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Entrevista a Francisco Báez Baquet sobre "Amianto: un genocidio impune" (XXIII)

«La ciencia corrupta no busca la verdad, sino la falsa concordancia de los supuestos resultados con los intereses de quienes subvencionan»

Fuentes: Rebelión

Francisco Báez, ex trabajador de Uralita en Sevilla, inició en los años 70 del pasado siglo la lucha contra este industria de la muerte desde las filas del sindicato de CCOO. Ha dedicado más de 40 años a la investigación sobre el amianto. Paco Puche, otro luchador imprescindible, reseñó su obra (escrito editado en las […]

Francisco Báez, ex trabajador de Uralita en Sevilla, inició en los años 70 del pasado siglo la lucha contra este industria de la muerte desde las filas del sindicato de CCOO. Ha dedicado más de 40 años a la investigación sobre el amianto. Paco Puche, otro luchador imprescindible, reseñó su obra (escrito editado en las páginas de Rebelión.org).

***

Estábamos en el 1.6. «Ciencia, negocio y asbesto», un apartado extenso. Le pregunto sin entrar en mucho detalles, no por falta de interés desde luego. Antes de ello. Me llega esta noticia, esta lamentable noticia de Perú: «este Gobierno desestimando el conocimiento existente sobre el crisotilo, viene de promulgar un DS que legitima sus usos en el país!! La industria del amianto articuló bien sus redes en el Ministerio de Salud y logró sacar el Reglamento de la Ley 29662 (que será aplicado en 180 días) que establece el uso regulado y nos coloca como un mercado abierto sin restricción alguna para el crisotilo!! El Reglamento es un descaro de abandono y desconocimiento, adrede, del problema». ¿Qué puede decirnos de esta información?

Que me reafirma en mi percepción de que se está perdiendo la batalla por alcanzar una prohibición universal del asbesto, y que, siendo consecuentes, habría que ir pensando en articular otra estrategia distinta, para poder alcanzar, por otras vías, la misma meta, que no es otra que la de conseguir, en beneficio de toda la Humanidad, que el amianto, en todas sus variedades, crisotilo o amianto blanco incluido, cese de ser extraído, transportado, comercializado y usado, en todo el planeta. Es esa convicción la que inspira mi decisión de proponer, dentro de tres semanas, y en Roma, la declaración de un manifiesto, que trata precisamente de contribuir decisivamente a que se llegue a alcanzar esa ansiada meta, en un plazo razonable.

Pero eso que apunta, ¿no es casi una tarea sobrehumana? ¿No estará soñando? El cese que señala: ¿debería ser inmediato?

Todo estribaría en «poner el palo en la rueda», justo allí donde se produce un «cuello de botella», logrando hacer infranqueables a los puntos clave en el tráfico marítimo: los puertos habituales de carga o descarga del amianto en bruto y de su principal producto elaborado, el amianto-cemento. No es fácil lograrlo, pero es mejor que resignarse y cruzarse de brazos, habida cuenta de que la prohibición, país a país, parece que es ya una herramienta bastante embotada. Esa es la imperecedera lección histórica de los Gracos: que sean «los ricos» (en nuestro caso, los directivos y grandes inversores del amianto), los que, con sus manos, tengan que hacer el trabajo sucio (en nuestra ocasión, la estiba, almacenamiento y desestiba, que está permitiendo que siga fluyendo el criminal comercio). A mi modo de ver, el mero planteamiento, ya supone un revulsivo revolucionario, en las plácidas aguas del establishment neoliberal, que prioriza la libertad de comercio, sea cual sea la naturaleza de la mercancía, y por encima de cualquier otra consideración humanitaria, ética, moral, deontológica, o como le queramos llamar.

Su modo de ver es más que pertinente. Otra noticia más: «Víctimas del amianto piden a las empresas dejar de recurrir las sentencias.» Creo que ha sido la Asociación Vasca de Víctimas del Amianto, Asviamie. ¿Podrán conseguir algo? Asviamie ha hecho esta petición, lo sé también por usted, después de que el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco haya rechazado un recurso presentado por la compañía Ercros contra la decisión del Juzgado de lo Social número 4 de San Sebastián que le obliga compensar con 92.882 euros a la familia de una mujer fallecida en 2012 por un mesotelioma derivado de la exposición laboral al amianto en la planta de Productos Aislantes (Paisa) de Errenteria (Gipuzkoa). ¿Sabe qué le pasó a esta mujer trabajadora?

Las «credenciales» de la empresa demandada, «Paisa», las podemos resumir en un par de citas. El 19 de diciembre de 2008, Comisiones Obreras emitía un comunicado titulado «Fallece la tercera mujer ex trabajadora de Paisa de Rentería, víctima de amianto». En él se decía lo siguiente:

«En noviembre de 2007 fallecía en Enterría María Isabel Tobías, de 58 años, víctima de un Mesotelioma o cáncer Pleural, tras trabajar entre 1968 y 1971, al igual que otras muchas mujeres, en la empresa Productos Aislantes SA (más conocida como PAISA y hoy ya cerrada). Con anterioridad, la actuación sindical de CCOO posibilitó que a esta trabajadora se le reconociera la Incapacidad Absoluta por enfermedad profesional, al demostrar que el amianto era uno de los componentes de las piezas de Baquelita fabricadas, aunque la empresa jamás declaró trabajar con amianto e incumplía la norma que impedía que mujeres menores de 21 años estuvieran expuestas al amianto… También se había confirmado por esas fechas, la muerte años atrás de Begoña Albizu, por un Mesotelioma o Cáncer de pleura derivado del amianto, y de otros compañeros a los que se diagnosticó cáncer de pulmón… El pasado julio, a otra ex trabajadora de Paisa desde 1957 hasta su cierre, Raquel Martínez Caballero, se le observó un engrosamiento pleural… Raquel fallecía recientemente a consecuencia del Cáncer de Pleura».

La otra cita, corresponde al emotivo documental «La plaza de la música», realizado por el hijo de una víctima no ocupacional del mesotelioma originado por el amianto utilizado en la empresa Paisa. Su balcón quedaba al lado de una tobera de extracción, que vertía al exterior el aire polucionado de dicha factoría. En la dirección http://www.archive.org/details/PlazaDeLaMusica puede visualizarse online la película y puede descargarse en diversos formatos.

Permítame un par de observaciones sobre esta cuestión.

Adelante, adelante, cuando quiera.

La primera, es que si realizamos una búsqueda automática de sentencias en la web del Consejo General del Poder Judicial, combinando los términos «baquelita» y «amianto», obtenemos un total de cinco sentencias, pero ninguna corresponde a esta empresa, que tampoco aparece bajo otros términos de búsqueda, como es, por ejemplo, su propio nombre. La segunda observación es que, en estos casos de empresas desaparecidas, con comportamientos manifiestamente delictivos y con evidente dolo causado, lo que frecuentemente no han desaparecido, en cambio, son sus directivos, propietarios o accionistas principales.

¿Y dónde están esos directivos, propietarios o accionistas principales? ¿No se les persigue judicialmente?

En España tendría que hacerse forzosamente por la vía penal, una vía penosa para el demandante, y que habitualmente es evitada, por las dificultades procesales y prácticas que presupone. No obstante, he de advertir que, en mi opinión, esa «tentación» representaría además un probable riesgo más. Si ya, cuando lo que está en juego es «sólo» dinero, se defienden como gato panza arriba, ¿qué no estarían dispuestos a hacer, si fuera mucho más lo que se jugaran?… La tentación de recurrir a tretas de «guerra sucia», estaría muy incrementada.

Seguro que sí. Otro mensaje que he recibido de usted. Lo reproduzco: «José Félix Casado es un ex trabajador del amianto, cuyos efectos le mantienen forzosamente en una silla de ruedas (está operado, con un pulmón eliminado, quiero recordar). Salvo eso, su aspecto es «vueno», con uve de veneno. El mini-reportaje, que no pude ver bien al completo, porque en casa lo pillamos «de milagro», versaba sobre un gran vertedero ilegal, en el que abunda el amianto, que el viento viene a esparcir por todo el entorno habitado. Lo grabaron hace ya algún tiempo, y yo ya creía que no lo iban a emitir. Él exhibe mi libro en sus manos, y apenas le dejan decir algo sobre él, porque le cortan, con las prisas y superficialidad de la «tele», como siempre. Si se hubiera tratado de las declaraciones de una folklórica…». ¿Dónde ese vertedero ilegal en el que abunda el amianto?

Se trata de un vertedero ilegal e incontrolado, situado entre Valdemoro y Pinto, en dirección a Toledo, según tengo entendido. Su existencia ha sido advertida, gracias a una denuncia anónima. En él, al parecer, el amianto es un peligroso componente más, entre toda suerte de basuras y de residuos diversos.

Vuelvo -¡al fin pensará usted!- al apartado 1.6 de su libro. ¿Son de fiar los expertos? Creo que usted no tiene una buena opinión de Allen R. Gibbs. ¿Por qué? Lo mismo pienso que le ocurre en el caso de Arthur M. Langer.

Evidentemente, no todos los expertos son de fiar. Para empezar, no todas las disciplinas científicas, en relación con esta cuestión, son equiparables. No es probable que tengamos ese tipo de problemas, en Paleontología, en Astronomía o en Matemáticas, pongamos por caso, donde no es previsible que puedan mediar intereses económicos, ocultos o manifiestos. Al propio tiempo, ciertas áreas del saber científico actúan con «atractores», si se me permite hacer uso de ese término, procedente, precisamente, del ámbito científico, pero cuyo mero nombre ya nos permite intuir lo esencial de su naturaleza y comportamiento. Todo lo relacionado con la nocividad del amianto, incide plenamente en esa sospechosa condición.

Vayamos ahora con lo del señor Gibbs. Sobre ese «pájaro» tengo escrito:

«La concurrencia, en una misma persona, de un doble rol, como experto contribuyente al progreso científico (que ha de suponérsele neutral), y de experto asesor de compañías demandadas por afectados por patologías derivadas de la exposición a un cancerígeno, como es el caso del amianto, sitúa al experto en cuestión, sobre la cuerda floja de la ambigüedad y del conflicto de intereses.

Analicemos, por ejemplo, el caso del doctor Allen R. Gibbs, con una amplia presencia en nuestra bibliografía, incluyendo su condición de coeditor de un libro monográfico sobre las patologías del asbesto, y al que, al propio tiempo, se le pueden contabilizar, como mínimo, hasta trece intervenciones como experto, en litigios, a favor de compañías demandadas por daños causados por la exposición al amianto.

Entre las empresas que le han remunerado por sus servicios, encontramos a compañías, tales como: Union Carbide Corporation, AcandS, Inc., Asbestos Corporation Limited, Owens-Corning, Kaiser Gypsum, Bondex International, Inc., Union Carbide Chemicals and Plastics Company, Inc., American Standard, Inc., etc. Algunas, como es el caso de Bondex International, Inc, o Lorillard Tobacco Company, incluso habiendo actuado así, en más de una ocasión. Respecto de esta última empresa, hemos de aclarar, que aun cuando no se trata de una empresa del amianto, no obstante, en dos litigios en los que el señor Gibbs intervino como experto, el concepto «asbestos» fue citado, 336 y 97 veces, respectivamente.

Que sepamos, el doctor Allen R. Gibbs, jamás ha actuado como experto, a favor de las víctimas del amianto. Su neutralidad científica, por consiguiente, en el caso de que exista, no parece evidente que pueda trascender más allá del ámbito estrictamente académico, y aun dentro de él, nos parece que suponérsela ha de ser más bien una cuestión de fe.

Sí lo veremos, en cambio, como uno de los siete co-firmantes de un artículo editorial editado por el «Chrysotile Institute», bajo el expresivo título de: «For safe and responsible use of chrysotile». No se trata, evidentemente, del mantra ansiolítico de un sindicalista que confunde deseos con realidades, sino de un experto que presta (¿gratis?) su respaldo a una tesis, cuyas letales consecuencias él no puede ignorar. Son justamente esos mismos «siete magníficos» co-firmantes, los que también suscriben un artículo insertado en «Indoor and Built Environment» (que no es una publicación médica, y menos aún, prestigiada), y titulado: Misconceptions and Misuse of International Agency for Research on Cancer «Classification of Carcinogenic Substances»: The Case of Asbestos, artículo que el «Chrysotile Institute» se encargará de difundir, más allá de la limitada accesibilidad de la citada revista. Hay descalificaciones, que sólo desprestigian a quienes las formulan».

No está mal. Tiene razón, está más que justificado el uso del término zoológico que ha empleado.

En cuanto a Arthur M. Langer, lo que tengo asimismo escrito, es lo siguiente:

«De más difícil digestión intelectual es el caso de otro de los co-firmantes de los dos documentos antes citados, el del geólogo Arthur M. Langer, con decenas de trabajos publicados sobre el asbesto y sus patologías asociadas, algunos de ellos con especial relevancia, por haber contribuido a situar el problema en sus justos parámetros, muchos de esos artículos, citados en nuestra bibliografía, y bastante de los mismos, realizados en co-autoría con el doctor Selikoff. Es inevitable que los casos de Doll y Wagner, de los que nos ocupamos también, acudan a nuestra mente, como hipótesis explicativa, para, por analogía, tratar de entender este otro caso de alineamiento con los adversarios de ayer, de este… llamémosle así, ‘cambio de chaqueta».

¿Por qué esos cambios de chaqueta a los que usted alude? ¿Tan poca solidez tienen las posiciones de algunos científicos? ¿La ciencia está corrompida?

Habría que empezar por asumir que la diversidad de comportamientos humanos posiblemente ha sido un elemento de supervivencia que la Evolución de nuestra especie favoreció. Es lo que la sabiduría popular vendría a condensar en la expresión «hay gente pa tó«, incluyendo, evidentemente, a los comportamientos más extremos, como, por ejemplo, el de la historia de Pony, orangután hembra, esclavizada como prostituta en Indonesia, con los labios pintados, el cuerpo totalmente afeitado, y profusamente enjoyada; rescatarla de esa tristísima condición, fue una peligrosa aventura, afrontando la enfurecida reacción de los lugareños, los potenciales clientes masculinos de tan exitosa como involuntaria hetaira antropoide.

Después tendríamos lo que son las condiciones de entorno. Desde Durkheim sabemos que tales condiciones, de tiempo y lugar, juegan un insospechado papel, incluso en cuestiones tan personalísimas como es el suicidio, quedando evidencia estadística de que factores tales, como la hora del día, el día de la semana, o las condiciones meteorológicas, tienen su influencia, nada desdeñable. Está por demostrar, en mi opinión, que no exista un fondo irreductible en la condición humana, que quizás siempre escapará a una explicación racional.

Sentadas esas premisas, la hipótesis del móvil crematístico es la más plausible. Pero no olvidemos que, bajo la misma, en exclusividad, ciertos comportamientos no acaban de entenderse.

¿Alguna ilustración?

Me viene a la memoria, por ejemplo, el caso del gran maestro, entre los revolucionarios bolcheviques, en el arte de urdir rocambolescas conspiraciones; ese personaje se enfrentaba a «la horma a su zapato»: un extraordinario estratega de la policía zarista, que sistemáticamente lograba desbaratar todos los planes del adversario bolchevique. Ambos se tenían jurada sangrienta venganza, a la menor oportunidad, según testigos presenciales de sus respectivos epítetos. Al final se descubrió, por parte de los asombrados agentes de la Ojrana, la policía secreta zarista, que ambos personajes, en realidad, eran uno solo, que alternativamente asumía los dos roles.

Ni idea del tema, no sabía nada. ¿Y quién era ese agente, maestro de los revolucionarios bolcheviques, que era dos en uno?

Es sabido que es más importante poder localizar la fuente, que haber retenido el dato. Desafortunadamente, en esta ocasión, al completo no dispongo de lo primero, sino sólo parcialmente, y nada de lo segundo. La revista Algo tuvo una etapa, anterior a nuestra guerra civil, que en mi opinión se caracterizó por la amenidad y el rigor de los trabajos que en ella se publicaron. Mi difunto padre las coleccionaba, y yo tenía ocasión de leerlas. En uno de sus ejemplares, es donde se relataba la singular historia del agente doble de la Ojrana, cuyo nombre no logro recordar. Con el paso de los años, esos ejemplares de la revista se extraviaron, y a mí, desde mi adolescencia, sólo me quedó el imborrable recuerdo de la peripecia vital de tan rocambolesco personaje de la vida real. He tratado de recuperar la historia completa, a través de Internet, sin conseguirlo. A lo mejor ahora algún amable lector pudiera ayudarnos en esto.

Usted explica el caso de un trabajo de B. Price sobre el talco. ¿Cree que está comprado por la empresa RT Vaderbilt Company, Inc? Si fuera así, ¿cómo consigue publicar su «trabajo de investigación»?

En el caso del señor Price, que es un verdadero experto, y eso nadie lo duda, yo me limito a hacer un exhaustivo recorrido por todas sus conexiones -contratos remunerados de por medio-, con la industria vinculada al talco y al amianto, y con los bufetes de abogados igualmente vinculados a lo mismo. En esas condiciones, que no se hacen patentes en el artículo comentado, y que yo tuve que indagar por mí mismo, parece imposible la objetividad, cuando además, «casualmente», son las tesis exculpatorias de sus contratantes, las que precisamente se vienen a querer justificar en el referido trabajo.

En cuanto a lo que usted dice, de que cómo en esas condiciones logró publicarlo, debo decirle que, por desgracia, no se trata de un caso aislado, y eso es precisamente lo que yo denuncio.

¿No es un caso aislado? ¿Qué otros casos conoce?

Bueno, con esto nos estamos adelantando ya al contenido del sub-capítulo 1.10. 

Vaya por Dios. Por favor, ¡háganos un pequeño adelanto!

Le citaré algunos de los autores correspondientes, mencionados en mi libro (sin pretender ser exhaustivo, ni mucho menos). Todos estos nombres corresponden a los respectivos autores de tal tipo de trabajos «trucados»: A. Sharon, J. Corbett McDonald, Grahan Gibbs, Scott Houston, Michel Lesage, Jacques Dunnigan, Henry Anderson, James M. Antonini, Joseph D. Brain, Hjalmar Brismar, John C. Burnham, Jean Lai, Arthur Langer, Theodore R. Marmor, Robert Murray, Eben H. Oldmixon, Dennis C. Paustenbach, Rick A. Rogers, David A. Schwartz, Kenny S. Crump, Wayne Berman, Bruce W. Case, André Dufresne, John A. Hoskin, Ericson Bagatin, Mario Terra-Filho, John Bridle, Michael Goodman, David Garabrant, Mary Jane Teta, Patrick Hessel, Patrick Sheehan, Elizabeth Lu, Gregory Brorby, Brent Finley, David M. Bernstein, D. C. Braun, T. D. Truan, etc., etc. A alguno lo he resaltado en negritas, «por méritos propios». Mención aparte merecen los doctores Wagner y Doll, que primero hicieron avances decisivos en la investigación (mesotelioma y cáncer pulmonar, respectivamente), y después pasaron a publicar trabajos de «extraño» contenido, incluso abiertamente contradictorio con sus precedentes hallazgos, y todo ello a partir, como después se pudo demostrar, de ser «subvencionados» «por debajo del mantel», por la industria del amianto.

En todo este asunto del que hablamos, ¿qué papel juegan los grandes bufetes? ¿Siervos de las multinacionales?

Habitualmente, los bufetes de abogados que se dedican a defender a las empresas demandadas, no suelen simultanearlo con una defensa, en otros litigios, de las víctimas. De esa forma se evitan conflictos de intereses. Obviamente, son los clientes corporativos los que están en condiciones de afrontar las suculentas minutas de los defensores mejor cotizados, y en reciprocidad, son los bufetes que priorizan el factor económico, a la hora de aceptar un encargo de defensa, los que terminan casando oferta y demanda.

¿Alguno de estos bufetes es especialmente peligroso?

No lo sé; no me consta. A veces, su triunfo es un mero aprovechamiento de la debilidad de su adversario en el litigio. En España, también.

¿General Electric Company también usa amianto en sus productos? ¿Y la General Motors y Ford?

No le quepa la menor duda, en relación con las empresas precitadas. La industria automovilística, que ha hecho tradicionalmente un generoso uso del amianto en diversos componentes de su producto acabado, ha sido de las más manipuladoras a la hora de inundar las publicaciones con numerosos trabajos de pseudociencia, cuya verdadera naturaleza no siempre es fácil descubrir, sobre todo por parte de quienes no están prevenidos de lo que se cuece en trastienda. Especialmente abusivos y espurios, han sido los estudios epidemiológicos, los más fáciles de manipular pro domo sua.

¿Tiene algún ejemplo a mano?

Bueno, eso ya tuvimos oportunidad de haberlo considerado, con ocasión de su entrevista número once, en la que abordábamos el contenido del sub-capítulo 1.3 de mi libro, pero yo, evidentemente, tengo que ajustar mis respuestas a lo que en concreto usted me pregunta en cada ocasión. Ahí podríamos haber tenido coyuntura para habernos referido, por ejemplo, al artículo sobre la empresa «Isasbest», escrito por A. Sharon, y publicado por la revista » American Journal of Industrial Medicine» en 1986. Pero eso es normal que ocurra. No vamos a volcar aquí todo el contenido de mi libro. Algo hay que dejar en la penumbra, para que al menos alguno de los lectores se animen a comprarlo. Hay que propiciar su difusión, ¿verdad?…

Los ejecutivos de estas empresas son en muchos casos economistas o juristas. ¿Conocen realmente que los productos que fabrican sus empresas contienen productos cancerígenos?

Por lo menos de algo no hay duda, y es de su obligación de saberlo. Además, a la vista de cómo se han desarrollado los acontecimientos, durante años y años, esa supuesta ignorancia sería sencillamente inconcebible, imposible de creer.

¿Existe entonces en su opinión, o bien no existe, la neutralidad científica, el amor desinteresado por la verdad? ¿La economía corrompe la ciencia?

Sí lo primero, y sí lo segundo. Existe la neutralidad científica, pero, en una cierta proporción que por desgracia no es pequeña, es corrompida.

¿Qué consecuencia tiene, a propósito del trabajo de Price, la contaminación del talco por amianto tremolita? Por cierto, ¿también el talco cosmético?

La tremolita, dentro de las variedades de amianto, pertenece al grupo de los anfíboles, reputados como los más cancerígenos. De entre los anfíboles, es la tremolita, que también contamina de forma natural al crisotilo o amianto blanco, la variedad más cancerígena, aunque es la crocidolita (amianto azul) la que en la práctica carga con ese sambenito, en razón de la amplitud de su uso comercial en el pasado, mientras que la tremolita habitualmente no ha sido más que un contaminante indeseado.

El talco contaminado por anfíboles, generalmente es el llamado talco industrial, responsable de no pocos mesoteliomas, también en España, pero el talco cosmético, en menor grado, también tiene esa contaminación, y excepcionalmente ha sido causante de mesotelioma, concretamente en un peluquero que no tuvo ninguna otra fuente conocida de contaminarse por asbesto.

¿A qué llama usted ciencia corrupta?

A aquella que no busca la verdad, sino la falsa concordancia de los supuestos resultados, con los intereses de quienes subvencionan, frecuentemente de forma oculta, con mera apariencia de neutralidad, tales espurios estudios, viciados de origen.

Por cierto, ¿cuál es la etimología de amianto? Creo que hay una curiosa paradoja en ese punto.

Esa es buena, «amianto» quiere decir incorruptible, y evidentemente hace referencia al hecho de que, a diferencia de los tejidos confeccionados con fibras orgánicas, animales o vegetales, los tejidos hechos con amianto jamás se deterioran por el mero paso del tiempo, en ausencia de otros factores de desgaste o de disgregación.

Pasamos al 1.7, «Patrocinios y sus engendros», si le parece

Me parece.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.