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La herencia palestina sobrevivirá a la Nakba del ’48 y a la Naksa del ’67

Fuentes: Rebelión

Sosegados. Los palestinos desde principio del año 1967 comenzamos a vivir un aire brumoso e irrespirable. El ambiente del pequeño territorio restante luego de la ocupación de 1948 se convertía día a día más inhóspito provocado por la desesperanza de nuestro pueblo que fue arrastrado al desamparo y a la desidia internacional. Los recuerdos de […]

Sosegados. Los palestinos desde principio del año 1967 comenzamos a vivir un aire brumoso e irrespirable. El ambiente del pequeño territorio restante luego de la ocupación de 1948 se convertía día a día más inhóspito provocado por la desesperanza de nuestro pueblo que fue arrastrado al desamparo y a la desidia internacional.

Los recuerdos de la muerte y el exilio de aquel fatídico ’48, golpeaba nuestros corazones. No era para menos, en aquella Nakba (Catástrofe) el terrorismo sionista llegado desde Europa nos arrancó de nuestro solar e intentó quemar nuestras raíces con el tóxico combustible que alimentaba las aspiraciones de ‘ Eretz Israel, tus fronteras del Nilo al Éufrates’, donde Palestina con nuestra capital Jerusalem, Siria, Jordania, Líbano e Irak quedaríamos cercenados en ese jeroglífico llamado gran Israel.

Al parecer, nuestro destino estaba atado desde aquella cruel Nakba a una nueva tormentosa Naksa (caída o derrota). Israel, instalado sobre los cadáveres de nuestra gente y la usurpación de nuestras tierras, se había constituido en pocos años en un estado militarista gracias a los tratados armamentistas con Alemania. Con el fin de alcanzar los caminos de una potencia nuclear, aprovechándose del culposo holocausto europeo, el polaco-judío Shimon Peres, director general adjunto del Ministerio de Defensa israelí logró ese acuerdo con Francia a principio de los ’50.

En las metas del objetivo, Peres, recomendó al cineasta israelí Arnon Milchan, un encubierto agente de operaciones de inteligencia, la secreta conspiración de sustracción de uranio altamente enriquecido de los depósitos nucleares de Estados Unidos que dio lugar al importante avance con los franceses para la construcción en 1958 de un reactor atómico en el desierto del Néguev (territorio palestino ocupado en 1948). Convirtiendo la planta en una de las 5 bases nucleares más peligrosa del mundo.

Mientras esto sucedía en el campo israelí, los regímenes árabes no prosperaban con sus apócrifos objetivos de liberar Palestina ‘de las garras sionistas’. Tampoco la población palestina confiaba en esos slogans echados al viento que solo alimentaban el ‘Casus Belli’ (motivo de guerra), que fue germinando con la excesiva oratoria del presidente egipcio Gamal Abdel Nasser: «No entraremos en Palestina con su suelo cubierto de arena…entraremos en ella con su suelo lleno de sangre» (8/3/1965).

Con el respaldo de su primera bomba nuclear, Israel necesitaba expandirse. En la evaluación. La verborragia de apoyo brindado por la Unión Soviética a los regímenes árabes comprometidos como Siria y Egipto era considerada por el enemigo como ‘tigres de papel’. La desorientación árabe consagró la estratégica maraña tejida en los medios internacionales por el lobby estadounidense-judío para justificar una ofensiva relámpago que le significaría más territorios árabes a Israel excusados en su malintencionada retórica de seguridad.

En la antesala de la conflagración, el bosquejo de exigencias fue contundente. El responsable de la Mossad, Meir Amit, personalmente el 30 de mayo de 1967 demandó al secretario de Defensa de EEUU, Robert McNamara, el apoyo irrestricto al proyecto expansionista israelí sobre los territorios árabes, exigiendo: «queremos tres cosas de ustedes (EEUU), Primero/ Abastezcan nuestro arsenal de guerra. Segundo/ Nos ayuden en las Naciones Unidas. Tercero/ Aíslen a los soviéticos de la región». McNamara, respondió: «le he escuchado alto y claro. Pregunto, cuánto tiempo necesitaría Israel para derrotar a los egipcios». Amit, sin oscilar, le dijo: «una semana» (‘A History of Israel’, Aarón Bregman, 2003).

No hubo demoras. E l presidente estadounidense Lyndon Baines Johnson, envío la Sexta Flota al Mar Mediterráneo para evitar una posible intervención soviética (aunque lejos estaba) y con la discreción de Estado «autorizó el transporte aéreo a Israel de municiones, armas, vehículos acorazados, aviones A-4 Skyhawk y tanques Sherman» (‘Israel and the American National Interest. A Critical Examination. Urbana’, Cheryl A. Rubenberg 1986). La demanda fue cumplida. El clímax de guerra estaba en marcha. 

A las 7:45 de la mañana, hora de la región, del 5 de junio de 1967, el premier israelí Levi Eshkol, su ministro de Defensa Moshe Dayan y el jefe de Estado Mayor Yizthak Rabin, ordenaron quebrar la línea roja y lanzar con su fortalecido Tsahal (ejército israelí) la ‘Operación Foco’. Solo bastaron 3 horas para que la fuerza aérea del enemigo al mando de Mordejai Hod (miembro de la organización terrorista sionista Palmaj en la década del ’40) demoliera 13 bases egipcias, 23 estaciones de radar y casi 350 aviones de guerra estallados antes de levantar vuelo. Con feroces combates por tierra y aire ya controlaban el espacio de las colapsadas fuerzas armadas del presidente Nasser y el de sus vecinos Irak, Líbano y Arabia Saudita.

Con la derrota egipcia. Entre el 6 y el 7 de junio intervinieron militarmente el 22% restante de Palestina dividida entre la Ribera Occidental, incluyendo, el sector Este del resto de Jerusalem anexados por Jordania en 1948 y la Franja de Gaza en poder de los egipcios. Jordania fue derrotada al igual que la intrascendente Organización para la Liberación de Palestina-OLP dirigida por Ahmad Shukeiri, creada en 1964 por varios regímenes árabes que no respondía a las masas populares y a la resistencia de la recientemente constituida fuerza armada palestina a cargo del comandante Yasser Arafat.

En el tercer día, la totalidad de Palestina y su capital Jerusalem ya estaba ocupada. Inmoralmente, el general Moshe Dayan, entró con sus fuerzas armadas a la vieja ciudad de Jerusalem, esbozando: «venimos aquí para quedarnos y no abandonar jamás a Jerusalén». El 23 de junio de 1967 arbitrariamente anexaron el sector Este de Jerusalem y la unificaron hasta el presente con la parte Occidental ocupada en 1948.

El 8 de junio, las tropas invasoras controlaron el estratégico Canal de Suez egipcio y aceptaron la rendición del Cairo. Al día siguiente, en su patibularia escalada ocuparon la ciudad de Kuneitra y la meseta del Golán sirio reduciendo con arduos enfrentamientos a las fuerzas militares del ministro de Defensa sirio Hafez Al-Assad, luego presidente.

Mientras distraían a sus pueblos con falaces comunicados de éxito militar sobre el enemigo sionista, en esta tercera guerra árabe-israelí, nuevamente el poder táctico de los regímenes árabes no sólo no dejaron de lado sus enfrentamientos ávidos de poder, sino fueron incapaces de presentar una defensa acorde y evitar el avance colonialista de las fuerzas enemigas. 

Luego de más 130 horas de la mal llamada ‘guerra de los 6 días’, un atributo de la mentirosa semántica israelí, a las 18:30 hora palestina del 10 de junio, tras el control y la ocupación total de los territorios de Palestina con su capital Jerusalem, las alturas del Golán de Siria, la península del Sinaí egipcia y algunas aldeas del Líbano, las fuerzas invasoras israelíes ponen fin a la ‘Operación Foco’.

La pasividad de la ONU, la complicidad militar de Estados Unidos, la irreverente actitud de la Unión Soviética con su larga leyenda de vacía verborragia en sus títulos de amenazas contra Israel durante la fatídica semana, el doble rasero político-diplomático de la comunidad internacional de los 5 continentes y el sequito del resto de los regímenes árabes que se mantuvieron amordazados, sigue siendo el reflejo actual del sufrimiento de nuestro pueblo palestino que depositó su milenaria herencia en manos de los hijos de nuestros hijos de la patria.

 

Suhail Hani Daher Akel fue el primer Representante de la OLP en la Argentina, fue el primer Embajador del Estado de Palestina en la Argentina.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.