Recomiendo:
0

El papel de los pueblos indígenas en la lucha contra el caos climático

La diversidad regula el medioambiente, ¿está claro?

Fuentes: Counterpunch

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

El camino de la perdición siempre ha ido acompañado de palabras huecas sobre los ideales.

(Einstein)

¿Es posible que algunas de las soluciones al caos climático de las que más se habla pudieran tener el efecto contrario y empeorar las cosas? Eso es lo que piensan algunos críticos, y no se trata de «negacionistas» que nieguen la realidad del cambio climático. El concepto de «cero emisiones» netas de carbono, por ejemplo, podría en realidad contribuir a la contaminación ambiental, porque una de las maneras más comunes de lograrla es mediante el mecanismo de las «compensaciones de carbono». Esto quiere decir que si una gran empresa es responsable de una tonelada de emisiones de dióxido de carbono -algo negativo- pero al mismo tiempo financia un proyecto que «captura» (o «secuestra») una tonelada de carbono -algo positivo-, sus emisiones netas se convierten en cero, pues una resta a la otra (o la «compensa»).

Si las cifras pudieran calcularse con exactitud (lo que es imposible, y las compensaciones invariablemente exageran la cantidad de gases invernadero que absorben o reducen), dicha empresa podría contaminar lo que quisiera porque estaría financiando a otra para «descontaminar» en la misma medida y limpiar su basura. Es como ir dejando un resto de desperdicios a tu paso y pagar a alguien para que barra una calle en otro lugar, por lo general en la otra parte de mundo. La realidad es complicada, pero la sencilla verdad es que los planes habitualmente fracasan: puede que el barrendero simule que está barriendo, o incluso que lo intente pero que no consiga acabar con la porquería.

La única manera fiable que se conoce actualmente para «capturar» el suficiente carbono a un coste razonable es la plantación de árboles. Pero muchos proyectos de compensación siembran árboles de crecimiento rápido, como el eucalipto o la acacia, para ganar dinero con ellos. En realidad, esto incrementa el carbono en lugar de reducirlo, pues la vegetación existente tiene que ser aclarada y las nuevas plantaciones suelen arder más fácilmente, emitiendo en dicho caso enormes cantidad de contaminación. Muchas de esas plantaciones necesitarán décadas antes de empezar a absorber una cantidad importante de carbono. Otras plantaciones igual de dañinas, como la palmera de aceite o el árbol del caucho, que expulsan a la gente de sus tierras y destruyen la biodiversidad, se hacen pasar por «respetuosas con el medio ambiente» porque la ONU las define como «bosque». Países como Indonesia o Madagascar dicen estar aumentando su superficie forestal cuando en realidad están talando la vegetación existente para dejar sitio a estas nuevas plantaciones. Afirmar que dicha destrucción es positiva para el medio ambiente sería cómico si no fuese tan trágico.

Otra forma de compensar es convencer a alguien para que no corte la madera que, de otro modo, habría sido talada. Se supone que esto evita futuras emisiones -aunque es importante señalar que en realidad no reduce en absoluto el carbono existente. En el argot se le conoce como Reducción de las Emisiones por la Deforestación y la Degradación (REDD+) y el signo «+» alude a la conservación de los bosques existentes. Desde hace años hay decenas de esos proyectos y los resultados han sido muy exiguos. Uno de los problemas es que los acuerdos para no talar los firman personas que no tienen el poder, o la intención, de impedir las cortas, y los árboles que no caen un año pueden caer al siguiente. Intentar comprometer a las comunidades en contratos que duran generaciones es virtualmente imposible.

En general, hay muchas razones por las que la compensación de carbono no suele conseguir lo que pretende, y por esos sus críticos la llaman despectivamente: «pagar para contaminar». Un estudio muestra que casi todos esos proyectos -un asombroso 85 por ciento- simplemente fracasan (1). Pero, a pesar de todos esos problemas, la compensación de carbono sigue siendo una industria que mueve miles de millones de dólares, y en el que muchas personas capturan mucho dinero para su bolsillo en lugar de secuestrar una parte significativa del carbono atmosférico.

La reducción de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero -lo necesario para reducir el calentamiento global- es algo muy diferente de la supuesta reducción de las emisiones «netas» y exigiría un paso mucho más drástico. Implicaría una reducción del consumo de energía, una restricción al crecimiento industrial, una reducción de la actividad militar -una de las grandes contaminantes, pero que raramente mencionan los activistas climáticos- e incluso una reducción del uso de Internet, gran devorador de energía. Una sesión de entrenamiento de «inteligencia artificial», por ejemplo, quema tanta energía como cinco coches en toda su vida útil (2). Incluso el correo electrónico despilfarra millones de toneladas de carbono (solo el spam utiliza la misma energía que utilizaría toda la población de San Francisco si volara a Nueva York cada dos semanas) (3). La reducción auténtica de emisiones supondría cambiar la dirección de una sociedad industrializada que ha buscado el «crecimiento» continuo, especialmente durante la última generación. También implicaría un debilitamiento enorme del poder de la industria petrolera, tan implicada en los principales gobiernos del mundo, y que hace lo que sea para asegurar que los líderes que le son hostiles no lleguen a ocupar altos cargos.

A pesar de todas las críticas recibidas por el sistema de «cero emisiones netas», este sigue siendo el objetivo declarado de la mayor parte del activismo climático -tal vez porque proponerse el objetivo de «cero emisiones reales» se considera irrealista y de ahí la presión para hacer algo rápidamente. Los llamamientos a los gobiernos para que «escuchen a los científicos», o «a la ciudadanía», no proponen soluciones concretas, probablemente a sabiendas.

Conseguir «cero emisiones» mediante compensaciones es el camino equivocado, pero ¿es posible que el entusiasmo que suscita el Green New Deal (Nuevo Pacto Verde) fuera igual de negativo? Este pacto trata básicamente de la creación de empleo en las nuevas tecnologías aparentemente «verdes», y combina las preocupaciones por el medio ambiente con la necesidad de aliviar el paro. La parte «verde» se centra fundamentalmente en fuentes de energía alternativas y «limpias», como la solar y la eólica -las renovables-, pero estas también tienen un problema: la producción de las baterías que en la actualidad precisan para acumular la energía gasta todavía más combustibles fósiles y provoca más daños medioambientales. (Combustibles como el petróleo o el carbón no exigen el uso de baterías porque llevan la energía almacenada en su interior). De nuevo, lo único que garantizaría una diferencia sustantiva y rápida -una reducción de la industria- no forma parte de ningún «pacto» propuesto.

Una de las críticas que se pueden achacar al Nuevo Pacto Verde es que es una propuesta de la industria para destinar más dinero a las inversiones en bolsa. Este evidente truco empezó con el crack financiero de 2008, cuando los gobiernos entregaron enormes sumas de dinero de la gente común a la inepta y codiciosa banca corporativa. La sacudida de los mercados bursátiles provocó un endurecimiento de la regulación financiera (4), lo que a su vez inmovilizó más dinero en los fondos financieros más seguros. Dicho dinero no podía por tanto destinarse a la compra de acciones y participaciones en las empresas. Esto no es bueno para las élites porque, en nuestros días, la gran riqueza depende mucho de los holdings financieros y de la adquisición de empresas. (Así como de asegurarse una fiscalidad reducida y de sencillamente sortear o quebrantar la ley -¡y es más que evidente que a los superricos cada vez les va mejor a pesar de las nuevas reglas!).

Si bien es cierto que el término «green new deal» se acuñó con anterioridad (5), empezó a utilizarse profusamente en 2009, un año después de desplome financiero, cuando el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente presentó un plan con el mismo nombre durante un encuentro de jefes de Estado en Pittsburgh (6). Hay que señalar que este documento mostraba abiertamente su principal objetivo: «reavivar la economía» en «respuesta a la crisis financiera». También pretendía «acelerar la lucha contra el cambio climático», pero eso era secundario.

Muchas grandes empresas apoyan un nuevo pacto verde, pero sus críticos señalan que las nuevas e imprescindibles regulaciones dirigidas a proteger los ahorros y las pensiones de las personas ordinarias de la especulación de alto riesgo podrían debilitarse en nombre de un urgente «bien mayor», especialmente si se trata de una emergencia que amenaza la vida en la Tierra. En tiempos de guerras y otras grandes crisis, los gobiernos pueden revocar sin problemas importantes salvaguardas. Esto es aún más sencillo si las grandes NGO conservacionistas, de la mano de las industrias más contaminantes, apoyan esa idea con todo el peso de su reputación y de su dinero.

Aunque puede que esto se malinterprete, no se oculta. Ta y como expresó un funcionario de la ONU, «Con las finanzas públicas estresadas desde (y como resultado de) la crisis financiera de 2008, se acepta comúnmente que los recursos requeridos [para el nuevo pacto verde] solo pueden venir de una asociación entre los gobiernos y las instituciones financieras que rescataron de dicha crisis» (7). Cuando pensemos sobre esta afirmación es importante recordar que toda la ayuda del gobierno a determinadas industrias procede de los bolsillos de los contribuyentes.

Para decirlo de un modo sencillo, si los occidentales creen que el mundo será pronto destruido a menos que se ceda su dinero a tecnologías y planes supuestamente verdes, como las compensaciones de carbono, no tendrán objeciones en que ese dinero, ahora inmovilizado en activos seguros y fondos de pensiones, se invierta en tales cosas. Los activistas climáticos que no tienen por qué conocer a fondo los laberintos deliberadamente opacos del gran capital pueden aceptar dicha propuesta, pero si los planes no son en realidad tan «verdes», o si empeoran las cosas, el problema es evidente.

La única manera segura de recortar los gases de efecto invernadero es iniciar una reducción de la producción industrial y del consumo, especialmente entre aquellos que más consumen. El desequilibrio es escandaloso: el 10 por ciento más rico del mundo es responsable de casi la mitad de las emisiones nocivas, mientras que la mitad más pobre solo contribuye con el 10 por ciento (8). ¡El caos climático ha sido producido por las mismas personas que ahora pretenden convertir las acciones por el clima en un mayor negocio!

La reducción de la industria tendría efectos positivos sobre el clima, pero empobrecería a muchas personas, algunas de ellas ya muy pobres, lo que resulta aún más difícil de aceptar desde un punto de vista progresista. Es una pescadilla que se muerde la cola, porque las sociedades industrializadas hace tiempo que se esfuerzan por despojar a todo el mundo de cualquier autosuficiencia que pudieran tener ellos o sus antepasados. Con ese fin, se han apropiado de áreas comunales, han robado tierras y han forzado a la población campesina sin tierras a trabajar para la industria o la agroindustria. Así es como nació la revolución industrial y así ha seguido siendo.

Lo cierto es que el eje empresas-gobiernos podría estar realmente interesado en reducir el caos climático -¿y quién no lo está? – pero no está preparado para reducir el consumo; todo lo contrario, está desesperado por seguir creciendo. Quiere mantener el statu quo mientras se tiñe de verde, en un truco publicitario, para sofocar las críticas. Intenta imponer su modelo único a pesar de que sea destructivo, haya fracasado estrepitosamente y suponga actualmente una amenaza para todo tipo de vida. Necesitamos un retroceso enérgico, reclamar la tierra ante la ideología demente de crecimiento continuo que provoca tanto sufrimiento y tanta contaminación letal.

Para cambiar drásticamente esta disyuntiva, el primer paso sería dejar de destrozar la vida a aquellos que contaminan poco o nada y que viven de un modo casi autosuficiente, cazando, pastoreando o cultivando sus propios alimentos. No se trata únicamente de los pueblos tribales o indígenas, sino también de muchos agricultores locales. Debemos evitar que gobiernos e industrias se apoderen de sus tierras y les obliguen a incorporarse a la cultura dominante disfuncional. Debemos invertir esta tendencia promoviendo activamente sus modos de vida y escuchando las lecciones que han aprendido de la Tierra a lo largo de miles de años, lecciones que les han permitido sobrevivir y prosperar, pero que la industrialización ha suprimido deliberadamente. Estos pueblos en gran parte autosuficientes siguen siendo los más adaptables del planeta, y deben situarse en el centro del cambio que nos permitirá a todos seguir viviendo en él.

No pretendo un regreso a un pasado romántico e ilusorio, sino un reconocimiento de que la humanidad ha evolucionado y sobrevivido -hasta el momento- solo gracias a nuestra adaptabilidad. Hemos creado una enorme y preciosa variedad humana que no puede reproducirse en unas pocas generaciones: cuando desaparezca, habrá desaparecido. Si existen claves para nuestra supervivencia, es ahí donde residen y donde debemos empezar a buscarlas.

Pero incluso esta idea ha empezado a utilizarse como un truco publicitario, usando a los «pueblos indígenas» como si fueran un descubrimiento tardío de la ideología medioambientalista. Las grandes ONG conservacionistas han empezado a resaltar en sus brillantes informes el papel positivo de los pueblos indígenas, mientras siguen robando sus tierras y destruyendo su modo de vida. Muchos de los comportamientos que se disfrazan de «conservación» se basan en un indudable racismo y en motivos elitistas. Muchas personas del sector afirman que dichos prejuicios están ya más que enterrados, pero surgen de nuevo cuando se despojan de la máscara aparentemente progresista elaborada mediante gran cantidad de propaganda autocomplaciente. En muchas partes del mundo, especialmente en África, el racismo siempre se ha dejado notar.

Necesitamos que surja un auténtico clamor por un cambio en el equilibrio de poder, dar voz dominante a los pueblos indígenas y quitársela a las élites urbanas y a las grandes empresas, los medios de comunicación y las ONG dirigidas por ellas. El activismo climático debe tomar conciencia de que está dirigido y diseñado por la misma clase de personas, lo que le sitúa en un callejón sin salida. Si quiere conseguir sus objetivos, es preciso que cambie lo antes posible para acoger con os brazos abiertos la diversidad humana real, no la simbólica.

De mismo modo que cada vez somos más conscientes de que los diferentes géneros pueden tener diferentes puntos de vista, y de que el mundo no debería estar dirigido solo por hombres blancos (¡como yo!), lo mismo es aplicable a la verdadera diversidad de la humanidad, que debe tener una voz determinante en el diseño de la estrategia para salvar el planeta. Llegar a ese punto exigirá humildad y adaptabilidad. Al fin y al cabo, las estructuras de poder existentes han sido diseñadas para suprimir la diversidad más que para realzarla, y el acceso a los pasillos del poder es muy estrecho y restringido cultural y económicamente. Y precisamente la generación a la que represento ha estado menos dispuesta que nunca a aprender de la diversidad cultural real.

Necesitamos adoptar una actitud genuinamente abierta ante el cambio y trabajar de un modo diferente. Es cierto que se trata de una gran transformación, pero no más compleja que muchas de las alianzas interculturales establecidas por los diferentes pueblos a lo largo de la historia. A pesar de todo el conflicto y la opresión, las diferentes religiones, «razas», nacionalidades y lenguas a menudo han vivido y trabajado juntas en beneficio mutuo. Indudablemente, eso ocurría con mayor frecuencia antes de que el imperialismo europeo, el advenimiento de Estado-nación y las ideologías -y teologías- de base eugenésica sobre la conformidad infligieran tanto sufrimiento y destrucción por todo el mundo.

Tal y como los activistas climáticos se ven cada vez más forzados a admitir, el caos climático tiene su origen en las bolsas de Nueva York, Tokio y Londres, pero sus líneas del frente no están en los distritos financieros, sino mucho más lejos: en África, la Amazonía y el Pacífico. Su verdadero campo de batalla se da entre las personas que luchan por su supervivencia y el complejo gubernamental-industrial que intenta acaparar más riqueza y poder. El resultado de esta batalla es de la máxima importancia, pero los grandes pasos que se están dando para popularizar el tema podrían -aunque sea involuntariamente- estar desviándonos de las soluciones reales. Debemos colocar la diversidad humana en el centro del activismo climático porque aquellos que viven de un modo más diferente al «nuestro» son quienes tienen algunas de las mejores respuestas sobre cómo vivir.

Notas:

1. Cames, Martin, Ralph O. Harthan, Jürg Füssler, Michael Lazarus, Carrie M. Lee, Peter Erickson, and Randall Spalding-Fecher. How additional is the clean development mechanism: Analysis of the application of current tools and proposed alternatives . Berlin: Öko-Institut, 2016.

2. Lu, Donna. « Creating an AI can be five times worse for the planet than a car. » New Scientist, June 6, 2019.

3. Berners-Lee, Mike and Duncan Clark. « What’s the carbon footprint of … email The Guardian, Oct 21, 2010.

4. Guynn, Randall D. « The Financial Panic of 2008 and Financial Regulatory Reform The Harvard Law School Forum on Corporate Governance and Financial Regulation, Nov 20, 2010.

5. Friedman, Thomas L. » Opinion – A Warning From the Garden «. The New York Times, Jan 19, 2007.

6. UNEP. Global Green New Deal; An Update for the G20 Pittsburgh Summit . London: UNEP/Green Economy Initiative, Sept 2009.

7. Kozul-Wright, Richard. » How to finance a Global Green New Deal » LSE Grantham Research Institute on Climate Change and the Environment. Nov 6, 2019.

8. Gore, Timothy. Extreme Carbon Inequality . London: Oxfam. Dec 2, 2015. (The report can be found in Spanish and French here .

Stephen Corry trabaja con Survival International, el movimiento global por los derechos de los pueblos indígenas, desde 1972. Esta ONG tiene su sede en Londres y oficinas en Madrid, Milán, París y San Francisco. Se puede acceder a su campaña para cambiar el enfoque de la conservación del medio ambiente en www.survivalinternational.org/conservation. Este es uno de sus artículos sobre dicho problema.

 

Fuente: https://www.counterpunch.org/2019/12/20/diversity-rules-environment-ok/

El presente artículo puede reproducirse libremente siempre que se respete su integridad y se nombre a su autor, a su traductor y a Rebelión como fuente del mismo.