Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Hace seis años y medio, poco después de que Hamas ganara las elecciones nacionales palestinas y se hiciera cargo de Gaza, un alto funcionario israelí describió de esta forma la calculada respuesta de Israel: «La idea», dijo, «es poner a dieta a los palestinos pero sin dejar que se mueran de hambre».
Aunque Dov Weisglass era asesor de Ehud Olmert, el Primer Ministro de la época, pocos observadores consideraron su comentario como algo más que una hipérbole, una descripción supuestamente jocosa del bloqueo que Israel se disponía a imponer sobre el diminuto enclave.
Sin embargo, la pasada semana, apareció finalmente la prueba que demostraba que dicha idea se había convertido efectivamente en una política israelí. Después de los tres años de batalla legal emprendida por un grupo de defensa de los derechos humanos, Israel se vio obligado a revelar el documento denominado «Líneas Rojas». Redactado a principios de 2008, cuando el bloqueo se intensificó aún más, el documento del Ministerio de Defensa describía una serie de propuestas sobre qué trato dar a la Franja bajo gobierno de Hamas.
Los funcionarios de sanidad proporcionaron cálculos de la cantidad mínima de calorías que el millón y medio de habitantes de Gaza necesitaban para evitar la desnutrición. Esas cifras se concretaron después en las cargas de los camiones de alimentos que se suponía Israel iba a permitir que entraran cada día.
Los medios israelíes han intentado presentar esas escalofriantes discusiones, mantenidas en secreto, de la mejor guisa posible. Incluso el periódico liberal Haaretz describía con eufemismos esta forma extrema de recuento de calorías alegando que se había diseñado para «asegurar que Gaza no muriera de hambre».
Pero lo que en verdad se revela es un cuadro muy diferente cuando uno lee la letra pequeña. Aunque el Ministerio de Sanidad determinó que los gazatíes necesitaban diariamente cada uno una media de 2.279 calorías para evitar la desnutrición -lo que requiere 170 camiones al día-, las autoridades militares encontraron después un montón de pretextos para reducir el número de camiones hasta una fracción de la primera cifra.
La realidad ha sido que, durante este período, una media de tan solo 67 camiones -mucho menos que la mitad de las necesidades mínimas- han estado entrando a diario en Gaza. Comparen esta cifra con los 400 camiones diarios anteriores al comienzo del bloqueo. Para conseguir esta inmensa reducción, las autoridades israelíes se dedicaron a descontar camiones basándose tanto en una valoración enormemente generosa de la cantidad de alimentos que podía obtenerse localmente y en las diferencias de la «cultura y experiencia» del consumo de alimentos en Gaza, una lógica jamás explicada.
Gisha, la organización que luchó para que se publicara el documento, observa que las autoridades israelíes ignoraron el hecho de que el bloqueo había dañado inmensamente la industria agrícola de Gaza, con una carencia de semillas y pollos que había provocado un descenso espectacular en la producción de alimentos.
El personal de las Naciones Unidas ha señalado también que Israel no tuvo en cuenta la gran cantidad de alimentos del suministro diario de 67 camiones que finalmente no llegaron nunca a Gaza. Eso se debió a las restricciones israelíes en los cruces de frontera que crearon grandes retrasos al obligar a que se descargaran los alimentos para revisarlos y subirlos de nuevo. Muchos de los productos se estropearon al permanecer bastante tiempo bajo el sol.
Y, por si lo anterior no bastaba, Israel ajustó aún más la fórmula para que el número de camiones que llevaban azúcar, pobre en nutrientes, se duplicara mientras que los camiones que llevaban leche, fruta y vegetales se reducían en gran medida, en ocasiones hasta la mitad.
Robert Turner, director de operaciones de la Agencia para los Refugiados de las Naciones Unidas en la Franja de Gaza, ha observado: «Los hechos sobre el terreno en Gaza demuestran que las importaciones de alimentos cayeron sistemáticamente por debajo de las líneas rojas».
No se necesita un experto para concluir que la imposición de esta «dieta» al estilo Weisglass conllevaría una extendida desnutrición, especialmente entre los niños. Y eso es precisamente lo que ha sucedido, como recogió en su momento un informe filtrado del Comité Internacional de la Cruz Roja. «La desnutrición crónica sigue una tendencia velozmente creciente y las deficiencias en micronutrientes son objeto de gran preocupación», se informaba a principios de 2008.
Las protestas de Israel alegando que el documento era meramente un «borrador» y que nunca se llevó a la práctica son apenas creíbles y, de todas formas, no vienen al caso. Si los expertos sanitarios asesoraron a los políticos y generales que Gaza necesitaba al menos 170 camiones al día, ¿por qué implementaron una política que permitía solo 67?
No puede haber duda de que la dieta concebida para Gaza -al igual que el bloqueo israelí en general- se viene aplicando como una forma de castigo colectivo, un castigo contra cada hombre, mujer y niño. El objetivo, según el Ministerio de Defensa de Israel, era emprender una «guerra económica» que generara una crisis política y que ésta, a su vez, provocara un levantamiento contra Hamas.
Con anterioridad, cuando Israel llevó a cabo su desenganche de 2005, presentó la retirada como el fin de la ocupación de Gaza. Pero la fórmula de las «Líneas Rojas» indica todo lo contrario: indica que, en realidad, las autoridades israelíes intensificaron su dominio sobre las vidas de los habitantes de Gaza hasta el detalle más microscópico.
¿Quién puede dudar -teniendo en cuenta las experiencias soportadas por Gaza en los últimos años- de que existen otros archivos del ejército israelí, que siguen siendo secretos, en los que se establecen experimentos similares de ingeniería social? ¿Revelarán los historiadores del futuro que las autoridades israelíes también tuvieron en cuenta las mínimas horas de electricidad que los gazatíes necesitaban para sobrevivir, o las cantidades mínimas de agua, el espacio mínimo para que una familia pudiera vivir o los niveles más altos posibles de desempleo?
Es muy probable que esas fórmulas estén detrás de los hechos siguientes:
· La decisión de bombardear la única central eléctrica de Gaza en 2006 y, a continuación, impedir que se reparara adecuadamente;
· La negativa a aprobar una planta de desalinización, la única vía para impedir el enorme agotamiento de los contaminados acuíferos subterráneos de Gaza;
· La declaración de inmensas franjas de tierra agrícola como zonas de nadie, obligando a la población rural a desplazarse a las ya atestadas ciudades y campos de refugiados;
· Y el continuo bloqueo de las exportaciones, que ha diezmado a la comunidad empresarial de Gaza y asegurado que la población siga dependiendo de la ayuda.
Son precisamente todas estas políticas de Israel las que han hecho de la ONU advirtiera en el pasado mes de agosto que Gaza sería «inhabitable» en 2020.
De hecho, la lógica utilizada en el documento de las «Líneas Rojas» y en todas las demás medidas puede hallarse en una estrategia militar que alcanzó su apoteosis en la Operación Plomo Fundido , el salvaje ataque perpetrado contra Gaza en el invierno de 2008-09.
La doctrina Dahiya postula que Israel tiene que tratar de restablecer su tradicional principio de disuasión militar para sobrellevar la situación de un Oriente Medio cambiante, de forma que el principal desafío a enfrentar sea una guerra asimétrica. El nombre Dahiya se deriva de una barriada de Beirut arrasada por Israel hasta sus cimientos en el ataque contra el Líbano de 2006.
Este «concepto de seguridad», como el ejército israelí lo denomina, implica la total destrucción de la infraestructura de una comunidad, a fin de hundirla de forma tan profunda en los problemas de supervivencia y reconstrucción que no puedan atenderse otro tipo de preocupaciones, incluyendo el contraataque o la resistencia a la ocupación. El primer día de la ofensiva contra Gaza, Yoav Galant, el comandante al frente de la misma, explicó sucintamente el objetivo: se trataba de «enviar a Gaza al pasado en varias décadas». Quizá Matan Vilnai haya pensado en términos similares cuando, meses antes de la Operación Plomo Fundido , advirtió que Israel se preparaba para infligir a Gaza un «Shoah», la palabra hebrea para Holocausto.
La dieta de Weisglass, vista en este contexto, puede entenderse como un refinamiento más de la doctrina Dahiya : toda una sociedad forzada a aceptar su sometimiento a través de una combinación de violencia, pobreza, desnutrición y lucha permanente sobre recursos muy limitados.
Este experimento que tiene por objeto desesperar a los palestinos es, no hace falta decirlo, ilegal a la vez que extremadamente inmoral. Pero, en última instancia, es inevitable que se venga abajo, y posiblemente más pronto que tarde. La visita a Gaza del Emir de Qatar de esta semana para conceder cientos de millones de dólares de ayuda, ha sido la primera de un jefe de Estado desde 1999.
Los Estados ricos en petróleo del Golfo necesitan influencia, aliados y mejorar su imagen en un nuevo Oriente Medio sumido en levantamientos y guerras civiles. Parece ser que Gaza es el premio a conseguir por el que parecen estar dispuestos a desafiar a Israel.
Jonathan Cook ha ganado el Premio Especial al Periodismo Martha Gellhorn. Sus últimos libros son: » Israel and the Clash of Civilizations: Iraq , Iran and the Plan to Remake the Middle East» (Pluto Press) y «Disappearing Palestine : Israel ‘s Experiments in Human Despair» (Zed Books). Su página en Internet es: www.jkcook.net
Fuente original: http://www.countercurrents.org/cook241012.htm