El viernes 25 de mayo, la policía de Nueva York realizó la primera detención del movimiento #MeToo: Harvey Weinstein fue detenido y acusado de violación, actos sexuales delictivos, abuso sexual y conducta sexual inapropiada, sobre la base de las alegaciones de dos mujeres. Para los hombres y mujeres de todo el mundo que han contemplado […]
Por mucho que hayamos oído que MeToo es una caza de brujas que ha destruido a algunos hombres, hasta ahora ni un solo varón preeminente acusado de agresión sexual se había enfrentado a una imputación delictiva (Bill Cosby, una celebridad encausada por drogar y violar presuntamente a mujeres, fue acusado antes de que comenzara el movimiento MeToo).
Que Weinstein sea el primero resulta, desde luego, algo grato, y todas las mujeres que han alzado su voz merecen hoy ciertamente nuestro agradecimiento. Pero el sistema de justicia penal no es, para bien o para mal, el lugar en el que se juzga la abrumadora mayoría de estos casos.
Deberíamos presionar para que el sistema penal aborde las alegaciones sobre comportamientos violentos y delictivos. Pero tenemos que crear el cambio en otros lugares, exigiéndole más a nuestro lugar de trabajo, poniendo al día el sistema civil y crear rutas alternativas a la justicia para la abrumadora mayoría de mujeres cuya historia nunca va a escuchar un jurado.
Las pruebas contra Weinstein todavía están por ver. Sabemos que esas acusaciones se basan en el testimonio de dos denunciantes, una de las cuales se mantiene en el anonimato y le acusa de violación, y otra, Lucia Evans, que afirma que Weinstein la obligó a practicarle sexo oral. Los investigadores han estado, según consta, entrevistando testigos y peinando los registros financieros de Weinstein (presumiblemente en busca de pruebas de sobornos); no está claro qué es lo que han encontrado, si es que han encontrado algo.
Ya sólo ya el número de mujeres que han acusado a Weinstein de agresión sexual ciertamente apuntala el caso de la acusación. Pero asumiendo que este caso llegue a juicio, eso no es lo que el jurado sopesará; analizará (al menos en teoría) sólo las pruebas que se le pongan delante, y determinarán si Weinstein es culpable más allá de una duda razonable.
La triste verdad es que, a lo largo de la historia de la jurisprudencia norteamericana, jurados y jueces no le han concedido a la palabra de una mujer el mismo valor que a la de un hombre. Sin pruebas físicas, o al menos sólidas pruebas que lo corroboren, una acusación de una mujer – incluso de dos mujeres – ha sido normalmente insuficiente hasta para presentar un caso de agresión sexual o violación, y no digamos ya para lograr una condena.
Este caso puede ser diferente, sobre todo si las finanzas y correos electrónicos apuntan a su culpabilidad. Es importante que tanto Weinstein como sus acusadores tengan su oportunidad ante el tribunal: independientemente del resultado, resulta crucial que se oiga a las mujeres, y también que los acusados de delitos tengan la oportunidad de organizar una enérgica defensa (algo que es más complicado de hacer en el tribunal de la opinión pública). Pero esta no es la norma en los casos de agresión sexual, y casi nunca es la norma en los casos de acoso. Hacer fuerza en el sistema de justicia penal es una labor feminista crucial. Pero también lo es en cuestiones menos pensadas para la televisión, y ahí estamos perdiendo estrepitosamente.
La semana pasada, el Tribunal Supremo norteamericano falló en contra de los trabajadores y estableció que los patronos tienen derecho a requerir un arbitraje privado para la resolución de conflictos, en lugar de recurrir a la vía judicial, y que habrá que presentar demandas individualmente en lugar de en grupo. Se trata de un golpe enorme al movimiento MeToo: significa que los patronos tienen derecho a impedir a sus empleados que presenten demandas por acoso sexual o incluso agresión en un juzgado civil, y que un grupo de trabajadoras/es que se vieran, pongamos por caso, acosados por el mismo directivo, no pueden agruparse y presentar una demanda. Ya resulta bastante duro plantear con éxito un caso de acoso sexual: esto simplemente lo hace todavía más difícil.
Tampoco está claro que los patronos hayan mejorado las políticas sobre acoso sexual en la oficina o que los departamentos de policía hayan realizado cambios en el modo de gestionar los casos de agresión y acoso sexuales. Sin duda lo destacado de MeToo ha impulsado a algunas transformaciones en lugares de trabajo más conscientes (o más reacios al riesgo), pero es difícil ver cambios sistemáticos. Desde luego, no ha habido un cambio de política a escala federal, con un presidente acusado él mismo de acoso y agresión. Y si bien han mejorado los relatos mediáticos, con cada acusación de perfil alto hay todavía un coro de preocupación por el hombre cuya vida se ha visto injustamente arruinada.
La detención de Weinstein supone un hito decisivo en el avance del movimiento MeToo. Pero no deberíamos perder de vista el hecho de que la mayoría de los hombres acusados de agresiones sexuales y acoso no tendrán que rendir cuentas ante un tribunal. Por eso necesitamos toda una serie de vías para que las mujeres encuentren justicia. Con suerte, en el caso de Weinstein, sin embargo, esa vía lleva hasta la cárcel.
Jill Filipovic abogada, periodista y activista feminista y de derechos humanos, es colaboradora de medios como The Huffington Post, Cosmopolitan, The New York Times, The Washington Post, Time y The Guardian. En 2017 publicó The H-Spot: The Feminist Pursuit of Happiness.
Traducción: Lucas Antón
Fuente del artículo original: The Guardian, 25 de mayo de 2018
Fuente del artículo en castellano: http://www.sinpermiso.info/textos/eeuu-la-detencion-de-weinstein-es-una-catarsis-para-metoo-pero-la-verdadera-victoria-no-sera-la-de