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La llegada de Obama crea expectativas de cambio en la política de EEUU hacia Cuba

Fuentes: La Jornada

 Cuando Fidel Castro y otros rebeldes entraron a La Habana el 8 de enero al triunfar la revolución cubana, fue como si ingresaran también a Washington, pues generó aquí obsesión y alarma de que el «enemigo» mortal estaba a sólo 90 millas de las costas del país, y la amenaza era tal que el superpoder […]

 Cuando Fidel Castro y otros rebeldes entraron a La Habana el 8 de enero al triunfar la revolución cubana, fue como si ingresaran también a Washington, pues generó aquí obsesión y alarma de que el «enemigo» mortal estaba a sólo 90 millas de las costas del país, y la amenaza era tal que el superpoder necesitaba aniquilarlo.

Así, uno de los países más pequeños, débiles y pobres del mundo hizo temblar a la nación más poderosa del planeta. Y durante 50 años, con ciertas excepciones en Washington y Miami, todo en torno a Cuba opera como si el tiempo se hubiese congelado en 1959.

Hoy, vísperas del décimo cambio de régimen en Estados Unidos en esos 50 años, los rebeldes continúan al frente de la revolución a pesar de una invasión, unos 600 atentados contra Fidel Castro, un incidente que llevó al mundo al borde de la tercera guerra mundial, atentados terroristas promovidos por Washington y aliados (incluso el peor ataque terrorista aéreo antes del 11 de septiembre de 2001), miles de millones de dólares entregados a los enemigos del régimen, intervenciones clandestinas y el bloqueo de Cuba.

Ahora, con la elección de Barack Obama, hay cierta expectativa de que la política hacia Cuba podría cambiar. Declaraciones de Obama durante la campaña en favor de un cambio limitado en la política de Washington, empezando por aflojar y tal vez hasta anular las prohibiciones a viajes y envío de remesas, despertaron cierto optimismo de una nueva etapa.

Pero una larga historia de una política que cualquier observador objetivo calificaría de «fracasada», y el poder, presente aunque cada vez más débil, del ala conservadora del exilio cubano en Miami, tendrán que ser superados. Y es que Cuba sigue, como hace 50 años, caracterizada como «amenaza» a los intereses de Estados Unidos.

Insolencia exitosa

Desde el triunfo de la revolución Fidel Castro representó una «amenaza intolerable» para Washington, según Noam Chomsky. Cita un documento desclasificado del Departamento de Estado de 1964 que la explica: Castro «representa una insolencia exitosa ante Estados Unidos, una negación de nuestra política hemisférica total de casi un siglo y medio» basada en la Doctrina Monroe.

Chomsky recuerda que «Estados Unidos ha realizado ataques terroristas en pequeña y gran escala contra Cuba desde 1959». En esos primeros años, en la presidencia de John F. Kennedy, su hermano Robert dirigió las operaciones contra Cuba. Ésas, de una forma u otra, continúan.

Documentos oficiales recién desclasificados obtenidos por el Archivo de Seguridad Nacional ofrecen vistazos a la política de Washington hacia La Habana en torno a la derrotada invasión de Playa Girón, y cómo ello fue estudiado por los niveles más altos del gobierno sobre los usos y límites de fuerzas paramilitares en la estrategia militar estadunidense.

Después de ese fracaso se implementaron todo tipo de maniobras clandestinas, como la Operación Mongoose. Kennedy, su jefe de la CIA y militares discutieron operaciones de sabotaje, provocaciones para justificar una intervención militar y maniobras que generaran rupturas y promovieran la contrarrevolución, según los documentos desclasificados.

Éstos documentan iniciativas directas e indirectas de gobiernos demócratas y republicanos para desestabilizar, asesinar, invadir, intervenir de manera clandestina y financiar fuerzas opositores al interior y exterior de Cuba y los que entraron a La Habana ese 8 de enero de hace 50 años.

También existieron pequeños paréntesis, durante los que hubo intentos infructuosos, en gran medida por conflictos al interior de la cúpula estadunidense, para buscar cierta normalización de algunos aspectos de la relación.

Pero aun los intentos para modificar la política hacia Cuba casi siempre fueron dentro de la óptica de la guerra fría, para provocar o promover un «cambio de régimen». Hubo momentos en que ambos gobiernos lograron negociar acuerdos y cooperación en los rubros de migración y la lucha antinarcóticos, y hasta hazañas como el rescate de Elián González y su retorno a Cuba por órdenes del presidente Bill Clinton y su procuradora general Janet Reno.

Recientemente Raúl Castro informó, en entrevista con el actor Sean Penn para la revista The Nation, que militares cubanos y estadunidenses se han reunido mensualmente en Guantánamo para mantener cierta estabilidad.

A la vez, intereses comerciales estadunidenses han buscado, pese a las restricciones, generar negocios con la isla con apoyo de gobernadores (republicanos y demócratas) y legisladores, que han resultado en contratos para venta, sobre todo, de productos agrarios. La cúpula empresarial estadunidense, junto con parte de los analistas más influyentes, se ha pronunciado por una mayor normalización de la relación.

Pero cada intento de modificar la política hacia Cuba ha sido exitosamente contrarrestado por el poderoso sector pro bloqueo del exilio y sus aliados en Washington, que culminó con la promulgación de la ley Helms-Burton por Clinton en los años 90, y con medidas todavía más extremas -estrictas limitaciones a viajes y envío de remesas- impuestas por George W. Bush en 2004.

Y este eje Washington-Miami a veces es muy personal, casi de familia. Por ejemplo, en 1989, los líderes anticastristas lograron que George Bush (padre) indultara a Orlando Bosch, acusado de ser el autor intelectual, junto con Luis Posada Carriles, del bombazo al avión de Cubana de Aviación en que perecieron 73 civiles en 1976. A pesar de que el Departamento de Justicia se opuso a otorgar asilo a Bosch por «terrorista», Bush le dio refugio y hoy se pasea libremente.

El veterano abogado estadunidense Leonard Weinglass cuenta que fue un hijo de Bush padre, Jeb, quien intervino en el asunto poco antes de ser gobernador de Florida. Jeb Bush le consiguió a Bosch un joven abogado recién egresado de Harvard para representarlo.

Cuando Bush llegó a la gubernatura, se dio una vacante en la Suprema Corte de Florida y Jeb Bush nombró al joven abogado en el puesto. El nuevo juez era el nieto del dictador Fulgencio Batista.

Tan perversa es la relación política con Miami que justo en tiempos donde la guerra al «terrorismo» es misión nacional y los presidentes estadunidenses proclaman que el país que apoye o albergue a «terroristas» será tratado como enemigo, Washington no sólo alberga a algunos de los terroristas más famosos del mundo prófugos de la justicia en otros países, como es el caso de Bosch y Posada Carriles, sino que encarcela a los antiterroristas.

Ante la amenaza de grupos terroristas anticastristas en Miami, el gobierno cubano envió agentes para infiltrarlos. En 1998 el gobierno cubano invitó a la FBI a compartir inteligencia: miles de documentos y grabaciones audiovisuales sobre actividades de células terroristas en Florida.

Pero en lugar de actuar contra estos grupos, Washington arrestó a cinco de los antiterroristas que habían recaudado la inteligencia, los acusó de espionaje y conspiración de asesinato, y se realizó lo que observadores estiman fue un juicio parcial pues tres de ellos recibieron condenas de cadena perpetua y otros a 15 o más años.

Mientras tanto la gran alianza entre republicanos en Washington, encabezados por George W. Bush, y el ala conservadora en Miami lograron prolongar hasta ahora la misma política de las últimas décadas, pese a un creciente coro estadunidense junto con la comunidad internacional que reprueba la política de Washington a Cuba.

Sin embargo, algunos dicen que ya se anuncia el principio del fin de esa política y que con el cambio de régimen este mes podría abrirse un nuevo capítulo en la relación Washington-La Habana.