Traducido del inglés para Rebelión por J.M.
La aldea palestina de Suhmata en la década de 1950 antes de su destrucción por Israel. (Foto: Palestine Remembered)
Estimada señora May,
Estuve en Londres para una visita de verano hace unos años. Después de un largo día, me dirigí a Pret a tomar una taza de café y un falafel enrollado. A los pocos minutos, cuando estaba a punto de comer mi falafel, un hombre sentado a mi lado comenzó una conversación conmigo sobre el clima. Cuando llegamos a la parte de la conversación en la que le dije que estaba en Londres solo de visita, me preguntó de dónde era. «Palestina», dije.
«Me gustan los palestinos», respondió. «¿Pero sabe qué pasa con los palestinos?», siguió.
«¿Qué?», Respondí, curiosa sobre lo que estaba a punto de compartir.
«El problema es que los palestinos no pueden seguir adelante. Lo que sucedió ha sucedido, ¿pero qué van a hacer a continuación y cuándo comenzarán a mirar hacia el futuro, en lugar de seguir atrapados en el pasado? No le respondí entonces, pero le prometí que le consagraría un pensamiento.
Nunca pensé en esa conversación hasta hace poco. En realidad, específicamente hasta hace cuatro días. Vea, señora May, este pasado 30 de octubre marcó el 69 aniversario de la caída de mi pequeño pueblo de Palestina –Suhmata– a manos de la brigada Golani. Con poco más de 1.300 habitantes en aquel momento, una mezquita, una iglesia y dos escuelas, el pueblo fue primero bombardeado. Poco después Suhmata fue capturado por la brigada de infantería Golani. Mataron a algunos de los aldeanos, mis parientes maternos y dieron la opción a las personas restantes de quedarse y morir o marcharse.
En ese momento mi padre era un bebé de dos meses. Mi abuela paterna, una joven de 22 años, lo mantuvo cerca de su pecho mientras daba los primeros pasos en su fatídico viaje de desplazamiento de por vida. Durante los siguientes dos días caminó desde las afueras de Acre, en Palestina, hasta Tiro, Líbano. En un momento durante el viaje su bebé, mi padre, comenzó a llorar incesantemente. Temerosa de que sus estridentes chillidos pudieran atraer a las milicias invasoras a su escondite -poniendo potencialmente en peligro las vidas de todos- el grupo, para desesperación de mi abuela, consideró bajar al bebé, mi padre, a un pozo cercano y dejarlo atrás. Tal vez sintiendo la gravedad de la inminente decisión, mi padre dejó de llorar y llegó al sur de Líbano con el resto del grupo.
Mi abuela, como los otros cientos de miles de desplazados palestinos de entonces, vivió en una tienda de campaña durante los siguientes 2 años y luego en varios campos de refugiados en el Líbano por el resto de su vida, hasta que falleció. De la noche a la mañana un terrateniente se convirtió en un refugiado anónimo que vivía en una pobreza extrema. Ella soportó años de hambre, humillación, miedo y persecución. Cuando murió, y debido a su condición de refugiada, sus hijos tuvieron que obtener un permiso especial para su parcela en un pequeño cementerio. Vivió su vida ordenada por permisos especiales que incluso en la muerte estuvieron presentes.
Heredé la tez oscura de mi abuela y su actitud tranquila. Heredé su estado de refugiada. Heredé aspectos de su miedo, recuerdos y trauma, todos los cuales a veces siento como si estuvieran incrustados en la estructura misma de mis células y en las mismas huellas de mi ADN. Esta no es solo otra historia imposible de rastrear en algún libro de historia. Es parte de mi relato, mi historia y mi presente personal.
Y no es solo mi relato personal, mi historia personal y mi presente personal. Este es un relato colectivo, una historia y un presente colectivo, todo amplificado cada vez que me encuentro con un palestino. Porque cuando lo hago hay una conexión instantánea en el dolor, recuerdos reflejados y células que reconocen una estructura idéntica, esculpida por las manos del miedo y el trauma.
Entonces, en su opinión, Señora May, ¿cómo podemos los palestinos salir adelante? A nivel individual, el proceso de recuperación está profundamente arraigado en nosotros intentando volver a ser completo. Como probablemente no tenga la menor idea, le explicaré más a fondo. Esto significa remendar grandes porciones de nuestro propio ser, luchando con la confusión sobre la identidad. Significa invitar a estos recuerdos, miedos y traumas para que puedan ser escuchados, respetados y finalmente, con suerte, desesperadamente liberados. Significa enfrentar las consecuencias de ser apátrida, la pobreza, la discriminación y la inseguridad en todos los niveles y decidir en todo momento, en cada giro y en cada esquina, continuar.
Pero también significa la necesidad de reparar la ruptura sistemática que permanece, hasta hoy, sin resolver. Significa poner fin a una ocupación que se apodera de los corazones y las almas, así como de las tierras. Significa garantizar los derechos humanos fundamentales de la ciudadanía y de vivir con dignidad, igualdad y libertad. Significa abrir caminos hacia la conexión y la reconciliación.
Señora May, mi hijo de dos años tiene la costumbre de tirar del pelo a su hermana si ella lo molesta. Actualmente estoy experimentando formas de ayudarlo a comprender la necesidad de disculparse. Decir perdón cuando has herido a alguien parece no solo enseñar a los niños la valiosa habilidad social de hacer las paces, sino que también ayuda a ponerlos en el camino de deshacer sus errores, asumir la responsabilidad de sus acciones y practicar la humildad y la empatía.
La declaración Balfour de su Gobierno británico en 1917 puso en marcha la creación del Estado de Israel a expensas de los pueblos indígenas de Palestina. Permitió la limpieza étnica y el desalojo de los palestinos de sus ciudades, pueblos y hogares. Permitió la pérdida de sus vidas, medios de subsistencia, propiedades y derechos. Permitió que cientos de miles de personas en ese momento vivieran en condiciones inhumanas y que millones de esas personas continúen viviendo en condiciones similares. Permitió que una historia vergonzosa se transformara en un presente vergonzoso. Permitió que el terror y el miedo se convirtieran en una parte integral de la vida y la identidad palestinas.
Oí que celebraría el centenario de la declaración Balfour con «orgullo». Me han dicho que también dijo que será consciente de las sensibilidades que algunas personas tienen sobre la declaración Balfour y que hay más trabajo por hacer. Orgullo, sensibilidades, algunas personas, más trabajo. En mi mente me imagino que está de pie frente a mi abuela paterna mientras caminaba en su viaje de Palestina al Líbano en 1948 estrechando a mi padre bebé contra su pecho. Veo que pronuncia estas palabras para ella. Orgullo, sensibilidades, algunas personas, más trabajo. Parece que la señora May, tampoco tiene la menor idea de cómo podemos los palestinos salir adelante. Parece que la señora May también, al igual que sus predecesores, ha elegido la opción más fácil, ir por sobre los derechos. Al parecer, señora May usted también necesita una lección sobre por qué tenemos que disculparnos cuando hemos hecho algo mal.
Rana Askoul es una escritora basada en el Medio Oriente que se enfoca en temas de mujeres, identidad palestina, derechos humanos y defensa del cambio social en la región. También es la fundadora de una iniciativa de empoderamiento de las mujeres que aboga por el empoderamiento de las mujeres y sus derechos en la región. @ranaaskoul.
Fuente: http://mondoweiss.net/2017/11/declaration-cleansing-palestine/
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.