Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
Ya sea que la cadena de escándalos que acosa al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, lo conduzca a su renuncia o no, importa poco.
Aunque casi la mitad de los israelíes encuestados en julio pasado -mucho antes de que los escándalos tomaran un giro mucho más sucio- cree que Netanyahu es corrupto, la mayoría de los israelíes dijo que aún así votaría por él.
Una encuesta reciente realizada por el Canal 10 de Israel concluyó que si se celebraran elecciones generales hoy Netanyahu obtendría el 28%, mientras que sus contendientes más cercanos, Avi Gabbay del Campo Sionista y Yair Lapid de Yesh Atid obtendrían el 11% de los votos.
«La próxima etapa que se acerca es que los ciudadanos de Israel reelijan a un criminal como líder y le confíen su destino», escribió Akiva Eldar, un destacado columnista israelí, en respuesta a la continua popularidad de Netanyahu, a pesar de las acusaciones de corrupción y a las repetidas investigaciones policiales .
Pero Eldar no debería sorprenderse. La corrupción política, el soborno y el mal uso de los fondos públicos han sido la norma, no la excepción, en la política israelí.
Alex Roy lo resume de manera más sucinta en un artículo reciente del Times of Israel: «El hecho de que (Netanyahu) todavía tenga buenas posibilidades de ser el primer ministro después de estas próximas elecciones dice mucho acerca de lo acostumbrados estamos a la corrupción».
Roy escribió que su país «se ha acostumbrado a los políticos criminales» simplemente porque «cada primer ministro en el último cuarto de siglo ha enfrentado en algún momento cargos criminales».
Tiene razón, pero hay dos puntos principales que faltan en la discusión, que hasta hace poco se limitaba principalmente a los medios israelíes.
En primer lugar la naturaleza de la supuesta mala conducta de Netanyahu es diferente de la de sus predecesores. Esto es muy importante.
En segundo lugar la aparente aceptación de la sociedad israelí de políticos corruptos podría tener menos que ver con la suposición de que se han «acostumbrado» a la idea y más con el hecho de que la cultura, como un todo, se ha corrompido. Y hay una razón para eso.
Para dilucidar, la supuesta corrupción de Netanyahu es bastante diferente de la del ex primer ministro israelí Ehud Olmert.
Olmert era corrupto a la vieja usanza. En 2006 fue encontrado culpable de aceptar sobornos mientras servía como alcalde de Jerusalén. En 2012 fue condenado por abuso de confianza y soborno, esta vez como primer ministro. En 2015 fue sentenciado a seis años de prisión.
Otros altos funcionarios israelíes también fueron acusados, incluido el presidente Moshe Katsav, que fue declarado culpable de violación y obstrucción a la justicia.
Estos cargos permanecieron en gran parte confinados a una o dos personas, lo que hace que la naturaleza de la conspiración sea bastante limitada. Los expertos de los medios israelíes y occidentales utilizaron tales procesamientos para hacer una observación sobre la salud de la democracia de Israel, especialmente cuando se compara con sus vecinos árabes.
Las cosas son diferentes bajo Netanyahu. La corrupción en Israel se está pareciendo cada vez más a las operaciones de la mafia, vinculada a funcionarios públicos elegidos, jefes militares, abogados reconocidos y grandes compañías.
La naturaleza de las investigaciones que se acercan a Netanyahu apunta a este hecho.
Netanyahu está involucrado en el «Archivo 1000», donde el Primer Ministro y su esposa aceptaron regalos de gran valor financiero de un reconocido productor de Hollywood, Arnon Milchan, a cambio de favores que de confirmarse requerían que Netanyahu usara su influencia política como Primer Ministro.
«Archivo 2000» es el asunto «Yisrael Hayom». En este caso Netanyahu llegó a un acuerdo secreto con el editor del importante periódico Yedioth Ahronoth, Arnon Mozes. Según el acuerdo Yedioth acordó reducir sus críticas a las políticas de Netanyahu a cambio de la promesa de este de disminuir la venta de un periódico rival, Israel Hayom.
Yisrael Hayom es propiedad del magnate de negocios estadounidense pro-israelí, Sheldon Adelson, cercano y poderoso aliado de Netanyahu hasta que surgió la noticia del acuerdo con Yedioth. Desde entonces, Yisrael Hayom se volvió contra Netanyahu.
«Archivo 3000» es el asunto de los submarinos alemanes. Los principales asesores de seguridad nacional, todos estrechamente alineados con Netanyahu, participaron en la compra de submarinos alemanes que se consideraron innecesarios, pero costaron al Gobierno miles de millones de dólares. Grandes sumas de este dinero fueron desviadas al círculo íntimo de Netanyahu y transferidas a cuentas bancarias secretas y privadas.
Este caso, en particular, es significativo con respecto a la corrupción generalizada en los estratos superiores de Israel.
En esta investigación son fundamentales los primos y los dos confidentes más cercanos de Netanyahu: su abogado personal, David Shimron y el «ministro de facto de relaciones exteriores» del país, Isaac Molcho. Este último ha logrado construir una red impresionante, pero en gran medida oculta, para Netanyahu, donde las líneas de la política exterior, los contratos masivos del Gobierno y las transacciones comerciales personales son en gran medida borrosas.
También está el «asunto Berzeq» que involucra al gigante israelí de las telecomunicaciones, Berzeq, y al amigo y aliado político de Netanyahu, Shlomo Filber.
Netanyahu fue ministro de Comunicación hasta que el tribunal le ordenó dimitir en 2016. Según informes de los medios, Filber, su sustituto elegido a dedo, desempeñó el papel de «espía» de la central de telecomunicaciones para garantizar que se comuniquen primero a la compañía las decisiones críticas del Gobierno.
Lo más intrigante sobre la corrupción de Netanyahu es que no es un reflejo de él solo, se trata de corrupción que involucra a una gran red de las altas esferas de Israel.
Es mayor la disposición del público israelí a aceptar la corrupción, que su capacidad para detenerla.
La corrupción en la sociedad israelí se ha vuelto particularmente endémica después de la ocupación de Jerusalén Este, Cisjordania y Gaza en 1967. La idea de que los israelíes comunes pueden mudarse a una casa palestina, expulsar a la familia, reclamar la casa como propia, con todo el apoyo de los militares, el Gobierno y el tribunal, ejemplifica la corrupción moral en el más alto grado.
Era solo cuestión de tiempo que este estallido masivo de corrupción -la ocupación militar, la empresa de las colonias, el blanqueamiento de los crímenes israelíes en los medios de comunicación- volviera a la sociedad israelí, que se ha corrompido hasta el fondo.
Mientras que los israelíes pudieron haberse «acostumbrado» a su propia corrupción, los palestinos no, porque el precio de la corrupción moral de Israel es demasiado alto para ellos.
Ramzy Baroud es periodista, autor y editor de Palestine Chronicle. Su próximo libro es ‘The Last Earth: A Palestinian Story’ (Pluto Press, London) . Baroud tiene un Ph.D. en Estudios de Palestina de la Universidad de Exeter y es Académico No Residente en el Centro de Estudios Globales e Internacionales de Orfalea, Universidad de California en Santa Bárbara. Su web es www.ramzybaroud.net.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.