Recomiendo:
0

Sacrificando Gaza

La gran marcha de la hipocresía sionista

Fuentes: The Polemicist

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

La Gran Marcha por el Retorno es una expresión sorprendente y poderosa de la identidad y resistencia palestinas. Miles de palestinos han salido a manifestarse, con valentía y sin pedir disculpas, para decir: «Nos negamos a seguir siendo invisibles. Rechazamos cualquier intento de destinarnos al montón de deshechos de la historia. Ejerceremos nuestro derecho fundamental a ir a casa«. Han hecho esto desarmados, frente al uso israelí de una fuerza armada letal contra objetivos (niños, prensa, médicos) deliberadamente seleccionados para demostrar la implacable determinación del Estado judío de obligarlos a volver a su sumiso exilio por cualquier medio necesario. Al manifestarse repetidamente en las últimas semanas, estos hombres, mujeres y niños increíblemente valientes han hecho más que décadas de ensayos y libros destinados a arrancar el aura de virtud del sionismo que ha venido velando los ojos de los liberales occidentales durante setenta años.

Lo que los israelíes han hecho durante las últimas semanas -matar al menos a 112 palestinos y herir a más de 13.000 (332 con lesiones que ponen en peligro su vida y 27 que necesitan de amputaciones)- es un crimen histórico equiparable a la Matanza de Sharpeville (69 asesinados), el Domingo Sangriento (14 asesinados) y el Movimiento de Birmingham como momento decisivo en la lucha en curso por la justicia y la libertad. Al igual que en esos sucesos, la carnicería de este mes [mayo y junio] puede convertirse en un punto de inflexión de lo que John Pilger llama correctamente «la ocupación y resistencia más largas de los tiempos modernos»; la subyugación continua e inacabable del pueblo palestino que, como el apartheid y Jim Crow, necesita al menos de una represión armada constante y de episodios de exterminio de vez en cuando.

El gobierno, los partidos políticos y los medios estadounidenses, que apoyan y hacen posible este crimen, son los cómplices criminales e ignominiosos del mismo. Los políticos, los medios y el pueblo estadounidense, que tan entusiasmados se mostraban todos manifestando su apoyo en aquellos tiempos (real para algunos; imaginado retrospectivamente para otros) del movimiento por los Derechos Humanos en Sudamérica y la lucha antiapartheid en Sudáfrica, que continúan ignorando la lucha palestina por la justicia contra el sionismo porque decir algo podría acarrearles alguna incomodidad, son unos hipócritas cobardes e impresentables.

Ya saben, esos millones de resistentes antirracistas que tienen que esperar el quórum de personalidades como Natalie Portman y la elite guay, preferiblemente judía, para que la crítica a Israel resulte aceptable antes de encontrar el valor para expresar la solidaridad con el pueblo palestino que siempre han llevado en sus corazones. Aquellos viejos tiempos en los que esperaban que Elvis denunciara a Jim Crow antes de decidir que era ya el momento adecuado de alinearse junto a MLK, Malcolm y Fred Hampton contra Bull Connor, George Wallace y William F. Buckley.

Falsedad

La bancarrota de la ideología liberal-sionista, supuestamente antirracista y liberal, y de las instituciones ideológicas, alcanzó su apogeo con el estallido de varias apologías de Israel a raíz del último crimen, no tan sutilmente incrustado en la evasiva de «lamento la trágica pérdida de vidas» balbuceada a través de todo el mediascape. Acumularon todos los temas retóricos habituales y los lanzaron a la batalla ideológica: «Israel tiene todo el derecho a defender sus fronteras» (junta editorial del New York Times); los «misóginos y homófobos de Hamas» fueron quienes orquestaron todo (Bret Stephens); los manifestantes son o «terroristas» de Hamas o robots manipulados por Hamas, no puede llamárseles «civiles» (Washington Post). Y, por supuesto, la pieza recurrente de la resistencia: ¡Los escudos humanos!

Prácticamente todos los expertos estadounidenses, en algún lugar de su discurso, están haciéndose eco del alegato israelí establecido por Benjamin Netanyahu durante el ataque israelí contra Gaza de 2014: que Hamas utiliza a los «telegénicamente a los muertos» para promover «su causa». Que toda la Marcha del Retorno es «imprudentemente temeraria e insondablemente cínica» (Stephens). Que se «envió» a mujeres y niños a «encabezar las cargas» aunque habían sido «ampliamente advertidos… del riesgo mortal». Que se trata de una «política de sacrificio humano» (Jonathan S. Tobin y Tom Friedman) puesta en escena por Hamas, «el grupo terrorista que controla las vidas [de los gazatíes]» para «que la gente muriera ante las cámaras» (Matt Friedman, artículo de opinión en el New York Times). La Casa Blanca, a través de su portavoz Raj Shah, adopta esta línea como respuesta oficial: «La responsabilidad de estas trágicas muertes recae directamente en Hamas», que «de forma intencionada y cínica provocó esta respuesta» en «un repugnante intento propagandístico».

Shmuel Rosner lleva a este tropo de los «escudos humanos» hasta su conclusión última de «no pedir disculpas» en su infame artículo de opinión: «Israel necesita proteger sus fronteras. Con todos los medios necesarios». Sintiendo que «no hay necesidad alguna de involucrarnos en un duelo ingenuo», Rosner afirma con toda franqueza que «proteger la frontera [o lo que sea] era más importante que evitar las muertes». Ellos quieren sacrificios humanos, ¡pues les daremos sacrificios humanos! Reconoce que los gazatíes «se manifestaban porque están desesperados y frustrados. Porque vivir en Gaza no es mucho mejor que vivir en el infierno», y que «el pueblo de Gaza… merece compasión y piedad». Pero los palestinos buscaban «violar la integridad territorial [de Israel]», por tanto, «Israel no tenía otra opción» que la de «trazar una línea que no pudiera cruzarse» y matar a todo el que intentara abandonar ese infierno. Era «la única vía para persuadir finalmente a los palestinos de que abandonen la inútil batalla por cosas que no pueden conseguir («el retorno», el control de Jerusalén, la eliminación de Israel). La alternativa es «más manifestaciones, y por ello, más derramamiento de sangre, en su mayoría palestina».

Aunque reconoce que «los intereses de los palestinos no están en lo alto de la lista de mis prioridades», sin embargo, Shmuel se siente cómodo hablando en su nombre. «Cree sinceramente que la actual política de Israel hacia Gaza beneficia en último término no sólo a Israel sino también a los palestinos». En seguimiento de la sabiduría de «los sabios judíos» (¿presentando a Nick Lowe?), opina: «Quienes son amables con el cruel acaban siendo crueles con el amable».

No temas, Shmuel, por la lamentable gente de Gaza: El miembro de la Knesset, Avi Dichter, nos reasegura que el ejército israelí «tiene suficientes balas para todos. Si todos los hombres, mujeres y niños de Gaza se reúnen ante nuestra puerta, por decirlo así, hay una bala para cada uno de ellos. Podemos asesinarlos a todos, no hay problema». Amor sionista duro, en beneficio final suyo.

No hay nada nuevo aquí. Israel ha sido siempre consciente del gueto que creó en Gaza. En 2004, Arnon Soffer, demógrafo de la universidad de Haifa y asesor de Ariel Sharon, dijo: «Cuando 2,5 millones de personas vivan en una Gaza clausurada, va a haber una catástrofe humana… La presión en la frontera será horrible… Por tanto, si queremos seguir vivos, tendremos que matar y matar y matar. Todo el día, todos los días… Si no matamos, dejaremos de existir». Y en 2007, cuando desafiaron de nuevo «la voluntad de Israel de hacer lo que él prescribe…, i.e., colocar una bala en la cabeza de cualquiera que intente trepar por la valla de seguridad», Soffer replicó encogiéndose de hombros: «Si no lo hacemos, dejaremos de existir». El único lamento de Soffer: «Lo único que me preocupa es cómo garantizar que los chicos y hombres que van a tener que asesinar puedan volver a casa con sus familias y ser seres humanos normales». Una repetición del lamento de Golda Meir de «disparar y llorar»; «No podremos perdonar nunca [a los árabes] que nos obliguen a matar a sus niños». ¿Quién quiere un duelo ingenuo?

Podemos señalar los errores reales y las crueldades concretas en las que se apoyan todas estas apologías.

Podemos señalar que Hamas no «orquestó» esas manifestaciones y que los miles de gazatíes que están arriesgando sus vidas no son instrumentos de nadie. «Siempre nos habéis mirado desde arriba», le dijo un gazatí a Amira Hass, «por eso os cuesta tanto entender que nadie se manifiesta en nombre de otra persona».

Podemos señalar que la valla que los israelíes están defendiendo no es una «frontera» (¿En qué país sobreviven los gazatíes?), sino el borde de un gueto, ese que el conservador primer ministro David Cameron llamó «un campo-prisión» gigante y el académico israelí Baruch Kimmerling llamó «el mayor campo de concentración que existe». Es un campo al que el ejército sionista llevó a la fuerza a decenas de miles de palestinos. El derecho de esas familias (el 80% de la población de Gaza) a abandonar ese confinamiento y retornar a casa es un derecho humano básico destacado en el derecho internacional.

Podemos señalar que los gazatíes no están intentando cruzar una línea en la arena, están intentando romper un asedio y que: «El bloqueo es por definición un acto de guerra, impuesto y reforzado mediante la violencia armada. Nunca en la historia han existido el bloqueo y la paz uno al lado de la otra… No hay diferencia en el derecho civil entre matar a un ser humano estrangulándole lentamente o de un disparo en la cabeza». Después de todo, esas fueron las palabras del ministro de Asuntos Exteriores israelí, Abba Eban, cuando estaba justificando el ataque de Israel contra Egipto en 1967. Y fueron recientemente confirmadas por la juez de Nueva York Mary McGowan Davis, quien dijo: «Hay que levantar el bloqueo de Gaza inmediata e incondicionalmente».

Podemos señalar que no puede haber excusas en términos del derecho internacional moderno o de los principios de los derechos humanos para los «asesinatos masivos y lesiones incapacitantes calculados e ilegales (HRW) de manifestantes desarmados que permanecían de pie en silencio, o arrodillados y rezando, o caminando, o atendiendo a los cientos de heridos a cientos de metros de cualquier «valla» de los disparos efectuados no en la confusión de la «niebla de la guerra» sino con fuego de francotirador preciso y específico (que, en la práctica militar estándar, requeriría equipos de dos hombres).

Según se jactaron las autodenominadas fuerzas de defensa israelíes (FDI) en un tuit que fue rápidamente borrado: «Nada ha quedado fuera de control; todo ha sido exacto y medido y sabíamos bien dónde aterrizaba cada bala». En efecto, como informa Human Rights Watch, altos oficiales israelíes ordenaron a los francotiradores que dispararan sobre los manifestantes aunque no representaran una amenaza inminente para la vida, por lo que desde la valla se disparó sobre muchos manifestantes que iban caminando a cientos de metros de distancia.

Podemos señalar que el veloz borrado del tuit por las FDI indica su conciencia de culpa frente a la proliferación de imágenes de muertes horribles e insoportables, y de lo mal que suena el discurso de «sin disculpas, sin arrepentimiento» al estilo Shmuel Rosner. Después de todo, es difícil, ya que «sabían dónde aterrizaba cada bala», no concluir que los israelíes atacaron deliberadamente al personal médico y a los periodistas que nunca amenazaron con «violar la integridad territorial [de Israel]. Hubo al menos 66 periodistas heridos y dos asesinados que llevaban chalecos antibalas azules claramente marcadas con la palabra «PRENSA». Y todos deberían ver la elocuente entrevista con el doctor canadiense Tarek Loubni, a quien dispararon en la pierna, describiendo cómo, después de seis semanas sin víctimas entre el personal paramédico, de repente:

«En un solo día, 19 paramédicos -18 heridos más un asesinado- y yo mismo resultamos heridos, y todos con munición real. Estábamos todos… lejos durante una pausa, sin humo, sin ningún tipo de caos, y fuimos atacados… Entonces, es muy, muy difícil de creer que los israelíes que nos dispararon y los israelíes que dispararon a mis otros colegas… Es muy difícil creer que no sabían quiénes éramos, que no sabían lo que estábamos haciendo y que estaban apuntando a cualquier otra cosa«.

Fue otro día cuando Razan al-Najjar, enfermera «civil» de 21 años, fue asesinada por un francotirador israelí cuando estaba atendiendo a los heridos.

Por supuesto que señalar todo eso no va a significar nada para estos apologistas o para quienes les ofrecen una plataforma. Todo el mundo conoce el doble rasero ético-político que funciona aquí. Ningún otro país del mundo podría escaparse con unos crímenes tan flagrantes de lesa humanidad sin sufrir un torrente de críticas de los políticos y expertos de los medios occidentales, incluidos los apologistas sionistas liberales y conservadores citados antes. El rostro de Razan brillaría en cada página y pantalla de todos los medios de comunicación occidentales día tras día, durante semanas. Incluso una nación «aliada» presentaría al menos una declaración pública o una protesta diplomática, y cualquier país desfavorecido tendría que enfrentar peticiones de castigo que podrían ir desde sanciones económicas a una «intervención humanitaria». En cambio, Israel recibe alabanzas incondicionales de la embajadora de EE. UU. ante la ONU.

En efecto, si el gobierno estadounidense hubiera «defendido» su propia frontera internacional real de esta manera, los sionistas liberales se hubieran colocado en lo más alto del pedestal moral para execrar a la administración Trump por su crimen contra la humanidad. Y -olvidando, como es obligatorio, a los miles de sionistas judíos fuertemente armados que se esfuerzan regularmente en cruzar fronteras internacionales reales con impunidad- si francotiradores de algunos países árabes mataran a cientos e hirieran a decenas de miles de hombres, mujeres y niños sionistas judíos desarmados y a parapléjicos que se manifestaban en una frontera internacional real por el derecho a regresar a su patria bíblica, todos conocemos los aullidos moralmente indignados y el crujir de dientes que surgirían de todos los rincones del universo político y mediático occidental. No, «Proteger la frontera era más importante que evitar matar» se publicó en el NYT.

Nathan J. Robinson llegó a la conclusión, en su maravillosa destrucción del argumento de Rosner, de que todo se reduce a: «Cualquier cantidad de muertos palestinos, por grande que sea, estaba justificada a fin de evitar cualquier riesgo para los israelíes, por pequeño que fuera». Gobiernos y medios occidentales han fabricado, y están haciendo todo lo posible por mantener, un universo ético-político donde Israel puede «sitiar a un millón de personas, ‘bombardeándolas de vez en cuando’ para después matarlas cuando aparezcan ante su muro para arrojar piedras».

¿Hay alguna otra manera de no ver el racismo del sionismo? ¿Podemos decir, de una vez por todas, que los intereses de los palestinos -no como criaturas lastimosas, sino como seres humanos activos, plenamente emancipados- no aparecen en parte alguna de la lista de prioridades de Soffer, Dichter o Rosner (ni en la de los medios o gobiernos occidentales) y que rechazan cualquiera de sus expresiones de preocupación lastimosamente falsas en beneficio de los palestinos? Nadie puede decir «En su propio beneficio», frente a un «Entréguese o le meteré una bala en la cabeza». La única preocupación de cualquiera de estos comentaristas respecto a la población de Gaza es que acepten sumisamente su desplazamiento forzoso y su encarcelamiento en «el mayor campo de concentración que haya existido jamás».

¿No les escandaliza la vulgaridad de todo esto?

El tropo de los «escudos humanos, del sacrificio humano», del que se cuelgan todas estas apologías es especialmente mendaz e hipócrita en labios de los sionistas. Es también un ejemplo clásico de proyección.

Este sí que es un «escudo humano»:


(Adolescente palestino atado a un vehículo policial para impedir que sus amigos les arrojen piedras «El día en que Israel utilizó a un niño de 13 años como escudo humano»)

Es Israel quien ha utilizado repetidamente la táctica específica y prohibida de usar a niños como «escudos humanos» para proteger a sus fuerzas militares. Según el Comité de las Naciones Unidas sobre los Derechos de la Infancia, Israel es culpable del «uso continuado de niños palestinos como escudos humanos e informantes». Además de este insípido Comité de la ONU, al que ningún sionista/estadounidense de sangre caliente prestaría atención alguna, el Tribunal Supremo de Justicia en Israel identificó y denunció los procedimientos con «escudos humanos» que las FDI reconocieron y defendieron utilizándolos en 1.200 ocasiones. Entre ellos se incluye el «procedimiento del ‘vecino’, donde a los vecinos de los palestinos buscados se les obliga a dirigirse a la casa del hombre buscado delante de las tropas, en caso de que se encuentre allí atrapado», y «cuando los soldados colocan a los miembros de una familia, incluidos los niños, en las ventanas de una casa, poniéndose a disparar por detrás de ellos».

Por tanto, cuando los sionistas utilizan el argumento de «escudos humanos» como garrote moral contra manifestantes civiles desarmados y como justificación moral de un ejército poderoso que utiliza desvergonzadamente a niños para proteger a sus propios soldados, matando día a día a decenas de esos manifestantes, bien, no hay que forzar mucho la imaginación para ver que esta acusación es una proyección de las propias pautas de pensamiento y conducta de los sionistas.

Además de ser una táctica constante del ejército israelí actual, los «escudos humanos» y el «sacrificio humano» constituyeron siempre un elemento integral de la narrativa sionista, expresamente articulada y asumida, sin disculpas, como una necesidad para el establecimiento de un Estado judío.

Echemos un vistazo a lo que Edward Said llamaba en 2001: «el modelo principal de narrativa que [todavía] domina el pensamiento estadounidense» respecto a Israel, y David Ben-Gurion llamaba «un acto de propaganda, lo mejor que se haya escrito sobre Israel». Es la «‘épica sionista’… identificada por muchos comentaristas como algo que había tenido una influencia enorme a la hora de estimular el sionismo y el apoyo hacia Israel en Estados Unidos». En esta obra de la cultura icónica estadounidense, un icono cultural -más comprensiblemente liberal que otra cosa- explica por qué él, como sionista, no está faroleando cuando habla de volar su barco y a los 600 refugiados judíos que lleva si no se les permite entrar en el territorio que quieren [véase la siguiente conversación en una escena del film de Otto Preminger «Éxodo«]:

  • ¿Me estás diciendo que has activado 90 kilos de dinamita, sabiendo que vas a fracasar? ¿Sin respeto alguno por las vidas que vas a destruir?…

  • Cada persona es un soldado en este barco. La única arma que tenemos para luchar es nuestra voluntad de morir.

  • Pero, ¿para qué?

  • Llámalo publicidad.

  • ¿Publicidad?

  • Sí, publicidad. Un truco para atraer la atención… ¿Te sorprende la vulgaridad?

Más amor duro sionista.

Ante la injuriosa acusación de «escudos humanos» contra los palestinos que ahora se usa para denigrar a los manifestantes muertos, mutilados y a quienes aún luchan en Gaza, haríamos bien en recordar el argumento del guerrillero sionista interpretado por Paul Newman, «sin disculpas» ante 600 hombres, mujeres y niños judíos muertos telegénicamente como truco publicitario para ganarse la simpatía del mundo.

Para que no desestimemos esto como ficción, recuerden que el barco ficticio de Paul Newman, Éxodo, está basado en un barco real, el SS Patria. En 1940, el Patria llevaba a 1.800 refugiados judíos de la Europa ocupada por los nazis a quienes las autoridades británicas negaron su entrada en Palestina. Mientras el Patria estaba atracado en el puerto de Haifa, fue dinamitado y hundido por Munya Mardor, a órdenes de la Haganah, que no quería que los refugiados judíos se dirigieran a otro lugar que no fuera Palestina. Murieron al menos 267 personas. La Haganah difundió la historia de que los pasajeros habían volado ellos mismos el barco, una historia que se mantuvo durante 17 años, alimentando la imaginación de Leon Uris, autor de la ficción Éxodo. No se trataba de una organización líder instando a la gente a asumir a sabiendas un riesgo mortal para enfrentarse a un enemigo poderoso; era «su» propio y autoproclamado ejército dinamitando a su gente sin avisar, para después afirmar cínicamente ¡que se habían dinamitado ellos mismos! Nadie que no utilizara la expresión «insaciablemente cínicos» para denigrar a la Haganah debería utilizarla para denigrar a los gazatíes.

En un momento crucial de la historia, fueron los sionistas los que pusieran en práctica una estrategia fundamental del «escudo humano», convirtiendo en «rehenes» a las víctimas del nazismo del proyecto de «estatalidad» sionista; como reconoció y criticó nada menos que el editor del New York Times Arthur Hays Sulzberger:

No puedo librarme del sentimiento de que los desafortunados judíos de los campos de personas desplazadas de Europa son rehenes indefensos de quienes han hecho de la estatalidad su única razón… ¿Por qué, en nombre de Dios, debería subordinarse el destino de todas estas personas desgraciadas al único grito de Estatalidad?

La disposición de Exodus/Patria/Paul Newman/Haganah para volar a cientos de refugiados judíos para forzar su entrada en un territorio deseado fue una actitud endémica en el movimiento sionista, y muy claramente enunciada por su líder, David Ben Gurion, ya en 1938: «Si supiera que era posible salvar a todos los niños [judíos] de Alemania trasladándolos a Inglaterra y sólo a la mitad de ellos a Eretz-Israel, escogería lo segundo». ¿No querían sacrificio humano?…

(A propósito, Sulzberger se «opuso al sionismo político no sólo por el destino de los refugiados judíos sino porque no le gustaban los ‘métodos coercitivos’ de los sionistas en este país que utilizan medios económicos para silenciar a todos los que piensan de forma diferente». ¡Sí, el New York Times! Por tanto, el cambio es posible.)

Lo que es correcto está equivocado

Y vamos ahora con la realidad: ¿Quieren llamar a lo que hicieron los gazatíes -saliendo a manifestarse desarmados por miles, sabiendo que a muchos de ellos iba a asesinarles un enemigo armado hasta los dientes determinado a acabar con ellos por todos los medios necesarios- «política de sacrificio humano»? Pues no se equivocan.

De la misma forma que tendrían razón al decir eso mismo del movimiento sionista cuando era débil y se enfrentaba a adversarios mucho más fuertes. Y tendrían también razón si dijeran eso del Movimiento por los Derechos Civiles desarmado y no violento cuando se enfrentaba a la determinación furibunda del mucho más poderoso sur estadounidense para preservar, por todos los medios necesarios, el apartheid de un siglo de duración de Jim Crow que constituía su identidad.

El profesor de Princeton Eddie Glaude, Jr., dio en el clavo cuando, ante la visible incomodidad de sus copanelistas de Microsoft/NBC, respondió a la invocación de la línea de la Casa Blanca de que «todo es culpa de Hamas y que están utilizándoles como herramientas de propaganda», con: «Eso es como decirle a los niños del Movimiento de Birmingham que fue culpa suya que Bull Connor les atacara».

Los activistas por los derechos civiles pusieron a los niños en primera línea, y pusieron sus propias vidas y las de esos niños en peligro para luchar y derrotar a Jim Crow. Sabían que había un montón de gente armada dispuesta a matarles. Y los niños, así como los activistas, fueron asesinados. Y esas acciones estuvieron apoyadas (en modo alguno «orquestadas») por organizaciones «extremistas», i.e., el Partido Comunista. En aquel momento, los conservadores atacaron a los Viajeros de la Libertad con los mismos argumentos que los sionistas están ahora utilizando para atacar a los manifestantes de la Marcha por el Retorno.

Todas las estrategias gandhianas desarmadas, no violentas aunque perturbadoras, para eliminar los arraigados sistemas de dominio colonial-apartheid sacrificaron a sabiendas muchas vidas para obtener la victoria. Llámenlo política de sacrificio humano si quieren. No pondré objeción ingenua alguna. Pero no es señal del cinismo de un pueblo subyugado; es la consecuencia de su dilema.

«El sacrificio humano» define el tipo de elecciones que un pueblo desesperado y subyugado se ve obligado a adoptar frente al poder armado al que aún no puede vencer. Un movimiento de liberación/insurgente militarmente débil debe utilizar una estrategia eficazmente sacrificada de persuasión moral. Esa es ahora un arma habitual y poderosa en la lucha política. (Aunque sólo con la persuasión moral no podrán ganar sus derechos. Nunca se ha podido. Nunca se podrá.)

Para los gazatíes, se trata de elegir entre vivir en un infierno de frustración, miseria, insultos, confinamiento y muerte lenta, o resistir y asumir el alto riesgo de la muerte instantánea. Es la opción a la que se enfrenta un pueblo cuyos «sueños son asesinados» por el asedio israelí y forzados a la expulsión y que están resueltos a arriesgar sus vidas «para lograr la atención del mundo«. Jóvenes como Saber al-Gerim, para quien: «No me importan que me disparen o no. La muerte o la vida, aquí es lo mismo». O el que le dijo a Amira Hass: «Nos estamos muriendo de todas maneras, deja que sea frente a las cámaras». O como Fathi Harb, de 21 años, que se inmoló el pasado domingo. O Yihadi al-Nayar, que tenía que elegir entre continuar cuidando de su padre ciego («Él era mis ojos. Me ayudaba en todo, desde ir al baño a ducharme hasta alimentarme… Yo veía la vida a través de los ojos de Yihadi.») o que un francotirador israelí le asesinara, como su madre Tahani dice: «defendiendo los derechos de su familia y su pueblo».

Duras elecciones para conseguir la atención del mundo. Este es tipo de opciones impuestas a los untermenschen de los regímenes coloniales de apartheid. La única arma con la que cuentan es su disposición a morir. Pero los gazatíes no van a conseguir el tratamiento comprensivamente angustiado de Paul Newman. Sólo el «insaciablemente cínico».

La elección de Paul, la elección de Sophie, es ahora la de Saber, la de Yihadi y la de Fathi, y todas son malas. Quizá alguna gente -los camaradas y aliados de su lucha- tengan derecho a decir algo sobre cómo abordar esa opción. Pero el que no tiene derecho, el que no puede decir ni juzgar nada sobre esa opción es el que está forzándola. Quienes tratan de luchar para salir de un infierno viviente no pueden ser sermoneados por el diablo y sus compinches.

Por tanto, sí, en un sentido muy real, para los palestinos es una política de sacrificio humano ante los liberales estadounidenses, los dioses que controlan su destino.

Al elegir la resistencia desarmada desafiando a la muerte, los palestinos están sacrificando sus vidas para aplacar la falsa conciencia pacifista de estadounidenses y europeos (especialmente, creo, de los liberales), que desde sus alturas morales del Olimpo han decretado que cualquier otro tipo de resistencia por parte de esa gente será derrotada con rayos y truenos devastadores.

Es curioso que sean los mismos dioses a los que los sionistas apelaron para apoderarse de su deseada patria, y los mismos dioses a los que los activistas de los derechos civiles apelaron para arrebatarles la libertad a los demonios locales de menor fuerza. Porque, en su necesidad de sentir «simpatía y piedad», el sacrificio de vidas humanas parece la única ofrenda ante la que esos dioses se dignan responder.

La Nakba es ahora

Los israelíes y sus defensores tienen razón en algo más: no pueden permitir que un solo habitante de Gaza cruce los límites. Saben que sería un golpe fatal para su arrogancia colonial supremacista y el principio del fin del sionismo; al igual que los segregacionistas sureños sabían que permitir que un solo niño negro entrara en el colegio iba a ser el principio del fin de Jim Crow. Que los palestinos obtengan sus derechos humanos básicos significa que los judíos israelíes pierdan sus especiales privilegios coloniales.

Como Ali Abunimah señala, Arnon Soffer tenía razón cuando dijo: «Si no matamos, dejaremos de existir», y Rosner, cuando dijo que los gazatíes amenazaban con «la eliminación de Israel». Para continuar existiendo como el sistema de gobierno colonial de apartheid que es, Israel debe mantener políticas estrictas de exclusión estrictas, «la negación del derecho al retorno». Para Abunimah: «el precio de un ‘Estado judío’ es la violación permanente e irrevocable de los derechos de los palestinos… Si apoyas el derecho de Israel a existir como Estado judío en un país cuya población palestina indígena constituye hoy la mitad de la población, entonces… debes aceptar la inevitabilidad de las masacres».

Lo que está sucediendo en Gaza no es sólo, como dice Abunimah, un «recordatorio… del pecado original de la limpieza étnica de Palestina y la creación del así llamado Estado judío», es continuación de ese trabajo inacabado del diablo. La Nakba está sucediendo ahora.

Estoy totalmente a favor de que todos, en ambos lados de la cuestión, seamos conscientes de los retos y riesgos en esta lucha, sin falsas negaciones.

Tanto si simpatizan o rechazan las opciones del pueblo que puso en riesgo sus propias vidas, las de sus camaradas e incluso las de sus niños, dichas opciones no están determinadas por opciones tácticas caracterizadas como «escudos humanos, sacrificio humano»; sino determinadas por aquello por lo que están luchando, y contra qué y contra quién están combatiendo y dónde se sitúa su solidaridad.

Queda una etapa

Aquí está el núcleo del desacuerdo respecto a Gaza (y Palestina en general): Hay quienes -se llaman a sí mismos sionistas- piensan que los palestinos se merecen estar en ese campo de concentración y se sienten solidarios con los soldados que, por todos los medios necesarios, están obligándoles a permanecer allí. Y están aquellos -la cifra cada vez mayor de quienes rechazan el sionismo- que se sienten solidarios con cada ser humano que intente salir de ese campo por todos los medios necesarios.

Hay una lucha entre quienes se escapan de la prisión y quienes siguen dentro; entre quienes buscan igualdad y quienes refuerzan la supremacía etno-religiosa; entre los colonizados y el colonizador. Elijan un bando. Bret Stephens, Shmuel Rosner y Tom Friedman han elegido. The New York Times, The Washington Post y Breitbart han elegido. ABC, CBS, MSNBC y Fox han elegido. Los demócratas y republicanos y el Congreso y la Casa Blanca han elegido. Y no sienten timidez alguna en demostrarlo.

Es hora ya de que los estadounidenses progresistas decidan clara e inequívocamente de qué lado están. Es hora ya de que los progresistas manifiestamente humanitarios, igualitarios, a favor de los derechos humanos, antirracistas y por la libertad de expresión manifiesten su apoyo a la lucha palestina en las redes sociales, en las conversaciones de la vida real y en la calle.

Es hora ya de rechazar con toda firmeza el discurso hipócrita de quienes habrían estado despreciando cualquier expresión de dolor e indignación por Emmet Till, Chaney, Schwerner y Goodman, y las cuatro escolares negras asesinadas en Birmingham, a pesar «del duelo ingenuo», el terrible dilema moral en el que esos perturbadores habían puesto a los chicos de Bull Connor. No se encojan, replíquenles siempre. Hagan que se avergüencen de defender el colonialismo y el apartheid con argumentos tan patentemente falsos.

¿Políticamente? Como mínimo, exíjanle a cualquier político que busque su voto lo siguiente: Pongan fin al bloqueo de Gaza, de forma inmediata e incondicional. Apoyen el BDS. Rechacen cualquier intento de criminalizar el BDS y el antisionismo. Dejen de bloquear las acciones de la ONU y la Corte Penal Internacional contra los crímenes israelíes. Impidan la venta de armas a Israel. Rechacen a los hipócritas apologetas sionistas. Rechacen cualquier intento de censurar o restringir internet. (Esto último es muy importante. Nada ha amenazado más la impunidad sionista que la información disponible en internet, y nada está impulsando más la exigencia de censurar internet que la necesidad de los sionistas de impedir esa información.)

Esta es una resistencia real, concreta e importante. ¿Cuál es su coste? ¿Alguna incomodidad social? Nada que ver con los disparos de un francotirador, ni con el sacrificio humano, ni con la opción de Saber.

¿Estamos en un punto de inflexión? Hay quien piensa que la masacre de este año en Gaza atraerá finalmente la mirada comprensiva de los dioses y diosas de la Ciudad Imperial. Matando, mutilando e hiriendo deliberada y metódicamente a miles de personas desarmadas durante semanas… la crueldad, la injusticia, el colonialismo resultan tan obvios que ya no pueden seguirse ignorando. Confío en que así ocurra. Y Natalie Portman y Rogers Waters y Shakira y -lo más serio y esperanzador- los jóvenes judíos estadounidenses de grupos como Estudiantes por la Justicia en Palestina y If Not Now. Hay señales de cambio, debemos intentarlo.

Sé también que no hay nada nuevo aquí. Hace treinta años, un doctor en Gaza dijo: «Sacrificaremos uno o dos hijos en la lucha, en cada familia. ¿Qué podemos hacer? Esta es una generación de lucha». Era obvio hace treinta años y cuarenta años antes también. La Nakba se produjo entonces. La Nakba está teniendo lugar ahora.

Mi madre era actriz en Broadway y una vez vino a la Universidad de Princeton para compartir el escenario y sus habilidades profesionales con Jimmy Stewart y otros actores novatos. Ella hacia el papel de ingenua. A mí no se me da bien hacer ese papel.

Por supuesto, respecto a Palestina-Israel y los sacrificios y solidaridad exigidos: No más políticas ingenuas.

Jim Kavanagh es el editor de The Polemicist.

Fuente: http://www.thepolemicist.net/2018/06/sacrificing-gaza-great-march-of-zionist.html#more

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.