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La nueva etapa de Egipto se presenta llena de incógnitas

Fuentes: Gara/Rebelión

Las protestas que a comienzos de año acabaron con Mubarak abrieron la puerta para la esperanza de cambio en Egipto, sin embargo, con el paso de los meses las incertidumbres, los obstáculos y los enfrentamientos entre comunidades religiosas ponen un contrapunto a la situación inicial. Los recientes enfrentamientos en la capital, con más de veinte […]

Las protestas que a comienzos de año acabaron con Mubarak abrieron la puerta para la esperanza de cambio en Egipto, sin embargo, con el paso de los meses las incertidumbres, los obstáculos y los enfrentamientos entre comunidades religiosas ponen un contrapunto a la situación inicial.

Los recientes enfrentamientos en la capital, con más de veinte muertos, muestran que la transición sigue contando con algunos de los peores escenarios previos a las movilizaciones de enero. Paralelamente, detrás del escenario se siguen moviendo los hilos por parte de los llamados poderes fácticos (con el beneplácito de Occidente) de cara a que la «revolución» adopte una vía de reformas y que en el futuro no nos encontremos con un Egipto radicalmente distinto del que ha protagonizado buen aparte de la historia moderna de la región.

La minoría copta en el país sigue siendo el objetivo de ataques sectarios. Desde los años setenta. Con el auge de corrientes islamistas radicales, los ataques han ido aumentando, y por regla general siguen un mismo patrón, lo que comienza como un incidente local, acaba transformándose en una complicada situación de carácter estatal.

Durante estos años, además, hemos asistido a una polarización entra las comunidades musulmana y copta, mostrando ambas en muchas ocasiones posturas cada vez más conservadoras, a pesar de los llamamientos de algunos dirigentes a tender puentes para lograra una convivencia en paz.

Desde la minoría copta se denuncia la pasividad de los diferentes gobiernos y de las fuerzas armadas egipcias ante los constantes ataques que sufre su comunidad, y ponen de ejemplo además, los obstáculos administrativos que se les imponen para obtener permisos de construcción o reparar sus iglesias.

La complicada convivencia entre musulmanes y coptos se ha visto seriamente afectada tras el ataque del uno de enero de este año contra la iglesia Al-Qiddissin de Alejandría, los incidentes de mayo o los de estos días. Desde algunos foros jihadistas se vienen lanzando proclamas incendiarias, «un mensaje a los cerdos coptos de la gente de Dios en Al-Kinana (nombre que los jihadistas aplican a Egipto)…el día de la venganza está llegando…tendréis que pagar por los crímenes que habéis cometido contra nosotros».

Y a ello hay que añadir las posturas de algunos militares y figuras religiosas, que con sus declaraciones inculpatorias hacia la comunidad copta, siguen echando más leña al fuego.

Mientras ocurren estos incidentes, los diferentes actores egipcios siguen moviendo sus propias fichas. Militares, partidos políticos, antiguos miembros del régimen de Mubarak o los movimientos que pusieron en marcha la llamada «revolución egipcia» buscan emplazarse en una privilegiada situación ante la nueva coyuntura que se avecina.

El peso y el control que los militares están ejerciendo sobre todo el proceso tras la caída de Mubarak cuanta con el aval de los estadounidenses. Los miembros del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCAF) han manifestado que su papel es meramente transitorio, prometiendo elecciones y la «vuelta» a un régimen civil en breve tiempo. Sin embargo, todo indica que el proceso «pactado» puede alargarse como mínimo hasta 2013 (elecciones parlamentarias a finales de año, hasta marzo del 2012 no se constituirá el comité para redactar la nueva constitución, que posteriormente deberá ser sometida a referéndum, para dar paso posteriormente a las elecciones presidenciales).

Los principales partidos políticos por su parte, siguen inmersos en una carrera para atraer a una población que en pasado se ha mostrado desencantada con el sistema político, prueba de ello era la alta abstención que se reproducía en cada cita electoral. En ese grupo de partidos podemos encontrar liberales, islamistas, centro-izquierda, y dentro de cada familia ideológica las divisiones son manifiestas. Lo que más llama la atención a muchos analistas es la maniobra que viene realizando muchos de ellos para adueñarse del «centro político», dándose la paradoja que «algunos partidos islamistas defienden posturas liberales, mientras que otras formaciones progresistas aceptan el Islam como la religión del estado», al tiempo que intentan superar las rígidas trabas en torno a la religión y la política que a día de hoy siguen estando presentes en la legislación egipcia.

En este sentido son interesantes las declaraciones de Aboud El-Zomor, recientemente liberado de la cárcel tras más de treinta años por su participación en el atentado contra Sadat. Este dirigente de una organización jihadista egipcia ha manifestado que «los revolucionarios no han logrado el poder, carecen de un liderazgo fuerte y las fisuras ya han aparecido». Sus intenciones políticas pasan por establecer un partido político, participar en las elecciones parlamentarias y colaborar con distintas fuerzas políticas (incluidos los Hermanos Musulmanes).

Su intención es formar un estado moderno y democrático en Egipto, que respete los derechos de las minorías y la libertad de mercado. «Un estado islámico que sea respetado, y no temido, por el resto del mundo».

Otro actor que intenta mantener su peso en torno al poder lo constituye el sector ligado al régimen de Mubarak. Desde los movimientos sociales se ha venido filtrando estos días una lista de políticos que lograrían repetir su representación gracias al sistema político y que son miembros del partido de Mubarak. Esta vieja élite está disfrazándose de independientes para lograr mantener sus lazos de poder. Y a pesar de que el partido fue disuelto en abril, los militares no han prohibido a sus miembros, entre los que se encuentran líderes del difunto NDP, continuar con sus actividades políticas.

Los movimientos sociales que lideraron las protestas de primavera están viendo cómo la situación adquiere una dirección que no era la planeada en un principio. La revolución da paso a una reforma del sistema, donde los poderes fácticos siguen presentes; las divisiones religiosas van en aumento; la presencia de movimientos jihadistas transnacionales es evidente en la península del Sinaí… Además,, algunas voces han denunciado que el proceso está siendo «secuestrado» por los militares y los principales partidos políticos (que recientemente han firmado un acuerdo de compromiso que tiene más sombras que luces).

También es interesante observar y seguir de cerca los movimientos que se están produciendo en torno a Al-Azhar, la primera institución religiosa del país. La lucha dentro de la misma para ubicarse en el nuevo panorama egipcio, así como las posturas de los partidos políticos de cara a esa nueva situación marcarán el debate de los próximos meses. La influencia de esta mezquita, universidad, centro de investigación religiosa seguirá siendo clave en las complejas relaciones entre estado y religión en Egipto. Algunos manifiestan la necesidad de lograr más autoridad, ampliar su respetabilidad y ser más autónoma a la hora de plasmar su influencia en el conjunto de la sociedad y sus instituciones políticas.

Occidente sigue mirando con temor una posible victoria de los Hermanos Musulmanes, pero de producirse ésta difícilmente se logre una transformación radical en la actual situación. La complejidad de Egipto va mucho más allá. El difícil panorama político está acompañado además por las dificultades económicas. Con un 60% de la población viviendo en zonas rurales y con escasa asistencia del estado, con un aumento de los precios de los alimentos (80% este año), con protestas obreras en empresas claves, con serios problemas monetarios… el futuro inmediato de Egipto no logra despejar las numerosas incógnitas que lo sobrevuelan.

TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)