peligro en cuestión haya llegado, y quizás nunca sea abortado por una acción oportuna, o quizás nunca se presente del todo. Pero ésta es también la naturaleza de las advertencias de peligro frente a las que uno debe actuar antes de que sea demasiado tarde, y esto es especialmente verdadero en el caso de las amenazas a la democracia. Ése es el por qué de la primacía que adquiere el peligro de la democracia sobre otros peligros en sí mismos mayores, como la guerra nuclear y el daño irreversible a la ecósfera mediante el recalentamiento global. (Es notable que ninguno de estos tres peligros haya sido mencionado ni tangencialmente en los debates electorales que acaban de terminar.)

Nadie puede saber cuándo y cómo arribará esta prueba decisiva de la democracia. Podría llegar rápidamente, quizás en una enérgica arremetida en respuesta a otro ataque terrorista contra suelo estadounidense, este vez concebido a una escala lejos mayor que la del 11 septiembre, o podría venir lentamente, en un prolongación del proceso, más bien ya en curso, de la estrangulación gradual de las instituciones independientes, ascendiendo a un golpe en cámara lenta –al endurecer un monopolio informal del poder trasvertido en monopolio formal — que abandone a las instituciones de la democracia técnicamente intactas pero corrompidas y ahuecadas desde adentro, desamparadas para resistir a una autoridad central que ha diseñado todo el poder verdadero con sus propias manos.

Aunque los pasos exactos por los cuales podrá ocurrir una interrupción sistémica son obscuros, la mayoría de los elementos principales del peligro parecen estar contenidos en el microcosmo de un solo episodio –la tortura en la prisión de Abu Ghraib, en Iraq, y en otras partes del naciente archipiélago global del Gulag de EE.UU. La historia comienza con un memorándum secreto de Alberto González, el consejero de la Casa Blanca y del Presidente nombrado con más frecuencia como posible candidato de Bush para la Suprema Corte, recomendando que se publicite el «hallazgo» de que no son aplicables a los abusos contra los presos de Afganistán ni el derecho internacional, ni las normas de las convenciones de Ginebra, ni la ley de los EE.UU., ni la Ley de Crímenes de Guerra (War Crimes Act, artículo 18, sección 2441, del Código de EE.UU.). Dijo Gonzaéz que la «guerra del terror es un nuevo paradigma» que convierte en «pintorescas» las disposiciones de la Convención de Ginebra. En cuanto a la ley de EE.UU., una determinación presidencial ayudaría a los torturadores llevados a la justicia creando «una base razonable en la ley para declarar no aplicable la sección 2441, proporcionando así una defensa sólida ante cualquier procesamiento futuro». Incluso, antes de que los crímenes fueran confiados a un Comité, la Casa Blanca planeaba cómo batir el rap. En otro breve memorando, promovió una nueva visión de la ley. Por esta óptica, el poder Ejecutivo fue liberado de responsabilidad legal, así como el descuido del Congreso, mientras que al mismo tiempo despojaron al ciudadano individual de sus derechos humanos fundamentales. Lo que fue la ley –si es que «ley» es una palabra apropiada para todos– fue extirpado por las especificaciones imperiales.

Una ventisca de otros memorandos justificando el abuso contra los prisioneros fueron redactados por abogados del Pentágono y del Departamento de Justicia, así como por el Secretario de Defensa Rumsfeld, para autorizar diferentes nuevas variedades de tormentos para los presos de Guantánamo. No mucho después de eso, el superintendente de Guantánamo, general Geoffrey Miller, viajó a Iraq para enseñarle allí al comando las nuevas artes del interrogatorio. Para sorpresa de la administración, la guerra no marcha bien y el comando militar padece «hambre de inteligencia» para los presos de Abu Ghraib y de otras partes. Un memorando evacuado por un capitán de inteligencia indicaba que «los guantes de los «gentleman» (caballeros) están quedando fuera respecto a estos detenidos. El coronel Boltz ha dejado claro que deseamos a estos individuos triturados».

Fueron triturados. En el reciente informe publicado «AR 15-6 Investigación sobre situación de detenidos de Abu Ghraib y la Brigada Militar de Inteligencia 205ª», del general George Fay, citada por Mark Danner en The New York Review of Books, se lee:

«En octubre de 2003, «Detainee-07» divulgó alegatos sobre incidentes múltiples de abuso físico en Abu Ghraib. «Detainee-07» fue un prisionero MI considerado de alto valor potencial. Lo interrogaron el 8, 21 y 29 de octubre; el 4 y 23 de noviembre y el 5 de diciembre. Las demandas de «Detainee-07» contra el abuso físico (golpes) comenzaron desde su llegada, el primer día. Lo dejaron desnudo en su celda por extensos períodos, fue abofeteado mientras permanecía en posiciones agotadores en su celda (bofetadas «high»), abandonado con un bolso sobre su cabeza por largos períodos, negándosele un lecho y frazadas. «Detainee-07» describió que «lo enfrentaron a un perro, obligándolo a arrastrarse sobre su estómago mientras miembros de la Policía Militar escupían y orinaban sobre su cuerpo, siendo maltratado hasta causarle inconsciencia».

Las leyes son derrocadas por frases legales susurradas en secreto; las leyes de la República caen ante las demandas del imperio. Es nula cualquier vigilancia del equilibrio del presidente; se suspenden los derechos humanos fundamentales; una urdimbre de memorandos burocráticos contradictorios oculta la ambición imperial y conduce a la guerra catastrófica; la mutilación y las fallas no reveladas de la guerra se ocultan con una pantalla de frases altisonantes alabando la exportación de la democracia; el recurso del terror encubre medidas de emergencia criminales; la tortura y otros ultrajes contra la dignidad humana se ocultan tras una batería de eufemismos («ajuste del sueño», «fijación de condiciones» para el interrogatorio); el rechazo pre-organizado de cualquier responsabilidad, incluyendo las que imponen los artículos del Código criminal de EE.UU.: ¿Son éstas las características principales que podemos esperar ver en grandes letras si está por venir el derrumbe de una gama completa de la Constitución de Estados Unidos?

Salvaguardar Democracia

Y esto nos trae de nuevo a la elección y a nuestro apoyo a John Kerry. La razón más importante para votar por John Kerry es la salvaguarda de la democracia en EE.UU.

El gobierno democrático de los Estados Unidos necesariamente no será salvado por la elección de Kerry, ni necesariamente lo destruiría la elección de Bush. Incluso como Presidente, incluso «en el poder», Kerry puede hallarse él mismo «en la oposición». En tal caso, necesitaría de toda la ayuda de la gentes normal que pueda conseguir, y hay buenas razones para creer que sería pronto. La acusación (impeachment) contra Clinton falló, pero demostró la fuerza del asalto a la legitimidad del gobierno que se puede emprender no desde la presidencia, sino sobre la presidencia –y en tiempos de paz. Clinton, después de todo, comenzó sus dos períodos con las tres ramas del gobierno en manos de los demócratas pero terminó con las tres ramas en poder de los republicanos. (Su presidencia fue, quizás, el más brillante retrato político de la historia estadounidense, pero fue un retrato.) Por otra parte, Kerry ha entregado a sus opositores de derecha munición de gran alcance. Prometiendo ganar en Iraq una guerra que no es viable, pudo haber puesto su pie en una trampa que lo someterá a una cerrada presión una vez que esté en la oficina oval, abandonándose a la apertura de cargos si es que falla. ¿Qué haría el partido que acusó a Clinton por sexo y mentiras contra un Presidente que conduzca al país a la «pérdida» de Iraq en medio de una «guerra al terrorismo»?

Si eligen a Bush, sería aún más importante el papel del activismo popular en la ayuda al sistema democrático. Una áspera mitad del país disentiría del bushismo. El movimiento anti-guerra, y ahora la campaña misma, generó una oposición extensa e intensa. El activismo ha florecido. Se han fundado nuevas organizaciones progresistas que sobrevivirán a la elección. También es poco probable que los acontecimientos favorezcan a la administración. Su política de guerra y sus políticas fiscales ya se reconocen extensamente como desastres. La oposición está llamada a ser fuerte y puede salvar a la República. Y recordemos que cuando el presidente Nixon amenazó al sistema constitucional hace treinta años, la furia popular lo sacó del cargo con deshonra. Más allá de toda su importancia, la elección es sólo un episodio en una lucha popular más larga, con Bush o con Kerry como Presidente. De cualquier manera, «The Nation» se consagrará a esa lucha.

Con todo, sigue siendo cierto que de todas las cosas que se pueden hacer ahora para apoyar a la democracia, la elección de John Kerry es la más importante. Una presidencia de Kerry interrumpiría seriamente la concentración del poder en el corazón mismo del peligro. Puede ser que todavía intente «ganar» la guerra de Iraq, pero es menos probable que emprenda nuevas futuras guerras. Sus prospectos para la Suprema Corte frenarían la conversión desenfrenada del tribunal en nave partidaria unilateral. Su control del púlpito del fanfarrón sería una poderosa contrafuerza para la propaganda derechizada que ahora asfixia a todas las demás voces en los medios de comunicación. Su control de las agencias de la rama ejecutiva detendría, o por lo menos retrasaría, su fusión con las corporaciones de EE.UU. Más importante es el hecho estructural simple de que los demócratas, siendo el otro partido, crearían un contrapeso al poder de la derecha que predomina en el resto del sistema. Los demócratas, incluyendo a Kerry, han sido campeones decepcionantes de su propia marca -democracia-, pero la cultura de su partido sigue siendo una opción mejor que los republicanos. Los demócratas son imperialistas renuentes; los republicanos son imperialistas por vocación. El partido Demócrata generalmente está con la defensa de las libertades civiles y lo hace cuando se atreve; el Republicano, con honorables excepciones, al parecer las barrería a un lado. Los demócratas prefieren justicia social, no obstante luchan débilmente por ella; los republicanos darían a los ricos cada dólar que puedan encontrar. Los demócratas están inclinados a limitar el poder corporativo; los republicanos son poder corporativo.

Lo que se puede perder, lenta o precipitadamente, según lo revela la crisis, es todo lo que fue perdido por «Detainee 07». Lo que puede ser salvado es la libertad –rescatemos la palabra hermosa desde el pozo negro en que la ha sumergido la administración Bush–.

Especial de Paralelo 21 www.radio.udg.mx

Traducción de Ernesto Carmona