Hace dos años, los cubanos conocimos a Óscar Wao. Y desde él, a tres de las generaciones que le precedieron; al fukú heredado del Almirante, que les impide encontrar amores y realizar grandes o pequeños sueños, como el de convertirse algún día en el Tolkien dominicano. Hace dos años, la Casa de las Américas puso […]
Hace dos años, los cubanos conocimos a Óscar Wao. Y desde él, a tres de las generaciones que le precedieron; al fukú heredado del Almirante, que les impide encontrar amores y realizar grandes o pequeños sueños, como el de convertirse algún día en el Tolkien dominicano. Hace dos años, la Casa de las Américas puso en nuestras manos lo más novedoso del panorama de las letras hispanas en los EE.UU.: literatura pensada en español pero escrita en inglés, como hiciera Junot Díaz con la breve y maravillosa vida de aquel pana un tanto nerd. Y le valió el Pulitzer porque, además de breve y maravillosa, era cierta. Como Junot, Óscar y Achy Obejas ―quien luego nos lo devolviera a la lengua mater―, 50 millones de latinos o descendientes de ellos en los EE.UU. portan hoy una especie de reconfiguración identitaria, una «bifocalidad cultural» que constantemente les interpela y enrumba.
Y en el propio año 2009, de la mano de aquel libro, le nacía a la Casa el Programa de Estudios sobre Latinos en los EE.UU.: una suerte de «hechizo de salvación» que le impediría pecar de ciega ante la conformación de otro país nuestramericano en el seno de aquella nación, una realidad tan inesquivable como el fukú mismo.
Una Casa, un Programa
El Dr. Antonio Aja, su director, recuerda que «desde finales de la década de los 90 se estaban dando estimaciones serias sobre la magnitud que a inicios del XXI podría alcanzar la presencia latina en ese país. En particular, la presencia de inmigrantes y descendientes latinoamericanos. Se especulaba entonces sobre cuál sería el momento en que la cifra alcanzaría los 45 o 50 millones de latinos censados».
Cuando en el año 2010 se realizó un censo en los EE.UU. ―cuyos resultados están empezando a ser públicos ahora―, las estimaciones que atribuían el arribo a esa cifra para el 2015 fueron sobrepasadas considerablemente. Ya para ese momento, 50 millones de residentes estadounidenses quedaban registrados como latinos, inmensidad a la que habría que sumar unos 11 o 12 millones de indocumentados.
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Desde una perspectiva demográfica, «es importante comprender que estos 50 millones de inmigrantes no están dados por la autorreproducción, sino por el continuo arribo de personas procedentes de Latinoamérica y el Caribe». Sin embargo, aun cuando suelen percibirse y registrarse diferencias significativas entre los principales grupos que componen esta latinidad ―puertorriqueños, mexicanos, dominicanos y cubanos, aunque ya los centroamericanos van ocupando un espacio importante―, lo que el territorio norteamericano engulle no son cifras frías, sino seres humanos que comparten idioma, tradiciones culturales y religiosas, conceptos de familia… Un ADN histórico, una huella digital única e imposible de camuflar.
Sin embargo, pocas veces esa complejidad es abordada desde una perspectiva que la descomponga para integrarla. Y mucho menos, para devolverla luego a las comunidades de migrantes como representaciones más propias que las que suele producir la televisión norteamericana. Tal ausencia en los debates académicos y otros espacios dedicados esporádicamente a discutir el tema, fue el primer impulso de la Casa para abrir el Programa de Estudios y convocar para este 2011 su primer Coloquio: Identidades culturales y presencia latina en los EE.UU.
Una Casa, un Programa, un Coloquio
¿De dónde proviene ―podemos preguntarnos― la imagen de «lo latino»? Al interior de los propios EE.UU., donde algunos de sus estados han propiciado en el último trimestre del año que propuestas legislativas xenófobas y antimigrantes sean tomadas en serio, ¿qué instancias se adjudican ese «saber»?
Lo primero que viene a la mente de Antonio Aja, ante tales interrogantes, es el tema de los medios de comunicación; para él, un terreno virgen de estudios en cuanto a su rol en la construcción de identidades y representaciones. «En los EE.UU., la televisión es inmensa, en sus potencialidades y dimensión. Están la estatal, el cable y el dominio de determinados grupos de origen latino, esencialmente mexicanos, de cierto tipo de televisión que reproduce un patrón cultural y una forma de vida. Va dirigida hacia una parte de la población de origen latino que no se comunica en inglés y que intenta reproducir los patrones norteamericanos de consumo. Así se va reproduciendo un código que implica mantenerlos, especialmente a los que llegan, dentro de un esquema de consumo cultural y económico. Cuando uno analiza esa televisión, se da cuenta de que los latinos están entrampados en patrones que les reproducen lo peor de aquellos rasgos que portan».
Las reflexiones de Aja provienen, lógicamente, de un seguimiento de años. Sin embargo, más allá de similares inquietudes individuales, muy pocos espacios de los que han surgido en el continente para estudiar el tema de las migraciones latinas en EE.UU. dan cuenta de los procesos socioculturales que ellas originan. Y mucho menos, de las tres instancias que participan: el migrante, la sociedad receptora y aquella que los despide.
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«Fue un elemento importante que nos llevó a fundar el Programa en la Casa ―explica―. Con estas dimensiones, que abarcan los elementos históricos, los socioculturales, demográficos y de identidad, abierto hacia todo el amplio espectro de la cultura, son pocos los espacios creados. En los EE.UU. hay un número importantísimo de espacios académicos y culturales que tocan el tema latino, porque es interés de universidades y centros de producción de conocimiento el estudio de determinados grupos, como puede ser el cubano al sur de la Florida. Cuando revisamos en nuestra América, la presencia es más fuerte en el caso de México; pero básicamente con un corte sociológico y sociodemográfico.
«La perspectiva de la Casa, más sociocultural, está muy endeble en otros lugares. En los últimos cinco o seis años, han surgido redes que se dedican a investigar, en primer orden, la caracterización demográfica y el gran tema de la remesa económica; pero la remesa cultural no es significativa. Esos espacios suelen estar propiciados por el país receptor y por instituciones: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial para el Desarrollo y otros organismos internacionales, por ejemplo, están interesados en propiciar este tipo de debates; pero con un análisis muy funcional y pragmático, enfocado principalmente en la inserción económica de los latinoamericanos en los EE.UU.»
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Como una primera estación en el gran propósito de revertir tal insuficiencia, el primer Coloquio Identidades culturales y presencia latina en los EE.UU., convocado por la Casa, ha hecho coincidir por estos días en La Habana a investigadores, académicos, escritores, artistas e historiadores de origen latino que residen en ese país. Todos, observadores críticos de su propia condición.
Entre el 13 y el 14 de julio, sus miradas convergieron durante intensas jornadas de trabajo, distribuidas en tres zonas temáticas fundamentales: los procesos de migración de los latinoamericanos hacia los EE.UU., desde una perspectiva histórica y, sobre todo, contemporánea; el lenguaje, la literatura y sus roles en la conformación de una identidad latina; y la creación teatral y plástica de los inmigrantes en ese país.
Al reto de compartir sus propias experiencias con personas que no viven esa realidad, los participantes fueron asumiendo espontáneamente los desafíos de definir un proceso cambiante, siempre en ebullición. Como ha explicado Aja, la sociedad que los ha recibido constituye un ambiente complejo: «si en 2009 se pensó en la posibilidad de un espacio importante para el análisis, con la ascensión a la presidencia de los EE.UU. del primer presidente negro y, por demás, demócrata; en temas migratorios, realmente, poco ha sucedido con su gestión. Obama ha permanecido entrampado en lo que le dejó Bush: un gran debate migratorio al interior del país tanto en el plano legislativo, como a nivel del poder ejecutivo».
Según ha advertido Aja, el debate sobre la política inmigratoria de los EE.UU. está «marcado por una tendencia del pensamiento de derecha, cegado por el miedo hacia lo diferente: lo inmigrante y, dentro de ello, lo latino o hispano. Ese ha sido el escenario que Obama recibe y que no ha podido cambiar, de modo que se mantiene en un debate inmigratorio que pasa en primer lugar por las formas de control de los indocumentados y también por el control de los legales».
Por otra parte, mientras ese estancamiento se profundiza, algunos estados norteamericanos han empezado a utilizar sus prerrogativas como tales para implementar leyes migratorias racistas. Como se ha diversificado la presencia latina en EE.UU., el problema se complejiza porque comienzan a llegar también personas de origen indígena. Es un elemento adicional de contradicción dentro de la sociedad norteamericana, cuyo canon homogeneizador pocas veces asume la diferencia. Durante las jornadas del Coloquio, las referencias a este contexto estuvieron en cada una de las intervenciones.
Michael Jorge Bustamante (EE.UU.), Franklin Gutiérrez (República Dominicana), Gabriel Sosa (EE.UU.), Yrene Santos (República Dominicana), Elaine Levine (México), Dinorah Coronado (República Dominicana), Jorge Duany (Puerto Rico), Sonia Rivera-Valdés (Cuba), Margarita Drago (Argentina), Jesús J. Barquet (Cuba), Yvette Louis (Cuba), Mirtha Quintanales (Cuba), Carlos Aguasaco (Colombia), Juana M. Ramos (El Salvador), Ofelia López (México), Mario Picayo (EE.UU.), Lisandro Pérez (Cuba) y Achy Obejas (Cuba), comparten las referencias de sus orígenes con las que han adquirido en los años de residencia en ciudades norteamericanas. Cada uno de sus análisis estuvo, por tanto, matizado por la dualidad.
Conceptos como «diáspora» o «trasnacionalidad»; procesos como la conformación de una literatura latina en los EE.UU, cuyo carácter en estos tiempos detenta rasgos de hace un siglo e incorpora aportes de esta era de las conexiones, fueron traducidos en experiencias concretas de vida. «La muerte de mil personas es un dato estadístico y la muerte de una sola, una tragedia», bromeó uno de los panelistas, citando el esquematismo con que los medios de comunicación y los discursos políticos suelen referirse a los miles de hombres y mujeres que cada año quedan en terreno de nadie, sin respirar ni una sola bocanada de sueño americano.
Quizá la mayor ganancia de estos debates haya sido, precisamente, salpicar con tinta indeleble cada uno de los círculos que conforman la huella digital de la migración: la nación que se hincha, el migrante y los países que le despiden con una sola mano. Con la otra, cruzan los dedos en la espalda y rezan por los amores, los grandes amores que les roba a diario el fukú.
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