Carente de estrategia, la Autoridad Palestina (AP) ha recuperado su función de subcontratista de la ocupación israelí. Por fortuna, la fuente de poder palestino más rica se halla en la base.
El martes por la tarde, el Middle East Institute (MEI) organizó la primera parte de una serie de seminarios a través de la web sobre “El futuro de la política palestina bajo el gobierno Biden”. A pesar del vivo debate que se entabló entre destacados pensadores palestinos, al cabo de pocos minutos quedó claro cómo se iba a configurar el futuro.
Apenas iniciado el discurso de apertura, saltó la noticia de que la AP había decidido reanudar la coordinación civil y de seguridad con Israel, suspendida desde mayo por el presidente Mahmud Abbas en señal de protesta contra los planes de Israel de anexionar partes de la Cisjordania ocupada. Afirmando que habían obtenido garantías de que Israel se adheriría a sus acuerdos, el ministro de Asuntos Civiles de la AP, Hussein al-Sheij, saludó la decisión calificándola de “una victoria para nuestro pueblo palestino”.
La ironía no se les escapó a las personas que participaban en el seminario, que sacudieron la cabeza consternadas. De forma trágica, la Muqataa [sede de la Autoridad Nacional Palestina] había demostrado en tiempo real lo acertado de las críticas del orador a la dirección palestina. Tal como predijo el analista del Grupo de Crisis Tareq Baconi, el alivio de la ANP ante la victoria electoral de Joe Biden había vuelto a “despertar su infundada fe en que EE UU propiciará la creación del Estado palestino”, obligándola a volver a los acuerdos de Oslo con el fin de ganarse el favor del nuevo gobierno estadounidense. Este “gesto destinado al exterior”, señaló Baconi, irá probablemente en detrimento de los esfuerzos por unir a las facciones palestinas divididas, que ese mismo día estaban reunidas en El Cairo para proseguir las conversaciones de reconciliación.
Como era de esperar, Israel y quienes le apoyan han aplaudido la decisión de la AP como rectificación razonable de una política equivocada. Incluso observadores bien intencionados la han alabado como táctica necesaria para la supervivencia y para aliviar las penurias de las familias palestinas. No obstante, cualquier persona tentada de secundar esta aprobación debería contener su aplauso. Por decirlo crudamente, lo que se ensalza en este momento es el retorno de los esclavos al redil de su amo, creyendo que pueden negociar su acceso a la libertad cuando están obrando con una espada colgando encima de sus cabezas. A pesar de su fantasiosa proclamación de victoria, lo único que pueden negociar los palestinos son las condiciones de su cautiverio.
Falta de imaginación
¿Por qué ha revertido la AP su valiente política? Dicho en plata: quiebra. No solo quiebra financiera, sino de valores e ideas. Atrapadas por un mercado cautivo diseñado en Oslo, las arcas de la AP se han vaciado en los últimos años a causa de la malevolencia del gobierno Trump, las presiones de la Unión Europea para que reanude las negociaciones, la retención esporádica de los ingresos tributarios por parte de Israel y ahora la pandemia de coronavirus. Desde que abandonó la coordinación en el mes de mayo, la AP ha recortado los salarios de decenas de miles de empleadas y empleados del sector público y ha sido incapaz de prestar numerosos servicios básicos, en particular los que requerían un permiso, sin el consentimiento de Israel. Poniendo sal en la herida, los acuerdos de Israel con los Emiratos Árabes Unidos y Baréin han hecho añicos el consenso árabe de condicionar la normalización de relaciones a la cuestión palestina. Privado de amigos y fondos, el pueblo palestino tenía pocas posibilidades de escapar del limbo.
Igual de fatal, sin embargo, ha sido la falta absoluta de imaginación por parte de la elite política palestina. En los meses transcurridos desde que Abbas absolvió a su gobierno de sus compromisos de Oslo, la AP no ha propuesto ninguna estrategia alternativa para sacudirse de encima el control israelí o impulsar la autosuficiencia palestina. Desde hace tiempo no tiene que rendir cuentas, de modo que la AP no estaba interesada en mantener un debate público ni en discernir si la coordinación con Israel encaja en el interés nacional. Las conversaciones reanudadas entre Fatah y Hamás, que prometían la celebración de las primeras elecciones nacionales en 14 años, han sido recibidas en gran medida con escepticismo. En su lugar, la AP ha optado por la decisión ejecutiva de aceptar la ocupación como lo que ha sido durante más de 25 años: una fachada de autonomía palestina dentro de un régimen colonial israelí.
La preferencia de la AP por el statu quo ante es así tan engañosa como peligrosa. Al someterse de nuevo a los acuerdos de Oslo, la AP ha recuperado su solícita función de subcontratista de la ocupación israelí. Esto implica colaborar con las operaciones represivas del ejército israelí y aceptar la discrecionalidad de Israel sobre las actividades económicas de Palestina, sin posibilidades de detener la expansión de los asentamientos israelíes o sus abusos contra la población palestina. Este sistema de apartheid ya existía mucho antes de Trump y se mantendrá bajo Biden, aunque con el raído disfraz de un proceso de paz.
Israel, a su vez, ha revelado con descaro sus intenciones para el futuro. Este mes, el gobierno ha solicitado ofertas para la expansión del asentamiento de Givat Hamatos, en el este de Jerusalén, y ha realizado la operación de demolición más amplia desde hace años contra la comunidad de Humsa al-Fuqa, en el valle del Jordán. Durante su visita al asentamiento de Psagot el jueves, el secretario de Estado de EE UU, Mike Pompeo, anunció unas directrices de obligado cumplimiento por las que los productos importados del Área C de Cisjordania llevarán la indicación Made in Israel, y declaró que la Casa Blanca combatirá oficialmente el Movimiento BDS como campaña antisemita. El desprecio del amo por el esclavo no podía ser más claro.
Reorientar el poder
A la vista de estos acontecimientos, es descorazonador para el pueblo palestino contemplar hasta qué punto sus líderes se han rebajado a la condición de pedigüeños. Antaño un símbolo de la lucha anticolonial, la Organización por la Liberación de Palestina (OLP) se ha convertido en poco más que una partida presupuestaria de las estructuras nepotistas de la AP, como la calificó el diputado Mustafá Barghouti durante el seminario del MEI. Su “política de aquiescencia” con los dictados israelíes y estadounidenses, abundó la académica Noura Erakat, ha convertido a la OLP en una entidad “rancia y anticuada, que ha perdido el contacto con la calle palestina”. Al carecer de un foro para revivir y diversificar la política nacional, el movimiento de solidaridad con Palestina que ha crecido durante la pasada década también se quedará sin rumbo, añadió el empresario Sam Bahour.
Este reguero de pecios que está dejando la clase dominante palestina está simbolizado trágicamente por el legado de una de sus figuras más prominentes, Saeb Erekat, quien murió la semana pasada debido a complicaciones de covid-19. Durante mucho tiempo negociador jefe, Erekat ha sido ampliamente recordado como defensor apasionado de la causa palestina y cabeza visible de legiones de influyentes expertos sobre Palestina.
Para muchos palestinos, sin embargo, Erekat fue uno de los principales arquitectos y obstinado defensor del paradigma arcaico de Oslo. A pesar de sus repetidos ofrecimientos de dimisión –especialmente después de que unas filtraciones revelaran las trascendentes concesiones de la OLP en las conversaciones de paz–, Erekat se mantuvo en el cargo e incluso fue promovido a secretario general de la organización. El hecho de que sus socios en el gobierno hayan vuelto al redil de Oslo apenas unos días después de su muerte, es un horripilante recordatorio de que el proyecto al que dedicó su vida seguirá damnificando a su pueblo.
Contar con la caída de la OLP tras los desastres causados por sus líderes, no implica necesariamente desechar su potencial de reforma. Sin embargo, no corresponde al pueblo palestino y sus aliados llevar a cabo una política diferente mientras la OLP permanezca en su estado debilitante. Si la Muqataa no está dispuesta a devolver su poder al pueblo, la respuesta será construir poder desde abajo. Por fortuna, la fuente más rica de intelecto, debate y organización no se halla en los viejos políticos del pasado, sino en la vibrante juventud, la sociedad civil y los movimientos sociales. Y es allí a donde deberían dirigirse las energías y los recursos de todo el mundo.
Tenemos la suerte de que hay muchas vías para conseguirlo. Una nueva generación de activistas, pensadores, artistas, periodistas, educadoras críticas palestinas y más gente están rejuveneciendo la causa, forjando lazos desde el interior de Israel a los territorios ocupados y la diáspora.
Medios independientes en árabe e inglés amplifican las voces palestinas para reformular el discurso público. Los comités en las aldeas y colectivos de activistas en la base constituyen una primera línea de defensa contra la violencia de los colonos israelíes y la expansión de sus asentamientos. Institutos de estudios, grupos de apoyo, gabinetes jurídicos y organizaciones de derechos humanos mantienen a Palestina en la agenda global. El movimiento BDS avanza a cada vez mayor ritmo, exigiendo la imputación de Israel por sus actos. Aliados progresistas en EE UU incorporan los derechos del pueblo palestino en su actividad parlamentaria y la movilización en la base. La AP puede haber optado por volver al cautiverio, pero esto no significa que el pueblo tenga que dejarse aprisionar por sus cadenas.
Amjad Iraqi, analista político y redactor de +972 Magazine, es ciudadano palestino de Israel y vive en Haifa.
Traducción: viento sur