El 19 de abril de 1984, sobre las cinco y media de la tarde en la Avenida 9 de la ciudad angoleña de Huambo, cientos de voluntarios cubanos -obreros de la construcción llegados al país africano para ayudar en la reconstrucción de sus ciudades severamente dañadas por más de una década de cruenta guerra- se […]
El 19 de abril de 1984, sobre las cinco y media de la tarde en la Avenida 9 de la ciudad angoleña de Huambo, cientos de voluntarios cubanos -obreros de la construcción llegados al país africano para ayudar en la reconstrucción de sus ciudades severamente dañadas por más de una década de cruenta guerra- se agolpaban en la puerta del céntrico inmueble donde residían para recoger el correo familiar que había llegado ese día. En ese momento, un coche bomba hizo explosión matando a 15 de ellos. El atentado fue obra de UNITA, un sanguinario grupo financiado y adiestrado por EEUU y los regímenes racistas de Sudáfrica e Israel [1]. Como respuesta a la barbarie, 200 mil trabajadores en Cuba se alistaron para inscribirse y sustituir a sus hermanos caídos.
El 31 de mayo a las 4 y media de la madrugada, en aguas internacionales cercanas a las costas de Gaza, 750 cooperantes que transportaban 10 mil toneladas de ayuda humanitaria fueron salvajemente atacados por tropas de elite israelíes con el balance de 9 muertos, decenas de heridos y un número por el momento indeterminado de desaparecidos. Pocas horas después voluntarios y organizaciones de solidaridad mostraron su determinación de volver a Gaza en mayor número y con más barcos, pues había quedado claro que su acción pacífica «es una forma de lucha legitima, efectiva y necesaria», que ponía en evidencia la criminalidad y el peligro que supone para la paz el estado de Israel.
El activismo no violento -pero tremendamente coherente y consecuente- de estos cooperantes se ha convertido sin duda en una amenaza contra Israel. Un peligro pacífico que el estado hebreo sólo puede conjurar mediante el asesinato e ingentes dosis de propaganda para hacer pasar, acto seguido, a las víctimas por terroristas. Según un reciente informe del Reut Institute, uno de los más influyentes think tank de Israel, la táctica de la resistencia no violenta era equiparable a una campaña militar para destruir el estado sionista. El documento pedía expresamente a los servicios de inteligencia israelíes que tomaran medidas contra los activistas de paz y al gobierno que saboteara a las redes organizadoras.
La maquinaria propagandística también se puso en marcha y siguiendo esa línea los grandes medios han utilizado durante la pasada semana la directriz de vincular a los integrantes de la «flotilla de la libertad» con Hamas, al-Qaeda y el terrorismo en general. Así lo denuncia Kristen Stevens (ex corresponsal de Associated Press en Jerusalén y Gaza) en el diario turco Hurriyet. Stevens señala la forma en que The New York Times y CNN presentaron a la Fundación de Ayuda Humanitaria IHH de Turquía, principal promotora del convoy, como «organización terrorista» que «respalda a Hamas» o mantiene «vínculos con al-Qaeda» sin para ello aportar prueba alguna. Ocultando que la ONG turca forma parte del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas y que reparte su ayuda en más de 120 países en todo el mundo, incluidos los EEUU.
No pudiendo enmascarar la criminal actuación de las tropas israelíes, los grandes medios centraron todo su esfuerzo en presentar una equidistancia que -como magistralmente explicaba Santiago Alba ayer en este mismo periódico– consigue el efecto prodigioso de voltear por entero la objetividad de los hechos. Una «equidistancia» que ha resultado una buena muestra de descomposición ética y de apología criminal con propósitos distractivos y encubridores. Sirva como ejemplo el titular del periódico italiano Il Giornale en su portada del 2 de mayo: «Mueren diez amigos de los terroristas. Israel hizo bien en disparar». Dispararon infringiendo la ley, sí, pero dispararon contra los malos. O las advertencias del embajador israelí en Uruguay Dori Goren cuando aseguraba hace unos días que «se trata de una campaña de espectro global, que actúa en cuatro campos principales: mediático, político, jurídico y económico, y cuya finalidad es intentar corroer en una primera etapa la legitimidad en el uso de las Fuerzas Armadas israelíes… campaña organizada de forma estratégica, coherente, constante, sofisticada y prolongada en el tiempo, orquestada por países y organizaciones islámicos en connivencia con determinadas ONG occidentales».
Desde luego no hay nada de censurable en llevar a cabo «campañas» políticas, económicas, jurídicas o económicas de carácter no violento, pues al fin y al cabo esos son los campos de trabajo legales y legítimos de organizaciones sociales, sindicales o políticas en cualquier lugar del mundo actual. Lo que desde luego no tiene ningún tipo de equiparación con el terreno militar, destinado únicamente a organizaciones armadas, y en el cual la insólita impunidad del ejército israelí es proverbial gracias a la complicidad de gobiernos y grandes medios occidentales.
Si hubiera algo de cierto en las acusaciones lanzadas por la propaganda israelí y sus voceros, si hubiera existido alguna evidencia para tales acusaciones, habrían mantenido en prisión con intención de haber juzgado al presidente de IHH Bülent Yildirim por dirigir una organización terrorista. O habrían retirado la inmunidad parlamentaria a la diputada israelí Hanin Zoabi, quien también viajaba en el barco asaltado, aunque a cambio tuvo que soportar gritos, abucheos y hasta violencia física por parte de sus compañeros en el Parlamento que la llamaron «traidora», «puta» y «solterona de 38 años». Pero Israel no cuenta con prueba alguna y hay tanta verdad en sus descalificaciones como la hubo para invadir Iraq, y devolverlo a la edad de piedra, por almacenar armas de destrucción masiva.
La acción de los pacifistas ha desatado la ira salvaje de los dirigentes israelíes que desde diciembre de 2008 han asesinado a 1400 civiles en Gaza; detenido, torturado y asesinado a centenares de activistas no violentos; y asaltado a la flotilla humanitaria y masacrado a varios de sus integrantes, que se dirigían -no hay que olvidarlo- hacia Gaza y no a las costas israelíes.
El ataque a la «flota de la libertad» es un punto de inflexión y un gran avance para el movimiento de solidaridad con el pueblo palestino en general y el de Gaza en particular. Lo ocurrido la pasada semana marca el camino ineludible hacia el incremento de las acciones no violentas, las campañas de boicot y el recorte de todo tipo de intercambios con Israel, como se hizo con la Sudáfrica del apartheid. Si el estado sionista recurre a la violencia, los activistas habrán de multiplicar sus embarcaciones y defenderlas con el arma que más teme su enemigo: la solidaridad.
P.S. Quiero recordar que, por supuesto, la gesta internacionalista de Cuba sirvió para consolidar la independencia de Angola, resultó decisiva para alcanzar la de Namibia, contribuyó significativamente a la liberación de Zimbabwe y puso las bases para la desaparición del odioso régimen del apartheid en Sudáfrica. Una misión que no tiene parangón en la historia, y que algún día tendrá que ser reconocida hasta en los libros de texto.
Nota:
[1] Cooperación entre dos regímenes que también se extendía, por aquellos años, al intercambio en materia de armamento nuclear. Ver: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=106528
Antonio Cuesta es corresponsal de la Agencia Prensa Latina en Turquía
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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