Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
La masacre de Gaza, que Israel emprendió hoy [27 de diciembre] hace dos años, no acabó el 18 de enero de 2009 sino que continúa. No fue sólo una masacre de cuerpos humanos, sino también de la verdad y de la justicia. Sólo nuestras acciones pueden contribuir a que esto acabe.
El Informe Goldstone solicitado por la ONU documentó pruebas de crímenes de guerra y de crímenes contra la humanidad en un ataque cuyo objetivo era las propias «bases de la vida civil en Gaza»: las escuelas, la infraestructura industrial, el agua, el alcantarillado, los molinos de harina, las mezquitas, las universidades, las comisarías de policía, los ministerios del gobierno, la agricultura y miles de hogares. Sin embargo, como muchas otras investigaciones que documentan los crímenes israelíes, el Informe Goldstone se cubre de polvo en un rincón mientras Estados Unidos, la Autoridad Palestina y algunos gobiernos árabes actúan en connivencia para garantizar que no se traduzca en acción.
Israel emprendió el ataque tras romper el alto el fuego que había negociado con Hamás el anterior mes de junio bajo el falso pretexto de detener el lanzamiento de cohetes desde Gaza.
Durante aquellas horripilantes semanas entre el 27 de diciembre de 2008 y y 18 de enero de 2009 los inmisericordes bombardeos de Israel asesinaron a 1.417 personas, según el Centro Palestino para los Derechos Humanos de Gaza.
Entre los muertos hubo bebés, como Farah Ammar al-Helu, de un año, asesinado en al-Zaytoun. Hubo niños y niñas, como Islam Khalil Abu Amsha, de 12 años, de Shajaiyeh, Mahmoud Khaled al-Mashharawi, de 13 años, de al-Daraj. Hubo ancianos, como Kamla Ali al-Attar, de 82 años, de Beit Lahiya y Madallah Ahmed Abu Rukba, de 81, de Jabaliya. Hubo padres y maridos, como el Dr. Ehab Jasir al-Shaer. Hubo agentes de policía, como Younis Muhammad al-Ghandour, de 24 años. hubo conductores de ambulancia y trabajadores de defensa civil. Hubo trabajadores de la construcción, maestros, agricultores, trabajadores sanitarios y constructores. Y sí, algunos de ellos eran combatientes que luchaban como lo haría cualquier persona para defender a sus comunidades con armas ligeras y primitivas contra la embestida de Israel en la que utilizó las armas más sofisticadas que podían suministrarle Estados Unidos y la Unión Europea.
Los nombres de los muertos llenan cien páginas, pero nada puede llenar el vacío dejado en sus familias y comunidades («The Dead in the course of the Israeli recent military offensive on the Gaza strip between 27 December 2008 and 18 January 2009», [PDF] Palestinian Centre for Human Rights, 18 de marzo de 2009).
Estas personas no fueron las primeras que murieron en las masacres israelíes ni ha sido las últimas. Desde que acabó la Operación «Plomo fundido» han muerto decenas de personas, la última la semana pasada, Salameh Abu Hashish, un pastor de 20 años al que dispararon las fuerzas de ocupación israelíes mientras cuidaba sus animales en el norte de Gaza.
Pero la tragedia no acaba en aquellas personas que murieron. Además de quienes quedaron heridos de por vida está en incalculable coste psicológico de los niños que crecen sin sus padres, de padres que entierran a sus hijos y el trauma que la ofensiva de Israel y el bloqueo continuo ha creado a casi todos los habitantes de Gaza. Están también las hasta ahora desconocidas consecuencia de someter durante años y años a 700.000 niños de Gaza a un suministro tóxico de agua.
El bloqueo priva no sólo a un millón y medio de personas de productos básicos, de materiales para la reconstrucción (prácticamente no se ha reconstruido nada en Gaza) y del acceso a la atención sanitaria, sino también de derechos y libertades básicas, como los de trabajar, de estudiar y de ser parte del mundo. Priva a prometedores jóvenes de sus ambiciones y de su futuro. Priva a todo el planeta de lo que ellos y ellas habrían podido crear y ofrecer. Al aislar a Gaza del mundo exterior Israel espera hacernos olvidar que aquellos que están dentro de la Franja son humanos.
Dos años después del crimen Gaza sigue siendo una prisión gigante para una población cuyo pecado imperdonable a ojos de Israel y de sus aliados es ser refugiados de tierras de las que se apropió Israel por medio de una limpieza étnica.
La violencia de Israel contra Gaza, como su violencia contra los palestinos de cualquier parte, es el resultado lógico del racismo que conforma el centro inseparable de la ideología y la práctica sionista: los palestinos son meramente un incordio, como la maleza o las rocas que hay que retirar en la implacable conquista sionista de la tierra. Esto es contra lo que están luchando todos los palestinos, como nos recuerda hoy una carta abierta de decenas de organizaciones de la sociedad civil de Gaza:
«Nosotros, palestinos de Gaza, queremos vivir en libertad para reunirnos con amigos o familiares palestinos de Tulkarem, Jerusalén o Nazareth; queremos tener derecho a viajar y a movernos libremente. Queremos vivir sin miedo a otra campaña de bombardeos que deje a cientos de nuestros hijos muertos y a muchos otros heridos o con cánceres por la contaminación del fósforo blanco y armamento químico israelí. Queremos vivir sin las humillaciones en los checkpoints israelíes o la indignidad de no poder satisfacer las necesidades de nuestras familias debido a paro provocado por el control económico y el asedio ilegal. Exigimos que acabe el racismo sobre el que se sustenta toda esta opresión»*.
Aquellos de nosotros que vivimos fuera de Gaza podemos mirar a quienes viven ahí en busca de inspiración y fortaleza: ni siquera después de toda esta deliberada crueldad se han rendido. Pero no podemos esperar que ellos lleven este fardo solos o ignorar el atroz coste que la implacable persecución de Israel ha tenido sobre las mentes y cuerpos de pueblo de Gaza o sobre la propia sociedad. Nosotros también tenemos que hacer caso de sus llamamientos a la acción.
Hace un año me uní a mil personas procedentes de decenas de países en la Marcha de la Libertad de Gaza en un intento de llegar a la Franja para conmemorar el primer aniversario de la masacre. Nos encontramos con el que el camino había sido bloqueado por el gobierno egipcio, que sigue siendo cómplice, con el respaldo estadounidense, del bloqueo israelí. Y aunque nosotros no llegamos a Gaza, antes y después llegaron otros convoyes, como Viva Palestina, sólo superar las tras graves obstrucciones y limitaciones puestas por Egipto.
Ayer el Mavi Marmara volvió a Estambul donde fue recibido en el puerto por miles de personas. En mayo este barco formaba parte de la Flotilla de la Libertad a Gaza que se creó para romper el bloqueo por mar y fue atacada y secuestrada en aguas internacionales por comandos israelíes que asesinaron a nueve personas e hirieron a decenas. Ni siquiera esta masacre ha disuadido a otras personas de tratar de romper el bloqueo: el Convoy Asiático a Gaza está en camino y se están preparando otras campañas.
Podemos ver todas estas iniciativas y afirmar que a pesar de su enorme coste (incluyendo en vidas humanas) el bloqueo permanece intacto ya que los gobiernos del mundo, la llamada «comunidad internacional», sigue garantizando la impunidad israelí. Dos años después Gaza continúa reducida a escombros e Israel mantiene a su población al borde de una catástrofe humanitaria deliberadamente inducida mientras permite la entrada de la cantidad suficiente de artículos para calmar a la opinión pública internacional. Sería fácil estar desanimado.
Con todo, debemos recordar que el pueblo palestino en Gaza no es objetivo de una causa humanitaria aislada sino los compañeros en la lucha por la justicia y la libertad por toda Palestina. Romper el bloqueo a Gaza serían un hito en esta marcha.
Haneen Zoabi, diputada del Parlamento israelí y pasajera en el Mavi Marmara, explicaba el pasado mes de octubre en una entrevista para The Electronic Intifada que la sociedad y el gobierno israelí no considera el conflicto con los palestinos como uno que se debe resolver proporcionando justicia e igualdad a las víctimas, sino meramente como un problema de «seguridad». Zoabi observaba que la vasta mayoría de los israelíes cree que Israel ha «resuelto» con mucho el problema de seguridad: en Cisjordania con el muro del apartheid y la «coordinación de seguridad» entre las fuerzas de ocupación israelíes y la colaboracionista Autoridad Palestina de Ramala, y en Gaza con el bloqueo.
La sociedad israelí, concluía Zoabi, «no siente la necesidad de paz. No percibe la ocupación como un problema. No percibe oprimir a los palestinos como un problema y no paga el precio de la ocupación o el precio del bloqueo [a Gaza]».
Por lo tanto, los convoyes y flotillas son una parte esencial del esfuerzo para hacer que Israel comprenda que tiene un problema y que nunca se le podrá tratar como a un Estado normal hasta que acabe con la opresión y ocupación de los palestinos en Cisjordania y Gaza, y respete completamente los derechos de los ciudadanos palestinos de Israel y de los refugiados palestinos. Y aunque los Estados sigan manteniéndose al margen sin hacer nada, la sociedad civil global está mostrando el camino con estas campañas para romper el bloqueo y con la más amplia campaña palestina de boicot, desinversión y sanciones (BDS).
En medio de todo el sufrimiento, los palestinos no han celebrado muchas victorias en los dos años transcurridos desde la masacre de Gaza, sin embargo hay indicios de que las cosas se están moviendo en la buena dirección. Israel pide unas «negociaciones de paz» respaldadas por Estados Unidos precisamente porque sabe que mientras el «proceso de paz» proporcione una cobertura a sus continuos crímenes nunca se le pedirá que ceda en nada o conceda derecho alguno a los palestinos en este «proceso».
Con todo, Israel está movilizando todos sus recursos para luchar contra el movimiento global por la justicia, especialmente contra la campaña de BDS, que ha ganado tanta fuerza desde la masacre de Gaza. No puede haber mejor confirmación de que este movimiento hace que la justicia esté a nuestro alcance. Nuestro recuerdo a todas las víctimas no puede ser simplemente una conmemoración anual sino el trabajo que hacemos cada día para hacer que crezcan las filas de este movimiento.
*Traducción al castellano http://www.rebelion.org/noticia.php?id=119358
Ali Abunimah es co-fundador de The Electronic Intifada , autor de One Country: A Bold Proposal to End the Israeli-Palestinian Impasse y colaborador con el The Goldstone Report: The Legacy of the Landmark Investigation of the Gaza Conflict (Nation Books).
Fuente: http://electronicintifada.net/v2/article11696.shtml