Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Foto: ActiveStills.org
Las protestas de la Gran Marcha del Retorno, que se iniciaron el 30 de marzo del año pasado en Gaza, tienen como objetivo poner fin al asfixiante asedio israelí e implementar el derecho al retorno de los refugiados palestinos que fueron expulsados de sus hogares y ciudades en la histórica Palestina hace setenta años.
Pero las protestas entrañan mucho más que unas cuantas demandas, teniendo especialmente en cuenta el alto coste humano que llevan aparejado. Según el Ministerio de Salud de Gaza, han muerto más de 250 personas y 6.500 han resultado heridas, entre ellas niños, médicos y periodistas.
Aparte de las «cometas incendiarias», que los medios han cubierto de manera desproporcionada, y de los jóvenes que cortan simbólicamente las vallas metálicas que llevan muchos años enjaulándoles, las marchas han sido en gran medida no violentas. A pesar de ello, Israel ha asesinado y mutilado con impunidad a los manifestantes.
Una comisión de investigación de derechos humanos de la ONU descubrió el mes pasado que Israel ha podido cometer crímenes de guerra al haber matado a 189 palestinos en el período comprendido entre el 30 de marzo y el 31 de diciembre. La investigación encontró «fundamentos razonables para creer que francotiradores israelíes dispararon contra niños, médicos y periodistas a pesar de que se les reconocía claramente como tales», concluyeron los investigadores.
Sin embargo, muchos en los medios de comunicación siguen aún sin entender lo que realmente significa para los palestinos la Gran Marcha del Retorno. Un informe publicado por el Washington Post, con un título bastante cínico, intentaba ofrecer una respuesta. El artículo «Los habitantes de Gaza han pagado con su sangre un año de protestas. Muchos se preguntan ahora para qué ha servido» citaba de forma selectiva a los palestinos heridos que, supuestamente, sienten que su sacrificio fue en vano. Además de proporcionar al ejército israelí una plataforma para culpar a Hamas por las marchas que se suceden ya desde hace un año, el largo informe terminaba con estas dos citas: La Marcha del Retorno «no ha conseguido nada», según uno de los palestinos heridos. Y, «lo único positivo que puedo encontrar es que hizo que la gente prestara atención», dijo otro.
Si el Washington Post prestara también atención, se habría dado cuenta de que el estado de ánimo entre los palestinos no es ni cínico ni desesperado. El Post debería haberse preguntado: Si la marcha no ha «logrado nada», ¿por qué los habitantes de Gaza prosiguen con sus protestas y por qué no se ha deteriorado el carácter popular e inclusivo de la marcha?
Sabrin Al-Najjar, la madre de la joven médica palestina Razan, asesinada por un disparo mortal del ejército israelí mientras intentaba ayudar a los manifestantes heridos, escribió en el Independent la semana pasada: «El derecho al retorno es más que una posición política, más que un principio: arropado en él, y reflejado en la literatura, el arte y la música, está la esencia de lo que significa ser palestino. Está en nuestra sangre».
En efecto, ¿qué es la Gran Marcha del Retorno sino un pueblo que intenta reclamar su papel y ser reconocido y escuchado en su lucha por la liberación de Palestina?
Lo que está bastante ausente en la discusión sobre Gaza es la psicología colectiva detrás de este tipo de movilización, y por qué es esencial para cientos de miles de personas asediadas redescubrir su poder y entender su verdadera posición, no como víctimas desventuradas, sino como agentes de cambio en su sociedad.
Una lectura estrecha, o tergiversada, de la Gran Marcha del Retorno dice mucho sobre la subestimación general del papel del pueblo palestino en su lucha por la libertad, la justicia y la liberación nacional.
La historia de Palestina es la historia del pueblo palestino porque es víctima de la opresión y el principal canal de resistencia desde que se inició la Nakba: la creación de Israel sobre las ruinas de los pueblos y aldeas palestinos en 1948. Si los palestinos no hubieran resistido, su historia habría concluido entonces y habrían desaparecido.
Quienes amonestan a la resistencia palestina o, como el Post, no comprenden el valor subyacente del movimiento popular y sus sacrificios, tienen un escaso discernimiento de las ramificaciones psicológicas de la resistencia: el sentido de poder colectivo y la esperanza que se extiende entre la gente. Jean-Paul Sartre, en su introducción a «Los condenados de la tierra» de Frantz Fanon, describe la resistencia de la misma forma que Fanon reivindicó apasionadamente: un proceso mediante el cual «una persona se recrea a sí misma».
Los palestinos llevan setenta años embarcados en ese viaje de recreación del yo. Han resistido, y su resistencia, en todas sus formas, ha moldeado un sentido de unidad colectiva a pesar de las numerosas divisiones erigidas entre el pueblo. La Gran Marcha del Retorno es la última manifestación de la actual resistencia palestina.
Es obvio que las interpretaciones elitistas de Palestina han fracasado: Oslo demostró ser un ejercicio inútil de clichés vacíos destinado a sostener el dominio político estadounidense en Palestina, así como en el resto de Oriente Medio. La firma del Acuerdo de Oslo I en 1993 hizo añicos la relativa cohesión del discurso palestino, debilitando y dividiendo al pueblo palestino.
En la narrativa sionista israelí se representa a los palestinos como lunáticos a la deriva, un inconveniente que entorpece el camino del progreso: una descripción que define por lo general la relación entre cada potencia colonial occidental y los nativos colonizados que resisten.
En algunos círculos políticos y académicos israelíes, los palestinos «existían» simplemente para ser «erradicados», para hacer sitio a un pueblo diferente y más merecedor. Desde la perspectiva sionista, la «existencia» de los nativos está destinada a ser temporal. «Debemos expulsar a los árabes y tomar su lugar», escribió el padre fundador de Israel, David Ben Gurion.
El hecho de asignar al pueblo palestino el rol de conjunto de seres dislocados, desheredados y nómadas, sin tener en cuenta las implicaciones éticas y políticas de tal percepción, facilita presentar perversamente a los palestinos como un colectivo dócil y sumiso.
Por lo tanto, es imperativo que desarrollemos una comprensión más clara de todos los significados existentes tras la Gran Marcha del Retorno. Cientos de miles de palestinos en Gaza no arriesgaron su vida ni sus extremidades a lo largo de este último año solo porque necesitaban medicamentos urgentes y suministros de alimentos. Lo hicieron porque asumen su centralidad en su lucha. Sus protestas son una declaración colectiva, un grito de justicia, una recuperación definitiva de su narrativa como pueblo todavía en pie, todavía poderoso y todavía esperanzado después de 70 años de Nakba, 50 años de ocupación militar y 12 años de asedio implacable.
Ramzy Baroud es periodista, escritor y director de The Palestine Chronicle. Su último libro es The Last Earth: A Palestinian Story (Pluto Press, Londres, 2018). Baroud es doctor en Estudios Palestinos por la Universidad de Exeter y profesor no residente del Orfalea Center for Global and International Studies, Universidad de Santa Barbara, California.
Fuente: http://www.ramzybaroud.net/great-march-of-return-is-palestinians-cry-for-justice/
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