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Informe del sindicato LAB y la organización Ipar Hegoa

La energía nuclear no es una alternativa ante el cambio climático

Fuentes: Gara

La apuesta de la energía nuclear, apagada desde hace años en la mayoría de países del mundo, ha ganado enteros en los últimos tiempos al ofrecerse como alternativa no contaminante ante los problemas futuros que puedan derivar del calentamiento global terrestre. Un estudio de LAB e Ipar Hegoa, avanzado ayer, rechaza ese intento de «contaminación» […]

La apuesta de la energía nuclear, apagada desde hace años en la mayoría de países del mundo, ha ganado enteros en los últimos tiempos al ofrecerse como alternativa no contaminante ante los problemas futuros que puedan derivar del calentamiento global terrestre. Un estudio de LAB e Ipar Hegoa, avanzado ayer, rechaza ese intento de «contaminación» por parte de la industria nuclear, y niega con datos e informes que sea una energía limpia, segura y competitiva.

Escribía, con mucha dosis de sarcasmo, el columnista británico George Monbiot, que «durante cincuenta años, la energía nuclear ha sido la solución en la búsqueda de un problema». Lo cierto es que la industria nuclear y los poderosos lobbys a su alrededor han hallado en los últimos tiempos en la lucha contra el calentamiento acelerado del planeta un salvavidas para una alternativa energética que se iba apagando como una vela.

Sin embargo, frente a la contaminación de gases de efecto invernadero y la carestía y caducidad de los recursos petrolíferos, ahora se presenta disfrazada de energía verde, cuando en realidad no está haciendo sino contaminar más el debate. Así lo han entendido el sindicato abertzale LAB y la asociación Ipar Hegoa, que ayer presentaron un revelador informe en el que concluyen que «la nuclear no es la energía del futuro».

En su pormenorizado análisis, sus autores entienden que «ante el grave problema del cambio climático, ésta no es una alternativa». Y lo defienden con argumentos tales como sus «eternos problemas de seguridad», la falta de una solución para gestionar sus residuos radiactivos, su falta de competividad ya que sólo se sostiene gracias a las ayudas públicas o la limitación del los recursos de uranio. «Euskal Herria, además -expuso la vicesecretaria general de LAB, Ainhoa Etxaide- no conseguiría ninguna independencia energética por medio de la energía nuclear. El uranio y la propia tecnología habría que importarla».

En este sentido, resaltaron la necesidad de que no sean sólo los industriales quienes decidan la opción u opciones energéticas futuras frente al calentamiento terrestre, sino que también los trabajadores y por ende la sociedad en general puedan decidir. «La población vasca descarta como opción de futuro la energía nuclear, y ése es un sentimiento ampliamente mayoritario y arraigado», declaró Jon Artetxe, responsable de medio ambiente del sindicato, quien aprovechó para exigir el cierre antes de 2009 de la central nuclear de Garoña, al tiempo que advirtió sobre las intenciones de que la misma zona próxima a Euskal Herria pueda acoger en el futuro un cementerio estatal de residuos nucleares.

Una energía sin argumentos

El informe publicado por LAB e Ipar Hegoa califica de «última peripecia argumental» el impulso obtenido por lo nuclear bajo el argumento de que permite disminuir las emisiones de dióxido de carbono. «Ante esta afirmación machaconamente repetida, hemos de objetar que la disyuntiva no puede ser elegir entre los residuos de alta radiactividad y el riesgo de accidente nuclear por un lado, y lluvias ácidas y cambio climático por otro».

La realidad de los datos revela que «pretender eliminar la generación de electricidad de los combustibles fósiles por medio de la energía nuclear exigiría construir durante 25 años una central cada dos días», y la última que se está construyendo en Finlandia acumula ya dos años de retraso y millones de euros de gasto por encima de lo presupuestado. Si a lo anterior sumamos conclusiones de estudios que afirman que si se construyeran 1.000 centrales nucleares hasta 2050 sólo se ahorraría un 8% de las emisiones previstas hasta ese año, son argumentos suficientes para los autores de este documento como para rechazar esta vía energética.

Jornada este viernes en Bilbo

El informe viene acompañado de cuatro entrevistas-tipo a Marcel Coderch, secretario de la Asociación para el Estudio de los Recursos Energéticos; Roberto Bermejo y José Allende, profesores de Economía Aplicada de la UPV-EHU; y Carlos Bravo, responsable de energía de Greenpeace. En ellas, dejan claro que sostenibilidad y energía nuclear no van de la mano. «Hoy por hoy -asegura el primero de ellos- su apuesta supondría trasladar a las generaciones futuras las consecuencias negativas de nuestros consumos energéticos actuales».

Precisamente Coderch será uno de los ponentes en la jornada que este viernes, de 9.00 a 14.00, tendrá lugar en el salón de conferencias de las Juntas Generales, en la calle Hurtado de Amezaga, en Bilbo, en la que se presentará este informe y hablarán varios conferenciantes como Iñaki Saratxaga, de Gezia; Iñaki Bravo, de Greenpeace; o Alberto Frías, de Eguzki. Se analizarán aspectos como las consecuencias del modelo neoliberal de consumo, el futuro de la energía nuclear, el «control democrático» del sector energático, o el potencial de las energías renovables en Euskal Herria.

EN CIFRAS

3.000

Son los reactores nucleares que se deberían construir en el mundo para reducir de forma notable las emisiones de CO2.

54

Centrales nucleares son las que tiene en la actualidad el Estado francés, principal defensor de esta energía.

1.800

Millones de toneladas de CO2 al año es lo que afirma la industria nuclear europea que se evitan al año, lo que equivaldría a 200 millones de automóviles.

443

Reactores nucleares funcionan en todo el mundo, de ellos 147 en la Europa de los 25. En los últimos doce años se han cerrado 33 centrales.

6%

Es la aportación actual de esta energía en el ámbito mundial, incluso en el Estado francés o Japón sólo llega al 20%.

220

Toneladas de residuos radiactivos se generan al año en el Estado español y más aún en el francés. Su peligrosidad perdurará miles de años.

70

Años es el límite que se calcula de las reservas de uranio en todo el mundo al ritmo actual de consumo.

Una opción que resucitó el padre de la teoría Gaia

En 1989, los siete países más ricos del planeta ya apostaron porque «la energía nuclear cumple un papel decisivo en la reducción de las emisiones de gases con efecto de invernadero». Quién sabe si aquella visión no era una simple declaración de intenciones. Ni siquiera el Protocolo de Kioto (1997) la contemplaba como alternativa al calentamiento acelerado del planeta. Sin embargo, todo cambió cuando en mayo de 2004, el padre de la conocido teoría Gaia (la Tierra como un superorganismo autoregenerador), el británico James Lovelock, apostó en un controvertido artículo en «The Independent» por la energía nuclear como mal menor para frenar las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera. Una apuesta que secundaron voces de otrora representantes del ecologismo como el propio cofundador de Greenpeace, Patrick Moore. Desde entonces, la alternativa de la energía nuclear se ha situado en primera línea del debate e, incluso, la propia Unión Europea ha abierto las puertas a su discusión, presionada por poderosos estados pronucleares como el francés o el alemán. Grandes contaminadores como Rusia y China han visto una solución «no contaminante» e, incluso, un próspero negocio. Los rusos, sin ir más lejos, iniciaron este pasado domingo la construcción de su primera planta eléctrica nuclear flotante, que quieren exportar a Asia y Africa.