Traducido del inglés por Sinfo Fernández
Al parecer, las duras medidas adoptadas por el gobierno de Hamas en la Franja de Gaza a lo largo del mes de junio contra las corruptas fuerzas de seguridad de Mohamed Dahlan y sus bandas afiliadas marcaron un punto de inflexión en la política exterior de la administración Bush con respecto a Palestina e Israel. Sin embargo, el supuesto giro no es sino más de lo mismo en los esfuerzos de Washington para aplastar la democracia palestina, para ampliar el abismo que separa a Hamas de Fatah y para asegurar el éxito del proyecto israelí, centrado en la colonización y anexión de lo que queda de la tierra palestina.
Es vital que, en cualquier discusión política sobre el conflicto, tengamos muy presente esta obvia realidad: los territorios palestinos ocupados representan un mero 22% de la Palestina histórica. Actualmente, Israel está tratando de reducir aún más ese porcentaje conquistando de forma oficial Cisjordania y la Jerusalén Este ocupada. Gaza es sólo importante en cuanto que representa una oportunidad de oro para dividir más a los palestinos, para complicar su proyecto nacional y para presentar un cuadro sombrío sobre ellos como pueblo ingobernable en el que no cabe confiar como socios de paz ante los mucho más civilizados y democráticos israelíes.
Al prolongar la disputa palestina, Israel conseguirá el tiempo necesario para consolidar su proyecto colonial y para racionalizar sus unilaterales políticas, vis-à-vis con una serie de cuestiones que deberían ser naturalmente negociadas con los palestinos.
Además, uno no debe perder tampoco de vista el contexto regional. El lobby israelí y sus aliados neocon en la administración y en los medios estadounidenses están ansiosos por una confrontación militar con Irán, que debilitaría la posición política de Siria en cualquier negociación futura con Israel respecto a los ocupados Altos del Golán y que destruiría la fortaleza militar de Hizbollah, una vez comprobado que es el enemigo más duro al que Israel ha tenido que enfrentarse en sus largas décadas de conflicto con los árabes.
Así, resultaba de suma importancia que el «surgimiento» de Hamas apareciera directamente unido a sus relaciones con Irán; tales lazos, exagerados en gran medida, son ahora fácilmente utilizados como fundamento para explicar el supuesto giro histórico de Bush desde apoyar a Israel a una distancia discreta (para así no aparecer demasiado implicado) a iniciar una conferencia internacional de paz con el único objetivo de aislar a Hamas, debilitando así aún más el campo iraní en Oriente Medio.
También explica el generoso apoyo ofrecido por los regímenes autocráticos árabes a Abbas, y las advertencias de los dirigentes árabes acerca del surgimiento de una amenaza iraní. Por una parte, al eliminar a Hamas estarían enviando un mensaje nada ambiguo a sus propios islamistas políticos; por otra, supone un mensaje para Irán de que desista de un conflicto que ha sido desde hace mucho tiempo interpretado como exclusivamente árabe-israelí. La ironía es que, a fin de asegurar la importancia del papel árabe en el conflicto, algunos árabes están haciendo movimientos históricos para normalizar relaciones con Israel a cambio de absolutamente nada.
De forma parecida, para asegurar su propia relevancia, el Fatah de Abbas está coordinándose activamente con Israel para destruir a su formidable oponente, que representa a la gran mayoría de los palestinos en los territorios ocupados y, podría decirse, también en el exterior. Para esto se necesita ayuda: dinero para asegurar la lealtad de sus seguidores, armas para oprimir a los oponentes, convalidación política para legitimarse a sí mismo como dirigente mundial, y nuevas leyes para deslegitimar el proceso legal y democrático que produjo la victoria de Hamas en enero de 2006. En un conflicto que es conocido por sus agonizantemente lentos movimientos, ninguna clase de milagro puede explicar cómo Abbas recibió tantos beneficios a una velocidad astronómica.
El momento en que Abbas declaró su inconstitucional gobierno de emergencia, como podría bien denominarse, se levantaron las agobiantes sanciones aunque, precisando más, tan sólo en Cisjordania. Para garantizar que no pueda llegar ayuda alguna a nadie que desafíe a su régimen, la oficina de Abbas revocó todas las licencias de todas las ONG que se encontraban operando en Palestina, obligándolas a presentar nuevas solicitudes. Las que fueran leales a Abbas, se quedaban. El resto, afuera.
También llegaron en abundancia armas y entrenamiento militar. Los palestinos, a los que se negó el derecho a defenderse a sí mismos y que durante décadas fueron descritos como «terroristas», de repente se convirtieron en los destinatarios de muchos alijos de armas que vienen de todas partes. Israel anunció el perdón para los militantes de Fatah; los combatientes por la libertad se convirtieron en gangster que ya no defienden más a su pueblo de la brutalidad israelí, pero que serán utilizados como arma militante lista para su uso contra Hamas cuando llegue el momento.
En cuanto a la legitimidad regional e internacional, la administración Bush «decidió» cambiar su política a otra de compromiso directo, haciendo un llamamiento para una conferencia internacional de paz en Oriente Medio. La conferencia tendrá de paz tan sólo el nombre, porque no va a abordar ninguna de las cuestiones más importantes que afectan a los palestinos y que han alimentado durante años el conflicto: el problema de los refugiados, Jerusalén y la definición de fronteras. Israel, desde luego, está deseando «hacer concesiones» siempre que estos esfuerzos lleven a formular que el conflicto es exclusivamente palestino y mientras no haya objeciones a su ilegal anexión de la tierra palestina en Cisjordania y Jerusalén.
La realidad es que no ha habido cambio alguno en la política exterior estadounidense respecto a Palestina. Los EEUU, Israel y unos cuantos regímenes árabes están siguiendo la misma vieja política que, simplemente, está siendo ajustada para adaptarla al nuevo contexto político.
Mientras que Abbas y sus hombres puedan regodearse con las muchas primas que están recibiendo a cambio de su papel de destruir el proyecto nacional palestino, el futuro probará que los «gestos de buena voluntad» de Israel, el apoyo del lobby israelí en Washington y las generosidades de última hora no van a durar mucho. Abbas podría fácilmente encontrarse prisionero en el sótano de su propio recinto presidencial, de igual manera que su predecesor, si llega a atreverse a afirmar los legítimos derechos de su pueblo, que son, con mucho, los auténticos perdedores de esta batalla sin escrúpulos.
Ramzy Baroud es un autor palestino-estadounidense y editor de PalestineChronicle.com. Sus trabajos se han publicado en numerosos periódicos y revistas de todo el mundo, incluidos el Washington Post, Japan Times, Al Ahram Weekly y Le Monde Diplomatique. Su libro más reciente es «The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle» (Pluto Press, London) y se puede conseguir en Amazon.com. Su página web es: ramzybaroud.net.
Enlace texto original:
http://weekly.ahram.org.eg/2007/855/re91.htm
Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión y Cubadebate