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Hay muertos que no hacen ruido y son mayores sus penas

La desaparición de bin Laden no revierte el raudal de errores que hemos cometido esgrimiendo su nombre como excusa

Fuentes: www.philly.com/

Traducción del inglés: Atenea Acevedo

Me siento ajeno al regocijo pese a estar inmerso en el ondeo de banderas, las consignas y el fervor nacionalista de rigor por la muerte de Osama bin Laden. No encuentro reivindicación alguna al recordar el sacrificio de mi hermano, soldado asesinado en Iraq en 2004.

Si el episodio, en gran medida simbólico, de la muerte de bin Laden alivia y pone punto final al dolor del sinfín de personas afectadas por la tragedia del 11S, deseo que encuentren paz, la paz que yo no puedo hallar en un hecho incapaz de revertir la retahíla de descabellados actos perpetrados tras el 11S.

Tal vez lo que convendría olvidar en estos momentos de moralina y golpes de pecho es que poco después de la devastación causada por este criminal aceptamos una ideología de guerra perpetua. No ondeamos la bandera de las barras y las estrellas, sino el lábaro de la venganza.

La supuesta guerra contra el terror nos llevó a Iraq, país sin relación alguna con el 11S ni con bin Laden. El concepto «guerra preventiva» se instaló en la jerga de la política exterior estadounidense y alegremente creímos una serie de cuentos en los que se afirmaba que nuestra seguridad dependía de bombardear e invadir Iraq. Al hacerlo dejamos de lado ideales fundamentales a nuestras tradiciones y espíritu.

A mi hermano lo mataron mientras perseguía un fantasma: buscaba frenéticamente armas de destrucción masiva en el desierto. Sin embargo, el verdadero fantasma que perseguimos, el bin Laden que aún se nos escapa, es nuestro sentido de seguridad. Por eso el legado de bin Laden será haber conseguido que mordiéramos el anzuelo y emprendiéramos una batalla perpetua contra Medio Oriente que nos llevó a la bancarrota militar, económica y moral.

¿Nos sentiremos seguros, por fin, con la muerte de bin Laden? El gasto militar de este país supera al del resto de los países del planeta juntos, pero no podemos afirmar con convicción que las guerras en Medio Oriente han incrementado nuestra seguridad. De hecho, el consenso popular indica lo contrario.

La guerra contra Iraq pierde intensidad sin haber cumplido ningún objetivo militar o político claro. Se trata de un conflicto marcado por el derroche, el fraude y los malos manejos, y por lo que parece amenazar con convertirse en una presencia militar indefinida en la zona. Nuestras fuerzas armadas en Afganistán se han triplicado y somos incapaces de alcanzar una victoria cuya definición cambia constantemente. Además, ahora estamos implicados en operaciones abiertas y encubiertas en el norte de África.

Mientras tanto, estas guerras han dejado un saldo de más de 1,5 millones de veteranos, muchos de los cuales sirvieron en varios frentes. Las cicatrices que distinguen a esta generación de héroes son las lesiones por traumatismo cerebral y el trastorno de estrés postraumático. Hordas de veteranos de la guerra contra el terror acaban en refugios para indigentes o cárceles, o deciden suicidarse. La factura humana afectará a generaciones enteras.

¿A quién le ha servido de algo este sacrificio? Sin duda, a mí no. Estoy seguro de que tampoco a la mayoría del pueblo estadounidense.

¿La muerte de bin Laden resolverá nuestra sed de guerra perpetua? Lo más probable es que no. Siempre habrá canallas, reales y exagerados. Siempre nos acosará el miedo y malgastaremos recursos y oportunidades so pretexto de sentirnos permanentemente amenazados.

La única manera de matar de verdad a Osama bin Laden es reevaluar lo que hemos hecho esgrimiendo su nombre como excusa. Tenemos el deber de analizar seriamente por qué nuestro gasto militar se mantiene en 10.000 millones de dólares al mes y aceptar, con pesar, la pérdida de vidas en Afganistán. Tenemos el deber de cuestionar nuestra rápida disposición a lanzar bombas sobre Libia mientras algunas de las calles de nuestras propias ciudades parecen zonas de guerra.

Si somos capaces de enfrentar estas crudas realidades podremos enterrar nuestros fantasmas junto con el monstruo. Solo entonces conseguiremos sentirnos resarcidos.

Dante Zappala es hermano del difunto Sargento Sherwood Baker. [email protected].