Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
El video de un soldado israelí ejecutando a un joven palestino que yacía herido e incapaz de moverse podría haber conmocionado a la sociedad israelí pero, en lugar de eso, solo ha servido para intensificar la danza guerrera tribal de la audiencia israelí.
La semana pasada el soldado fue llamado a declarar ante un tribunal militar mientras cientos de simpatizantes protestaban en el exterior del edificio. Además recibió el apoyo público de media docena de ministros del gobierno, antiguos generales del ejército, rabinos y -según las encuestas de opinión- una mayoría significativa del público israelí.
Merece la pena reflexionar sobre este generoso acto de solidaridad.
Los hechos principales están muy claros. El 24 de marzo, dos palestinos (Abdel Fattah Al Sharif y Ramzi Qasrawi, ambos de 21 años) recibieron disparos cuando atacaron a los soldados encargados de un puesto de control en la ciudad ocupada de Hebrón, en Cisjordania.
El soldado de 19 años que está siendo investigado llegó diez minutos más tarde. Qasrawi estaba muerto y Al Sharif yacía herido sobre la carretera. Otros soldados deambulaban por ahí, no muy lejos.
En ese momento, el soldado en cuestión -cuyo nombre no puede revelarse por ser secreto de sumario- se acercó a Al Sharif, le apuntó con su arma a la cabeza y disparó.
Toda la escena fue captada en video, al igual que el reguero de sangre que manó de la cabeza de Al Sharif segundos más tarde.
No fue una muerte ocasionada en el fragor del combate, fue una ejecución a sangre fría. Tal y como ha señalado Amnistía Internacional, dicho acto está considerado un crimen de guerra.
Sin embargo, para la mayoría de los israelíes, el soldado es la víctima de la historia. Alrededor del 57 por ciento se opone a una investigación, y mucho menos a un juicio o encarcelamiento.
Un 66 por ciento considera su comportamiento de manera positiva y solo un 20 por ciento lo critica. Apenas un 5 por ciento considera que dicha muerte debería juzgarse como asesinato.
Si de algo han servido el video que registró los hechos y el desarrollo posterior de la historia es para abrir una ventana que muestra el estado de descomposición del ente político israelí.
La evidencia incontestable de la ejecución de Al Sharif está poniendo difícil a los judíos israelíes el mantener el engaño -tanto entre ellos mismos como hacia el exterior- de que las instituciones de su Estado étnico y tribal tienen algún tipo de compromiso con los valores universales y los derechos humanos.
Durante décadas, Israel ha proclamado que su ejército actúa de un modo excepcionalmente «moral». Esta pretensión siempre fue irrisoria, pero en la era de los teléfonos móviles provistos de cámaras, la ocultación de los crímenes sistemáticos cometidos por una belicosa potencia
ocupante se ha vuelto aun más difícil.
En los últimos seis meses se ha producido una oleada de ataques desesperados de palestinos en protesta por la ocupación, la mayoría de ellos improvisados, con cuchillos o vehículos. Alrededor de 190 palestinos han sido muertos en dicho periodo.
Varios de estos incidentes fueron grabados por cámaras. En una proporción estremecedora, los palestinos -incluyendo niños- han sido asesinados incluso cuando no suponían ningún peligro para los civiles o soldados israelíes. En la jerga militar, a esto se le llama «confirmar la muerte».
El último video es característico no solo porque las evidencias son indiscutibles sino porque revela la cultura militar israelí en general.
Cuando el soldado efectuó el disparo fatal, sus compañeros no se sorprendieron lo más mínimo de que el prisionero hubiera sido ejecutado. Todo tiene la apariencia de ser un suceso repetido muchas veces anteriormente: un procedimiento operativo estándar.
El pasado diciembre, la ministra de asuntos exteriores sueca, Margot Wallstrom, hizo unas declaraciones denunciando la actitud de «gatillo fácil» del ejército israelí. El primer ministro israelí Benjamín Netanyahu la criticó duramente y prohibió su entrada en Israel.
La semana pasada se hizo pública una carta escrita por diez senadores estadounidenses (escrita antes del suceso de Hebrón) en la que se hacían eco de las preocupaciones de Wallstrom. Netanyahu volvió a indignarse y dijo que sus soldados no eran «asesinos».
A Wallstrom le preocupaba que, al negarse a investigar o condenar ejemplos evidentes de ejecuciones sumarias, los oficiales israelíes estén enviando un mensaje a sus soldados y al público israelí en general, en el sentido de que dichos actos son comprensibles.
Por tanto, no resulta sorprendente que la mayoría de los israelíes piense que el soldado que ejecutó a Al Sharif está recibiendo un trato discriminatorio. Su crimen no fue ejecutar a un palestino -algo que ocurre continuamente- sino que le grabaran en video cuando lo hacía. Eso sí que fue mala suerte.
El público israelí no ha llegado a esa conclusión de manera accidental. Ha sido educado desde temprana edad en la idea de justicia tribal. Los palestinos no son considerados completamente humanos por lo que carecen de derechos.
Recientemente dicha actitud no ha hecho más que intensificarse. Políticos de todo el espectro ideológico han apremiado a soldados, policías y colonos armados a matar a cualquier palestino que alce su mano contra un judío. Esta incitación ha cobrado fuerza y nadie, de Netanyahu hacia abajo, ha alzado su voz contra ella.
Más bien lo contrario. Las pocas organizaciones israelíes que intentan proteger los derechos de los palestinos están siendo sometidas a ataques coordinados. La organización «Breaking the Silence» (Rompiendo al silencio), que facilita que colabora con los soldados israelíes que denuncian violaciones de las que son testigos, fue acusada recientemente de «traición» por el ministro de defensa. Israel dedica mucha energía a acosar y silenciar a los mensajeros, ya sean diplomáticos extranjeros o sus propios soldados.
Netanyahu no deja ninguna duda de dónde se sitúan sus simpatías. La pasada semana, su gabinete publicó un comunicado de prensa que señalaba que había llamado al padre del soldado para mostrarle su solidaridad.
También los rabinos están participando la música ambiental de esta danza guerrera.
Mientras sus simpatizantes agasajaban al soldado de Hebrón como a un héroe, una de los dos máximas autoridades religiosas del país, el rabino jefe sefardí, dictaminó que los ciudadanos no-judíos de Israel (unos dos millones de palestinos) deberían ponerse al servicio de los judíos o enfrentarse a su expulsión a Arabia Saudí. Dos semanas antes había declarado ante los soldados que estos tenían la obligación religiosa de matar a cualquiera que les atacara.
Es preciso señalar otro aspecto revelador: el soldado de Hebrón estaba destinado al cuerpo médico. Aunque su tarea era salvar vidas, consideró que, en el caso de los palestinos, debía cumplir con un deber superior y acabar con la suya.
Pero este individuo no es ninguna aberración. Los otros médicos militares presentes en la escena (incluyendo los pertenecientes a la Cruz Roja que, supuestamente, deben seguir su código de conducta) ignoraron a Al Sharif, según se aprecia en el video, a pesar de sus graves heridas, y rodeaban a un soldado israelí levemente herido. Es evidente que, a los ojos de estos médicos, las vidas de palestinos e israelíes no son iguales.
Muchos videos recientes muestran una historia similar. En noviembre, una ambulancia israelí atropelló al muchacho de 13 años Ahmed Manasra, abandonándolo sin atención médica mientras se desangraba a causa de una herida grave en la cabeza, después de que participara en un ataque con puñal en la Jerusalén Oriental ocupada.
Y luego están las autoridades legales de Israel.
Los medios israelíes informaban la semana pasada de que el ministro de justicia ni siquiera había abierto una investigación sobre un policía sospechoso de ejecutar a un palestino tras un ataque el mes pasado cerca de Tel Aviv, aunque los hechos fueron captados por una cámara.
En el caso del soldado de Hebrón, el tribunal militar está convirtiendo al soldado en la víctima.
Al decretar el secreto de sumario que impide su identificación, da a entender a los israelíes ordinarios que equivale a una víctima de violación.
La semana pasada, los fiscales dieron muestra de la presión a la que estaban siendo sometidos -como sin duda alguna lo será el juez posteriormente- cuando rebajaron su acusación de asesinato a homicidio imprudente. El oficial del ejército que presidía la audiencia ya ha aceptado liberar al soldado, limitándose a mantenerle recluido en la base de su unidad.
Ante los ojos del público israelí, este soldado está siendo investigado para salvar las apariencias, únicamente porque todo el mundo ha podido ser testigo de lo que es evidente.
Aunque puede que el soldado no sea una víctima, sí es un chivo expiatorio. Actuó no solo por propia iniciativa, sino en concordancia con los valores compartidos por su unidad, por el mando militar, por la mayoría de los políticos israelíes, por muchos de los principales rabinos y por una mayoría significativa de los ciudadanos de Israel.
Deberíamos juzgarle con dureza, pero ya es hora de extender esa censura más allá del soldado en sí.
Todos aquellos que durante muchas décadas enviaron a él y a otros cientos de miles a hacer respetar una ocupación beligerante e ilegal a la vez que les enseñaban a contemplar a los palestinos como seres inferiores son al menos tan culpables como él.
Jonathan Cook ha sido ganador del premio especial de periodismo Martha Gellhorn. Ha escrito numerosos libros sobre Oriente Próximo, como «Dissapearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Dispair». Su website es: www.jkcook.net
Fuente: http://www.counterpunch.org/2016/04/04/execution-of-palestinian-exposes-israels-military-culture/
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