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La democracia y Cuba

Fuentes: Rebelión

Es práctica habitual que las mentes reaccionarias traten de combatir al enemigo acusándolo justo de lo que realmente ellas son: antidemocráticas. Así pues, los dirigentes del imperio norteamericano y europeo pueden pasarse la vida -y se la pasan- sancionando y criticando al pueblo cubano, «hasta que el gobierno revolucionario no democratice el sistema de la […]

Es práctica habitual que las mentes reaccionarias traten de combatir al enemigo acusándolo justo de lo que realmente ellas son: antidemocráticas. Así pues, los dirigentes del imperio norteamericano y europeo pueden pasarse la vida -y se la pasan- sancionando y criticando al pueblo cubano, «hasta que el gobierno revolucionario no democratice el sistema de la Isla».

El próximo 20 de enero el pueblo de Cuba elegirá a los delegados provinciales y a los diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular. Anteriormente, el 21 de octubre del pasado año, le tocó el turno a las elecciones locales con una participación del 96,49% del electorado; porcentaje sin duda inalcanzable en los países cuyos gobernantes tanto se empeñan en impartir clases de democracia a los cubanos.

El texto que sigue a continuación -un fragmento del libro «Historias pequeñas de una isla grande»- pretende «abrir los ojos» de aquellas personas que, honestas pero mal informadas, aún creen que en Cuba no se celebran elecciones. Denuncia también el cinismo y la arrogancia imperialista, y demuestra que, con todas las deficiencias que pueda tener, el sistema de la Cuba revolucionaria es infinitamente más humano y democrático que el que ellos tratan de imponerle.

[…]

¿Están legitimados todos estos sujetos para acusar a nuestro gobierno revolucionario de violar los derechos humanos? ¿Lo están para pedir que se democratice el sistema de nuestra Isla? Por cierto, ¿qué se entiende por democracia? ¿El pluripartidismo del que tanto alardean de disfrutar en sus respectivos países?

Pienso que no puede existir la verdadera democracia en medio de la desigualdad social, en medio de la injusticia social, en medio de sociedades divididas entre ricos y pobres.

Creo que sólo puede existir democracia en el socialismo, y creo que la forma suprema de democracia será el comunismo, y a eso no hemos llegado […]

Diría que la sociedad capitalista nunca podrá ser democrática, porque es la máxima expresión de la lucha feroz entre los hombres, la máxima expresión de la falta de igualdad y de la falta de fraternidad entre los hombres. Por eso digo y sostengo que no concibo la democracia dentro del sistema capitalista, y que sólo concibo la democracia dentro del sistema socialista -la cursiva es de Fidel.

La historia muestra que el capitalismo puede vivir sin democracia; el socialismo no. Esto es una constatación histórica -la cursiva es de Aurora Vázquez.

Quizá Rousseau fue quien más desarrolló las ideas de Platón. El filósofo francés decía que era imposible la democracia en una sociedad donde unos pocos tuvieran demasiado y muchos carecieran de todo. Decía también que desde el punto de vista práctico era igualmente imposible tener a todo el mundo constantemente reunido, procediendo de ésta la idea de la representación, lo que después vendría a llamarse Democracia Representativa basada en un sistema donde la gente elige a alguien que actúa y lo representa en su nombre.

Pero fue la división ejercida por la desigualdad entre los hombres lo que llevó a Rousseau a plantear que si en una misma sociedad unos tienen demasiado y otros carecen de todo -síntomas tan evidentes como habituales en el sistema capitalista-, jamás se podrá encontrar entre ellos a personas que los representen a todos.

Esta afirmación confirma que en condiciones de desigualdad humana la «democracia representativa» siempre será una ficción, y lo será sencillamente porque nunca representará a toda la sociedad, sino a una exigua parte de la misma: la autoridad la ejercerán los ricos y para el pueblo reservarán el engaño de imaginarse «representados» -la cursiva es de Ricardo Alarcón de Quesada-, y certifica la opinión de Fidel anteriormente citada: […] la sociedad capitalista nunca podrá ser democrática […] sólo concibo la democracia dentro del sistema socialista.

Bajo los malos gobiernos, dijo Rousseau, esta igualdad es sólo aparente e ilusoria; sólo sirve para mantener al pobre en la miseria y al rico en la usurpación. En la práctica las leyes son siempre útiles para los que poseen y perjudiciales para los que no tienen nada: de donde se deduce que el estado social solamente es ventajoso para los hombres si todos tienen algo y nadie tiene demasiado.

Y es que se podría decir que, quizá sin ellos saberlo, los filósofos clásicos griegos y lógicamente en mayor medida Rousseau, se estaban refiriendo al comunismo -fase superior del socialismo- como única forma de alcanzar la plena democracia.

A nuestro Comandante en Jefe se le critica el mantenimiento del partido único como respuesta a la agresiva y cercana existencia imperialista, ejercicio que, dicho sea de paso, es una legítima maniobra de autodefensa. Pero, por si no se acuerdan o simplemente no lo sabían, ya José Martí insistió en que el partido único debe de existir mientras exista el imperialismo.

Y acogiéndonos a los principios martianos, porque Martí creó un partido para hacer la Revolución, creemos en la existencia de un partido para defender la Revolución -la cursiva es de Fidel.

Sabemos que la disolución del Partido Revolucionario Cubano creado por Martí, así como el desarme del Ejército Libertador tras la Guerra de Independencia (1895-1898), fue el decisivo y precedente paso para convertir a Cuba en un protectorado (1902-1934), primero, y después en una neocolonia yanqui (1934-1958).

¿Acaso se nos está invitando a que volvamos a tropezar otra vez con la misma piedra?

El imparable y rapidísimo paso de los años ha demostrado que nuestra alternativa, además de eficaz como herramienta autodefensiva, también puede ser, y de hecho lo es, muchísimo más democrática que el corrompido sistema que el imperio exhibe y se empeña en vendernos e imponernos como modelo.

Los gobernantes de los Estados Unidos acostumbrados a apropiarse de tantas cosas que no son suyas, han creído posible hacer lo mismo con la idea de la democracia. Ese milenario concepto, ese ideal por el que la humanidad ha luchado a lo largo de los siglos, ha sido secuestrado por Washington, que lo ha vaciado de contenido real y lo ha reducido a barata consigna publicitaria para consumidores que supone imbéciles -la cursiva es de Ricardo Alarcón de Quesada.

Para la muchísima gente que todavía cree que en Cuba no existen elecciones y para la que lo sabe pero se empeña en decir -mucha de ella sin conocer el sistema electoral de nuestro pueblo- que son antidemocráticas, me atrevo a afirmar que probablemente son las más democráticas del mundo. Y para defender mi postura añadiré algunos ejemplos.

Comenzaré diciendo que el voto es un derecho que se puede ejercer con la máxima facilidad al acceder a la edad de dieciséis años. Automáticamente y sin necesidad de gestionar nada, las personas con edad de ejercerlo aparecerán en las listas de electores que se hacen públicas en cada circunscripción antes del inicio de cada proceso electoral. De todos modos, si por cualquier error -somos humanos- alguien no apareciera en la lista correspondiente, éste se subsanaría en el mismo momento de la votación acreditando su edad y su identificación.

Esta información puede parecer una bobería y habrá quien diga: eso sucede en casi todos los países del mundo. Pues bien, da la ¿casualidad? de que en el país al cual tanto le gusta impartir clases de democracia -a Cuba sobre todo-, renueva o corrige el censo cada diez años, como su propia Constitución lo contempla, debiendo realizar el censado, para ello, su imprescindible aportación económica. De esta interesada manera, millones de norteamericanos son excluidos descaradamente del mismo. ¿Cuantos? El Washington Post informó que en 1990 eran entre 10 y 15 millones los «desaparecidos». ¿Quienes? Obviamente ningún posible votante del Partido Demócrata o del Partido Republicano. El Washington Post, el Washington Times, el New York Times, el Chicago Tribune… coinciden en que las personas «desaparecidas» son parte de la población negra, latinos, aborígenes, inmigrantes, pobres de la ciudad y del campo…

Incluso, el mismo censo de 1990 que excluyó a tantos ciudadanos, contó, sin embargo, dos veces a millones de individuos -según el Washington Post a entre 6 y 9 millones-. Por supuesto que ninguno de estos pertenecía a los sectores ahora mismo citados.

Pero, aunque quizá más adelante vuelva a hacer algún comentario al respecto, sigamos ahora con las características del sistema cubano.

A diferencia del multipartidista, en nuestro sistema no postula el Partido sino los propios electores, de modo que el Partido Comunista como tal no participa para nada en la selección de los postulados; son los propios electores, como digo, quienes lo hacen. Y pueden hacerlo libremente, presentando candidatos que, independientemente de sus condiciones ideológicas, ellos consideren oportuno.

Así, reunidos en las asambleas públicas de las diversas zonas vecinales y tras largas y entusiastas deliberaciones, los vecinos pertenecientes a cada circunscripción deciden y presentan entre dos y ocho candidatos.

El elegido será, lógicamente, el candidato que más votos haya recibido, debiendo sacar éste más del 50 por ciento de los mismos. En el caso de que dicho porcentaje no lo hubiera alcanzado ninguno de ellos, se repetiría de nuevo la votación entre los dos candidatos más votados.

De esta inusual manera es como se elige a los delegados de circunscripción, esos que después, con métodos similares y con la participación de diversas organizaciones sociales y de masas, como son los sindicatos obreros, las asociaciones campesinas, las organizaciones estudiantiles etc., postularán a los candidatos a delegados provinciales y a diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular.

Una vez presentados los candidatos, estos celebrarán numerosas reuniones y encuentros con los electores de sus respectivos distritos -lo que pudiera denominarse una campaña electoral-, pero lo harán todos juntos, excluyendo toda forma de promoción individual y por supuesto que sin gastar un solo centavo.1

Al cabo de las citadas reuniones y encuentros los candidatos, en la fecha prevista y en sus respectivas circunscripciones, se someterán por voto directo y secreto a elección de todos los electores.

Los más de 600 diputados que componen la Asamblea Nacional del Poder Popular, órgano legislativo supremo del Estado cubano, serán elegidos para un período de cinco años, y estos, a su vez, al comienzo de cada mandato, elegirán al Consejo de Estado y su presidente; lo que contradice contundentemente a los que, empecinados, sostienen que Fidel lidera la Revolución sin que nadie le haya elegido.

Fidel, además, no es Presidente de Cuba desde 1959, como mucha gente cree, sino desde 1976. Y para eso tuvo que ser propuesto como diputado por la Asamblea Municipal de Santiago de Cuba y ser elegido mediante voto libre y secreto, para después ser propuesto como Presidente y ser igualmente elegido en la Asamblea Nacional con el mismo procedimiento de votación. A partir de aquella fecha, debido a sus numerosos méritos personales y a su indiscutible capacidad como dirigente, la Asamblea siempre lo ha elegido.

De modo que, resumiendo, el pueblo es el principal y activo participante desde el principio hasta el final del proceso electoral, puesto que el pueblo es quien elige entre los candidatos postulados por los delegados de circunscripción -representantes de los vecinos en el poder municipal- que a su vez fueron postulados y elegidos por el pueblo.

En las elecciones efectuadas el 11 de enero de 1998 para la Asamblea Nacional y las provinciales -creo importante esgrimir este dato- votaron 7.931.229 electores, lo cual significa la participación totalmente voluntaria del 98,35 por ciento del electorado, siendo válidos el 94,98 por ciento de los votos.

En la organización y realización de este proceso trabajaron de manera igualmente voluntaria 262.797 ciudadanos y fueron atendidas las urnas de los 33.045 colegios electorales, habilitados para la ocasión, por 264.360 niños.

Como se puede observar, en todo este proceso, insisto, no interviene para nada y como tal el Partido Comunista, ya que éste ni postula a los delegados de circunscripción ni postula a los diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular.

Así, pues, los resultados que este sistema electoral nos ofrece, permite afirmar que inequívocamente la mayoría del pueblo de Cuba está con su Revolución. Si así esto no fuera, con el citado procedimiento, la Revolución hubiese perdido el poder hace ya mucho tiempo.

Por otra parte, a ninguno de nuestros dirigentes he oído decir que nuestro sistema sea perfecto, y la mayor evidencia de esto que digo es que se sigue trabajando incansablemente para acercarlo cada vez más a la quizá nunca alcanzable perfección. Sin embargo, ¿existe otro país que tenga un sistema electoral más democrático que el nuestro?

De todos modos, nuestra democracia no se limita -no debe limitarse- solamente al proceso electoral, sino que realizado éste, consumada la elección de los representantes del pueblo por el propio pueblo, la ciudadanía sigue, muy activamente además, participando en las propuestas y decisiones de sus elegidos, controlando a estos mediante los mecanismos -inexistentes en otros sistemas- de «rendición de cuenta» y «revocación».

La cuestión de la democracia en Cuba -no en abstracto, según las definiciones puestas de moda en el debate actual, en países donde la gente apenas vota- consiste en la capacidad real de la población para autogobernarse con minúscula y ejercer control sobre el Gobierno con mayúscula. Y desde luego, se trata no solo de autogobierno y control en el «acto» de elegir, sino especialmente en el «proceso» de gobernar. Concebida como parte de un proceso social en movimiento, y no meramente como una fórmula para que los partidos se turnen en el poder, la sociedad cubana -con todas sus insuficiencias- habría avanzado más por el largo y difícil camino de la democracia que ninguna otra de este hemisferio -la cursiva es de Rafael Hernández.

En efecto, cada equis tiempo, los elegidos deben rendir cuenta de su labor ante sus electores, quienes pueden revocar sus mandatos por asamblea popular en cualquier momento, si consideran que no se les representa adecuadamente.

En otros muchos países del mundo -quizá en todos- la «rendición de cuentas» y la «revocación» son inexistentes. Se practica a menudo además la deslealtad de ciertos individuos -conocidos estos como tránsfugas- que en un momento determinado de la legislatura se cambian de partido, así, como si se cambiaran de camisa. Siendo esto legal -aunque no ético-, el partido que lo presentó en sus listas no puede hacer nada por impedirlo, y los engañados electores, claro, mucho menos todavía. Curiosamente, esta práctica tan antidemocrática y habitual se sucede entre los países y partidos que tanta clase de democracia se empeñan en impartirnos.

En Cuba la sociedad civil goza de muy buena salud, está en constante «ebullición» y por supuesto que estrechamente ligada a la Dirección y, a su vez, ésta a las masas.

Los cubanos, habituados a librar batallas con el pueblo, no concebimos victoria alguna sin su participación y apoyo -la cursiva es de Fidel.

El gobierno cubano nunca tomará una decisión de vital importancia sin hacerle partícipe activo de la misma al pueblo que representa, y mucho menos sin consultarle. Para eso cuenta con la citada sociedad civil y sus diferentes mecanismos participativos. Por supuesto que cuando la decisión a tomar afecta fundamentalmente a un sector concreto de la sociedad, ese sector -sin apartar de lado al resto de la población- cobrará especial protagonismo. En las escuelas, en las universidades, en los barrios, en los centros de trabajo…, se realizan casi a diario infinidad de asambleas donde se exponen y se discuten los problemas que van surgiendo a nivel local, provincial, nacional o internacional, siempre con la participación de representantes del gobierno.

Los delegados y diputados cubanos no son personas inaccesibles que no salen del Parlamento para nada -como ocurre en los países capitalistas, donde el «divorcio» entre éstos y las masas es evidente si es que en verdad alguna vez estuvieron «casados»-, sino que, por el contrario, dedican infinidad de jornadas a reunirse con la población, en sus diferentes ámbitos, para explicar, conocer el sentir de la gente que los eligió, elaborar y consensuar con éstos las soluciones que se vayan aplicando a los problemas surgidos. No es difícil, pues, toparse con ellos en las fábricas, en los barrios, en las universidades, en el campo… Sólo agotados los mecanismos existentes y tras la masiva participación de la ciudadanía, mediante los citados métodos, se llevarán al Parlamento las posibles resoluciones o medidas a adoptar para proceder a su aprobación por la mayoría de los diputados. Nunca se aprobará nada que no cuente con el respaldo de la mayoría de la población, y mucho menos sin la estrecha participación de cada uno de los sectores más afectados.

Así, de esa manera tan sana y democrática, millones de personas -a nadie se le excluye, todo lo contrario, se le anima y estimula para que participe- siguen participando en la construcción del país mucho más allá de los procesos electorales.

Un acontecimiento de especial relevancia, que ahora revive en mi memoria, fue la serie de medidas que se hubo de tomar para afrontar la crisis económica que provocó la desaparición de la Unión Soviética y de todo el Campo Socialista del Este. En julio de 1992 se aprobó la Reforma Constitucional que modificó aproximadamente el 56 por ciento del texto.

Todas las propuestas, todas las modificaciones y medidas adoptadas por el gobierno cubano, para tratar de solucionar los graves problemas surgidos, fueron elaboradas y consensuadas con la participación y aprobación masiva de la población que, durante meses y mediante infinidad de asambleas y reuniones -más de 80.000- en cada uno de los centros de trabajo, de estudio etc., se celebraron. Vitalista y necesario proceso que los trabajadores denominaron «Parlamentos Obreros». Estos Parlamentos dieron paso a las «Asambleas por la Eficiencia», tan importantes en el proceso de «Perfeccionamiento Empresarial» acometido de manera gradual por todas nuestras empresas, descentralizando la economía y dando mayor protagonismo y capacidad de decisión a los centros de trabajo y, por ende, a los propios trabajadores.

Como se puede observar, en Cuba el Parlamento no es una institución separada y por encima de la sociedad, integrado por individuos poseedores de un don excepcional, el de asumir y ejercer la soberanía, otorgado por el pueblo quien, en teoría, es su único dueño. Para nosotros la esencia del problema democrático es tratar de resolver, en la práctica, ese problema teórico, esa aspiración ideal, que ha acompañado a la civilización desde épocas remotas: alcanzar el autogobierno, la dirección real, de abajo a arriba, de la sociedad por el pueblo, no sólo en apariencia sino concretamente, lo cual sólo es posible, cuando el gobierno existe para el pueblo. Este debe dejar de ser, para siempre, espectador y pasar a convertirse en actor, protagonista -la cursiva es de Ricardo Alarcón de Quesada.

Creo importante añadir también que, en nuestro país, ningún representante, diputado o delegado, al nivel que sea, recibe remuneración alguna por el desempeño de la labor para la que fue elegido, porque como norma general no son políticos profesionales. Únicamente reciben salario aquellos quienes por exigencia de sus cargos deban dedicarse a tiempo completo. En estos casos el sueldo que se les asigna es el mismo que tenían anteriormente en el lugar de trabajo de donde procedían, al cual se reincorporarán, normalmente, una vez concluido su mandato.

Ejemplar comportamiento que no imitan los «representantes del pueblo» en las «democracias representativas» de los países capitalistas, donde los sueldos que se autoasignan son reflejados por cifras escandalosamente elevadas y, por si esto fuera poco, cuentan con infinidad de privilegios respecto a sus propios «representados».

Además, al cabo de las diferentes legislaturas, éstos suelen intentar repetir escaño -muchísimos de ellos repiten-. En cualquier caso, lo que nunca han presenciado mis ojos es a un ex diputado, por ejemplo, ponerse la ropa de trabajo para prestar sus servicios en algún taller, en alguna fábrica, en el campo… al cabo de su mandato. Cuando por uno u otro motivo dejan sus cargos saben muy bien dónde ubicarse para seguir ganando buenas cantidades de dinero con la ley del mínimo esfuerzo. Es muy probable también que anteriormente tampoco hayan vestido el traje de obrero, pues casi nunca proceden de la clase trabajadora, y si a ésta alguna vez pertenecieron fue en tiempos remotos.

En el sistema multipartidista, -bipartidista más bien, puesto que en casi todos los países se reducen a dos los partidos con verdaderas posibilidades de alcanzar el poder- el pueblo no deja de ser más que mera comparsa. Los que postulan son los partidos. A los electores se les presenta una lista ya elaborada por los propios partidos, con el orden de los candidatos también elaborados, de manera que el pueblo no es quien postula a sus posibles «representantes», sino que son los propios partidos quienes lo hacen a su medida y semejanza. En todo caso el electorado lo único que puede hacer es elegir a quienes estos ya postularon. A esto habría que añadir la nula «frescura democrática» que ese sistema ofrece, puesto que además y con un escasísimo margen de error, debido al orden de los candidatos en las listas, se sabe de antemano quienes van a ser los «representantes del pueblo» durante esa legislatura.

A partir de ese momento al pueblo ya no se le «molesta», ya no se le tiene en cuenta para nada hasta que dentro de cuatro o cinco años -según los países- se les vuelve a convocar para hacerles cómplices -que no partícipes- de la gran farsa montada por los verdaderos beneficiarios y actores de la «película».

Por lo general, debido al desencanto que ese sistema genera entre la población, el índice de participación ciudadana es siempre muy escaso.

En las elecciones de Estados Unidos -en 2000-, por ejemplo, además de ser excluidos descaradamente del censo electoral, como ya he comentado antes, a muchísima gente que el poder sabe no van a ser sus votantes, sólo se contó con la exigua participación del 38 por ciento de la población electoral.

Resulta curioso cómo, en ese país, las elecciones siempre se convocan en martes -día laboral- y los patronos no autorizan a sus obreros a ausentarse del trabajo para acudir a las urnas.

El mencionado índice de participación es realmente más bajo todavía, puesto que en algunos Estados hubo individuos -no pocos- que llegaron a votar hasta dos y tres veces -por estar inscritos en varios distritos- e incluso también hubo Estados en que muchos votaron después de muertos.

Existe una modalidad para ejercer el voto que se llama «voto ausente». Esta posibilidad cada vez cobra más «adeptos», curioso el caso ¿verdad?, pero perfectamente entendible si sabemos en qué consiste.

El «voto ausente» no es secreto, ya que es otra la persona y no el inscrito quien lo deposita en la urna en representación del censado que supuestamente lo ha autorizado. De esta antidemocrática manera han llegado a votar infinidad de delincuentes encarcelados e infinidad de personas fallecidas. También personas que no pensaban votar y personas que no saben que «votaron». Igualmente, para utilizarlas como «voto ausente», se han llegado a comprar boletas de votación por 10 dólares o por un plato de comida; lo cual demuestra que, además de ser éste un país con un sistema sumamente antidemocrático, existe también un porcentaje bien elevado de inocultable miseria caminando por sus calles: un Tercer Mundo de muchísimos habitantes dentro del país primermundista más desarrollado y poderoso del planeta.

Y esto no lo digo yo sino los datos suministrados por la Secretaría de Estado de la Florida, publicados por el Miami Herald. Este fraudulento ejercicio no es exclusivo del Estado de la Florida. Al parecer es práctica habitual en otros muchos Estados del autoproclamado país más democrático del mundo… que dista mucho de serlo, como habrán podido comprobar, porque allá, entre otras muchas carencias democráticas, no se respetan los derechos civiles y políticos de la mayoría. Y tampoco se respeta a los muertos -la cursiva es de Ricardo Alarcón de Quesada.

¿Ese es el ejemplo que [Bush] nos ofrece a nosotros? ¿Esa es la autoridad moral con la que puede presentarse a dictarles cátedra de democracia a los cubanos? ¡Hay que ser serios y hay que comprender que los cubanos tenemos cultura política y tenemos conocimiento de lo que está pasando en el mundo y de lo que es la realidad de nuestro país! -la cursiva es de Felipe Pérez Roque.

De manera individual, los países europeos tampoco se salvan de la quema. La Unión Europea en su conjunto, esa que tan fiel sigue los pasos y dictados del imperialismo yanqui, esa que últimamente lo imita demasiado, de manera harto peligrosa, y critica tanto a nuestro gobierno repitiendo, cual disco rayado, que carecemos de democracia y que nuestros derechos humanos se hallan constantemente violados… Esa Unión Europea compuesta de no pocos países que durante siglos colonizaron a África, a América y a otras partes del mundo masacrando y exterminando a la indefensa población para saquearlo todo; saqueos que con sus fatales consecuencias hoy todavía siguen vigentes mediante los préstamos, el intercambio desigual, las empresas transnacionales… Esa Unión Europea cada vez tiene más poder, cada vez incide más en el diario acontecer de sus ciudadanos y, sin embargo, cada vez cuenta con menor respaldo por parte de éstos, cada vez son menos los electores que legitiman sus gestiones – antidemocráticas, como la propia institución, la mayoría de las veces.2

En fin, después de todo lo dicho, ¿por qué el pluripartidismo en Cuba si no existe en los Estados Unidos y colapsó ya en la América Latina? ¿Por qué hacerlo ahora cuando ya nadie cree en eso en el mundo, cuando el sistema de partidos políticos está desprestigiado, cuando los políticos hacen campañas electorales diciendo que no forman parte de los partidos? Varios partidos con iguales programas, nula libertad para cumplir en el gobierno lo que prometieron en la campaña electoral, varios partidos que generalmente reciben dinero de los mismos intereses locales y extranjeros a los que después pagarán el favor. Diferentes partidos, pero no diferentes alternativas, no diferentes y reales alternativas. Ninguno puede decir que no pagará la deuda, ninguno puede decir que revisará alguna privatización corrupta, que intentará rescatar las riquezas nacionales. ¡No pueden!, subordinados a los intereses foráneos, a los organismos financieros internacionales.

¿Por qué debemos formar en Cuba otra vez los partidos que ya en Cuba una vez no resolvieron nada? -la cursiva es de Felipe Pérez Roque.

Tampoco creo en la imperiosa necesidad del pluripartidismo. Creo que para nuestros países, y especialmente para un país como Cuba, una de las cosas más importantes es, precisamente, la unidad de nuestra fuerza, la unidad del país, que ha hecho posible la resistencia frente a todas las agresiones de Estados Unidos, frente a todas las amenazas. ¿Cómo habría podido resistir nuestro país si hubiera estado fragmentado en diez pedazos? -la cursiva es de Fidel.

No es solamente el modelo neoliberal lo que no funciona, «sino también un sistema electoral que nadie se atreve a cuestionar». Dicen que es el único posible ¡Qué pensamiento tan limitado! Y sobre todo ¡qué tamaña resignación! Cuba encontró un modelo alternativo (sé que acaban de desmayarse varios ante tal blasfemia…) […] Hoy existen medios rápidos y eficientes para conocer la preferencia popular sobre cualquier cosa, no precisamos de esos costosos y desprestigiados intermediarios llamados «partidos». […] Los partidos debieran autodisolverse (se desmayaron de nuevo, sepan disculpar, ya concluyo) y crear una comisión de gente honesta y capaz, reconocida por todos, para llamar a verdaderas elecciones, con candidatos propuestos por el pueblo en forma directa, en los tres poderes del Estado -la cursiva es de Rodolfo Livingston.

Grandes o pequeños, ¿qué son actualmente los partidos políticos sino empresas privadas, subvencionadas en mayor o menor medida -según los resultados electorales- con el dinero del Estado?

Reconvertidos en gerentes, sus dirigentes lo único que buscan es la rentabilidad económica de sus empresas. Y para ello no tienen ningún escrúpulo en practicar la prostitución ideológica -la cerebral es sin duda la más carente de ética y recurrida-. Así, pues, un partido nacido y autodenominado socialista puede perfectamente aplicar una política capitalista más salvaje y contundente que la de un partido burgués, sin que esta clase de hechos tan denigrantes llame excesivamente la atención -por habituales- entre el grueso de los mortales.

Los dirigentes populares que comienzan en la izquierda, y son elegidos para el parlamento, son asimilados por el sistema y terminan hablándole al pueblo y trabajando para el capital -la cursiva es de James Petras.

¿Cómo llamar socialista a un partido cuyos dirigentes pertenecen a la flor y nata de la burguesía? ¿Cómo llamar socialista a un partido que privatiza todo lo que toca? ¿Cómo llamar socialista a un partido que delega las funciones del Estado a las necesidades y caprichos del gran capital? ¿Cómo llamar socialista a un partido que contribuye seriamente a perpetuar una monarquía reimplantada mediante el derrocamiento militar de un legítimo gobierno republicano?

Es el caso concreto de España. ¿Esta es la democracia de la que tanto alardea la clase dirigente y la clase «opositora» en ese país?

La Primera República (febrero de 1873- enero de 1874) finalizó con el golpe de Estado del general Pavía, que propició la restauración de la monarquía borbónica personificada en Alfonso XII, gracias al pronunciamiento previo -Sagunto, 1874- del general Martínez Campos. La Segunda República, instaurada el 14 de abril de 1931, que trató de estructurar al país en un sentido progresista, propugnando una renovación social, económica y cultural de la sociedad, fue hostigada desde sus inicios por las clases conservadoras, apoyadas por buena parte del clero y los oficiales monárquicos y conservadores del ejército que, bajo las órdenes del general Francisco Franco Bahamonde, se sublevaron el 17 y 18 de julio de 1936. Así se inició la Guerra Civil española (1936-1939), finalizando ésta el primero de abril de 1939, con el triunfo franquista que reinstauró a la monarquía, tan consentida y protegida en los tiempos actuales por los «paladines de la democracia» del mencionado país.

Al parecer, éstos individuos se olvidan de que un rey no sólo no proporciona a sus súbditos la subsistencia, sino que [por contra] vive a costa de ellos -la cursiva es de Rousseau.

La prostitución ideológica la practican para atraer los votos que les permitan alcanzar el poder -eso las «empresas políticas» más fuertes, las menos poderosas lo hacen para mantener o mejorar en la medida de lo posible sus respectivos estatus-. Y si para llegar al preciado y atrayente poder recurren a las más deleznables actividades, ¿qué no harán, una vez llegado al mismo, para tratar de perpetuarse en él y no perderlo?

Presentar el pluripartidismo como sinónimo de democracia resulta una práctica tan infantil como engañosa, puesto que la existencia de varios partidos políticos no significa condiciones democráticas reales en un sistema socio-político. En Cuba, bajo el régimen de Fulgencio Batista, existían catorce partidos políticos, y de democracia, como ya ustedes saben, nada de nada.

Es notable cómo han logrado quitarle la parte de adentro a las palabras, resignificando la cáscara. «Democracia» por ejemplo, está asociada con «partidos políticos» no con «demos»: pueblo -la cursiva es de Rodolfo Livingston.5

La intención de confundir viene hasta en el lenguaje; la imbecibilidad de los dogmáticos permitió que la derecha se apropiara de términos como «democracia y derechos humanos» […] Un poco más y los revolucionarios son ellos; falta poco para que algunos lo crean -la cursiva es de Jesús Arboleya Cervera.

Si no se comprende y asume lo que representa la enajenación, la imagen invertida de la realidad, no se podrán entender las razones por los cuales el régimen burgués se presenta como democrático, pero es en esencia una dictadura de clase -la cursiva es de Armando Hart Dávalos.

En numerosos países de América Latina -por poner ejemplos cercanos a Cuba- con regímenes por pluripartidistas supuestamente democráticos, existen habitantes, y no pocos, que se mueren de hambre; existen habitantes que se mueren de enfermedades curables porque debido a las carencias económicas de los enfermos no se les permite el acceso a los medicamentos que pudieran curarlos ni al personal médico que pudiera atenderlos; existen niños y adultos que no pueden leer ni escribir porque nunca les proporcionaron los profesores ni las escuelas necesarias para adquirir tan elementales conocimientos; existen muchísimos seres humanos que duermen y viven en las calles porque no tienen techo que les cobije… y por supuesto que los recursos naturales más importantes que existen en esos países, a sus habitantes ya no les pertenecen porque sus corruptos gobernantes se los vendieron y regalaron al imperio norteamericano y europeo.

Es lamentable y humanamente vergonzoso que, en los tiempos actuales, esta nefasta y cruda información sea totalmente cierta. Es un orgullo, sin embargo, y una tremenda victoria frente al imperialismo yanqui -aunque éste y sus secuaces lejos de reconocerla la minimicen hasta el punto de considerarla fracaso- que, a pesar de sus enormes esfuerzos por doblegarnos como pueblo libre y soberano, ninguno de los desafortunados que apunto en los citados ejemplos sea cubano.

Por razones de sobra conocidas, nuestro pueblo se ha visto privado de importantes recursos, viéndose obligado a aplicar más restricciones que ningún otro país latinoamericano; sin embargo no hay ni una sola escuela que se haya cerrado, ni un solo hospital, ni un solo policlínico, ni un solo consultorio… ni una sola persona sin techo que la cobije.

Esta es una importante victoria de nuestra Revolución. Esta es una importante victoria de nuestro pueblo y ellos sin duda lo saben.

[…]

NOTAS

1.- El dinero nunca debería ser factor fundamental para ganar unas elecciones, si a estas queremos calificarlas de democráticas, de lo contrario nunca serán afrontadas por todos los candidatos en igualdad de condiciones. En las «democracias representativas» es muy importante el dinero, prueba de ello son las desorbitadas cifras utilizadas por los candidatos para tratar de «convencer» al electorado en las campañas electorales, así como las irregularidades que a menudo se cometen para financiarlas. En 2000, George W. Bush recaudó 193 millones de dólares, y gastó 183 hasta que lo designaron presidente, fraudulentamente, por cierto. Para las pasadas elecciones de noviembre de 2004, Bush recaudó 242 millones de dólares y John Kerry, su adversario político del Partido Demócrata, 235,5. Mientras tanto, el gobierno yanqui sigue reduciendo el escaso presupuesto de los servicios sociales.

Después de estas, Bush sigue otros cuatro años como inquilino de la Casa Blanca con, al parecer, el mayor apoyo logrado por un presidente en la historia de Estados Unidos. Aun así, la participación del electorado no superó el discretísimo 51%; lo que prueba irrefutablemente la escasa cultura democrática existente en el autodenominado país de la libertad y la democracia. Por cierto, no faltaron comentarios acerca de posibles fraudes en diferentes Estados, donde, se dice, llegaron a registrarse más votos que personas censadas. De todas maneras, la única conclusión válida es que, gane quien gane, en Estados Unidos y en otros muchos lugares, siempre gobierna el dinero.

2.- Los resultados que arrojan las repetidas elecciones de la Unión Europea indican que el respaldo con el que cuentan sus dirigentes por parte de la población es escandalosamente bajo. Con una abstención del 48,8%, en 1999 la participación ciudadana fue sólo del 50,2 por ciento. Y éste alarmante porcentaje, lejos de corregirse, sigue en rápido descenso: en las pasadas elecciones del 13 de junio de 2004 la participación fue del 44,2%, con una abstención del 55,8%.

Esta Unión Europea ahora cuenta con 27 países -12 de ellos recién incorporados a sus filas-. Las «añadiduras» provienen fundamentalmente de los antiguos países pertenecientes a la extinta URSS y al socialismo del Este. Curiosamente, estos nuevos socios aportan, por bajos, unos índices de participación ciertamente llamativos: en Polonia, por ejemplo, sólo votó el 15,40% del electorado; en la República Checa el 29%… Pondré como ejemplo, también, el lado opuesto con socios más antiguos: en Luxemburgo la participación fue del 80%, aunque se debe aclarar que en éste país y en algún otro -en Bélgica creo que también- la participación, bajo amenaza de multa, es obligatoria. ¡Bendita la democracia de la Unión Europea!

Estos datos tan reveladores no son gratuitos. Primero se erigen ellos mismos como candidatos, ignorando y despreciando al pueblo que no tiene la opción de postular a sus posibles representantes, después, y como no podía ser de otra manera, el respaldo de la población activa es escasísimo… Y sin embargo no se sonrojan a la hora de autoproclamarse -lo hacen a cada rato, muy a menudo- como «representantes del pueblo» al cual, como ya ha quedado dicho y demostrado, ignoran y desprecian.

 
BIBLIOGRAFÍA


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-Cuba y la lucha por la democracia (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2002)

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-Cuba y Estados Unidos, un debate de ahora (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2004)

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-Un grano de maíz. Conversaciones con Tomás Borge (Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1992)

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-Marx, Engels y la condición humana. Una visión desde Cuba (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005)

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-Mirar a Cuba. Ensayos sobre cultura y sociedad civil (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1999)

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-Imperio vs resistencia (Casa Editora Abril, Ciudad de la Habana, 2004)

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-El contrato social (Ediciones Istmo, S.A., Madrid, 2004)

VARIOS AUTORES

-Último jueves. Los debates de Temas (Ediciones Unión, La Habana, 2004)

-Casa de Las Américas, número 228 (julio-septiembre del 2002)