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Mirando hacia Siria desde un búnker israelí

La infame ocupación «perfecta»

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Altos del Golán.- Acaba la tarde y estoy de pie sobre un búnker israelí activo, aunque temporariamente abandonado.

A través del lente de mi Nikon puedo ver claramente una inmensa bandera siria que ondea majestuosa al viento. La bandera está cerca, muy cerca, pero por qué no iba a estar allí, todo esto es Siria.

Donde ondea la bandera es Siria. Detrás de la bandera es Siria; y Siria es donde estoy parado, desabrigado y temblando en el gélido viento que viene de las montañas.

Vale la pena ver todo lo que me rodea, ¡vale la pena! Por delante -destruidos y abandonados- están los restos de las casas y edificios de la ciudad siria de al-Quneitra. A la izquierda las Naciones Unidas, o para ser más preciso, la base de UNDOF. Hay camiones blancos y vehículos blindados ligeros detrás de su perímetro; casi como los que están en las afueras de Goma, Kivu del Este, en la República Democrática del Congo.

Pero aquí la base de la ONU se encuentra en lo que se llama Zona Desmilitarizada, o DMZ [por sus siglas en inglés]. Se encuentra directamente entre las líneas Alfa y Bravo de UNDOF de 1974. A través de la DMZ pasa un brillante y nuevo cerco de alambre israelí, de alto voltaje, estereotiopado y a pesar de su brillo, melancólico.

Por sobre todo ese lío, en la cima de la montaña, bordonea un enorme puesto militar israelí, equipado con docenas de radares, dispositivos de escucha y antenas. Queda lejos, tal vez a un kilómetro, pero el sonido que produce es como el de una gigantesca colmena. Es realmente algo aborrecible, como una caricatura respecto a la «sobremilitarización»; un buque de guerra en la cima de la montaña.

Estoy fotografiando trincheras del búnker; la cima de la montaña convertida en fortaleza de vigilancia. Y luego algunos viejos alambres oxidados, así como los nuevos y brillantes. «¡Peligro! ¡Minas!» está escrito, imagino que en el espíritu del entendimiento internacional, en hebreo, inglés y árabe. Hay señales semejantes por doquier a mi alrededor. Trato de no pisar demasiado lejos de los principales senderos, aunque aquí y allá me pierdo, las imágenes son demasiado poderosas, demasiado tentadoras.

La abogada israelí de derechos humanos Lynda Brayer, que condujo el vehículo que me trajo desde Haifa, ahora se queda sentada en coche. Debe de estar pensando que estoy un poco loco. A pesar de su preocupación y objeciones conduje el pequeño Nissan a varios cerros que dominan Siria; lo conduje cerca de las instalaciones militares israelíes; con o sin carretera.

Pero realmente no me canso de mirar, las imágenes son intensamente perversas. Toda la realidad de esta ocupación, la ocupación israelí de los Altos del Golán, es demencial, surrealista y de una forma malvada es ‘perfecta’.

Y luego me doy cuenta de que estoy loco. Solo unos días antes, el 30 de enero de 2013, Israel atacó territorio sirio, dañando una instalación en las afueras de Damasco, utilizando jets de combate. Según Reuters:

El ministerio de Exteriores convocó al jefe de la fuerza de la ONU en las Altos del Golán ocupados por Israel, para entregar una protesta un día después de que Israel atacara lo que Siria dijo que era un centro de investigación militar y los diplomáticos dijeron que era un convoy de armas que se dirigía al Líbano.

«Siria responsabiliza plenamente a Israel y a los que lo protegen en el Consejo de Seguridad de los resultados de esta agresión y afirma su derecho a defenderse y a su territorio y soberanía», dijo la televisión siria según las citas.

El presidente sirio Bashar el-Asad declaró unos días después: «Siria puede defenderse de ‘las actuales amenazas… y agresiones'».

Así que aquí estoy, totalmente expuesto con mi chaqueta verde, parado sobre un búnker israelí¡ y mirando hacia Siria con el gran lente de mi cámara. ‘Tal vez no sea muy sabio’, iba murmurando, mientras bajaba corriendo de la montaña para protegerme.

¡Qué hermosos son los Altos del Golán, qué hermosos! Qué adorables son las suaves laderas verdes y las dramáticas nubes tormentosas que abrazan, como un suave edredón, las cimas de las montañas.

¡Qué tristes, qué llenos de cicatrices, qué violados los Altos del Golán! Esas imponentes barreras militares de piedra parecidas a los muros de viejos castillos incas; ese constante flujo de material militar israelí -esos camiones y vehículos todo terreno y tanques- y alrededor de todo esos anónimos muros de piedra que solían rodear casas locales, aldeas y pueblos.

Todo está tan vacío ahora. Detengo el coche, apago el motor y escucho: no oigo ningún pájaro, solo el constante bordoneo de los montes cercanos.

«En el territorio ocupado de los Altos del Golán, la mayoría de la gente fue expulsada brutal e informalmente», me dijo Joul Jammal, un abogado israelí. «Este territorio sirio ocupado por Israel, está poblado principalmente por drusos árabes; esos habitantes valerosos y orgullosos que no han sucumbido a la ocupación durante décadas». Los drusos forman una sociedad extremadamente unida y como los bohras representan una rama de los ismaelitas. Algunas teorías afirman que los drusos son realmente musulmanes, otras que no lo son en absoluto.

Hay quien dice que la ocupación de los Altos del Golán es ‘blanda’, que los drusos gozan de un elevado estándar de vida muy superior al de la mayoría de los países de la región, incluida la propia Siria. The Economist incluso argumentó que si Israel devolviera los Altos del Golán a Siria, muchos de sus habitantes sufrirían del síndrome de Hong Kong.

Se trata de análisis extremadamente cínicos.

Antes de la Guerra de los Seis Días de 1967, la población de los Altos del Golán era de 145.000 personas, incluyendo a varios miles de refugiados palestinos. Los israelíes obligaron a la gran mayoría de la gente del lugar a huir. Solo 7.000 se quedaron y los concentraron en un puñado de aldeas.

Demolieron cientos de aldeas y pueblos y entregaron gran parte de la tierra a los colonos judíos.

Incluso la mayor ciudad siria de la región, Al-Quneitra, fue ocupada en 1967 y devuelta a Siria en 1974, pero antes de hacerlo la dinamitaron y la arrasaron.

Ahora los kibutz y colonias israelíes marcan el paisaje. No solo hay una cierta industria agrícola. Merom Golan y Ein Zivan, no lejos de la frontera y del campo de la ONU, parecen fortificaciones modernas, comunidades cerradas y fuertemente protegidas.

Hay un anuncio de una granja «de vacuno orgánico» en la carretera principal. El letrero es idílico y uno hace girar el volante y sube el cerro, solo para encontrarse con una puerta cerrada y una alambrada de púas. Bodega de Vinos Ortal pone en la intersección con la carretera que lleva a la Comunidad Ortal. Conduzco en esa dirección, pero pronto, en lugar de alguna elegante bodega de vinos descubro una inmensa y pesada puerta de metal con cámaras de vigilancia que causa una impresión espectral.

«Es un puesto avanzado», protesta la Linda Brayer, «no forma parte de una infraestructura comunal. Es totalmente diferente de lo que vemos en Cisjordania».

Tenemos que llenar el depósito. La gasolinera es automática, no se ve a nadie. Está totalmente computarizada y oculta tras la cerca. Incluso para mí es demasiado avanzada tecnológicamente.

Pronto, un vehículo militar se detiene junto a nosotros. «¿Están bien?» nos pregunta.

«Muy bien», digo. «¿Sabe cómo se maneja esto?» Apunto al surtidor. El soldado lo explica con entusiasmo. No hace preguntas de los motivos de nuestra presencia en el área. Es confiado, reservado pero amistoso. Mi ventanilla está abierta y hay tres cámaras en el asiento trasero. Se necesitaría una cierta disciplina para no darse cuenta. El soldado las ve. Pero parece que no le importa.

En India, en Pakistán o en el Congo ya me habrían detenido y me habrían llevado a los barracones para interrogarme. Aquí el control del ejército es total y no albergan temores. No cabe duda de que me observaron mientras estaba sobre el búnker haciendo fotografías. A nadie parece interesarle.

Pregunto al soldado por el búnker.

«Está abandonado; por lo menos de momento. ¿Está preguntando por un conflicto aquí? No, nada, no pasa nada. No hay provocaciones desde el lado sirio… Ninguna provocación durante años».

«¿Incluso cuando jets israelíes cruzaron por Siria hace unos días?»

«Aquí estuvo absolutamente tranquilo», vuelve a confirmar. «Como si nada hubiera sucedido».

Es un muchacho joven, con gafas, tímido. Responde con brevedad y precisión a mis preguntas, como si estuviera en un aula. Su amigo se impacienta; parece estar apurado.

«Perdón, tengo que apresurarme», los soldados me saludan.

Conducimos pasando cerca del monumento que conmemora algo llamado «Brigada 679». Hay un dibujo belicista y alguna historia grabada en la piedra. Hay un tanque israelí fuera de servicio aparcado cerca. Necesito un poco de ejercicio. Salto y agarro el cañón con ambas manos y luego lo sujeto un rato. Hago algunos ejercicios. Todo el lugar, así como mi presencia, son extraños, dignos de Kafka.

Una base cercana está repleta de vehículos con altas antenas. Doy media vuelta, vuelvo a la entrada y fotografío todo el sitio. Todo está a la vista; no parece haber secretos.

Pero de vuelta en Haifa Joul Jammal me advirtió: «Parece que el ejército no teme a los periodistas. Quieren presentar todo eso como ‘ocupación ilustrada’. Se puede filmar y fotografiar lo que está ‘a la vista’. Pero cuando matan y destruyen casas también matan periódicamente a los periodistas».

Admiramos las manzanas de un pequeño puesto. Desde aquí hay una brillante vista directa hacia Siria no ocupada. Manzanas y cerezas, los Altos de Golán son famosos por ellas.

¡Y también son conocidos por la expulsión masiva de su población! Hay otro viñedo cercano, directamente ante la terrible cerca de alambrada de púas. De repente pierdo todo mi amor por un buen vino, por lo menos por cierto tiempo.

«Todo está tranquilo aquí», sonríe el vendedor. «Los únicos sonidos que llegan aquí son los de los motores de los coches, así como los zumbidos de las radios y radares de la cima del cerro que ve ahí».

Un poco más abajo descubrimos una torre y un cañón de algún viejo tanque, que enfrenta el valle y la ciudad siria de al-Quneitra. Está profundamente enterrada, y ahora ‘decorada’ con grafiti. A unos minutos hacia el norte están las sombrías ruinas de un antiguo puesto avanzado militar sirio. El pasto es alto y el silencio completo.

Un kilómetro más adelante veo repentinamente las ruinas de varios pisos de un edificio: ¿un complejo militar, o tal vez una escuela abandonada?

Aparco el coche y camino evitando los profundos charcos. Entonces los veo: soldados israelíes, todo un comando, con las ametralladoras listas, trepando por las paredes, realizando unos extraños juegos de guerra. Están haciendo ejercicios.

En cierto momento me ven. Un soldado se acerca lentamente.

«¿Está todo bien?» Llega con la misma pregunta y la misma indiferencia amistosa.

«Bien», digo señalando la monstruosa estructura descompuesta, «¿qué era esto?»

«Una antigua base siria», responde.

«¿Puedo hacerlo?» Apunto la cámara al comando.

«Seguro», se encoge de hombros y se va.

«¡Eh!»,grito. «¿Cuán cerca estoy de la frontera si camino en esta dirección?»

«Los charcos son profundos», sonríe. «Y no tiene botas. Conduzca un poco hacia el norte e incluso se puede sentar sobre la cerca».

«Y quemarme el trasero sobre sus miles de voltios», digo.

«Precisamente», se ríe.

‘Un chiste’, pienso; ‘un chiste militar’. «Gracias», le digo.

Vuelvo al coche. Conduzco hacia el norte.

«Sí, puede ir directamente a la frontera», dice un hombre, un gigante, un guardia, en la entrada de la carretera militar que lleva a la frontera con el Líbano. Es un druso, un hombre del lugar. No sonríe; no está bromeando. Estamos en Majdal al-Shams, un pueblo dividido de 9.000 habitantes, la mayor ‘área urbana’ drusa del Golán.

«Puede ir y ver el Monte de los Gritos. Es donde las familias separadas, rotas, se reúnen; ahí por lo menos pueden intercambiar miradas y gritarse a través de la alambrada de púas».

Le pregunto por la ocupación de los Altos del Golán. No duda un instante.

«Soy sirio», dice. «¡Quiero que este sitio se devuelva a Siria!»

Estoy sorprendido; un hombre que no teme expresar sus sentimientos. Es orgulloso, alto y coherente. Incluso me da su nombre, que prefiero no utilizar.

A diferencia de los palestinos de Cisjordania y Gaza, aquí la gente no tiene que implorar para obtener permisos de trabajo para ir a Israel. Esto es ‘territorio anexado, incorporado’. Desde 1981 los Altos del Golán están bajo la ley civil israelí, están incorporados al sistema israelí de consejos locales. La gente del lugar puede ir adonde quiera; puede trabajar en Haifa o Tel Aviv. Puede solicitar y obtener la ciudadanía israelí, una tarjeta de identidad, incluso un pasaporte. Menos de un 10% elige esta opción. Son orgullosos y obstinados: su hogar es Siria. Esperan ‘volver a casa’, ya han estado esperando durante largas décadas.

«¿Hay muchas familias divididas?» pregunto al guardia.

«Sí, muchas. Hay casas a los dos lados, y la frontera pasa entre ellas».

Le pregunto si tiene algunos miembros de su familia al otro lado de la cerca.

«Sí, en Jaramana, al este de Damasco. Nos reunimos todos en Jordania de vez en cuando. Jordania es el lugar en el que las familias de Siria y de los Altos del Golán ocupados pueden encontrarse».

La frontera está a un kilómetro del centro. Es monstruosa, horrenda. Comparada con esto, las antiguas fronteras de la Guerra Fría parecían paseos. Incluso la frontera entre Corea del Norte y del Sur tiene una cierta apariencia más ‘civil’.

Esta frontera -entre Siria y Siria ocupada- tiene ahora tres elevadas capas de cercas eléctricas, equipadas, tradicionalmente, de alambradas de púas. Entremedio hay un estrecho camino para vehículos militares israelíes. Y solo entonces, solo detrás de todo esto, están las torres de vigilancia de la ONU.

Paradójicamente, parece que no hubiera absolutamente ninguna fortificación del lado sirio.

Antes de que los teléfonos móviles fueran asequibles, la gente solía venir aquí, a la frontera, de ambos lados; solían pararse con megáfonos para pequeñas charlas con sus parientes. Me dicen que todavía vienen, ocasionalmente, solo para verse, a través de la alambrada de púas. Vienen para ver, para reconocer las caras de sus seres queridos.

Saludo a un vehículo de carga. Lo detengo y pregunto al conductor cuándo se construyó realmente todo este horrible asunto.

«Es nuevo», dice. «Pero esto no es nada. Vuelva dentro de unos meses: los israelís planean la construcción de un verdadero muro alto y de hormigón. Van a hacerlo muy pronto».

Hablamos con diversas personas en Majdal al-Shams y otras aldeas y pueblos del área.

Se puede describir a los drusos como un pueblo abierto y amistoso. Viven en su propio universo. Tienen su propia religión y su filosofía de la vida. Creen en la reencarnación y casi nunca se casan fuera de su clan.

Según los estándares de la región, los Altos del Golán son un área muy rica. El sistema de salud y educación es de similar calidad a los de Israel, y también existen otros servicios sociales.

Pero es tierra ocupada de la que la mayoría de la gente nativa fue expulsada directamente después de la guerra. Ahora las colonias judías marcan la meseta.

Israel trató de utilizar la singularidad de la cultura y la región drusas para su propio provecho: convenciendo a los nativos de que no forman parte de Siria; de que son una nación separada.

Como explicó el Jammal: «Israel ha estado utilizando la estrategia de divide y vencerás; trató de crear la noción de un Estado druso superficial, utilizando el hecho de que el pueblo druso tiene su propia fe, alejada de la tendencia dominante del Islam».

Pero los drusos se resistieron, o por lo menos la mayoría. El retorno a Siria es su objetivo, incluso después de varias décadas de una denominada ocupación ‘blanda’.

Nos dicen que mucha gente de los Altos del Golán quiere estudiar en Siria. Unos 200 estudiantes asisten ahora a universidades en ese país para llegar a ser doctores, dentistas y abogados. La ONU está facilitando su cruce de la frontera, sus viajes.

Antes de la reciente escalada de las hostilidades entre Israel y Siria, la ONU incluso facilitó la venta de manzanas y cerezas de los Altos del Golán en Siria no ocupada. Ahora todo está en compás de espera después de la ‘excursión’ de los jets de combate israelíes y su bombardeo de Siria, el acto que violó el derecho internacional y causó una explosión de cólera en toda la región.

«La gente aquí vive como si todo fuera solo una solución temporal. Como si un día ya no fuera a haber una frontera», nos dijeron muchos en Majdal al-Shams.

Algunos residentes acaudalados incluso están construyendo sus villas junto a la línea fronteriza, enfrentando el muro. Porque detrás del muro están esas magníficas montañas. Y algún día, quién sabe, podría volver a haber una vista sin obstrucciones.

Hay colaboracionistas en los Altos del Golán, algunos son locales y otros son ‘importados’. ¡Por cierto hay muchos colaboracionistas en los Altos del Golán!

En un pequeño restaurant, Falafel Abu, en el centro de Majdal al-Shams, dos hombres comparten su cena. Hacen preguntas; quieren saber todo sobre nosotros y ni siquiera tratan de ocultar su identidad, nos dicen sus nombres, direcciones de correo electrónico y números de teléfono móvil.

Una persona es local; un hombre alto que pasó muchos años en EE.UU., en Idaho, antes de volver a los Altos del Golán. El otro es cristiano de Beirut, Líbano.

«Mi padre emigró del Líbano a Toronto, Canadá, en 1990, después de la guerra. Viví allí un tiempo y después obtuve mi pasaporte canadiense, visité Israel y me enamoré de este país. Entonces vine a los Altos del Golán e hice buenos amigos entre los drusos. Me casé con una joven cristiana, obtuve un permiso de residencia y me quedé.»

«Eso no sería tan simple», murmura Lynda.

En un momento determinado ambos hombres comienzan a promover la línea israelí. Saben que soy un periodista de investigación. Ese hecho parece motivarlos, al parecer quieren hablar y no les importa que les cite.

«Toda la comunidad es ahora israelí. Tenemos una mentalidad israelí, no tenemos prejuicios, somos educados, viajamos…»

«Mire a este hombre», señalan al dueño del restaurante de falafel quien, con su bigote al estilo otomano y pequeños ojos inteligentes, nos observa desde lejos. «Su hijo es abogado. Su hija estudió educación especial y ahora trabaja con pacientes mentales en España».

Les pregunto sobre Siria.

¡Estamos a favor de la revolución! Quisiéramos ver la diferencia en la región. No queremos que la gente pida la yihad». Ambos están totalmente de acuerdo. «Israel nunca devolverá los Altos del Golán a Siria; a menos que el tema del agua se resuelva  y la ONU se implique. E incluso entonces, por razones de seguridad, Israel tendrá que retener los montes».

El hombre alto tiene pasaporte israelí. El libanés tiene residencia permanente en Israel.

¿Cuánta gente aquí apoya al presidente Asad?

«Mitad y mitad», dicen. Sé que no es verdad. La mayoría de la gente con la que hablamos lo apoya.

Luego comienza: una andanada de clichés que llevaban aguantando casi una hora. El libanés comienza su discurso:

«Es obvio que el Islam apunta a ser el enemigo del mundo… Mire lo que sucede en Egipto… Incluso temo volver al Líbano ahora; tengo miedo incluso de ir de visita. Todos esos espías de Hizbulá. ¡Amo Israel!»

El alto, ‘Hombre de Idaho’ local, se suma a las alabanzas a Israel: «La gente aquí sabe vivir en paz con la comunidad judía. Seguro, cerca de un 10% protesta contra la ocupación. Pero casi todos los jóvenes creen que Israel es su hogar. Ahora los Altos del Golán son el área más tranquila y más pacífica de Israel».

Finalmente, los dos se van. Sí, los Altos del Golán son una parte extremadamente tranquila del mundo. Lo son porque un 80% de la gente del lugar fue expulsada de sus casas. Es porque sus aldeas, pueblos y ciudades fueron destruidos. Es porque fueron erigidas esas monstruosas cercas. Los hombres olvidaron mencionar ese terrible bordoneo desde las cimas de todos los montes locales, los radares, las radios, los dispositivos de escucha. Y olvidaron mencionar los tanques y los vehículos blindados que se mueven en todas direcciones por los estrechos caminos.

Los Altos del Golán, la tierra de las cerezas y las manzanas, de ruinas de pueblos y ciudades, de comandos israelíes realizando juegos de guerra en los edificios sirios destruidos.

Cuando los dos hombres se han ido, nos acercamos directamente al dueño del restaurante de falafel.

«Usted hace el mejor falafel del mundo», le digo, lo que es una verdad innegable. «Ahora, por favor, dígame qué piensa de lo que sucede en Siria».

«Estoy muy preocupado por la situación en ese país», responde lentamente. «Hay tanto daño, tanto sufrimiento otra vez. No es correcto lo que está sucediendo. Me preocupa mi familia del otro lado de la frontera. Mucha gente habla de ‘revolucionarios’ en Siria,  los terroristas. ¿Era mejor la situación antes del comienzo del ‘levantamiento’? Sin duda alguna.

Es nuestro segundo día en el Golán, el fin del segundo día.

Un pequeño grupo se reúne en el negocio de dulces. La comida en Majdal al-Shams es exquisita. La franqueza de la gente del lugar es simplemente admirable.

Y lo que nos dice la gente es exactamente lo contrario de lo que nos presenta la propaganda oficial israelí:

«Queremos volver a Siria. Los rebeldes son terroristas. Asad se encuentra en el camino de Occidente hacia Irán; Occidente e Israel quieren echarlo a un lado y allanar su camino hacia Teherán. Todos sabemos que Catar paga a los ‘rebeldes’. Si Rusia y China no ceden ante Occidente Asad no caerá nunca.»

Antes que nos separáramos el día anterior, el guardia del camino al Líbano aclaró: «Aquí estamos todos conectados con Siria. Vemos la televisión siria; seguimos los eventos. La mayoría de la gente de aquí se identifica con Asad. Aquí nos gusta Asad. Pero en Occidente y en Israel simplemente odian a los dirigentes árabes inteligentes. ¡Les gustan y apoyan a esos idiotas de Catar, Bahréin y Arabia Saudí!

En realidad es exactamente el mismo punto de vista que oí a la gente de Hatay, en la frontera entre Turquía y Siria, donde investigué campos de entrenamiento occidentales que fabrican la denominada ‘Oposición Siria’.

La gente también se queja del control israelí del patrimonio construido. Hace falta un permiso oficial para construir cualquier casa nueva, y ese permiso cuesta una fortuna. 1.000 casas faltan solo en esta ciudad; los israelíes simplemente no permiten que las localidades drusas crezcan, el crecimiento está limitado a las colonias judías. La gente vive atiborrada. Las casas construidas sin permiso oficial son demolidas.

Y entonces nos hablan de la estructura de la ‘democracia’ en este territorio ocupado: «Los ciudadanos sirios -la gran mayoría- no tienen derecho a voto. Israel impone a sus propios representantes drusos cuidadosamente escogidos, para formar los llamados ‘concejos de aldea o ciudad’. Todos están formados por colaboracionistas que llevan pasaportes y tarjetas de identidad israelíes. Sobra decir que esos concejos no están para servir los ntereses de la población local».

Mientras conduzco hacia la frontera con el Líbano, veo uno de los paisajes más hermosos del mundo: el Monte Hermon o Jabal al-Shaykh en árabe, el pico más alto de Siria y ahora la ‘zona tampón» entre Siria y los Altos del Golán ocupados por Israel. La cumbre de la montaña está sobre la frontera entre Siria y Líbano.

Mientras sigo conduciendo veo la enorme Fortaleza Nimrod, construida cerca de 1229 por

Al-Aziz Uthman, sobrino de Saladino e hijo más joven de Al-Adil I. Se llamó Qala’at al-Subeiba, «Castillo del Gran Despeñadero» en árabe y se suponía que impediría un ataque a Damasco por los participantes de la Sexta Cruzada. ¡Qué paradoja! Una enorme y poderosa estructura que solía proteger al mundo musulmán de la agresión y el terror procedentes de los tempranos imperialistas occidentales, ahora se ve indefensa y obsoleta, abrazada tristemente al despeñadero, incapaz de ofrecer alguna resistencia.

Pienso en Joul Jamal. Me dijo, en Haifa: «Obligarán a Israel a devolver los Altos del Golán, algún día. Pero no lo hará voluntariamente. Los colonialistas solo se retiran si los obligan. Palestina y los Altos del Golán son muy importantes: se encuentran en la línea del frente de la guerra contra el imperialismo».

También pienso en el gran novelista israelí Amos Oz y lo que leí recientemente:

Una de las cosas que hacen que este conflicto sea particularmente duro es el hecho de que el conflicto es esencialmente entre dos víctimas. Dos víctimas del mismo opresor. Europa, que colonizó el mundo árabe, lo explotó, lo humilló, pisoteó su cultura, lo controló y lo utilizó como un campo de juego imperialista, es la misma Europa que discriminó a los judíos, los persiguió, los acosó y finalmente los asesinó en masa en un crimen genocida sin precedentes. Ahora se podría pensar que dos víctimas desarrollarían inmediatamente entre ellas un sentido de solidaridad, como por ejemplo en la poesía de Berthold Brecht. Pero en la vida real algunos de los peores conflictos son precisamente los conflictos entre dos víctimas del mismo opresor…

Llego a la frontera con el Líbano. Otra terrible cerca de alambradas de púas, rejilla eléctrica, señales que advierten de las minas terrestres. Hay un árbol roto, un monumento a un soldado muerto, a una vida perdida.

Abandono el coche y camino a lo largo del horrible perímetro. Pienso en todas esas fronteras que he visto en esta parte del mundo que hace siglos era pacífica y abierta. Fronteras entre Israel y Líbano, entre los Altos del Golán y Siria, entre Turquía y Siria, entre Jordania y Arabia Saudí, Jordania y Cisjordania palestina, frontera entre Egipto y Haza, y tantas otras fronteras innecesarias.

Todo fue arruinado a fondo. No hubo soluciones fáciles. El imperialismo occidental dio alas a conflictos en toda la región; conflictos por petróleo, conflictos por intereses geopolíticos. Los aliados más cercanos de Occidente: Arabia Saudí, Israel, Catar y Turquía, todos realizando su parte del trabajo destructivo, reduciendo y dividiendo esta parte antigua de nuestro planeta en algunas miserables y pequeñas superficies separadas por interminables kilómetros de alambradas de púas.

Comencé a fotografiar el perímetro de la frontera. Lo hice intuitivamente. Me sentía muy cansado y triste.

Entonces un vehículo militar israelí se detuvo cerca.

«¿Está bien?» De nuevo.

En ese momento ya me bastaba. Agité mi mano hacia la interminable cerca, hacia los campos de minas y grité al patrullero: «No, no me va bien. ¿Y a usted?»

Como el de cerca de Al-Quneitra, el soldado era solo un niño, un conscripto, con gafas.

Hizo una mueca. Movió sus labios; como si dijera ‘ya sé, lo sé, ¿qué le vamos a hacer?’

Luego me sonrió, antes de apretar el acelerador.

«¿Está seguro de que le irá bien?»

«Me irá bien», respondí. Y dije entre dientes: ‘usted y yo estaremos bien. Pero no estoy seguro respecto a los demás’.

Andre Vltchek ( http://andrevltchek.weebly.com/ ) es novelista, cineasta y periodista de investigación. Ha cubierto guerras y conflictos en docenas de países. Su libro sobre el imperialismo occidental en el Sur del Pacífico se titula Oceania y está a la venta en http://www.amazon.com/Oceania-André-Vltchek/dp/1409298035 . Su provocador libro sobre la Indonesia post Suharto y su modelo fundamentalista de mercado se titula Indonesia: The Archipelago of Fear , http://www.plutobooks.com/display.asp?K=9780745331997 . Recientemente produjo y dirigió el documental de 160 minutos Rwandan Gambit sobre el régimen pro occidental de Paul Kagame y su saqueo de la República Democrática del Congo, y One Flew Over Dadaab sobre el mayor campo de refugiados del mundo. Después de vivir muchos años en Latinoamérica y Oceanía, Vltchek vive y trabaja actualmente en el Este de Asia y África.

Fuente: http://www.counterpunch.org/2013/02/19/facing-syria-from-israeli-bunker/

rCR