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Sobre el asesinato de Oscar Grant en California

La brutalidad policial como síntoma del colonialismo norteamericano

Fuentes: Rebelión

En 1953 el poeta martiniqués Aimée Césaire criticaba la excepcionalidad del holocausto nazi, denunciaba la hipocresía del humanismo burgués europeo en su incapacidad para comprender que el exterminio de los judíos no tenía nada de excepcional, era simplemente el último episodio en una larga serie de atrocidades justificadas en nombre de la civilización y los […]


En 1953 el poeta martiniqués Aimée Césaire criticaba la excepcionalidad del holocausto nazi, denunciaba la hipocresía del humanismo burgués europeo en su incapacidad para comprender que el exterminio de los judíos no tenía nada de excepcional, era simplemente el último episodio en una larga serie de atrocidades justificadas en nombre de la civilización y los valores del capitalismo burgués. Lo realmente excepcional, según la controvertida interpretación de Césaire, es haber aplicado dentro de Europa y contra el hombre blanco los procedimientos coloniales que hasta entonces se reservaban para los árabes en Algeria, los coolies en la India y los negros en África. Frente a la continúa expansión del imperialismo norteamericano en Oriente Medio, conviene no perder de vista el vínculo que establece Césaire entre «colonialismo externo» y «colonialismo interno», conviene no olvidar que las políticas exterminadoras promovidas en los territorios ocupados, se pueden replicar dentro del imperio, que el enemigo externo puede transformarse en enemigo interno.

La madrugada del 1 de enero del 2009 el mundo recibía el año nuevo con las imágenes de la población palestina de Gaza asediada entre sangre metralla y cascotes por la agresión del ejército Israelí. Mientras los aviones F-16 del ejército israelí masacraban a la población civil palestina con la excusa de desarmar los ataques de Hamas, en la ciudad californiana de Oakland, una de las ciudades del área metropolitana de la bahía de San Francisco, un policía del metro (BART) asesinaba a Oscar Grant, un afroamericano padre de una niña de cuatro años que trabajaba de carnicero en un supermercado local. Las imágenes grabadas en teléfonos móviles de Johannes Mehserle, el oficial de policía, ejecutando a Oscar Grant a sangre fría por la espalda y mientras estaba esposado y reducido por otro policía fueron inmediatamente expuestas en you tube para evitar que las autoridades locales pudieran negar la brutalidad de los hechos. La difusión de las imágenes generó rápidamente una ola de protestas entre los miembros de la comunidad afroamericana y los sectores de clase trabajadora de la ciudad, cansados de tolerar una situación de ocupación policial que criminaliza la pobreza y sistemáticamente tiene como objetivo acabar con la vida de jóvenes adolescentes, la mayoría latinos y negros. Grant es sólo el último de una larga serie de jóvenes de color asesinados por la policía en las calles de Oakland.

 

 

Entre los pósters que podían verse tanto en las protestas contra la brutalidad policial en Oakland como en las manifestaciones contra la ocupación Israelí de la franja Israelí de Gaza, uno llamaba poderosamente la atención. Los artistas locales Jesús Barraza y Melanie Cervantes crearon un póster en el que aparece la cara de Oscar Grant sobre las imágenes difuminadas de los refugiados palestinos de Gaza. Sobre el póster puede leerse: «Justicia para Oscar Grant, Justicia para Gaza. Acabemos con el terrorismo de estado en los guetos de Oakland y Palestina». Uno podría preguntarse, ¿qué tienen que ver Gaza y Oakland? ¿Qué tiene que ver la brutalidad del ejército israelí financiado y apoyado por Estados Unidos con el asesinato de un joven afroamericano en California? Para poder contestar a estas preguntas hay que romper con la identificación de Estados Unidos como un país formado exclusivamente por su clase dominante, mayoritariamente blanca, y repensar la relación entre colonialismo externo, racismo y lucha de clases.

Evidentemente la crisis humanitaria que está viviendo Gaza en estos días no se puede comparar cuantitativamente con la brutalidad policial en las calles de Oakland, Detroit o Nueva Orleáns, donde la policía también ha ejecutado recientemente a afroamericanos pobres. Lo que si se puede comparar es la lógica que subyace a ambas formas de violencia, su financiación y su «racionalización» en los medios de comunicación. Argumentar que la población de Gaza vive en una situación de ocupación me parece ahora mismo un truismo. Menos evidente, sin embargo, es percibir que los barrios pobres de Oakland y otras ciudades de Estados Unidos están sometidos a una lógica colonial de ocupación. En Oakland, por ejemplo, un 16,2% de las familias y un 19.4% de individuos viven por debajo del nivel de la pobreza. ¿La solución del Estado de California frente a estos problemas? Invertir 12 de billones de dólares para la construcción de 53,000 nuevas celdas para reclusos. 1 de cada 5 reclusos en los Estados Unidos proviene del estado de California, el 40% por ciento los reclusos en las prisiones norteamericanas son negros. ¿Cuál es la lógica? La ciudad de Oakland, como cualquier ciudad capitalista en el mundo, debe mantener un cierto nivel de desempleo para que la mano de obra siga manteniéndose a niveles bajos y así garantizar la acumulación de capital en uno de los estados más ricos del mundo. El complemento de esta lógica es la transfusión de los recursos de la educación al sistema industrial de prisiones. El crimen en Detroit o en Oakland no es más que una redistribución violenta de la riqueza hacia abajo que lucha como puede frente a una situación de injusticia y racismo estructurales. La petición de mano dura es la política de los capataces para encarcelar y forzar a trabajar a todos los que no se contentan con esta situación desoladora. Las prisiones en Estados Unidos funcionan como una concesión mixta entre el Estado y el capital privado que además explota a los reclusos en un régimen de semi-esclavitud que genera copiosos beneficios para estas industrias.

Pero más allá de las estadísticas, más allá de los helicópteros que también sobrevuelan los guetos de Oakland, la ocupación se caracteriza y se sostiene mediante un desprecio absoluto hacia la vida de las comunidades ocupadas, la vida de ciertas personas – los pobres, la clase obrera multirracial, los sobrantes– en Gaza o en Oakland no vale nada. Como ha explicado el filósofo italiano Giorgio Agamben, el estado moderno como instrumento de la expansión capitalista se funda sobre la producción de «vida desnuda». La «vida desnuda» es áquella vida que ha sido despojada de todos sus derechos y que por lo tanto puede ser exterminada sin que tal acto constituya un crimen. La existencia de inmigrantes indocumentados, la ocupación de Gaza, el asesinato de Oscar Grant son manifestaciones de este verdadero estado de excepción que se reserva el derecho de explotar y matar sin asumir responsabilidades legales.

Frente al espectáculo creciente de la transformación de grandes sectores de la población mundial en «vida desnuda» los organismos internacionales no pueden o no quieren hacer nada. Por si todo esto fuera poco, los medios de comunicación degradan y deshumanizan hasta el proceso de duelo de aquellos que mueren sin derechos y sin justicia. Hace unos días Santiago Alba Rico criticaba a un periodista del diario español El Mundo por calificar los funerales palestinos en Gaza de «exhibicionistas» y por representar a los Palestinos como » primitivos, emocionales, gritones, amenazadores», en suma como sujetos irracionales, casi animales. En Oakland, a los medios de comunicación sólo les interesa pasar una y otra vez las imágenes de un coche de policía ardiendo o los ataques a los comercios de una multitud enfervorizada por el asesinato de Oscar Grant. El ataque contra la sacrosanta institución de la propiedad privada de estos «seres irracionales» se superpone a la impotencia de una población diariamente oprimida, nadie quiere entender que la destrucción de locales comerciales y coches de policía es la respuesta de los que no tienen acceso a la esfera publica para expresar ciertas asimetrías de poder brutales. Poco importa que los manifestantes estén pidiendo que se procese al oficial de policía que disparó a quemarropa a Oscar Grant o que la presidenta de la asociación de comerciantes de la calle 17, «victima» de los ataques, se solidarice con la familia de Grant. Todo eso no importa, sólo importa el morbo deshistorizado de la violencia, la descalificación de toda forma de resistencia frente a la opresión.

Tirar una piedra contra un tanque Israelí o contra un escaparate de la calle 17 en Oakland, es el modo en que resisten los débiles frente a la ocupación y el aparato militar de los poderosos, del estado terrorista de Israel y su aliado el imperio norteamericano. Y sí, la lógica de la ocupación en Irak, Afganistán o Palestina tiene su replica en las calles de Oakland, donde el estado norteamericano también usa su aparato bélico para librar una guerra de baja intensidad, más silenciosa, pero no menos violenta, contra los sectores más desfavorecidos, contra las minorías segregadas en guetos, contra los pobres.

Tal vez este recorrido de ida y vuelta entre la violencia en Oriente Medio y la violencia en Estados Unidos parezca ajeno al Estado español, pero España no es un observador neutral: los aviones del imperio repostan en suelo español, el ejército español sigue luchando en las guerras del imperio en Afganistán. Por eso, además de manifestarnos como lo hacemos a favor del pueblo Palestino, haríamos bien en cuestionar la complicidad del Estado español en estas guerras, la venta de armas a Israel y el hecho de que la policía española no haya dejado nunca de torturar. Establecer está conexión entre lo que pasa dentro y fuera de nuestras fronteras, entre el colonialismo externo y sus manifestaciones internas, nos permitirá solidarizarnos con el pueblo palestino no simplemente por caridad o como quién se apiada de algo que pasa en un país muy, muy lejano. En las calles de Oakland codo a codo seguimos gritando: Justicia para Oscar Grant, justicia para el pueblo de Gaza, que termine la ocupación. Por ellos y por nosotros, libertad ya.