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De cómo el capitalismo absorbe a su paso todo lo que encuentra

La fagocitación de la ecología

Fuentes: Rebelión

Asistimos en los últimos tiempos a lo que parece un cambio de mentalidad en lo referente a la protección del planeta. El futuro a medio y largo plazo está adquiriendo cierta importancia en las agendas de importantes entidades, en las declaraciones de personalidades de todo el mundo. Sugiere todo esto que una especie de conciencia […]

Asistimos en los últimos tiempos a lo que parece un cambio de mentalidad en lo referente a la protección del planeta. El futuro a medio y largo plazo está adquiriendo cierta importancia en las agendas de importantes entidades, en las declaraciones de personalidades de todo el mundo. Sugiere todo esto que una especie de conciencia ecológica está lentamente penetrando en gobiernos, grandes empresas y demás poderes económicos en cuyos senos la palabra «verde» no producía sino náuseas y malestar profundo por relacionarse inversamente con el beneficio.

La actitud frente al cambio climático, concretamente, se presenta como uno de los principales factores que parecen evolucionar lentamente de manera positiva. La alteración del clima por parte de las actividades humanas se lleva debatiendo durante más de una década. El objetivo Toronto de 1988, la Convención Marco sobre Cambio Climático de 1992, el protocolo de Kioto en 1997 y su ratificación en el 2005, la son algunos de los muchos ejemplos que muestran que la temática no es nada nueva en el panorama internacional. Sin embargo, las actuaciones más positivas de muchos gobiernos al respecto vienen marcadas por la completa dejadez, incluso tras la firma de acuerdos en la materia. Vinculaciones cuya única pretensión es combinar una imagen de política «amiga del medio ambiente» con los intereses empresariales de los que contaminan.

Durante estas últimas semanas precisamente, el cambio climático ha ganado relevancia hasta convertirse en un asunto de actualidad. Qué decir del Primer Ministro británico Tony Blair que ha advertido sobre las desastrosas consecuencias que podría tener en el futuro, al tiempo que presentaba el ya famoso Informe Stern a la comunidad internacional [1]. Poco antes, y al otro lado del atlántico, el olvidado Al Gore renacía de sus cenizas con nuevo cuerpo y formas para contarnos «Una Verdad Incómoda», consiguiéndose colar en las carteleras junto a la tradicional retahíla de producciones banales que copan la industria cinematográfica. La Conferencia sobre Cambio Climático de Nairobi culminaba hace poco con modestos acuerdos que parecen mostrar, al menos, cierta predisposición de la mayoría de los países a tomar medidas. Las empresas, por su parte, lavan su imagen patrocinando actos como el VIII Congreso Nacional de Medio Ambiente (CONAMA) en España, y creando divisiones medioambientales que investiguen en la línea ecológica. Organismos internacionales como la ONU, el Banco Mundial incorporaron directrices en la misma línea hace ya tiempo: creación de fondos (PNUD, PNUMA…), inversiones en proyectos de desarrollo sostenible…incluso nos ha sorprendido el típico multimillonario americano aportando 3000 millones de dólares a la causa [2]. La cobertura mediática que está recibiendo el cambio climático ha permitido a ciudadanía aprender y recordar algunos conceptos y datos que, aunque ya antiguos, no habían salido a la luz o habían recibido poca importancia.

Desafortunadamente, bajo la sombra del modelo en que vivimos, todo esto sólo puede significar una cosa: el medio ambiente se ha convertido en un producto más con el que comerciar. Un marco más del que extraer beneficios. Según el propio Stern, combatir el cambio climático saldrá más rentable que continuar el modelo tradicional. Su informe va más allá y lo considera una tarea ineludible si se desea que las estructuras actuales sigan desarrollándose y creciendo a buen ritmo. Bajo la previsión de que el mercado de la energía limpia podría alcanzar los 500.000 millones de euros, se crea un nuevo espacio de inversión muy prometedor a largo plazo, y que controlarán los que antes se inicien en él.

Con esta nueva perspectiva, muchas y nobles ideas se han formulado y han sido retransmitidas por los medios. En España el gobierno afirma mostrarse dispuesto a cumplir con Kioto, reduciendo las emisiones de carbono y sustituyendo progresivamente los combustibles fósiles por energías renovables. Todo con el objetivo de avanzar hacia un modelo económico más sostenible, en la misma línea que requiere la lucha contra la pobreza, y con grandes esperanzas depositadas sobre el nuevo mercado del carbono que pueda surgir [3]… Nadie habla, sin embargo, de un aspecto clave: la reducción del consumo. Hay que aclarar que no se trata únicamente, como muchas veces tratan de hacernos creer, de disminuir el gasto doméstico. Las responsabilidad es frecuentemente trasladada al ciudadano, al que se insta a ahorrar en pequeños detalles a nivel personal y familiar, al mismo tiempo que se le hunde cada día un poco más en la sociedad del consumo, y que le educa y fuerza en lo contrario. Los estados y las grandes empresas son los que manejan los hilos. Los primeros son los únicos capaces de decidir hasta qué punto es legal contaminar, las segundas hasta dónde saltarse la ley. Los gobiernos tienen la posibilidad de limitar a los grandes despilfarradores y terroristas ambientales, pero las grandes compañías que trabajan impunes bajo el velo de la democracia y se encargan de preparar un terreno en el que campar a sus anchas. Al mismo tiempo generan las necesidades más absurdas para producir, vender y recoger beneficios de una sociedad que mantienen desinformada, sumida en la rutina del trabajo, las compras y la despreocupación. De ahí lo sospechoso de esta moda medioambiental.

El verdadero problema que empieza a surgir a los dueños del sistema es simplemente cómo asegurar unas cuotas de consumo energético desproporcionadas como las de ahora minimizando la dependencia del moribundo petróleo y, tal vez, sin seguir provocando excesivos y contraproducentes efectos sobre propio planeta. La solución del problemas medioambiental y todas sus consecuencias (que sufren precisamente los más pobres) queda subordinada al propio mantenimiento del sistema que lo ha generado.

En el fondo se trata de un ejemplo más de absorción o contagio por parte del capitalismo de algo que un principio parece ha sido contrario a sus principios. No hace tanto que el efecto invernadero era seriamente puesto en duda por países como EEUU. Como bien se ve, a todo se le puede dar la vuelta y obtener una buena estrategia de mercado que cuente con la agradable imagen de «luchar contra el cambio climático». Podemos encontrar paralelismos muy similares y también bastante recientes. Sin ir más lejos los productos «biológicos» y de «Comercio Justo» son un ejemplo de cómo algo en un principio poco amigo del capital ha acabado expuesto en los hipermercados, mecas del neoliberalismo. Nadie se preocupa de que el hecho de que un producto que ha sido embalado y transportado desde lejos para acabar en la estantería del supermercado pierde una gran parte su valor «biológico». Es más, su compra beneficia a una compañía que no duda en poner al lado productos no biológicos, modificados genéticamente o importados desde el otro lado del planeta. Por si fuera poco hay que sumar al precio ecológico real que la compra en una gran superficie implica muchas veces el uso del coche. De igual manera el producto de Comercio Justo deja de ser justo cuando pasa por las manos de una cajera con un sueldo basura, contrato temporal y unas condiciones laborales deficientes.

Como se observa está absorción lleva consigo la transformación y adaptación de un concepto que abandona parte de un primer significado e intención para servir a los gustos de Don Dinero. Esta máscara es la que se publicita y se fomenta aprovechando la buena imagen con la que cuenta y haciendo caer en el olvido las connotaciones primitivas. El concepto que está siendo transfigurado estos días es la «ecología» en sí misma. La conservación del medio ambiente está inexorablemente relacionada con la lucha contra la pobreza, las guerras, la explotación y el desarrollo económico en definitiva. Las acciones contra el cambio climático, como todas las demás, han de llevarse a cabo desde un marco totalmente distinto al que nos quieren acostumbrar: el del «decrecimiento», es decir, a través de la paralización e inversión del desarrollo que lo ha creado no sólo a él, sino también a las desigualdades, el hambre y la miseria que carcomen a la mayor parte de la población mundial, no sólo en los países pobres, sino también en nuestras propias ciudades: las 30.000 personas que viven en las calles y centros de acogida españoles[4] son víctimas muy cercanas y, aún así, ignoradas en su tragedia por el llamado «Estado de Derecho».

No es difícil darse cuenta de que las políticas e inversiones que se barajan no van a ir por esos derroteros. El yugo impuesto por el Norte sobre el sur a través de las estructuras de poder, económicas y militares deja el camino preparado para que sean los países desarrollados los únicos que puedan permitirse una inversión y una apuesta seria en energías no-fósiles. Son los mismos que tienen la capacidad de sacar las chimeneas de sus fronteras sin tener que apagar los hornos. En este nuevo mercado de la energía, los países pobres tienen todas las papeletas para aguantar no sólo los malos humos del resto, sino también los residuos sólidos, tóxicos y radioactivos. En los últimos 6 años, el Banco Mundial ha destinado tan sólo un 6% de la totalidad de préstamos otorgados a proyectos de energía, a las energías limpias [5]. Teniendo en cuenta que las tecnologías y proveedores necesarios para este tipo inversiones llegan del Norte, no es más que una pequeña parte del gran círculo vicioso que asegura la supremacía de los cada vez más ricos frente a los cada vez más pobres. El mismo círculo sobre el que ruedan el resto de inversiones del Banco Mundial, de la ONU, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de Comercio o las «Ayudas para el Desarrollo» que tan orgullosamente donan los Estados verdugos a sus víctimas. Toda esta parafernalia consigue un negocio más que rentable: en 2003 el Sur recibió 69.000 millones de dólares en «ayudas», pero desembolsó $370.000 millones en concepto de pago de la deuda externa [6].

Bajo el control de estas estructuras muchos los líderes mundiales se convierten en simples marionetas del sistema en las que la intención personal, si alguna vez ha existido, y las palabras edulcoradas por un mundo mejor pierden todo su valor en la subordinación a los intereses de las transaccionales, con el único objetivo de preservar el sistema del que se alimentan. La propia naturaleza de este capitalismo salvaje, sus propias incongruencias sugieren que los intentos por proteger el medio ambiente fracasarán una y otra vez. Lo más barato y más fácil sigue siendo contaminar y vivir el presente hipotecando el futuro si hace falta. Aún cuando el nuevo mercado de la ecología fuese implementado correctamente y resultase funcional, muchos problemas medioambientales seguirían agravándose por depender directamente del consumo y del crecimiento.

La lucha por un mundo limpio y justo pasa por las acciones contra las grandes empresas. La desobediencia civil y económica, el boicot de sus actividades, la denegación de todo poder de decisión e influencia a los estados en materia ambiental, social y educativa, sellando todo resquicio por el que puedan aprovecharse de la imagen y trabajo realizados por los diferentes movimientos ecologistas, políticos y sociales independientes que promueven un cambio en la forma de crecimiento, basado en una nueva concepción del desarrollo, alejada de los términos económicos, y sobre una nueva estructura mundial de base justa e igualitaria.

[1] «Blair advierte de las «desastrosas» consecuencias del cambio climático en la economía mundial» http://www.20minutos.es/noticia/167371/0/gore/blair/clima/

[2] Richard Branson, dueño de Virgin (compañía aérea entre otras cosas). Las emisiones debidas al transporte aéreo, precisamente, juegan un papel importante en el efecto invernadero.

[3] «España espera que la Conferencia de Nairobi suponga un punto de inflexión en la lucha contra el cambio climático»
http://www.elconfidencial.com/noticias/noticia.asp?id=19103&edicion=16/11/2006

[4] «Los ‘sin techo’ invisibles»
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=42793

[5] Banco Mundial – Preguntas frecuentes: «¿Hasta qué punto invierte el banco mundial en energías renovables?»
http://web.worldbank.org/WBSITE/EXTERNAL/BANCOMUNDIAL/QUIENESSOMOS/0,,contentMDK:20212341~menuPK:947207~pagePK:64057863~piPK:242674~theSitePK:263702,00.html

[6] Campaña «¿Quién debe a Quién?»
http://www.quiendebeaquien.org/spip.php?article123