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Qué es, cómo nace y qué representa este movimiento que parece transversal pero repite consignas gubernamentales

La ANC, el peronismo.cat

Fuentes: Atlántica XXII

No hay quien no hable de Cataluña últimamente. Y no sólo en España. Sin embargo, poco se ha escrito acerca de una de las piezas más importantes del proceso soberanista: la Assemblea Nacional Catalana (ANC). Es cierto que en los últimos meses ha sido portada en todos los periódicos tras decretar la Audiencia Nacional prisión […]

No hay quien no hable de Cataluña últimamente. Y no sólo en España. Sin embargo, poco se ha escrito acerca de una de las piezas más importantes del proceso soberanista: la Assemblea Nacional Catalana (ANC). Es cierto que en los últimos meses ha sido portada en todos los periódicos tras decretar la Audiencia Nacional prisión incondicional y sin fianza para su presidente, Jordi Sánchez, junto al presidente de la otra gran asociación independentista, Òmnium Cultural, Jordi Cuixart. Pero demos un paso atrás, sin ceñirnos solo a los últimos acontecimientos, e intentemos entender qué es, cómo nace y qué representa la Assemblea Nacional Catalana. Un invento interesante para estos tiempos líquidos.

No es baladí recordar que fue la ANC, junto a Òmnium Cultural, quien organizó la primera gran manifestación a favor de la independencia de Cataluña en la Diada del 11 de septiembre de 2012. Ese fue el estreno público de la nueva entidad de la cual, en aquel entonces, muchos no habían oído ni hablar. La manifestación fue un éxito abrumador: alrededor de un millón de personas salieron a la calle detrás del cartel «Catalunya, nou Estat d’Europa». Pocos días después, las presidentas de las dos asociaciones, Carme Forcadell y Muriel Casals, fueron recibidas por el entonces presidente de la Generalitat Artur Mas. A partir de ahí Òmnium Cultural y sobre todo la ANC cobran un protagonismo mediático impensable para unas asociaciones de la sociedad civil y entran a formar parte de la sala de mando del proceso soberanista. Las dos entidades fueron las responsables de la organización de las grandes manifestaciones de las siguientes Diadas, siempre multitudinarias y muy impactantes a nivel visual, y participaron en las reuniones del Gobierno junto a los partidos independentistas.

Pero al contrario que Òmnium Cultural, histórica entidad creada en 1961 para promover la difusión de la lengua catalana, la ANC se fundó tan sólo unos meses antes de la Diada de 2012. El proyecto se fraguó el 11 de septiembre de 2009 en Arenys de Munt, donde se celebró la primera consulta sobre la independencia de Cataluña. Ahí, un pequeño grupo de independentistas de toda la vida, liderados por Miquel Strubell y Pere Pugès, decidió dar un impulso a las plataformas soberanistas que habían nacido a mediados de la primera década de este siglo, tras el complejo proceso de reforma del Estatuto de Autonomía catalán. «Había mucho friki. Era como una especie de 15-M de comarcas. En algunos pueblos se juntaban tanto los nietos de los fusilados de la Guerra Civil como los nietos de los fusiladores. Lo que los unía era Cataluña», explica el periodista Guillem Martínez, autor de La gran ilusión. Mito y realidad del proceso indepe (Debate, 2016). En abril de 2011, en el Palau de Sant Jordi de Barcelona, se convocó la Conferencia Nacional para el Estado propio, donde se eligió un consejo asesor que llevó las riendas de la entidad hasta el 10 de marzo del año siguiente. Entonces, en el mismo Palau, se celebró la asamblea constituyente. Esa puede considerarse la fecha de nacimiento de la Assemblea Nacional Catalana.

¿Asociación, movimiento o lobby?

Más allá de esto, todo es incierto. O casi. Aún no está del todo claro, por ejemplo, que es la ANC. ¿Una asociación? ¿Un movimiento social? ¿Un lobby? Según Andrew Dowling, profesor de Historia catalana y española en la Universidad de Cardiff y autor de The Rise of Catalan Independence: Spain’s Territorial Crisis (Routledge, 2017), la ANC es «más que un lobby o un grupo de presión, pero menos que un movimiento social, ya que no tiene planteado ningún cambio de estructura de poder, que es el elemento clave para definir un movimiento social». Guillem Martínez define a la ANC como «un movimiento civil vertical que ofrece una sensación de horizontalidad, pero que en realidad repite consignas gubernamentales». Según Enric Ucelay-Da Cal, catedrático emérito de Historia Contemporánea en la Universitat Pompeu Fabra y autor de obras como El imperialismo catalán. Prat de la Riba, Cambó, D’Ors y la conquista moral de España (Edhasa, 2003), es un poco de todo esto, pero «con una capacidad de influencia muy reforzada por el cambio tecnológico que se junta a la idea de la independencia como una utopía disponible».

No es posible entender qué es la Assemblea Nacional Catalana sin tener en cuenta el rico tejido asociativo catalán. Según Dowling, «la cultura existente en Cataluña era la de una sociedad civil participativa. La Assemblea se ha construido a partir de esa base». También Jordi Amat, escritor y colaborador de La Vanguardia, subraya este aspecto: «la ANC ha tenido una capacidad de captación enorme del asociacionismo que ya existía. Sobre todo fuera de Barcelona y del área metropolitana consiguió sumar a su proyecto un tejido civil que ya estaba construido».

Sin embargo, sólo con esto no podemos entender la consolidación de esta peculiar experiencia. «La ANC», continúa Dowling, «ha aprendido de la experiencia de los movimientos independentistas de los años ochenta y noventa, que eran marginales, y ha buscado la centralidad.» No es casualidad, como recuerda Jordi Amat, que exista una continuidad con la experiencia de la Crida a la Solidaritat, movimiento activo durante todos los años ochenta, que organizó acciones de protesta innovadoras centradas sobre todo en la defensa de la lengua catalana. «Que Jordi Sánchez, que estuvo en la Crida, sea el actual presidente de la ANC es ejemplo de esta continuidad», apunta Amat. Lo mismo puede decirse de otros activistas de la primera hora.

Según Amat, que ha dedicado un importante ensayo a la historia de la cultura y la política catalanas –El llarg procès. Cultura i política a la Catalunya contemporània, 1937-2014 (Tusquets, 2014)-, tampoco se debe olvidar el precedente de la Assemblea de Catalunya de los años setenta. «Más de un impulsor de la ANC había estado en la Assemblea de Catalunya. Para la nueva operación han intentado buscar el referente histórico de la mítica plataforma del antifranquismo, a partir del mismo nombre: Assemblea», aunque, evidentemente, las diferencias son enormes.

Ucelay-Da Cal apunta que la ANC sale del colapso de otras experiencias: «Una de las características del juego nacionalista durante el siglo XX era la existencia de grandes partidos moderados estables mientras todo lo demás era muy inestable. Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) lo resuelve en los años treinta, convirtiéndose en un inmenso paraguas para infinidad de pequeños grupos. Hay algo de continuidad con este modelo, en cierta manera.» Lo que hay que remarcar, según Ucelay-Da Cal, es que la ANC es un «organismo político que no es una fuerza política, una cosa muy catalana, del mismo modo que la Lliga Regionalista a principios del siglo pasado. Esto permite una transversalidad que es muy difícil de encontrar en el contexto español».

Amat añade que para entender el éxito de la ANC hay que tener en cuenta el cambio que ha vivido el catalanismo en la última década: «La Assemblea Nacional Catalana es una herramienta efectiva para socializar esa mutación ideológica del catalanismo que asumen los partidos mayoritarios del nacionalismo, Convergència y Esquerra». Convergència i Unió (CiU), el partido de la centralidad en Cataluña durante toda la etapa autonómica, empezó esta transformación tras la reforma del Estatuto de Autonomía, aprobado en referéndum en junio de 2006. Lo asume de manera programática ya en 2007 con el famoso discurso sobre la Casa Gran del Catalanisme de Artur Mas. «En ese momento Convergència, que se encontraba en la oposición, dobla la apuesta porque ve su espacio amenazado y se hace soberanista», comenta Amat. «Al mismo tiempo el soberanismo va ganando espacios en la sociedad con el activismo de la Plataforma pel Dret de Decidir, fundada en diciembre de 2005».

Lucha por el poder interno

Mucho se ha debatido sobre las relaciones entre la ANC y el Gobierno catalán. Hay quien sostiene que la Assemblea es el perfecto ejemplo de la pureza de la sociedad civil y quien la considera una correa de transmisión del Gobierno. Según Dowling, la ANC tiene su autonomía pero comparte en gran medida la visión del Gobierno catalán: «En los últimos cinco años, la Assemblea ha intentado controlar el Gobierno y el Gobierno ha intentado controlar la Assemblea. Se ha producido un constante tira y afloja», explica el profesor de la Universidad de Cardiff. Guillem Martínez, que analiza semanalmente el proceso soberanista en las páginas de CTXT, remarca que, sobre el papel, la autonomía de la ANC es total, pero, en la realidad, el control del Gobierno sobre la Assemblea es un hecho. Prueba de ello, entre otras cosas, sería que en las elecciones autonómicas del 27-S de 2015 Carme Forcadell se presentara como número dos de la lista de Junts pel Sí (JxSí) y que la ANC hiciera campaña por esa coalición.

Enric Ucelay-Da Cal explica que la ANC representa muy bien «la fluida frontera entre el espacio público y el privado que tiene que ver con la incapacidad de clarificar la diferencia entre lo propio y lo que es de todos». «Cuando no se puede actuar en la lógica partidista», dice este profesor emérito de la Universitat Pompeu Fabra, «el dinero viene por lados privados. Ese fue el secreto del pujolismo. Era corrupto y altruista a la vez. Algo muy mediterráneo, desde luego. No queda claro lo que es de todos y lo que es particular y privativo.»

Según Jordi Amat, la ANC puede ser definida como «una institución no gubernamental que ejerce cierta presión al Gobierno, pero que comparte proyecto con él». Es importante volver al trienio 2010-2012, según el escritor barcelonés: «Cuando Òmnium Cultural organiza la manifestación contra la sentencia del Tribunal Constitucional en julio de 2010, era difícil pensar que existiera una organización estable de movilización. A partir de ese momento, el catalanismo se vincula a una movilización constante que representará la ANC. Por eso, la batalla por controlarla ha sido bestial».

Efectivamente, la lucha de poder interna ha sido brutal. Uno de los momentos clave fue la primavera de 2015, cuando Jordi Sánchez sustituyó en la presidencia de la ANC a Carme Forcadell, que se convirtió en presidenta del Parlamento de Cataluña, tras las elecciones «plebiscitarias» del mes de septiembre. La elección interna fue muy discutida ya que la candidata más votada fue la escritora Liz Castro, pero Sánchez, que había acabado segundo, consiguió hacerse con la presidencia de la entidad, gracias al voto de los miembros del secretariado. Forcadell venía de ERC, mientras que Sánchez, tras su militancia en los ochenta en la Crida, era un hombre cercano a Convergència. Algunos sostienen que fue el mismo Artur Mas quien pidió a Sánchez -que a principios de 2015 era adjunto al Síndic de Greuges [Defensor del Pueblo en Cataluña]- que diese el paso. En toda la operación, que se saldó con el control de la ANC por parte de Convergència, tuvo un papel crucial David Madí, uno de los hombres en la sombra de todo el proceso soberanista catalán.

Como se recordaba antes, la ANC se constituyó oficialmente en marzo de 2012 y su primera puesta en escena fue la Diada de aquel año. Todavía se discute si la manifestación fue organizada sólo por la sociedad civil o si lo fue por el poder nacionalista a la sombra. Posiblemente la verdad está en el medio: la protesta social espontánea -que mezcló a sectores del post-15-M, movilizados por los recortes y la gestión de la crisis económica, con un activo movimiento independentista que había cobrado fuerza con las consultas sobre la independencia organizadas en los municipios catalanes entre 2009 y 2011- se combinó con una laboriosa estrategia del Gobierno catalán para canalizarla. «La Diada de 2012 tenía un apoyo gubernamental», explica Amat. Es muy significativo el discurso institucional que pronuncia Mas la víspera. Ahí, dirigiéndose a los convocantes de la manifestación del día siguiente, dijo aquel famoso: ‘vuestro clamor es el mío, vuestra voz es la mía y vuestros anhelos los míos’. «La institución de autogobierno asume la movilización como el punto desde el cual se puede desarrollar su proyecto político», apunta Amat. «Y quien le hace el trabajo para ese cambio de rumbo es justamente la ANC», añade.

Cursi y sentimental

Un dato reseñable es la capacidad de la ANC -que tiene más de 40.000 socios de pleno derecho y a otros tantos simpatizantes- para mantener movilizadas a sus bases. Según Amat, la Assemblea «ha llenado de sentido la vida de mucha gente». Guillem Martínez ahonda en esto: «Ofrece mucho ocio, tienes el domingo ocupado. Y, además, te da un sentimiento de vértigo, de pertenecer a una época». Según el autor de La gran ilusión, se trata de un «movimiento cursi y sentimental» que permite hacer vertical la protesta: «Si la ANC se plantase, se produciría un desborde y se acabaría el Procés. Pero lo ha hecho sólo en dos ocasiones. No es su función, al menos de momento.» Según Martínez es sintomático ver lo que pasó el 10 de octubre cuando Puigdemont, tras la celebración del referéndum unilateral de autodeterminación, intervino en la Cámara autonómica delante de la expectativa general. «Se había montado un independentódromo [en el Paseo de Lluís Companys, cerca del Parlamento] para celebrar la declaración de independencia, pero Puigdemont se rajó. Sin embargo, la ANC explicó que era una táctica para conseguir la independencia y que se debía seguir apoyando al presidente». Para Martínez esto es una muestra más de la estrecha cadena de confianza existente entre Assemblea y Gobierno en la que las redes sociales, sobre todo whatsapp y twitter, juegan un papel clave. «Todo es comunicación», apunta el periodista barcelonés, que añade que «la unión del Gobierno con la sociedad se ha conseguido vía sentimientos e información». Martínez considera a la ANC una «comunidad de sentido», algo completamente distinto a la «comunidad de poder» que representa el PP: «No hay nada igual en Europa. Antes de que naciese Podemos, Íñigo Errejón se planteó montar en España unas juventudes peronistas. No lo consiguió. En Cataluña lo consiguieron. La ANC es una especie de peronismo.cat«.

Una opaca financiación

Una de las facetas menos conocidas de la ANC es la que atañe a sus cuentas, que jamás se han hecho públicas. La otra gran asociación del independentismo, Òmnium Cultural, sí las publica: más de 5 millones de euros en 2015 y 55 empleados. De la ANC sólo se sabe que en 2016 ha ingresado 3,3 millones de euros, nada más. «Es una máquina de sacar dinero», apunta Martínez. La venta de merchandising (camisetas, banderas, kit para la Diada, etc.) es una de las principales fuentes de ingresos, pero nada se sabe de posibles subvenciones públicas. De Òmnium, por ejemplo, al menos sabemos que entre 2008 y 2010 recibió 1,5 millones de ayudas por parte de la Generalitat. De la ANC se sabe sólo que fue multada -al igual que Òmnium- por la Agencia Española de Protección de Datos con 90.000 euros en abril de 2017, y que anteriormente se le embargaron 240.000 euros por la encuesta que hicieron las entidades soberanistas en 2014, antes del referéndum del 9-N, para preguntar a los ciudadanos como querrían que fuera una Cataluña independiente.

Según Ucelay-Da Cal, una de las marcas de la ANC es que «aparece como algo nuevo: no son los viejos partidos, tampoco es la ideología durísima de las diferentes sensibilidades de la CUP. La ANC es «gente razonable» que ofrece un discurso aceptable. Una ideología íntima, que no es formal ni partidista. Pero esto también está en el nacionalismo catalán desde finales del siglo XIX hasta que la Lliga crea una máquina electoral». Martínez le ve mucho futuro a esta experiencia: «Por un lado, nadie la cuestiona. Por otro, el Gobierno catalán no ha hecho nada en cinco años y ellos siguen ahí». También Ucelay-Da Cal le ve más futuro a una organización como la ANC que a los partidos clásicos, que viven una crisis sin precedentes, como en el caso del Partit Demòcrata Europeu Català (PDeCAT), la refundación de la antigua Convergència. » A Jordi Sánchez lo puedes meter en la cárcel, pero tienes otros tres o cuatro que pueden hacer el mismo discurso ideológico íntimo, no de partido». Justo en ese punto nos encontramos. A ver qué nos depara el futuro.

Steven Forti es profesor asociado de Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa.

Fuente: Este artículo se ha publicado en la revista Atlántica XXII, núm. 53 (noviembre 2017), pp. 14-17.