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Tolerancia cero

La justicia estadounidense y la caza de menores

Fuentes: Il Manifesto

Traducido para Rebelión por Susana Merino

Después del episodio de Cristian Rodríguez, un muchacho de 13 años que corre el riesgo de ser encarcelado en Florida, un recorrido entre los «chicos malos» de los EE.UU., arrestados y procesados como adultos. Un informe del comité Paul Rogeau.

¿Qué podría sucederle a una chiquilla de 12 años que saborea patatas fritas en una estación del metro de cualquier país democrático del mundo? En Italia, Francia o Alemania nada, pero si se halla en Washington, en los EE.UU. resultaría una actitud que puede costarle muy caro, pero no por causa de algún malintencionado, sino por parte de los mismos custodios del orden. Lo que sucedió hace algunos años a Ansche Hedgepeth es surrealista y grotesco. La arrestaron cuando tenía 12 años solo por haber comido una patatita frita mientras esperaba a una compañera de escuela, gracias a un recurso represivo del Distrito de Columbia que preveía la llamada «tolerancia cero» para delitos hasta de poca monta, entre los que se contaba la prohibición de comer en las estaciones de metro.

La chiquilla tuvo que soportar todos los degradantes procedimientos del arresto: esposada, cacheada, humillada, privada de los cordones de los zapatos y hasta de la inviolabilidad de la dignidad humana que debería hallarse garantizada para todo el mundo y especialmente para los niños. Aterrorizada, Ansche lloró todo el tiempo. La obligaron luego a introducirse en un vehículo policial, en un recinto cerrado, conducida a un centro de detención de menores en el que le tomaron las impresiones digitales y fotos policiales como a cualquier criminal. Pero lo más absurdo es que por idéntico «delito» un adulto puede ser castigado solo con una multa a diferencia de los menores que raramente llevan consigo documentos de identidad y que parecen inclinarse a mentir sobre sus datos. ¡Frente a la Cuarta y la Quinta enmiendas de la Constitución en las que se afirma que ningún ciudadano puede ser discriminado! En este caso sin embargo sucedió lo inconcebible. Hoy Ansche tiene la vida arruinada por aquel doloroso episodio y por su expediente penal por el que, según la reciente decisión, formulada cuatro años después de recurrir a inútiles apelaciones, del Juez federal John Roberts (actualmente presidente de la Corte suprema de los EE.UU.) deberá mantenerse sucia para siempre por haber comido una maldita patatita.

Además de los casos de Ansche y de Cristian Rodríguez (un chico de trece años que corre el riesgo de cadena perpetua), difundido por el Comité Paul Rougeau en similares situaciones judiciales y policiales estadounidenses se encuentran muchos chicos de entre 5 y 13 años, cacheados, esposados, detenidos y procesados con el mismo criterio que los bribones más empedernidos.

Son muchos los arrestos, a menudo productos de abusos de poder que se llevan a cabo en las escuelas estadounidenses: en 2007 en la Cavaliere High School de California en Palmdale, los guardias de seguridad agredieron y rompieron un brazo a una estudiante de dieciséis años que había dejado caer migajas de una torta y no las había recogido, acometiendo luego brutalmente a otro estudiante que filmaba la escena con un teléfono celular. Para ocultar esta agresión, acompañada de insultos racistas, los agentes fabricaron luego pruebas falsas para incriminar a los menores y los detuvieron al día siguiente. En 2010 en Nueva York, la adolescente de 12 años Alexa González fue esposada y trasladada a la estación de policía por haber garabateado en su banco del aula frases como «Amo a mis amigso Abby y Fede». La organización New York Civil Liberties Union ha iniciado una causa relacionada con más de 20 casos de detenciones ilegales y abusos realizados por funcionarios de la seguridad en las escuelas del Estado de Nueva York.

Ni siquiera las escuelas infantiles no son inmunes a las intervenciones de celosos policías, totalmente ajenos al sentido de la medida y hasta del ridículo, como sucedió el año pasado esposando y arrestando a Michael Davis,un pequeño de apenas 5 años en la escuela de Stockton en California. Michael no ha sido el único al que ha tocado esta suerte, también fue reservado este mismo incalificable tratamiento a una vivaz pequeñita de la misma edad de la escuela maternal de St. Petesburg en Florida. Evelyn Towry, una chiquita autista de 8 años que primero fue maltratada por el personal de la escuela elemental de Kootenai y que con signos de violencia en su cuerpo fue luego esposada y arrestada por la policía. Pero también aquí se repitió la escena con otro chico autista de 8 años, arrestado por los agentes de policía de Denver. Otra chica de 10 años Regan Green ha sido arrestada por denuncias de agresión a Flower Mound en Texas, a continuación de una pelea mantenida con su hermana mayor. El 29 de abril de 2010 el juez Duane Huffer de un tribunal de menores de Indiana, decretó que Paul Gingerich de doce años, fuese procesado como un adulto por haber matado con un arma de fuego al padrastro de un amigo suyo. La lista sería aún bastante más larga y podría asemejarse a un juego de mal gusto, o a la tentación de ofuscar la credibilidad de una nación considerada, muy generosamente, respetuosa de los derechos humanos y civiles, pero en realidad esta solo pretende ser una toma de conciencia de la amarga realidad que se produce con inquietante regularidad en los EE.UU., donde 70 chicos de entre 13 y 14 años han sido condenados a cadena perpetua sin posibilidades de ser liberados (como lo demuestra la organización Equal Justice Iniciative) y en donde actualmente hay otros 2.000 jóvenes condenados a morir en la cárcel.

Todos los estudios neurológicos, psicológicos y sociológicos confirman que los chicos de 12 y 13 años no tienen suficientemente desarrollado el sentido de la responsabilidad. Por eso mismo son considerados inmaduros para votar, conducir, casarse sin el consentimiento de los padres, tomar alcohol y tienen la obligación de acudir a la escuela. Pero incomprensiblemente se les considera maduros para arrestarlos, procesarlos y mandados a la cárcel como cualquier adulto. La mayoría de los jovencitos condenados a morir en la cárcel por delitos cometidos durante la adolescencia proceden de ambientes degradados y marginales. Han vivido situaciones de abandono, y pobreza y abusos físicos y sexuales. Por otra parte los menores enviados a cárceles para adultos corren el riesgo de sufrir cinco veces más agresiones y violaciones que si estuvieen en cárceles para menores, pero en cualquier caso, para ellos ir a la cárcel es como terminar en el último círculo del peor infierno. Por suerte para muchos de los pequeños presos de pantalón corto el Tribunal Supremo decidió el 1 de marzo de 2005, por una estrecha mayoría de votos, la suspensión de la pena de muerte para los menores, de otro modo algunos de ellos habrían corrido el serio riesgo de terminar en las manos del verdugo. Se mantiene sin embargo el patíbulo para los enfermos mentales que probablemente inspiran menos compasión que los más terribles delincuentes.

A la luz de los casos mencionados, que son solo la punta de un iceberg más grande y profundo, cabe pensar que más allá de los abusos y de la violación de los derechos, la pedagogía es una materia toalmente desconocida para muchos legisladores, maestros, jueces y policías estadounidenses. La caza de chicos malos comenzó hace ya mucho tiempo, sería bueno que los gobiernos de los países aliados ayudaran a los «cazadores» a concluirla lo más pronto posible.

(Por el Comité Paul Rougeau colaboró Grazia Guaschino)

Fuente: http://www.ilmanifesto.it/area-abbonati/in-edicola/manip2n1/20120118/manip2pg/16/manip2pz/316635/

rCR