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La erosión de la libertad de expresión

Fuentes: La Jornada

Hay que luchar. Es la única conclusión que saco de la renovada erosión de nuestra libertad de discutir lo que ocurre en Medio Oriente. El ejemplo más reciente y vergonzoso es la cobarde decisión del New York Theater Workshop de cancelar la espléndida producción del Royal Court titulada Mi nombre es Rachel Corrie.Es la historia, […]

Hay que luchar. Es la única conclusión que saco de la renovada erosión de nuestra libertad de discutir lo que ocurre en Medio Oriente. El ejemplo más reciente y vergonzoso es la cobarde decisión del New York Theater Workshop de cancelar la espléndida producción del Royal Court titulada Mi nombre es Rachel Corrie.

Es la historia, según sus palabras y correos electrónicos, de una valiente joven estadunidense que viajó a Gaza a proteger a palestinos inocentes y que se plantó frente a un bulldozer israelí para evitar que el conductor destruyera un hogar palestino. Este le pasó encima y luego se echó en reversa para aplastarla por segunda vez. «Mi espalda está rota», dijo Corrie antes de morir.

Una heroína estadunidense, Rachel, no logró que el gobierno de Bush le diera condecoraciones de niña exploradora, la misma administración que a cada momento machaca su cantaleta sobre el valor, la libertad y la opresión. Rachel tenía la valentía equivocada y defendió al pueblo equivocado.

James Nicola, el «director artístico» (este cargo realmente debe ir entre comillas) del New York Theater Workshop, decidió «posponer» la puesta en escena «indefinidamente», porque (lector, aquí debes contener la respiración) «al planear la preproducción y al hablar con gente, al escuchar a nuestras comunidades (sic) en Nueva York, lo que oímos fue que después de la enfermedad de Ariel Sharon y la elección de Hamas (…) estábamos ante una situación muy tensa». No supe si reír o llorar.

Confrontemos esa payasada. En Australia, mi viejo amigo Anthony Loewenstein, periodista y académico, está pasando por momentos igualmente viles. Terminó un libro crítico sobre el conflicto entre Israel y Palestina para la editorial de la Universidad de Melbourne, y las comunidades judías de Australia están tratando de censurarlo antes de que aparezca, en agosto próximo.

El año pasado el ministro federal del Trabajo, quien es judío al igual que Loewenstein, escribió una carta a la publicación Australian Jewish News, exigiendo que los editores «desecharan del todo el repugnante proyecto». Afirmó que el libro sería un «ataque contra la comunidad judía australiana».

Ahora el poderoso buró de representantes judíos de New South Wales deliberó contra Loewenstein y ya hay iniciativas para retirarlo de su puesto en el Centro de Estudios de Medio Oriente y Africa de la Universidad de Macquarie.

¿Es esto un pequeño tejemaneje aislado en favor de Israel? ¡Ay, no, no lo es! Recibí una carta la semana pasada de la israelí estadunidense Barbara Goldscheider, cuya novela, Naqba: La catástrofe. El conflicto palestino-israelí, acaba de ser publicada. Me dijo que ha sido atacada «sólo por elegir un título árabe para la novela sobre el conflicto… Mi cuñado rompió toda relación conmigo, sin haber leído el libro. De los miembros de mi congregación ortodoxa judía en Bagor (Maine), recibí una llamada telefónica de un iracundo «amigo» mío, quien me espetó: ‘¿Qué no sabes que los árabes quieren destruir a Israel'».

Una plática sobre su novela, programada para febrero pasado en una sinagoga conservadora, fue cancelada «debido a la furia provocada por mi libro». Un profesor de Boston le escribió compasivamente a Goldscheider un consejo que considero estupendo. «Aquí hay una campaña sanguinaria, no se rinda.»

¿Pero qué hacer cuando un editor o un «director artístico» son los que se rinden? Esto lo averigüé hace poco, cuando la Sociedad de Historia Militar de Irlanda solicitó autorización para reproducir un ensayo mío publicado años antes sobre la batalla entre el regimiento irlandés de la ONU en el sur de Líbano y los aliados de Israel, esa brutal milicia libanesa, el Ejército de Líbano Sur, cuyo sicótico comandante era un corrompido militar libanés llamado Saad Haddad.

En el ensayo, mencionaba cómo un mayor israelí de nombre Haim extorsionó a los habitantes de la aldea del sur libanés de Haris y a cambio de dinero les dio el nombre clave del agente israelí -«Abu Shawki»- que estuvo presente cuando fueron asesinados dos soldados irlandeses.

Publiqué todos esos detalles en muchas ocasiones, tanto en mi periódico como en mi anterior libro sobre la guerra de Líbano titulado Pity the nation. El mayor Haddad murió de cáncer hace más de 10 años. De hecho, conocí a Haim a principios de los años 80, cuando emergió de una reunión con el alcalde de Haris, a quien exigió dinero para pagar a los crueles milicianos israelíes.

La ONU estuvo presente y grabó sus amenazas, mientras Abu Shawki, a quien la policía irlandesa quería entrevistar, trató de arrestarme en Tiro. Me dejó libre inmediatamente, cuando le dije que sabía que él fue testigo del asesinato de los dos soldados irlandeses.

Entonces, ¿qué se suponía que debía hacer cuando recibí la siguiente carta del ex brigadier general Patrick Purcell del ejército irlandés? «Desafortunadamente nos hemos visto obligados a retirar su artículo, en atención a una carta de nuestra editorial, la Prensa Académica Irlandesa. Está claro, a juzgar por nuestro contrato, que nuestra sociedad sería responsable en caso de que se tomara acción por difamación.»

La carta adjunta del editor Frank Cass señala que su abogado le había «advertido» que podía haber acciones legales porque describí a Haddad como «sicótico», di el nombre del alcalde israelí chantajista y del agente israelí que estuvo presente en los dos asesinatos.

Es interesante que el abogado del señor Cass crea que es posible difamar a un hombre (Haddad) que lleva más de una década muerto y que también piense que publicar el nombre clave de un pillo hará que éste salga y revele su verdadera identidad ante una corte. En lo que toca a Haim, él sigue figurando en los archivos de la ONU como el hombre que trató -y aparentemente consiguió- de obligar a la gente del sur de Líbano a reunir el dinero para pagar a sus propios opresores.

¿Cuál es la moraleja de esto? Bueno, obviamente, es no dar artículos a la Sociedad de Historia Militar de Irlanda. Pero lo más acertado es recordar lo que escribí para este diario hace poco más de seis años: «el grado de insultos y amenazas directas que actualmente recibe cualquiera que se atreva a criticar a Israel está alcanzando dimensionas macartianas. La intención de obligar a los medios a obedecer las reglas de Israel es internacional». Y creciente, debo agregar ahora.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca http://www.jornada.unam.mx/2006/03/12/031a1mun.php.