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Huir del calentamiento global

La nueva gran migración

Fuentes: New York Times

  Maggie Chiang El año pasado viajé al sur de Guatemala, lugar de origen de uno de los grupos más grandes de inmigrantes indocumentados que han llegado a Estados Unidos en los últimos años. Es muy claro por qué la gente se va: Guatemala es un país plagado de conflictos políticos, un racismo endémico en […]

 

Maggie Chiang

El año pasado viajé al sur de Guatemala, lugar de origen de uno de los grupos más grandes de inmigrantes indocumentados que han llegado a Estados Unidos en los últimos años. Es muy claro por qué la gente se va: Guatemala es un país plagado de conflictos políticos, un racismo endémico en contra de los indígenas, pobreza y cada vez más violencia a manos de pandillas.

Sin embargo, hay otra dimensión menos conocida de esta migración. La sequía y las temperaturas en aumento en Guatemala están haciendo que sea más difícil para la gente ganar lo suficiente para vivir o incluso sobrevivir, lo cual empeora la situación política de por sí frágil para los 16,6 millones de personas que viven en ese país.

En la aldea de Jumaytepeque, en la región del Corredor Seco de América Central, un grupo de campesinos me llevó a ver sus cultivos de café. La mayor parte de los ingresos de la comunidad provenían del grano, pero las ganancias se han diezmado debido a una plaga conocida como roya del cafeto. Las plagas como esta no son causadas necesariamente por el cambio climático, pero este sí las exacerba, y la roya ahora está infectando plantas en altitudes cada vez mayores conforme las zonas más elevadas se han vuelto más cálidas. Lo que es peor, el estrés provocado por la sequía ha hecho que esas plantas sean más vulnerables a la plaga.

«Ya no podemos mantenernos solo con el café», me dijo un joven campesino en la sombra veteada de su plantación de café, al señalar hacia las hojas flácidas, amarillas y agujereadas por la roya a nuestro alrededor. Los jóvenes como él, me explicó, se mudan a las ciudades y tratan de salir adelante en medio de la violencia de las pandillas, «o se van al norte», dijo, a Estados Unidos.

Mucho antes de la catástrofe por la inadmisible separación de familiasen la frontera sur de EE. UU., el presidente Donald Trump hizo de la lucha en contra de los migrantes indocumentados el grito de guerra de su campaña y de su gobierno. Quiere encerrar a más migrantes -incluyendo a niños pequeños- como una forma de disuasión, al tiempo que presenta a todos los nuevos migrantes no autorizados como criminales violentos en potencia. Al mismo tiempo, el equipo del presidente ha actuado respecto al medioambiente y hecho casi cualquier cosa que ha podido para echar para atrás décadas de regulaciones destinadas a proteger el aire, el agua y la tierra. En junio pasado, Trump abandonó el acuerdo climático de París. Mientras tanto, Scott Pruitt, el administrador de la Agencia de Protección Ambiental, está aniquilando empecinadamente el organismo que dirige.

Mientras más desordenado se torna el clima, más gente deja su hogar.

En la actualidad, según las agencias globales de ayuda, más de 68 millones de personas en todo el mundo han sido obligadas a huir de sus hogares, a menudo debido a la guerra, a la pobreza o a la persecución política. Como escritora, me enfoco en gran medida en asuntos de migración forzada. Los cientos de migrantes que he entrevistado en los últimos años -ya sea que provengan de Gambia, Pakistán, El Salvador, Guatemala, Yemen o Eritrea- se van más comúnmente debido a algún problema político grave en su lugar de origen. Sin embargo, he notado algo más a lo largo de mis años como reportera. Si hablas el tiempo suficiente con estos migrantes, escucharás sobre otra dimensión, más sutil pero aun así profunda, respecto de los problemas que dejan atrás: la degradación ambiental o el cambio climático.

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados calcula que, desde 2008, han sido desplazadas 22,5 millones de personas por eventos climáticos extremos o relacionados con el clima. Esto incluye tragedias como la extendida hambruna en Darfur, los monzones y las inundaciones en Bangladés y el catastrófico huracán de Puerto Rico. Mientras más desordenado se torna el clima, más gente deja su hogar. Conforme nuestro mundo se calienta y los niveles del océano se elevan, se pronostica que el problema de la migración forzada por todo el mundo se volverá mucho peor.

Al negarse a tomar en serio el cambio climático o la responsabilidad por nuestro planeta, el gobierno de Donald Trump alienta las condiciones que aumentarán las migraciones no autorizadas a Estados Unidos y a cualquier otra parte.

Afuera de unas instalaciones para refugiados jóvenes en Sicilia, un grupo de adolescentes de Gambia que cruzaron el Mediterráneo desde Libia me dijeron que sostenerse con la agricultura se ha hecho demasiado difícil en su país, conforme la región semiárida del Sahel se extiende cada vez más por todo el continente y seca con ello las tierras de los habitantes. En Yemen, los varios años de escasez de agua contribuyeron a llevar al país a su brutal conflicto.

El Salvador, uno de los países del mundo donde hay más asesinatos, apenas está recuperándose ahora de una sequía devastadora, que aumenta los riesgos y el alcance de la violencia. En mi libro sobre la migración de jóvenes desde El Salvador, The Far Away Brothers, escribo sobre una familia que cayó de la gracia de un hombre protegido por las pandillas del pueblo. Los gemelos adolescentes de la familia se fueron porque se había puesto un precio sobre sus cabezas, pero el desafío persistió para quienes se quedaron. Los campos de la familia producían cada vez menos. Los tomates crecieron con un color pálido, enfermizo; otros cultivos simplemente no se dieron. La familia ya no podía sobrevivir de la agricultura, así que más hijos consideraron irse al norte. Aún no lo hacen, pero, según me cuenta una de las hijas, casi todos los días ella también sopesa el hacer arreglos para dejar su país.

Muchas cosas exacerban los efectos de la sequía en América Central, incluyendo la deforestación extendida y la sobreexplotación de los campesinos de sus propias tierras. No obstante, de acuerdo con Climatelinks, un proyecto de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, la temperatura promedio en El Salvador ha aumentado 0,016 grados Celsius desde la década de 1950 y las sequías se han vuelto más duraderas y más intensas. El nivel del mar ha aumentado 7,6 centímetros desde esa misma década y se proyecta que se eleve 18 centímetros más para 2010. Entre 2000 y 2009, 39 huracanes golpearon El Salvador, en contraste con los quince de la década de 1980. Se predice que también esto empeorará.

Entre 2000 y 2009, 39 huracanes golpearon El Salvador, en contraste con los quince de la década de 1980.

Cuando escribí un reportaje sobre migrantes que vivían en las sombras en un barrio pobre en Kenia, le pregunté a un grupo de hombres por qué habían dejado sus hogares en la Etiopía rural. Ahí eran campesinos, al igual que muchas generaciones antes que ellos, pero me dijeron que ya no podían ganarse el sustento con sus cultivos y ni siquiera podían alimentar adecuadamente a sus familias. Las lluvias habían cambiado: no era solo que fueran menos, sino que se habían hecho más erráticas; no había lluvia cuando la siembra la necesitaba para crecer y, luego, cuando era tiempo de cosechar, caían lluvias repentinas terribles que arruinaban los cultivos. Los hombres se habían ido a Kenia para encontrar trabajo y enviar dinero a casa para alimentar a sus familias.

Al igual que El Salvador, Gambia, Bangladés y Guatemala, Etiopía ha sido golpeada fuertemente por el cambio climático, aunque ni siquiera se encuentra entre los cien mayores emisores de gases de efecto invernadero. Sin embargo, el problema con el cambio climático es, por supuesto, que traspasa las fronteras.

La retórica antimigratoria del gobierno de Trump ha sido todo un teatro elaborado y grandilocuente que ha tenido consecuencias humanas reales y, en ocasiones, mortales (pensemos de nuevo en los niños separados de sus padres en la frontera). Pero Trump habla muy en serio: quiere que la migración de habitantes de países pobres se detenga. Considera que los problemas en esos países son de ellos y no de los estadounidenses: no importan los siglos de catastróficas intervenciones extranjeras en lugares como El Salvador y el resto del continente americano o el mundo árabe y el África subsahariana, ni la creciente amenaza del cambio climático.

Si el presidente Trump de verdad quiere frenar la migración ilegal a Estados Unidos a la larga, más le vale tomarse en serio el cambio climático. El gobierno de Trump puede seguir desmantelando la Agencia de Protección Ambiental y despreciar las acciones globales para proteger el clima o puede trabajar responsablemente para tratar de frenar la migración internacional abordando los desafíos de un planeta que se calienta.

No puede hacer las dos cosas.