En las actividades que el mundo occidental lleva a cabo con relación a las fiestas de fin de año, destacan aquellas en el plano de los medios de comunicación. Un sinfín de programas televisivos, radiales, editoriales de medios escritos, entrevistas a analistas, futurólogos y sobre todo resúmenes informativos respecto a los hechos considerados más relevantes […]
En las actividades que el mundo occidental lleva a cabo con relación a las fiestas de fin de año, destacan aquellas en el plano de los medios de comunicación. Un sinfín de programas televisivos, radiales, editoriales de medios escritos, entrevistas a analistas, futurólogos y sobre todo resúmenes informativos respecto a los hechos considerados más relevantes del año que se va en el plano de las relaciones internacionales.
Y entre esas materias, desde el punto de vista de la política internacional, se ha destacado: el tema del incremento de las migraciones debido a guerras de agresión, conflictos armados internos como también dificultades económicas en los países del cual salen millones de seres humanos en busca de mejores perspectivas de vida. Migraciones que se han signado como las más numerosos y graves desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y que tienen a Europa como centro de discusión, pues algunos centenares de miles de inmigrantes golpean sus férreas puertas en busca de refugio.
Sobre migraciones y ocupaciones
Se ha generado así el pavor de los movimientos de extrema derecha europea, que con su discurso apocalíptico suele influenciar a la población menos inclinada a esas corrientes políticas. Y sobre todo se observa la conducta indigna de aquellos gobiernos que suelen lavarse las manos frente a su responsabilidad en las causas de estas migraciones producto de una política exterior más proclive a la explotación de los pueblos, la búsqueda de le hegemonía global, que del desarrollo común, las relaciones de mutua conveniencia o la paz entre los pueblos. Devenidas todas ellas en utopías sumergidas ante ataques, bombardeos, organización de grupos terroristas y la eliminación física de cientos de miles de seres humanos si el objetivo se llama combustibles fósiles, dominios de centros de geopoder o alcanzar la preeminencia en el nuevo ordenamiento mundial.
Es necesario puntualizar, para evitar equívocos, que la mayor cantidad de refugiados -que es un concepto distinto a la consideración de solicitantes de asilo ya que estos son aquellas personas que solicitaron asilo político o estatus de refugiado en un país y que todavía no reciben una decisión o están registradas como solicitantes de asilo- no está en Europa. De las 60 millones de personas desplazadas forzadamente, según datos actualizados, hasta diciembre del año 2015, 20 millones eran refugiados y 40 millones de desplazados internos y 2 millones de solicitantes de asilo. Además, se calcula que en el tema de la apatridia -esta afecta al menos a 10 millones de personas según datos del año 2014 de la Organización Internacional de Migraciones OIM- Siria es el país que a nivel mundial ha generado el mayor número tanto de desplazados internos -7.6 millones- como de refugiados, 4.5 millones en la actualidad localizados, fundamentalmente en Turquía, con 1.9 millones, El Líbano con 1.2 millones, Jordania con 650 mil refugiados, Irak 250 mil y Egipto con 140 mil refugiados. Sigue en la lista de países que generan mayor número de refugiados Afganistán, con 2.6 millones de refugiados y Somalia con 1.2 millones. Mientras la Unión Europea debate, analiza y se devana los sesos para ver dónde ubicar a los 120 mil beneficiarios de asilo a los que planea aceptar en los próximos dos años, los mencionados países vecinos de Siria ya han recibido, sólo entre ellos, 3.8 millones de refugiados.
Alemania, el país motor de la UE ha hablado de la posibilidad de llegar aceptar 800 mil refugiados en su territorio sobre todo con la visión de la necesidad de contar con mano de obra en una sociedad cada día más vieja y más necesitada de aire nuevo que permita seguir garantizando el bienestar del que goza. Políticos como el ex canciller alemán Gerhard Schroeder, en un artículo publicado en el medio germano «Welt am Sonntag», hizo un llamado a Europa para evitar nuevos muros. Este político pide que la Unión Europea concrete un nuevo concepto de política migratoria bajo la denominación «La Legalización de la inmigración» donde el procedimiento de asilo a inmigrantes sea reformado, ya que el actual es insostenible por lo irreal de su puesta en práctica al no ofrecer perspectivas a los inmigrantes.
«Con la legalización de la inmigración», sostiene Schroeder, «existirá la posibilidad de integrarlos en la sociedad, crear nuevas perspectivas con sus países de origen y mantenerlos bajo control. Si queremos ser un país social y económicamente fuerte en el futuro, entonces necesitamos la inmigración. Nuestra población está sufriendo un proceso de envejecimiento, lo que hace «necesaria» la inmigración para el sistema social alemán, ya que sin ella no podremos pagar jubilaciones en el futuro». En la actualidad el gobierno alemán ha recibido 90 mil refugiados y junto a Suecia que ha recibido a 65 mil constituyen la excepción a la regla de una Europa muy renuente a aceptar más inmigrantes principalmente provenientes de la mencionada Siria, Libia., Eritrea, Irak y algunos países subsaharianos.
Unido estrechamente a lo mencionado se suma la guerra de agresión contra la sociedad siria, que no sólo incrementa el número de desplazados internos y refugiados, sino también origina un efecto de daño regional, que se ve incrementado por las acciones desestabilizadoras de los movimientos terroristas takfirí como EIIL -Daesh en árabe- y Frente al Nusra, que organizados, avalados y apoyados política, militar y económicamente por Washington, sus aliados de la OTAN, la entidad sionista, Arabia Saudita y las Monarquías del Golfo, que han generado la muerte de 280.000 sirios, junto a la destrucción de la infraestructura de servicios básicos, infraestructura vial y la matriz energética siria.
Se adiciona el robo de sus riquezas hidrocarburíferas, el saqueo de sus riquezas culturales, la destrucción del patrimonio cultural y la caída visible y dramática de los indicadores de desarrollo humano que hacen retroceder a estas naciones a niveles de hace 20 años atrás, hipotecando el futuro de las nuevas generaciones. Similar panorama se vive en la vecina Irak, que en un remake sangriento vive desde el año 1991 continuas invasiones, agresiones y ocupación de su territorio, ya sea por las potencias occidentales o por el accionar de las bandas terroristas como Al Qaeda y Daesh, junto a la fragmentación de su territorio, donde ya los kurdos iraquíes controlan gran parte del territorio que suelen habitar.
En ese panorama de destrucción la agresión contra el pueblo palestino continua por parte de la entidad sionista mediante una política de ocupación que día a día se incrementa, que viola cotidianamente el derecho internacional y que niega el derecho a la autodeterminación al pueblo palestino, constreñido a vivir en bantustanes en la Franja de Gaza y Cisjordania. Un Israel que mediante una política de colonización y judaización de los territorios ocupados, especialmente en Al Quds, ha significado instalar 500 mil colonos fuertemente armados y protegidos por el Ejército israelí. 350 mil de ellos en Cisjordania y 160 en Al Quds Este.
Colonos protegidos por un Muro de la vergüenza y ejemplo de la política agresiva del sionismo, que a través de 700 kilómetros de hormigón armado, torretas de vigilancia, campos de minas, alambradas y presencia militar se adentra en el territorio palestino, destruye campos, separa aldeas y sus habitantes y expone al mundo la verdadera cara de la denominada «única democracia de Oriente Medio», devenida en una mascarada de seudodemocracia que bajo el amparo de 5 mil millones de dólares de ayuda estadounidense al año y el aval político de Washington, París y Londres violan los derechos humanos, no sólo de la población palestina, sino también influyen y participan de la agresión contra Siria y el pueblo libanés.
Una guerra invisibilizada
En ese marco de migraciones, de agresión a Palestina por parte de la entidad sionista, la acción de bandas terroristas que sirven a fines más generales con relación a Siria e Irak con su guerra de agresión, donde confluyen colaciones internacionales de apoyo a una u otra parte en conflicto. En ese ámbito es que, apagado los ecos de las celebraciones que despidieron el año 2015 y dieron inicio formal al año 2016 de este calendario occidental, una guerra de agresión cruenta, silenciosa, oculta pero no por ello menos sangrienta sacude a otra país de Oriente Medio, enclavado en una zona estratégica del punto de vista político y comercial: la República de Yemen.
País sacudido por las acciones desestabilizadoras de un vecino poderoso y que bajo la doctrina wahabita que lo anima cree tener el derecho de someter al pueblo yemení e influir en beneficio de sus intereses en la marcha de la región, interviniendo también en Bahréin, en apoyo de los grupos takfirí y entrar de lleno así en el juego de cercar a la República Islámica de Irán en contubernio con Washington y Tel Aviv. Recordemos que el reciente conflicto en Yemen proviene de la salida del ex presidente Alí Abdullah Saleh en junio del año 2011, quien tras un bombardeo al palacio presidencial abandonó el poder y se refugió en Arabia Saudita, tras un clima de creciente tensión en el país. Saleh regresa al país, generando un panorama aún más complejo.
El 21 de octubre del año 2011 en Consejo de Seguridad de la ONU aprueba unánimemente una resolución que pedía a Saleh firmar la iniciativa mediadora del Consejo General del Golfo Pérsico y abandonar el poder. Iniciativa que en esencia proponía la formación de un Gobierno de Unidad Nacional y delegar el poder en Abd Rabbuh Mansur al Hadi. El día 22 de enero del 2012 el parlamento yemení otorga la inmunidad a Saleh y lo declara «Presidente Honorario» lo que permite a su familia salir rumbo a Estados Unidos donde Saleh es recibido para seguir un tratamiento médico, del cual regresa en el mes de febrero para el traspaso de poder a Mansur al Hadi. El 22 de febrero del año 2012 en una elección donde el único candidato fue al Hadi, le permite a este ocupar el sillón presidencial cuya banda le fue entregada por el propio Saleh el día 27 de febrero.
El mandato de Al Hadi, del cual se supone fue nombrado para un período de transición de dos años, comenzó de inmediato con un estrecho acercamiento con Arabia Saudita y Estados Unidos. En este escenario se desarrolló el levantamiento el Movimiento Ansarolá, para luchar contra limitaciones en el terreno político y social que presentaba el nuevo gobierno influenciado por la casa al Saud quien temía el desarrollo e influencia de la comunidad chiita en este país donde el 99% de la población es musulmana y dentro del cual la mitad de ella es Chiita.
Las fuerzas de Ansarolá y fuerzas leales al ex presidente Saleh logran tomar la capital yemení, Saná, en septiembre del año 2014 y el ex presidente traslada su gobierno a la ciudad de Adén. Las fuerzas de Ansarolá en ese momento llegaron a controlar dos tercios del territorio yemení hasta que en marzo del 2015 Arabia Saudita encabeza una Coalición conformada por miembros del consejo de Cooperación del Golfo Pérsico -que sirven a los intereses de La Casa al Saud- que tenía como objetivo destruir al movimiento chiita por considerarlo un peligroso aliado de la República Islámica de Irán.
La Casa al Saud y su doctrina política-religiosa basada en el Wahabismo -doctrina intolerante con todas aquellas creencias que no se subordinen a su visión de mundo y su interpretación del Corán- ha hecho de la embestida sangrienta a sus vecinos y de su apoyo al terrorismo salafista una práctica cotidiana. Esta visión de mundo de la Casa al Saud hunde sus raíces en el siglo XVIII cuando el jeque Muhammad ibn Saud convirtió en ley fundamental de su dominio el catecismo de una secta fundamentalista sunní creada por Muhamad Ibn al Wahab -el Wahabismo-. En el siglo XX dicha creencia se consolida cuando la familia al Saud, apoyado por Estados Unidos e Inglaterra en base a sus intereses por el petróleo de la región, funda el moderno Estado Saudí, bajo dos puntales esenciales: el oro negro y la alianza político-militar con occidente
La mención efectuada respecto al objetivo mayor que Arabia Saudita posee, con apoyo estadounidense y sionista, de contender contra la creciente influencia de Irán en la zona, tiene su correlato inmediato con la decisión de agredir al pueblo yemení y destruir al Movimiento Popular Ansarolá. No es un secreto que la Casa al Saud considera a Irán como su principal rival en Oriente Medio, desde el momento mismo que se conforma la República Islámica de Irán el año 1979 tras el derrocamiento de la monarquía de los Pahlevi. Etapa que marca también una política activa de Teherán de fortalecer sus lazos con las comunidades chiitas ubicadas en Irak, El Líbano y Yemen fundamentalmente.
Un conflicto más allá de lo obvio
Entender el conflicto que vive Yemen desde hace cinco años a la fecha es visualizar, primero, las tensiones existentes entre el Yemen del norte y el del sur y sus distintas influencias religiosas, políticas y económicas. El Sur y el norte diferenciados, según sea la influencia occidental en la zona de Adén y sus cercanías, y la zona norte más influenciada por un sistema tribal y lo que fue el Imamato Zaidí, que gobernó Yemen durante mil años hasta 1962 y que tiene su radio de influencia en las provincias fronterizas con Arabia Saudita del norponiente nucleadas en torno a Sa´dah. Allí, en esas provincias el Movimiento Ansar Alláh -Ansarolá- comenzó a cambiar el panorama político de Yemen, representando, al mismo tiempo un levantamiento contra la violación de los derechos de la comunidad chiita zaidi -Huties-.
No se puede obviar en el conflicto que vive Yemen la situación en el sur de la Península con un trasfondo de enorme significado estratégico, ya que allí se localizan dos puntos esenciales para el geopoder global: la isla Socotra y el estrecho de Bab Al-Mandab donde transitan 4 millones de barriles diarios de petróleo transportados por supertanques que encaminan su rumbo a tierras europeas. Su cierre, sin duda, significaría un efecto muy sensible sobre la producción, venta y comercialización del crudo. Por tanto, controlar ese sector resulta estratégicamente fundamental.
El mes de septiembre del año 2014 marcó un punto de quiebre en la guerra civil que azotaba a Yemen, pues el 21 de septiembre de ese año Fuerzas del Movimiento de Ansarolá junto a los restos del Ejército nacional que se unieron a este Movimiento, conquistaron la capital Saná tras fuertes protestas de la población motivadas por el alza en el costo de la vida. Los combates entre fuerzas leales a al Hadi y Ansarolá recrudecieron hasta que las fuerzas opositoras deciden disolver el parlamento. Mansur al Hadi renuncia pero a los pocos días la retira y huye hacia la sureña ciudad portuaria de Adén.
Las acciones de Ansarolá habían logrado calar muy hondo en la compleja sociedad yemeni, sobre todo porque estaba logrando debilitar al Partido Al Islah y los salafistas, derrotando a la coalición de tribus salafistas, wahabíes y takfiries. Ansarolá estaba constituido ya como un movimiento político poderoso capaz de plantear ideas de desarrollo para el conjunto de Yemen en los llamados diálogos nacionales. Un movimiento capaz de preservar el orden y la tranquilidad, poniendo fin a los conflictos sectarios en aquellas zonas dominadas. La influencia de Abdul Malik al Houthi fue creciendo a la par de los éxitos de Ansarolá y se han incrementado en defensa de Yemen contra la agresión saudí.
La antropóloga Martha Mundy señala respecto a Ansarolá que «más allá de los eslóganes, el hecho es que Ansarolá es un movimiento político religioso, que a diferencia de otros movimientos de estas características, sí coopera con partidos laicos, como el partido socialista yemení y a menudo participa de negociaciones políticas como la que condujo recientemente a aceptar las principales cláusulas de la resolución N12216 del Consejo de Seguridad de la ONU posteriormente utilizada por la propia coalición agresora comandada por Arabia Saudita para justificar sus ataques supuestamente destinados a restaurar la legitimidad del renunciad al Hadi».
La evolución de Ansarolá le ha permitido pasar de un movimiento centrado en las cuestiones religiosas y étnicas a un gran movimiento popular que atiende todas las demandas civiles, girando así hacia un polo de poder en las ecuaciones políticas que envuelven a Yemen. Finalmente y ello sería determinante en la decisión de Riad de intervenir en Yemen, el poder del Movimiento Ansarolá se considera un desafío para los saudíes, que han mostrado su preocupación por los movimientos opositores en sus provincias de mayoría chiita que están ubicadas cerca de las fronteras con Yemen y donde la influencia sureña puede traer más de una sorpresa para la tullida y feudal monarquía saudí. Para el analista Kevin Barret, «en todo el mundo árabe, los dictadores ilegítimos se han unido para apoyar, pero de todos ellos, el condenado y desesperado régimen de la Casa al Saud. ¿Su objetivo? Mantener Yemen y el resto del mundo árabe bajo el dominio saudí-estadounidense-sionista.
El día 9 de marzo en una decisión claramente violatoria del derecho internacional, la Liga árabe, dominada por el dinero, la influencia y las acciones de Arabia saudita, decide enviar, bajo la autorización de Washington, una fuerza militar que será encabezada precisamente por el Ejército de la Casa al Saud. Todo ello con el supuesto objetivo de restaurar al renunciado Mansur al Hadi. Unos días después, el día 20 de marzo, un atentados suicidas ejecutados por comandos de EIIL -Daesh en árabe- asesinan a 142 personas en mezquitas chiitas de la ciudad de Saná. Mostrando en ello que los intereses de la Monarquía serían bien resguardados por las bandas terroristas takfirí.
Arabia Saudita inicia así una guerra de agresión contra Yemen, bajo el hollywoodense nombre de «Tormenta Definitiva», que ha consistido principalmente en bombardeo de ciudades y pueblos de su vecino del sur, como también la incursión de tropas terrestres que han sido repelidas por las distintas fuerzas alzadas en armas en Yemen, en defensa de su tierra. La excusa saudí fue que los bombardeos, contra posiciones de Ansarolá, eran para restaurar a Mansur Hadi, ocultando lo que la lectura de palimpsestos mostraba claramente, que Riad agredía a Yemen y al movimiento chiita en armas: primero, para debilitar el creciente poderío de Ansarolá y el peligro que reviste ello para el wahabismo extremista de la Casa la Saud. Segundo, influir negativamente en las conversaciones sobre el tema nuclear que en ese momento se encontraba en su etapa crítica entre Irán y el G5 + 1. En tercer lugar, hacer un giro en la mirada crítica que el mundo estaba teniendo sobre la ineficacia de las operaciones militares de la llamada Coalición Internacional Contra Daesh en Siria e Irak y, sobre todo, continuar majaderamente en los vanos intentos de cercar a Irán, a quien se le acusa de querer ampliar sus grados de influencia en la zona.
Lo observado en la agresión saudí contra Yemen es la concreción de la política del silencio, de la hipocresía, donde se acepta por parte de las grandes potencias que un país aliado como Arabia Saudita agreda a un vecino, lo bombardee, genere hasta ahora 6 mil muertes, 30 mil heridos y con un 80% de la población total -conformada por 24 millones de habitantes- con necesidad de ayuda humanitaria y ello no hace reaccionar a una comunidad internacional, claramente cómplice de estos actos violatorios de los derechos humanos de la población yemení. Los organismos internacionales, tan dados a recriminar al gobierno sirio, al ruso, a Irán o cualquiera que no siga los dictados de la corriente hegemónica, no ha llamado en ocasión alguna a cesar la acometida de las fuerzas saudí. No se exige a Riad detener la destrucción de Yemen y el asesinato de sus ciudadanos.
La política de exterminio del pueblo yemení a manos de la Casa al Saud sigue incólume, sin que la «comunidad internacional» intervenga y condene los crímenes de guerra cometidos por Riad: bombardeos de la población civil con armamento prohibido por las leyes de la guerra, que lo mismo atacan milicianos, bodas, escuelas, hospitales o aldeas. Se destruye la infraestructura, lo cual va desde las carreteras, centrales eléctricas, depuradoras de agua, instalaciones sanitarias. La idea es destruir el país y frente a ello observamos la misma actitud ciega, sorda y muda del mundo frente al régimen prosaudí de los Jalifa en Bahréin o los crímenes del sionismo contra el pueblo palestino. Misma actitud complaciente frente a una Monarquía que es la gran responsable del surgimiento y desarrollo de los grupos terroristas que hoy tanto asustan a occidente como Daesh, Al Qaeda y el Frente al Nusra.
Para la antropóloga Martha Mundy, en un interesante artículo escrito en Voltaire.net, la profesional afirma que «a través de silencio y de su respaldo a la Coalición que está bombardeando Yemen, la comunidad internacional avala la desaparición de todo marco legal en materia de guerra. Un precio muy alto a pagar por la victoria en un conflicto tan secundario, que no dispone de prácticamente ninguna cobertura mediática…» Hay que entender este silencio porque hay muchos intereses en juego, sobre todo de las grandes potencias, afirma esta Antropóloga; e incuso pensando a Yemen como un campo de experimentación, «la coalición que hoy agrede a Yemen supuestamente constituye la primera acción de la «Fuerza de Despliegue Rápido» del Consejo de Cooperación del Golfo Pérsico, resultado de los consejos de asesores estadounidenses e israelitas. Al parecer esta agresión se montó como un programa de entrenamiento para la guerra, concebido según el modelo de las agresiones perpetradas por Israel contra Palestina, o sea, una guerra que debe alcanzar sus objetivos por medios de bombardeos aéreos, pero sin la indignación internacional que provocan los crímenes de guerra de Israel».
Para Mundy y el análisis más profundo sobre la agresión contra Yemen, así como las guerras libradas en Oriente Medio y el Magreb, visualiza que Yemen estaría siendo utilizado como campo de experimentación, laboratorio para la preparación de nuevas guerras -recordando en ello que el mismo Yemen sirvió de conejillo de indias en el uso de drones y el asesinato selectivo de personas con ciudadanía estadounidense- como fue el caso de Anwar al Awlaki, dirigente de Al Qaeda asesinado en el norte de Yemen, como también Samir Khan y cuyos crímenes fueron justificado por un memorándum del departamento de Justicia estadounidense, descalificado por una Corte Federal de Apelaciones en nueva York bajo el argumento que «el gobierno estadounidense considera que es factible eliminar un objetivo, aunque sea estadounidense, considerándolo objetivo militar sin necesidad de juicio y si su captura no era factible».
También se considera que la idea de Occidente a través del trabajo sucio efectuado por Arabia Saudita es concretar, finalmente, una Fuerza árabe de tarea -con la bendición de Washington, la OTAN y la Unión Europea- para proteger a las Monarquías feudales del Golfo Pérsico y en especial a la entidad sionista. En ese plano, «restablecer» la paz en Yemen tiene objetivos más pedestres como es revitalizar el sur yemenita, en especial el puerto de Adén, que permita a su vez controlar la isla Socotra y el Estrecho de Bab Al-Mandab, que permitiría dominar el tránsito de petróleo por la zona y dominar estratégicamente lo que algunos autores defensores del dominio global occidental han denominado «el arco de la crisis» que va desde la india, pasa por las costas del sur de Oriente medio y llega la cuerno de África y cuyo objetivo general radica en controlar el 80% de las riquezas hidrocarburíferas que se ubican en esa zona.
A mediados del mes de diciembre del 2015 la ciudad de Berna en Suiza fue escenario del encuentro entre representantes de Ansarolá y fuerzas del gobierno para buscar una salida al conflicto que los enfrenta. Tras seis días de conversaciones, donde las fuerzas del movimiento Ansarolá solicitaron incesantemente el cese del fuego, no se logró llegar a un entendimiento global, más allá de un intercambio de prisioneros y seguir con las discusiones mediados de enero del año 2016 sin un lugar definido como lo anunció el enviado de la ONU, Ismail Uld Sheikh Ahmedthe. Mientras ambos bandos tratan de llegar a un entendimiento, las fuerzas de Al Qaeda y otros movimientos takfiri, entre ellos el propio EIIL -Daesh en árabe- siguen ampliando su radio de operaciones, sin que Arabia Saudita realice operaciones militares para impedir su avance, dando muestras con ello, que sirve a sus intereses no sólo en Yemen sino también regionales. Lo obvio no siempre es la primera conclusión.
Artículo del autor cedido por Hispantv
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