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La importancia del dato y la evidencia: algunas notas sobre el debate actual en Cuba

Fuentes: El Estado como tal (Blog)

Desde la última campaña electoral en Estados Unidos hemos estado observando entre el espanto y la preocupación, el desprecio de los actuales dirigentes de ese país por los datos de la realidad, por las estadísticas que demuestran las características, la dimensión, la duración o el impacto de determinado fenómeno o de determinado proceso, hemos visto […]

Desde la última campaña electoral en Estados Unidos hemos estado observando entre el espanto y la preocupación, el desprecio de los actuales dirigentes de ese país por los datos de la realidad, por las estadísticas que demuestran las características, la dimensión, la duración o el impacto de determinado fenómeno o de determinado proceso, hemos visto las declaraciones más delirantes sobre situaciones que están a la vista en las que se aprecia algo muy distinto y a veces hasta contrario a lo que el discurso político afirma impávidamente sobre ellas; así vimos aparecer entre asombrados e indignados «conceptos» como la «post verdad» o la «verdad alternativa»; por ejemplo: «a la toma de posesión asistió el mayor público de la historia», cuando los cálculos estadísticos demuestran lo contrario; «el cambio climático es un invento chino», cuando las cifras demuestran las consecuencias terribles del efecto invernadero y del calentamiento global en todas partes del planeta; «ganamos el voto popular», cuando los órganos de regulación electoral demuestran con cifras todo lo contrario; «la gente nos apoya cada vez más», cuando las encuestas ofrecen las más bajas cifras de popularidad de la historia reciente de ese país, etc. y así no nos cansamos durante los últimos meses de observar las afirmaciones más disparatadas y las decisiones políticas más delirantes de parte de la potencia extranjera más poderosa del mundo. Sería de risas si no fuera por lo peligroso que resulta una política sustentada en una percepción y una configuración falsa y deforme de la realidad, basada no en las evidencias objetivas sino en las interesadas fantasías de la «post verdad» o la «verdad alternativa»

Pero lo anterior, por más preocupante que sea, no es del todo extraño, puesto que es quizás solo la expresión más extrema de una política que históricamente se ha basado en la fabricación de una falsa realidad para trazar rutas de acción con arreglo a sus intereses: desde la voladura del Maine, hasta la invasión a Irak debido a la existencia de «armas de destrucción masiva».

Sin embargo, escuchar donde se pretende hacer una política de progreso, revolucionaria y liberadora, afirmaciones como que los datos de la realidad no son esenciales, que para transformar la sociedad no es fundamental observar y medir las evidencias, que lo determinante en una política revolucionaria es la fe y la mera subjetividad, es ir en contra no sólo de la más elemental racionalidad y de la tradición marxista y leninista, sino en contra de la verdadera esencia del pensamiento y la obra liberadora de las principales figuras de la historia revolucionaria del mundo, quizás con la excepción de aquellas basadas en relatos que están más allá del «reino de este mundo» como pueden ser la multiplicación milagrosa de los panes y los peces o la resurrección de Jesús de entre los muertos, las cuales pertenecen más a la fe religiosa de los creyentes (la cual merece por supuesto todo el respeto), que al conocimiento riguroso que explican las causas, trayectorias y consecuencias de varios milenios de la Historia conocida.

En los procesos transformadores, sobre todos aquellos que se plantean construir una nueva sociedad, el conocimiento y la capacidad de medir la realidad es determinante, aun cuando se decidan cursos de acción de alto riesgo cuyos resultados pudieran conducir al éxito. En Cuba, el grito de «ahora sí ganamos la guerra» no fue resultado de una inspiración divina, ni de la decisión de «dar un salto al vacío», fue el resultado de un análisis brillante y riguroso de los datos de la realidad nacional, de la apreciación de la existencia de una situación revolucionaria respaldada por un movimiento que se había articulado por toda la nación agrupado en diferentes organizaciones que ya había realizado acciones trascendentes en las principales ciudades del país y que había demostrado su disposición de luchar para derrotar al gobierno opresor que se les enfrentaba; claro que la existencia de un liderazgo ejemplar y de una voluntad extraordinaria eran también una necesidad para conducir con éxito esa realidad, que no necesariamente por existir daría lugar al resultado que perseguía. Para decirlo de otra manera, la voluntad y la subjetividad son también datos de la realidad que deben ser apreciados, pero se debe ser capaz de medir las realidades concretas sobre las cuales se actúa para comprender si es posible y también probable, torcer o no el curso de la historia en determinada dirección. Así sucedió en Cuba, dando lugar al proceso de transformaciones más profundas en la historia de esta región. Sin embargo, también en esta región sobran los ejemplos de actos de la mayor y más auténtica voluntad y entrega revolucionaria que han fracasado en sus propósitos debido a diferentes razones, pero entre ellas, precisamente, a una evaluación no objetiva de las condiciones de la sociedad que se planteaba transformar, basada esencialmente en la fe, en el entusiasmo y en la siempre respetable disposición de entregarlo todo por una causa noble, pero sin el suficiente conocimiento y análisis objetivo sobre la realidad que se quería transformar.

Claro que los que lo intentaron merecen todo el reconocimiento por su ejemplo de entrega personal y el paradigma de fidelidad que dejaron en la historia.

Sin embargo, en las condiciones difíciles y complejas que enfrenta Cuba hoy, donde lo que se plantea no es ganar la guerra contra una dictadura ni asaltar un nido de ametralladoras, sino encausar un proceso de carácter socialista, en medio de un mundo capitalista, desde una isla pobre y fuertemente bloqueada, sin importantes alianzas internacionales, con una economía en situación crítica, con una nueva generación que con toda legitimidad reclama nuevos espacios y con un mundo de nuevas tecnologías que impactan todas las dimensiones de las relaciones sociales, lo que se exige es tener el mayor conocimiento posible de esa realidad, la mayor cantidad de estadísticas, el análisis y el debate más riguroso, etc. sin los cuales la «voluntad» es solo un acto vacío de fe, sin ninguna consecuencia positiva sobre la realidad. Es con el conocimiento objetivo de la sociedad y sus circunstancias que la voluntad sí puede y debe, ejercer su propósito transformador.

En muchos de los textos que vemos en este debate sobre el «centrismo», incluso en uno recientemente publicado en un importante medio, lo que se aprecia en gran medida es más una declaración de aspiraciones sobre la apreciación de una «realidad» que se construye con los datos de la «verdad alternativa» o la «post verdad», que una voluntad en búsqueda de las evidencias concretas que ofrece la realidad y el análisis riguroso del mundo y de la sociedad concreta sobre la cual se propone actuar (que por cierto, es en parte también resultado de nuestras propias políticas)

Que esas tendencias subjetivistas vengan del Norte es casi natural, pero que se instalen en nuestra cultura política es inconcebible, así sea en nombre de las mejores causas, es muy peligroso y es muy negativo.

Lo que habría que acabar de aceptar es que sobre la apreciación de la realidad tenemos diferencias notables que deberíamos discutir con altura, sin calificativos vacíos y sin ofensas irracionales, puesto que es mucho y precioso lo que está hoy en juego.

Las descalificaciones y las etiquetas apuntan a caricaturizar un debate que es muy diverso; lejos de contribuir a buscar la verdad y construir los consensos necesarios, se genera crispación y fisuras que se pueden convertir en insalvables. Por supuesto que hay posiciones irreconciliables, pero hay muchas que no lo son.

Entre socialismo y capitalismo claro que no hay compatibilidad posible, en eso podríamos estar de acuerdo, pero no creo que estemos muy de acuerdo en qué entendemos por socialismo, me temo que con algunos tengamos consideraciones muy diferentes a juzgar por lo que leo en muchos textos del debate contemporáneo, además de por haber vivido la historia reciente. Somos cubanos, sabemos de dónde venimos, sabemos cuáles han sido nuestras posiciones.

Además de que sin una discusión rigurosa de la experiencia histórica del socialismo real, es muy difícil hablar con seriedad de su futuro en cualquier lugar, más aún en las condiciones concretas de Cuba. Entre los puntos a discutir están aquellos que el socialismo histórico nunca resolvió adecuadamente en ningún lugar, entre otros: el problema del mercado y el problema de la democracia. Acerca de mis puntos de vista sobre estas cuestiones me he extendido en otros textos y habrá la oportunidad de volver sobre ello. Quizás solo decir aquí que el sustento del socialismo ha de ser la soberanía de todo el pueblo, no la soberanía de la burocracia.

Como he afirmado en varios ocasiones no comparto el radicalismo fatuo basado en declaraciones vacías que subestima los datos de la realidad objetiva y que no conduce a ninguna acción transformadora sino que más bien la paraliza; y por supuesto tampoco estoy de acuerdo con aquellos otros que afirman que asisten a este debate sin «ninguna filiación ideológica»: esa sería quizás la más ideológica de cualquier afirmación. En todo caso hay mucho por discutir sin etiquetas ni clasificaciones absurdas y excluyentistas y lo más importante, hay mucho por hacer. Insisto en que debemos partir de una historia bien estudiada, pero es preciso ir más allá de esa historia; no tenemos otra alternativa.

Fuente: http://elestadocomotal.com/2017/07/08/julio-carranza-la-importancia-del-dato-y-la-evidencia-algunas-notas-sobre-el-debate-actual-en-cuba/