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La nueva Jerusalén

Fuentes: New Left Review

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.

Las enciclopedias de psicología citan un tipo de psicosis religiosa conocida como el síndrome de Jerusalén que puede estar provocado por una vista a la ciudad. Entre los síntomas se incluyen cantar a voz en grito cantos litúrgicos, pronunciar sermones morales y una extremada preocupación por la claridad y pureza ritual. Aunque se han registrado reacciones similares en otras ciudades santas, sobre todo Roma y La Meca, Jerusalén ostenta el récord de esta psicopatología. [1] Sin embargo, desde el punto de vista de cualquier lógica urbana normal, la propia ciudad parece todavía más demencial. Sus límites se extienden mucho más allá de sus núcleos centrales de población y engloban tanto decenas de pueblos, de colinas áridas, huertos y extensiones del desierto como barrios residenciales recién construidos con escasa relación con la ciudad histórica; por el norte se extienden, como un largo dedo corazón, casi hasta Ramala para alcanzar el viejo aeropuerto de Qalandia a unos 10 kilómetros de los muros de la Ciudad Vieja y por el sur se desparraman casi hasta Belén.

El exteniente de alcalde de Jerusalén Meron Benvenisti ha afirmado acerca de estos límites de la ciudad que se extienden de manera monstruosa:

«He llegado al punto de que cuando alguien dice ‘Jerusalén’ soy muy cínico al respecto. Es un término que ha sido completamente vaciado de contenido. Hoy no existe un concepto geográfico llamado ‘Jerusalén’ y sugiero utilizar un término nuevo en vez de ese, ‘Jermudin’, que es le territorio que se extiende desde Jericó a Modi’in. Alguien decidió rociar de aceite sagrado las colinas carentes de conexión con Jerusalén y hoy tenemos que lidiar con una región de ‘Jerusalén’ difícil de controlar y que se mantiene por la fuerza». [2]

Pero si el paisaje urbano de Jerusalén ni tiene una lógica descifrable, ¿qué racionalidad ha dado forma a su crecimiento? Desde el punto de vista de Benvenisti, «todo empezó a partir de los límites municipales posteriores a 1967 y del famoso principio de un máximo de kilómetros cuadrados de tierra y una cantidad mínima de árabes». [3] Hay mucho que decir de esta hipótesis, pero tendremos que empezar un poco antes de ese momento.

De cananeos a colonizadores

La historia de la Ciudad Vieja empieza probablemente en torno al año 1.500 a. C. cuando una comunidad cananea conocida como los jebuseos construyó las primeras fortificaciones amuralladas aprovechándose de una ubicación elevada entre tierras fértiles que se levantaba sobre la llanura costera y situada en el acuífero de montaña. En los siglos siguientes los muros se volverían a levantar, a derruir y a reconstruir de nuevo innumerables veces ya que la ciudad fue conquistada por los judíos bajo el Rey David (hacia el 1.000 a. C.), después por los babilonios (hacia el 600 a. C.), los persas (536 a. C.), Alejandro Magno (333 a. C.), los macabeos (164 a. C.), los romanos (63 a. C.), los árabes bajo Umar Ibn Al-Khattab (637 d. C.), los cruzados (1099), Saladino (1187) y los otomanos, bajo el sultán Selim (1517). Se dice que en el curso de este tiempo el Rey Salomón construyó el primer templo judío en la ciudad, Jesús fue crucificado aquí y el profeta Mahoma ascendió a los cielos. Los actuales muros se construyeron en 1530 por orden del sultán Suleimán el Magnífico y encerraban un kilómetro cuadrado de calles y callejones estrechos. Aproximadamente durante los tres siglos siguientes la vida de la ciudad persistió dentro de las murallas y solo se expandió fuera de ellas en la última parte del siglo XIX.

Después de que los británicos conquistaran Jerusalén en diciembre de 1917 y sustituyeran a los otomanos como poder imperialista de la región la ciudad sufrió más cambios dramáticos. La intensificación de la migración judía hizo aumentar la proporción de judíos en el Mandato británico de Palestina del 10% al 40% y llevó las relaciones entre árabes y judíos a su punto más bajo. Jerusalén fue declarada capital del Mandato de Palestina. La construcción de la «Cuidad Nueva» que se expandía rápidamente fuera de los muros avanzó a ritmo acelerado: la Universidad Hebrea en el Monte Scopus (1925), el Hotel Rey David Hotel (1929) en el que se situaba el cuartel general administrativo y militar británico; la Casa de las Instituciones Nacionales (1930), que albergaba la Agencia Judía, el Fondo Nacional Judío y el Fondo de la Fundación Judía, y modernos barrios residenciales como el barrio judío de Rehavya (1923), en el que posteriormente creció Benjamin Netanyahu, y el barrio árabo-palestino de Talbiyah (1920), del que huyeron Edward Said y su familia en 1947. A finales del periodo del Mandato la población de Jerusalén había ascendido a 160.000 personas, unos 100.000 judíos y 60.000 palestinos, casi tres veces más que en 1922, y la Ciudad Nueva disfrutaba de un modernizada infraestructura de agua, electricidad y carreteras arregladas. Pero si la importancia política y administrativa de Jerusalén la convirtió en una locomotora de la construcción urbana en Palestina, también trajo una agitación cada vez mayor. Los cálculos oficiales británicos consideran que las fuerzas de seguridad asesinaron a miles de árabes durante la Gran Revuelta de 1936-39. En 1946 el Irgun voló el Hotel Rey David y asesinó a 91 personas; en 1948 unos militantes palestinos volaron la Casa de las Instituciones Nacionales y asesinaron a 12 personas.

El Plan de Partición de la ONU de noviembre de 1947 asignó el 60% de Palestina, incluidas las zonas costeras, a la minoría de la población («el Estado judío») y el 40%, incluida Galilea al oeste, a la mayoría de la población («el Estado árabe»). Jerusalén fue considerada un Corpus Separatum, que sería gobernado por un organismo internacional. Sin embargo, el concepto de Corpus Separatum resultó ser intraducible tanto al hebreo como al árabe. El Alto Comité Árabe se opuso al a idea de la partición de Palestina, mientras que el control de Jerusalén (o al menos de una parte de la ciudad) fue una prioridad estratégica para los dirigentes sionistas encabezados por Ben Gurion, que rechazaron cualquier forma de internacionalización. [4] Por consiguiente, el Plan de la ONU marcó el inicio de la guerra de 1948 que tuvo como resultado la creación del Estado de Israel y la expulsión de más de 700.000 árabo-palestinos, el inicio de la continua Nakba palestina.

El objetivo de las fuerzas israelíes en Jerusalén era «establecer hechos consumados» y anexionarse territorio y pueblos palestinos para crear una continuidad territorial entre los barrios judíos que rodeaban la ciudad con el fin de crear una capital defendible y viable. Entre los distritos que eran su objetivo estaban Deir Yassin (rebautizado Giv’at Sha’ul en hebreo), donde la masacre de abril de 1948 aceleró la huida de palestinos de la ciudad, y pueblos del norte como Lifta (Mei Nafto’ah), barrios del sur como Katamon (Gonen), Talbiyah (Komemiyut) y Baq’a (Ge’ulim), y pueblos del oeste entre los que se incluían Beit Mazmil (Kiryat Yovel), Malha (Manhat), Khirbet al-Hamama (actualmente el emplazamiento de Mueso del Holocausto Yad Va-Shem) y Ein Karim (Ein Karem). La ocupación militar israelí estableció las bases de la demarcación de la Línea Verde entre los territorios de administración israelí y jordana, demarcación consagrada por el Acuerdo de Armisticio de 1949. Jerusalén iba a ser dividida con una barrera de alambre de espino que separaba el mucho más grande Jerusalén controlado por Israel (26 kilómetros cuadrados) y que incluía pueblos palestinos como Qalunya (rebautizado Motsa en hebreo) y Sheikh Badr (actualmente sede del parlamento israelí), del Jerusalén más pequeño controlado por Jordania (6 kilómetros cuadrados), que incluía la Ciudad Vieja con su barrio judío y los santos lugares.

El periodo comprendido entre 1948 y 1967 conoció el desarrollo de dos Jerusalén asimétricas a ambos lados de la barrera de alambre de espino. la Jerusalén israelí se convirtió en la capital oficial del país y rápidamente se establecieron ahí los símbolos del Estado (el parlamento, los edificios de la administración del Estado, en cementerio nacional Mount Herzl, el Museo Nacional, el Santuario del Libro, el Museo del Holocausto Yad Va-Shem y la Biblioteca Nacional), lo que fomentó el empleo. Por las colinas de Jerusalén surgieron bloques cuadrados de viviendas que crearon barrios nuevos como Kiryat Menahem (1956) y Nayot (1960). El gobierno israelí aprobó una generosa expansión de sus límites municipales hacia el este, norte y sur, y para 1963 el territorio de la ciudad había aumentado a 38 kilómetros cuadrados. Mientras tanto la Jerusalén jordana, que había sido aislada de su viejo barrio comercial, experimentó un empobrecimiento, un claro descenso de población y una degradación de su estatus. Las potencias occidentales habían supervisado cínicamente la anexión del «Estado árabe» por parte de la monarquía hachemita de Jordania. El rey hizo todo lo posible para borrar la conciencia nacional palestina y fomentar una «identidad jordana», lo menos importante de lo cual fue decretar que se sustituyera el término «palestinos» por «árabes» en los libros de texto. [5] La parte oriental de Jerusalén quedo reducida a ser la segunda ciudad de Jordania, un lugar santo para que lo explotara el rey por motivos políticos mientras que el poder y la riqueza económica se trasladaban hacia Amman. [6] Con Jerusalén dividida por el alambre de espino ambas poblaciones vivieron dándose la espalda, observándose mutuamente desde los tejados. El difunto poeta israelí Yehuda Amichai captó bien esta división en su poema en hebreo Jerusalem,:

En un tejado de la Ciudad Vieja
la colada suspendida a la luz del atardecer
la blanca sábana de una mujer que es mi enemiga,
la toalla de un hombre que es mi enemigo,
para secar el sudor de su frente.
Sobre el cielo de la Ciudad Vieja
una cometa,
al otro extremo de la cuerda,
un niño
al que no puedo ver
a causa del muro.
Hemos izado muchas banderas,
han izado muchas banderas.
Para que pensemos que son felices
para que piensen que somos felices.

«Unificación» 

En 1967 la expansión militar volvió a desempeñar un papel fundamental en dar una nueva forma a la ciudad. En ese momento estalló el enfrentamiento tras un largo periodo de tensión entre Israel y los países árabes vecinos con un ataque preventivo israelí a las Fuerzas Aéreas Egipcias el 5 de junio de 1967 que llevó a Siria y Jordania a la guerra. La rápida derrota por parte de Israel de los ejércitos árabes, la ocupación por parte del ejército israelí* de los Altos de Golán, Cisjordania, Gaza y el desierto del Sinaí tuvo, todo ello, implicaciones y repercusiones geopolíticas en los países implicados. [7] Para Israel, cuyo territorio se había cuadruplicado en seis días, la conquista trajo en eufórico sentimiento de poder combinado con sentimientos mesiánicos acerca del «poderío» del país y su victoria «milagrosa», considerada una prueba del apoyo del Todopoderoso. [8] Jerusalén era el escenario ideal para este «colocón de poder» y la Ciudad Vieja (de la que antes de la guerra el ministro de Defensa Moshe Dayan había dicho: «Total, ¿para qué sirve este Vaticano?») se convirtió en el periodo posterior a la guerra en el «puntal de nuestra existencia». Las imágenes de la Brigada de Paracaidistas gritando en el Muro Occidental y la voz de su comandante Mordechai Gur informando a la radio militar presa de la excitación «Har ha-bayit be-yadenu» («el Monte del Templo está en nuestras manos») se convirtieron en sinónimos de la victoria israelí de 1967 y de la situación que entonces prevalecía.

La primera decisión de planificación urbana se tomó al día siguiente. El nuevo alcalde de Jerusalén, Teddy Kollek, recorrió la Ciudad Vieja con Ben Gurion. Ambos estuvieron de acuerdo en que se debía demoler el barrio de Mughrabi de 800 años de antigüedad para crear una plaza ceremonial nacional frente al Muro de las Lamentaciones. Se expulsó a cientos de habitantes musulmanes y se destruyeron sus casa. La Plaza del Muro Occidental se hizo realidad casi de la noche a la mañana y la bandera israelí instalada en el lugar el que habían estado las casas simbolizaba el triángulo entre el Estado, la religión y la mala memoria colectiva en el Israel posterior a 1967. Y mientras que se seguía debatiendo acerca del futuro del resto de los territorios ocupados (¿se debía anexionar el territorio a Israel, mantenerlo bajo ocupación militar o negociarlo para la paz?), no había la menor duda acerca de lo que había que hacer con Jerusalén Oriental: iba a ser «unificada» con Jerusalén Occidental, al menos según la ley israelí, y a convertirse en parte integrante del Estado de Israel. El 27 de junio de 1967 un comité nombrado por Dayan y del que formaban parte tres generales del ejército, Chaim Herzog, Rehavam Ze’evi, Shlomo Lahat, presentó un nuevo mapa de Jerusalén.

Dada la naturaleza del comité no es sorprendente que los límites que este trazó fueran una mezcla irracional de necesidades militares y del deseo de expansión territorial, sin apenas idea alguna de planificación urbana. El resultado fue una inquietante nueva ciudad: la Jerusalén «unificada» no era simplemente la suma de Jerusalén Occidental (38 kilómetros cuadros) y Oriental (6 kilómetros cuadrados), sino que incluía otros 70 kilómetros cuadrados de tierra de los territorios ocupados que rodeaban la ciudad por el norte, este y sur. Era un nuevo tipo de Jerusalén, no solo en términos de sus límites, sino también por sus residentes. Veintiocho pueblos palestinos que nunca habían formado parte de Jerusalén se encontraban ahora bajo la jurisdicción de la «capital unificada del pueblo judío». La ciudad multiplicó su territorio por tres basándose en la estrategia demográfica y militar israelí descrita por Benvenisti más arriba: un máximo de kilómetros cuadrados de tierra y una cantidad mínima de árabes. En varios casos los huertos y tierra cultivable de los palestinos habitantes de los pueblos se incluyeron en Jerusalén, mientras que se dejaban fuera a los propios habitantes y sus casas.

No obstante, unos 70.000 palestinos fueron inevitablemente absorbidos en la ciudad y conformaron una cuarta parte de su nueva población. El ministerio del Interior les ofreció la opción de la ciudadanía israelí, pero la mayoría lo rechazó ya que esto hubiera contribuido a legitimar la ocupación y la anexión. Por consiguiente, se concedió a los palestinos de Jerusalén el estatus de «residente», que significaba que (al menos sobre el papel) tenían derecho a servicios municipales. También podían votar en las elecciones municipales, pero de nuevo los palestinos desdeñaron este «derecho» por ser una mera legitimación de su subordinación.

Por supuesto, en el extranjero la anexión de Jerusalén Oriental y de su periferia fue condenada mayoritariamente por ser una violación del derecho internacional. Incluso el gran aliado de Israel se sintió obligado a dejar constancia de su protesta: el embajador estadounidense ante la ONU, Charles Yost, afirmó:

«Estados Unidos considera que la parte de Jerusalén que pasó bajo control de Israel en la guerra de 1967, lo mismo que otras zonas ocupadas por Israel, es territorio ocupado y, por consiguiente, está sujeto a las provisiones del derecho internacional que rigen los derechos y obligaciones de una potencia ocupante». [9]

Excepcionalmente Estados Unidos incluso votó a favor de la Resolución 267 de la ONU que afirmaba que el Consejo de Seguridad de la ONU «censura con la mayor energía todas las medidas tomadas por Israel para cambiar el estatus de la ciudad de Jerusalén» y que se adoptó unánimemente el 3 de julio de 1969. El estatus de la ciudad se cambió de todos modos. En 1980 Israel consagró la situación de la «Jerusalén unificada» en la Ley Básica del Knesset denominada «Jerusalén, capital de Israel». Presa aparentemente de la sensación de déjà vu, el Consejo de Seguridad adoptó entonces la Resolución 478 que «censura en los términos más enérgicos la promulgación por parte de Israel de la «Ley Básica» sobre Jerusalén y su negativa a acatar las resoluciones pertinentes del Consejo de Seguridad». Declaró nula la ley sobre Jerusalén, que debía ser «abolida inmediatamente», y pidió a «todos los Estados que han establecido misiones diplomáticas en Jerusalén que retiren estas misiones de la Ciudad Santa», lo que en la práctica significaba trasladarlas a Tel Aviv. Por consiguiente, la «Jerusalén unificada» pasó a formar parte de la selecta clase de capitales reconocidas como tales solo por ellas mismas.

Fuera-dentro

Haciendo caso omiso de la condena internacional, carente de peso como era, los dirigentes israelíes se entregaron a la tarea de instalar a su propia población en las zonas anexionadas. «Debemos llevar judíos a Jerusalén Oriental a cualquier precio», afirmó Ben Gurion en junio de 1967. «Debemos establecer a decenas de miles de judíos en poco tiempo. No podemos esperar a que se construyan barrios ordenados. Lo esencial es que los judíos estén ahí». [10] En Jerusalén se aplicó por primera vez la estrategia de fabricar una nueva realidad creando «hechos consumados», una estrategia que posteriormente se asoció a las iniciativas de Ariel Sharon en otras partes de Cisjordania y Gaza. Para julio de 1967 el primer ministro laborista Levy Eshkol había nombrado un comité de destacados altos cargos encabezados por Yehouda Tamir con el fin de encontrar maneras de «poblar y desarrollar Jerusalén Oriental». El objetivo era desproblematizar el acto de la ocupación y unificación creando un continuo entre Jerusalén Oriental y Occidental que borrara la Línea Verde, la frontera de 1948-1967, e hiciera que la violación del derecho internacional fuera tan «natural» como fuera posible. El Plan General del comité, que se presentó en septiembre de 1967, proponía la creación de Shekhunot ha-Bari’ach (barrios «bisagra» o «cerradura») con forma de media luna que unirían el enclave judío existente en el Monte Scopus con Jerusalén Occidental por medio de una nueva carretera, la Avenida Levy Eshkol, que solo pasaría por los barrios judíos. Durante los años siguientes una serie de nuevos barrios residenciales, planificados fundamentalmente para habitantes judíos, se extendieron al otro lado dela Línea Verde; Ramat Eshkol (1968), Giv’at ha-Mivtar (1970), Ha-Giv’ah ha-Tsarfatit [La colina francesa] (1971) y Ma’alot Dafna (1972) se convirtieron en la «cerradura de seguridad» judía sobre el Monte Scopus.

 

En 1969 Golda Meir, la «Dama de Hierro» israelí, sucedió a Eshkol y asumió el control del proyecto de la «Jerusalén unificada». Un nuevo Plan General proponía ahora el desarrollo de Shekhunot ha-Taba’at, o «barrios anillo», un singular nuevo giro en la dialéctica de las consideraciones militantes, políticas y de desarrollo urbano. En vez de construir fuera de los barrios más antiguos situados en el centro de Jerusalén, este plan defendía la construcción de barrios residenciales judíos en su periferia remota rodeando los nuevos limites de la ciudad. Como si hubieran sido robados del despacho de un ingeniero del ejército israelí, los nuevos planos eran de carácter estratégico: casas recién construidas, revestidas del obligatorio «mármol de Jerusalén», se posicionaron como torretas en las crestas de las colinas dominando la ciudad y a lo largo de las arterias que llevaban a esta. Las primeras de estas construcciones fueron Neve Ya’akov (1970), establecida sobre las tierras confiscadas a Al-Ram, en el extremo norte de la ciudad, y Gilo (1971) en el sudoeste, sobre tierra confiscada a Beit Jala, que tenía la mayor altura de Jerusalén. Les siguieron Talpiyot Mizrah (1973) en el sudeste, sobre tierra confiscada a Jabal Mukabar; Ramot Alon (1974) en el noroeste, sobre tierra confiscada a Beit Iksa y ahora el mayor barrio residencial de Jerusalén, y Pisgat Ze’ev (1982) en la frontera noreste de la ciudad, sobre tierra confiscada a Beit Hanina y Hizma. Esta lógica (o ilógica) de desarrollo urbano se volvió a repetir en la década de 1990 en la época de las negociaciones de los Acuerdos de Oslo cuando la «Jerusalén unificada» se expandió hasta 125 kilómetros cuadrados tras nuevas anexiones en 1993. Ramat Shlomo (1995) se construyó en el límite noreste de la ciudad sobre tierra confiscada a Al-‘Issawiya; Har Homa (1997) se estableció en el extremo sudeste sobre una colina cuyo nombre árabe era Jabal Abu-Ghneim, con tierra confiscada a Beit Sahour.

Estos barrios residenciales judíos en los territorios ocupados crearon, tal como señala Eyal Weizman, «un cinturón de tejido construido que envolvió y dividió en dos los barrios y pueblos palestinos anexionados a la ciudad». [11] Sirvieron no solo como satélites de Jerusalén afirmando la soberanía israelí sobre todo el territorio comprendido entre ellos, sino también como puentes hacia las colonias del «Gran Jerusalén» situadas más allá de los límites municipales y que se adentraban profundamente en los territorios ocupados. Colonias como Ma’ale Adumim en el este (a la que se concedió el estatus de ciudad en 1991) y Giv’at Ze’ev en el noroeste (establecida en 1983) se unieron por medio de carreteras y de la arquitectura a las colonias-barrios en el perímetro municipal de Jerusalén, las cuales se conectaron a su vez al centro de la ciudad. Weizman ha descrito el resultado final como «fragmentos disparatados» de viviendas judías homogéneas entrelazados entre sí por medio de carreteras y redes de infraestructuras. Otro urbanista israelí describió la conexiones de las colonias-barrios con el centro de la ciudad como «globos unidos por una cuerda» . [12]

Neo-orientalismo

Era evidente que se necesitaba algo más que estos razonamientos estratégico-militares subyacentes para que los israelíes, y los jerosolimitanos israelíes judíos en particular, imaginaran su capital como un espacio geográfico legal, «natural» y coherente. Independientemente de lo que se dijera en el extranjero acerca de la ilegalidad de la expansión de Jerusalén, según la ley israelí el terreno invadido se podía anexionar legítimamente a la ciudad. Esto era muy útil porque de los actuales 497.000 residentes israelíes judíos de Jerusalén más de 200.000 viven más allá de la Línea Verde, lo que significa que, según el derecho internacional, casi uno de cada dos habitantes judíos de la capital oficial israelí es un colono. La anexión municipal garantiza que, según la ley israelí, esta cifra no se incluya nunca en las estadísticas oficiales de colonos judíos en Cisjordania. También se ha utilizado la terminología para naturalizar el proceso: los medios de comunicación y los registros oficiales siempre denominaron a los edificios de viviendas construidos en los territorios ocupados barrios, nunca colonias, que formaban parte de la «Jerusalén unificada». Esto contribuyó a desconectar (al menos en la mentalidad israelí) la parte este del municipio de Jerusalén del resto de la ocupada Cisjordania. Para unas personas es una cuestión semántica; para otras, de realidad política.

Pero fue a la arquitectura a la que se dio el papel más trascendental en «unificar» la ciudad. Había en ello una clara ruptura con el modernismo utilitario que había caracterizado las primeras décadas del Estado israelí. En los primeros años la pregunta había sido cómo construir el máximo de viviendas con el mínimo gasto en infraestructura. La solución en Jerusalén Occidental (pero también en otras ciudades, incluida Haifa) fue una versión monolítica del estilo internacional: bloques rectangulares que parecían vagones de tren puestos en vertical, lo que daba a estos barrios nuevos un carácter bastante aburrido: cuadriculados, tanto en el sentido geométrico como en el figurado. [13] En cambio, el estilo de construcción posterior a 1967 respondía a lo que las autoridades israelíes consideraban un nuevo grupo de problemas: su soberanía sin precedentes sobre la Ciudad Vieja, incluidos los Santos Lugares tanto musulmanes como cristianos; las críticas internacionales de las colonias-barrios judíos israelíes construidos en tierras confiscadas a los pueblos palestinos; la dificultad de crear una continuidad entre los barrios occidentales y los orientales, edificados sobre tierra robada recientemente a los palestinos. La solución a estos problemas (simulacro de estilos «históricos»; «revestimiento» superficial) convertiría a la «Jerusalén unificada» en la más postmoderna de las ciudades.

Los arquitectos seleccionados por Kollek y su equipo acudieron primero a la Ciudad Vieja como parte de su trabajo de campo, para impregnarse de ideas y de inspiración. Llenos de la euforia de la victoria militar de 1967, estuvieron de acuerdo en que un estilo neo-orientalista sería lo más apropiado para una Jerusalén israelizada y para demostrar lo estéticamente sensibles que eran los israelíes con la herencia cultural de la región y lo naturalmente que armonizaban con el paisaje. Se adaptaron rasgos de una arquitectura arabo-orientalizada (arcos, puertas, cúpulas) a técnicas modernas de construcción y se convirtieron en parte del paisaje de la «nueva Jerusalén». El estilo se correspondía estrechamente con varias ideas políticas clave: la insistencia israelí en la vuelta del pueblo judío a sus «raíces» orientales, la necesidad de forjar una unión entre la vieja (y bíblica) Jerusalén y los nuevos proyectos de viviendas que restarían importancia al hecho de la ocupación, y una extensión del paradigma colonial sionista de llevar la modernización y el desarrollo al «Oriente inmutable». En realidad, como ha argumentado el historiador de la arquitectura israelí Zvi Efrat, esta llamada arquitectura «contextual» implicaba grupos amorfos de «edificios sentimentales, influenciados por supuestas conexiones ‘regionales’, creaciones pseudohistóricas de imitación oriental y mediterránea», afirmó, para encarnar «una asociación con las raíces de la antigüedad y nacionales».[14]

Piedra santa

Otro elemento arquitectónico crucial, que ayudó tanto a lavar la imagen de la ocupación como a crear una continuidad entre el este y el oeste, fue la decisión de las autoridades israelíes de reafirmar una ordenanza del Mandato británico según la cual todos los edificios de la ciudad se debían hacer de genuina «piedra de Jerusalén». En la década de 1930 esto había supuesto utilizar bloques sólidos de caliza en la construcción; en el periodo comprendido entre 1948 y 1967 las autoridades de la ciudad en Jerusalén Occidental habían autorizado el uso de una capa exterior de piedra que recubriera una estructura interna de ladrillos o bloques. Después de 1967 esta ordenanza se extendió a todas las zonas anexionadas a la ciudad, lo que hizo aumentar el precio de la construcción para los palestinos y convirtió a muchas de sus construcciones en ilegales. El uso omnipresente de un cada vez más fino recubrimiento de piedra en centros comerciales, hoteles y altos edificios de viviendas desempeñó un papel vital en la lucha simbólica y estratégica de Israel para imbuir de la identidad «sagrada» de la ciudad santa a los barrios residenciales de crecimiento descontrolado de la nueva Jerusalén. El uso de la piedra de Jerusalén era tan ideológico como arquitectónico: sirvió para «autentificar» zonas que antes nunca habían formado parte de Jerusalén y para extender el manto de santidad a colonias remotas, tanto dentro como fuera de los límites municipales. Por medio de unos meros 6 centímetros de caliza, puestos de avanzada como Ma’ale Adumim pueden participar del aura sagrada de Jerusalén.

Así pues, la arquitectura desempeñó un papel esencial en la unificación tanto temporal como espacial de la ciudad. Añadió una dimensión artística y romántica a las contingencias militares y políticas que habían llevado a la expansión de la ciudad al crear una continuidad «natural» entre diferentes épocas: desde la Biblia, pasando por el carácter sagrado de Jerusalén, hasta el sionismo y el moderno Israel. Weizman sugiere que el uso de la arquitectura neo-orientalista y de la piedra de Jerusalén proporcionó «la fantasía que se consideraba necesaria para la consolidación de una nueva identidad nacional y la domesticación de la ciudad expandida»:

«Situó cada barrio residencial remoto y recién construido dentro de los límites de la ‘eternamente unificada capital del pueblo judío’, y de este modo, por lo que se refiere a la mayoría de los israelíes, lejos de la mesa de negociación. Aquello que por el nombre, por la arquitectura y por el uso de la piedra se denomina Jerusalén se sitúa en el centro del consenso israelí». [15]

Hay una doble ironía con relación a esta piedra icónica que se ha convertido en un símbolo de la ciudad a ojos de los israelíes y de la «forma de construcción judía» en todo el mundo. En primer lugar, la piedra se extrae y produce en Hebron, Nablus y otras zonas de Cisjordania (en árabe se conoce, más científicamente, como hajar Nabulsi) y gran parte del duro trabajo que implica lo llevan a cabo palestinos. En segundo lugar, su uso ejemplifica el intento colonial posterior a 1967 de imitar la arquitectura local palestina al tiempo que se excluye a los palestinos: así, decenas de miles de viviendas revestidas de piedra surgieron en los terrenos más elevados en el norte, este y sur de la recién anexionada «Jerusalén», desde donde dominaban los mucho más pobres y menos desarrollados pueblos y municipios palestinos de la «ciudad unificada». [16]

En efecto, esta es la parte fundamental del proyecto de «unificación»: no solo crear hechos consumados desde el punto de vista arquitectónico, sino poblarlos con habitantes judío-israelíes, mucho más allá de la Línea Verde. Sin embargo, aunque la abrogación por parte de Israel del derecho internacional puede decirnos mucho del Estado judío (lo no menos importante de lo cual es su obsesión por el poder, la demografía y el temor a pasado mañana), centrarse únicamente en definiciones de derecho internacional sería insuficiente para comprender los complejos procesos que tienen lugar en la ciudad. Puede fomentar la ilusión de que la partición todavía podría ser una solución equitativa, lo cual creo que está lejos de ser verdad. En un nivel más concreto considerar solamente la Línea Verde, más que las personas que viven a ambos lados de ella, puede limitar nuestro análisis de lo que está haciendo el Estado y de los motivos y experiencia de los propios pueblos.

Política y pueblos

Las autoridades israelíes han luchado sin descanso para aumentar la cantidad de judíos y disminuir la de palestinos en Jerusalén con el fin de frustrar los intentos de cuestionar la soberanía israelí en la ciudad. Pero a pesar de sus políticas la proporción de palestinos en la ciudad ha aumentado desde un 25% en 1967 a un 36% en 2012. Según los pronósticos, la «Jerusalén unificada» será un 40% palestina para 2020 y para 2030, si Israel no encuentra una manera de cambiar esta proporción (y la encontrará), los jerosolimitanos palestinos conformará una mayoría. Las cincuenta formas de discriminación implantadas en contra de los residentes palestinos de Jerusalén bajo sucesivos alcaldes y gobiernos, radicalmente diferentes en algunos aspectos, compartían todas un mismo objetivo: actuar en contra de los intereses nacionales palestino dentro de la ciudad. [17] Las propias autoridades israelíes lo afirman sin el menor rodeo. Como advirtieron Amir Cheshin y Avi Melamed, dos «exasesores de asuntos árabes» de alcaldes de Jerusalén durante las décadas de 1980 y 1990:

«No crea la propaganda, [. . .] la halagüeña imagen que Israel trata de mostrar al mundo de la vida en Jerusalén desde la reunificación de 1967. Israel ha tratado terriblemente a los palestinos de Jerusalén. Por cuestión política ha expulsado a muchos de ellos de sus hogares y les ha despojado de su tierra, al tiempo que mentía y engañaba, a ellos y al mundo, acerca de sus honorables intenciones». [18]

El Plan General de Jerusalén de 2000 bajo el epígrafe «Balance demográfico ‘según decisiones del gobierno'» explica detalladamente la «lógica» que hay detrás de esta estrategia:

«De acuerdo con el objetivo presentado por el ayuntamiento y adoptado por el gobierno, la ciudad necesita mantener una ratio de 70% de judíos y 30% de árabes. Sin embargo, [. . .] las pautas demográficas en la ciudad desde 1967 han alejado a Jerusalén de este objetivo. Desde la década de 1990 no ha habido una ratio de 70:30 y se sigue violando la proporción». [19]

El Plan General hace a continuación unas «graves predicciones» acerca de la cada vez mayor ratio de palestinos (que se supone que son residentes iguales) en la «ciudad unificada» y menciona la necesidad de adoptar «medidas trascendentales» para impedir este proceso. La estrategia de la «ratio» de Jerusalén tiene implicaciones muy prácticas para la población palestina, tanto «por cuestión política», como afirman Cheshin y Melamed, como por medio de la negligencia deliberada. Teddy Kollek, el legendario alcalde laborista de Jerusalén durante tres décadas (1965-93), es una buena ilustración de las actitudes abiertas y encubiertas hacia los jerosolimitanos palestinos. El Plan de 1968 de Kollek incluía la construcción generalizada de proyectos en la parte este de la ciudad, «para garantizar la unificación de Jerusalén de manera que impida la posibilidad de que sea dividida otra vez». [20] Oficialmente se recuerda a Kollek en Israel como un «acérrimo defensor de la tolerancia religiosa» que «hizo muchos intentos de tender la mano a sus electores árabes» al tiempo que «mejoró las redes de agua y de alcantarillado en los barrios árabes de Jerusalén». [21] Pero como el propio Kollek confesó al diario israelí Ma’ariv en 1990, después de 25 años en el cargo:

«Dijimos cosas sin creerlas y no las llevamos a cabo. Dijimos una y otra vez que íbamos a igualar los derechos de los árabes a los de los judíos. Era pura palabrería [. . ] Nunca les hemos dado la sensación de que eran iguales ante la ley. Eran y siguen siendo ciudadanos de segunda y tercera clase [. . .] En los últimos veinticinco años hice algunas cosas por la Jerusalén judía. ¿Por Jerusalén Oriental? ¡Nada! ¿Qué hice? ¡Nada! ¿Aceras? ¡Nada! ¿Instituciones culturales? Ni una. Sí, instalamos una red de alcantarillado para ellos y mejoramos su suministro de agua. Pero, ¿sabe por qué? ¿Cree que fue para beneficiarlos, por su bienestar? ¡Ni hablar! Hubo algunos casos de cólera y los residentes judíos tenían miedo de contagiarse, así que instalamos una red de alcantarillado y de agua para prevenir el cólera». [22]

En las elecciones municipales de 1993 Kollek y el Partido Laborista fueron derrotados por el Partido Likud de Ehud Olmert en coalición con partidos ultraortodoxos. Esto supuso un importante cambio de poder ya que Olmert dependía fuertemente de la comunidad haredi [ultraortodoxa, n. de la t.], el 90% de la cual acudía a votar frente al 50% de votantes de la comunidad laica. Esto dio a los ultraortodoxos un papel mucho más importante en las decisiones acerca de presupuestos, infraestructuras y vivienda en la ciudad, y estos ultraortodoxos hicieron todo lo posible para garantizar las necesidades de sus votantes y de su pueblo. Sin embargo, en términos generales durante los diez años en que fue alcalde de Jerusalén (1993-2003) Olmert siguió con la política de Kollek de hablar de la necesidad de igualar la provisión de servicios e infraestructuras entre los barrios judíos y los árabo-palestinos al tiempo que no hacía nada significativo al respecto. [23] Hubo muchas razones para ello: preferencias inherentes, el estancamiento de las fianzas, la ratio 70:30 que tanto el Partido Laborista como el Likud adoptaron como objetivo, consideraciones políticas prácticas sobre dónde gastar generosamente, ya que «de todos modos, los jerosolimitanos árabes no me votan».

No obstante, la consideración principal siempre fue garantizar que Israel continuaba siendo el poder soberano en Jerusalén Oriental y, especialmente tras los Acuerdos de Oslo, debilitar la postura de la Autoridad Palestina ahí. Así, en 2001 la policía israelí clausuró la histórica Casa de Oriente, el cuartel general de la OLP en Jerusalén en la década de 1990. También se clausuraron centros culturales palestinos. Además, durante este periodo aumentó la demolición de casas palestinas, la mayoría de ellas con la justificación de que se habían construido «sin permiso». [24] Con el sucesor de Olmert, Uri Lupolianski, el primer alcalde ultraortodoxo de Jerusalén (2003-2008), hubo pocos cambios en la política. Cuando la televisión Channel 10 le preguntó por qué muchas casas árabes de Jerusalén no estaban conectadas a la red de suministro de agua, Lupolianski primero lo negó y luego declaró: «Es una cuestión de mentalidad. Por su naturaleza, los árabes prefieren no estar conectados a las tuberías de agua». Fue durante el mandato de Lupolianski cuando el gobierno israelí empezó a construir el Muro de Separación alrededor y a través de la «ciudad unificada», que dejó barrios palestinos como Kafr ‘Aqab y el campo de refugiados de Shu’afat dentro de los límites municipales pero separados por el Muro del resto de la ciudad, aunque el principal efecto del Muro ha sido el de separar Jerusalén del resto de Cisjordania.

Sin embargo, estas políticas han tenido la no deseada consecuencia de convencer a cada vez más jerosolimitanos palestinos de permanecer en la ciudad y de atraer de vuelta a otros que se habían ido a otras partes de Cisjordania cuando se dieron cuenta de que Israel estaba tratando de revocar su estatus de residentes en Jerusalén. Un resultado de su vuelta ha sido el constante crecimiento de la proporción de palestinos en la ciudad. Por ejemplo, el ayuntamiento de Jerusalén calculaba que en 2012 la cantidad de alumnos palestinos de primaria y secundaria era 88.845, o un 38% del total de alumnos de primaria y secundaria en la ciudad. No obstante, esta cifra está lejos de representar la situación real sobre el terreno. Las propias cifras del ayuntamiento indican que hay 106.534 niños jerosolimitanos palestinos de edades comprendidas entre los 6 y los 18 años, esto es, aproximadamente el 44% de los niños de la ciudad, que se supone que van a la escuela. Estas cifran indican no solo que el ayuntamiento de Jerusalén quiere minimizar las cifras, sino que además hace la vista gorda del bajo índice de asistencia, que en sí mismo es un indicativo del hecho de que el ayuntamiento nunca ha proporcionado las suficiente escuelas a este sector de la población. [25] La asimetría socioeconómica es igual de descarnada: el sueldo medio en Jerusalén Occidental es de 54 dólares al día; en Jerusalén Oriental desciende a 27 dólares al día. Se calcula que el 78% de los palestinos de Jerusalén Oriental vive en la pobreza y un 84% de los niños palestinos están por debajo del umbral de pobreza. [26]

El actual alcalde de Jerusalén, el millonario de derechas y laico Nir Barkat, elegido en 2008, ha adoptado un enfoque ligeramente diferente. Como sus predecesores, a Barkat también le mueve el deseo de fortalecer la soberanía israelí en todas las partes de la cuidad, pero su estrategia sugiere que la constante discriminación de los palestinos y las desigualdades obvias entre las diferentes zonas han estado jugando en contra de los intereses sionistas ya que refuerzan el sentimiento de dos ciudades diferentes dentro de la «Jerusalén unificada» y también hacen que parezca más factible una futura partición política de la ciudad. Por consiguiente, las políticas de Barkat fueron más sofisticadas. Dio la cartera de Jerusalén Oriental a sus rivales de la oposición, al Partido Meretz de izquierda. El alcalde inició un proyecto de dar nombre a las calles de Jerusalén Oriental, algo que antes había descuidado el ayuntamiento. Uno de estos actos fue la ceremoniosa apertura de la calle Umm-Kulthum en Beit Hanina, donde Barkat pudo insinuar descaradamente a la población palestina que el ayuntamiento judío-israelí podían «contenerlos», a ellos y su cultura, representados por medio de la sinécdoque de la gran cantante egipcia. En otra ceremonia en la que se presentaba el proyecto valorado en 43 millones de shékeles para mejorar los «aspectos prácticos de la calle» en Wadi al-Joz (nueva red de alcantarillado, electricidad, árboles, rotondas), Barkat anunció: «Este es solo un ejemplo del proyecto global para disminuir las brechas entre la parte este de la ciudad [y la oeste]. Estamos activos en todos los frentes, incluidos el transporte, la educación y las infraestructuras, y ahora pueden empezar a ver los resultados». Como declaró a The Times of Israel:

«Años de negligencia han dañado la unidad de la ciudad a ojos del mundo. Cuando afirmamos que la ciudad está unida pero no demostramos que sabemos cómo tratar a todos sus residentes, esto nos perjudica [. . .] [Debemos] trabajar duro y garantizar que tratamos a todos los residentes de modo que en realidad unamos la ciudad mucho más firmemente». [27]

Barkat continuó explicando que esto podía impedir un levantamiento palestino, en el contexto de la ira que bullía en contra del Muro de Separación: «La estrategia tiene que ser mejorar la calidad de vida de los residentes [palestinos] de Jerusalén, mejorar sus sentimientos hacia la ciudad, dejar claro que tienen mucho que perder. Mientras continúe esa tendencia disminuirá la motivación para cualquier tipo de violencia entre los residentes de la ciudad». Al mismo tiempo, la política de Barkat de «judaizar» la Jerusalén árabe incluía intensificar la cantidad de proyectos de colonias judías dentro de barrios palestinos, fortalecer el dominio israelí y hacer imposible definir dónde acaba la «Jerusalén árabe» y empieza la «Jerusalén judía», y descartar así la posibilidad de una partición política. Sus planes incluyen un pueblo de estudiantes judeo-israelíes, Sha’ar Ha-Mizrah [Puerta Oriental], en el pueblo palestino de Anata; una colonia con 200 viviendas, Kidmat Tsiyon [Heraldo de Sion] entre Abu Dis y Jabal Mukkabar, financiada por el multimillonario de Florida Irving Moskowitz; dos colonias llamadas Altos de los Olivos y Altos de David, también financiadas por Moskowitz, dominando el pueblo de Ras al-‘Amud; y la Urbanización de Simon en el barrio de Sheikh Jarrah, en alianza con el grupo con sede en Estados Unidos Nahalat Shimon International. El alcalde Barkat también ha dado todo su apoyo a los dudosos proyectos arqueológicos de Elad, que ha estado haciendo excavaciones en el centro del municipio palestino de Silwan en busca de restos de la mitologizada «Ciudad de David». Hay que considerar estas medidas como parte integrante de su campaña para «mejorar» los barrios palestinos.

Orad por Jerusalén

Con todo, quizá la división más dramática creada a lo largo de las últimas décadas ha sido dentro de la población judío-israelí. De nuevo, quizá sea por medio de la educación como mejor se ilustra el cambio. El sistema escolar judío se divide en tres corrientes: «general» (esto es, laica), «nacional-religiosa» y «haredi«. Desde 1998 la cantidad de alumnos haredi en Jerusalén superó a las otras dos categorías y la diferencia ha seguido aumentando desde entonces. Entre 2006 y 2011 la cantidad de alumnos de la corriente general descendió de 32.400 a 30.200, un descenso del 7%; la corriente nacional-religiosa aumentó un 3%, de 25.700 a 26.500 alumnos; pero la corriente haredi se disparó un 10%, de 85.900 a 94.200 alumnos. En 2013 el 63% del alumnado judío-israelí de Jerusalén era haredi. Este proceso de desecularización (o de religificación, si se prefiere) empezó en la década de 1980 y empezó a constar en las estadísticas de Jerusalén desde la de 1990. «Fue una muy simple historia demográfica», comentó el historiador David Kroyanker. «No hubo un grupo de ancianos ortodoxos de Sion que se reuniera en torno a una mesa y planeara asumir el poder en Jerusalén. La cantidad cada vez mayor de ultraortodoxos en la ciudad fue simplemente el resultado del hecho de que se reproducen diez veces más que la comunidad laica». [28]

Muchos de los barrios judíos de Jerusalén tiene ahora un carácter completamente diferente. Los «barrios bisagra» establecidos en territorio ocupado al este de la Línea Verde desde la guerra de 1967 tenían inicialmente una población mixta de residentes laicos y nacional-religiosos, pero desde la década de 1980 las cosas empezaron a cambiar. Los barrios ultraortodoxos que estaban justo al oeste de la Línea Verde, como Shmu’el ha-Navi y Sanhedriya, empezaron a superpoblarse. Una cantidad cada vez mayor de residentes haredi empezó a mudarse al este, a comprar pisos en los barrios bisagra y a crear «enclaves» ultraortodoxos ahí. En uno de estos, Ramat Eshkol, el proceso de haredificación empezó a finales de la década de 1980 y se intensificó en la de 1990. Los vecinos Giv’at ha-Mivtar y Ma’alot Dafna siguieron un esquema similar. El mismo proceso se dio en Ramat Shlomo, lo que creó una continuidad de barrios ultraortodoxos al noreste de Jerusalén. El éxito de los candidatos haredi en las elecciones municipales de 1993 del que hablábamos antes llevó a una mayor inversión en la comunidad. Una familia jerosolimitana haredi media gana la mitad que una familia laica (en 1995 la cifra era 3.700 shékeles frente a 7.100 shékeles) y en proporción es más dependiente del apoyo del gobierno y de la seguridad social. [29] En los últimos tiempos una combinación del aumento del precio de los pisos en Jerusalén y la superpoblación de los recién establecidos barrios ultraortodoxos ha obligado a algunos haredi a abandonar la ciudad en busca de un alojamiento más barato, que se lo ha «encontrado» el gobierno en Modi’in Illit y Beitar Illit, dos colonias haredi en Cisjordania.

Junto a esto se ha producido una cada vez mayor huida de los residentes más jóvenes y laicos de la ciudad en busca de lo que ellos consideran hábitats más liberales, tranquilos o prometedores. Desde la década de 1990 Jerusalén ha experimentado una migración neta combinada con un aumento de población debido a la alta tasa de natalidad de las comunidades haredi y palestina. La ciudad se ha ido empobreciendo al mismo tiempo: los ingresos medios por persona son de 3.300 shékeles, exactamente la mitad que en la capital de los negocios de Israel, Tel Aviv. En 2010 Jerusalén obtuvo el dudoso título de ciudad más pobre de Israel. [30] Estas tendencias han empezado a alarmar a los políticos israelíes. Desde 1998 la Autoridad de Desarrollo de Jerusalén, una agencia conjunta del gobierno israelí y del ayuntamiento, ha estado tratando de entablar proyectos que atrajeran a empresarios, estudiantes y trabajadores de la alta-tecnología para acudir a vivir (e invertir) en la ciudad. Entre ellos se encuentran BioJerusalem y AcademiCity, que tienen el objetivo de «atraer» (palabra clave) a la ciudad a empresas y estudiantes de biotecnología; si son «laicos», «sionistas», «trabajadores» y «sanos», tanto mejor . La idea también se ha relacionado con proyectos más controvertidos, como el intento del Centro Simon Wiesenthal de construir un «Museo de la Dignidad Humana y de la Tolerancia» sobre el terreno del cementerio musulmán en Mamilla, en Jerusalén Occidental. Otra sugerencia es expandir los límites de la ciudad hacia el oeste: en vez de traer a nuevos judíos israelíes a la ciudad, lo que es toda una misión, Jerusalén se tragará los pueblos «fuertes» situados en sus límites («fuerte» significa en el contexto israelí «nacional, «sionista», «trabajador») como Beit-Nekofa, Even-Sapir y Beit-Zayit. Esto es simplemente otro paso en la continua lucha israelí por mantener Jerusalén «unida», «judía» y al parecer, desde 1998, «atractiva».

Un relato personal

Nací en Jerusalén 1978, pero ahora vivo en Tel Aviv. Mis dos hermanas también se fueron de la ciudad, lo mismo que la vasta mayoría de sus y mis amigos de la escuela, que han elegido vivir en la zona metropolitana de Tel Aviv o entre ambas ciudades, en Modi’in, por ejemplo. Una vez que los adultos jóvenes han dejado el nido, el siguiente paso es la decisión de sus padres seguirles, especialmente cuando aparecen los nietos. Esta es una historia personal, pero es representativa de las trayectorias de muchos jerosolimitanos judíos «laicos» durante aproximadamente las dos últimas décadas. Para seguir con mi familia, se pueden considerar los cambiantes modelos residenciales en el bloque de apartamentos de mis padres, en los términos de un «Yacoubian Building» israelí**. Durante los últimos treinta años mis padres han vivido en el tercer piso de un edificio de ocho plantas en Giv’at Oranim, un barrio de Jerusalén Occidental. Los cambios sociales que han tenido lugar en la ciudad a lo largo de este periodo se han reflejado claramente en la identidad de los residentes del edificio. Por lo que sé, ninguno de los hijos de mi grupo de edad que crecieron ahí ha permanecido en Jerusalén. Por otra parte, cada familia laica que abandonó el edificio fue sustituida por una familia nacional-religiosa o ultraortodoxa que se mudó a él. El cambio se aprecia extraordinariamente en las calles. Por ejemplo, el viernes por la tarde, si voy a recoger a mi abuela al vecino distrito de Rehavya, tengo que conducir con mucho cuidado ya que muchos ultraortodoxos están acudiendo a las sinagogas, nuevas y viejas, situadas en la zona. La que había sido mi escuela funciona ahora como sinagoga los sábados y días de fiesta principales, para satisfacer las crecientes necesidades de la población creyente. Durante un corto paseo por la zona el último día de Yom Kippur oí los rezos provenientes de otras escuelas. No pretendo que esto sea un juicio de valor, simplemente es un intento de personalizar los cambios que ha experimentado Jerusalén en las tres últimas décadas.

Como niño que creció en Jerusalén en la década de 1980, mi percepción de la división entre «Occidente» y «Oriente» se limitaba al contraste entre mi barrio, en el que estudié y crecí, y la Ciudad Vieja, un Oriente lleno de aventuras y colorido en el que paseábamos por callejones llenos de gente durante las salidas familiares de los sábados. Dentro de los sólidos muros, que yo siempre asociaba al Rey Salomón, mi imaginación se veía atrapada por la imagen de un jeque, un rabino y un cura caminando juntos mientras el olor de incienso se mezclaba con el sabor de la leche de almendras y los gritos de los vendedores árabes. Recuerdos que hoy parecen el orientalista libro Moorish Bazaar de Edwin Lord Weeks. Recuerdo haber ido en un viaje escolar a la Ciudadela de David (su eslogan era «La torre del Museo de David: donde empieza Jerusalén») en la que los niños de 12 y 13 años buscamos el lugar exacto en el que el Rey David había alcanzado a ver a Bathsheba bañándose en la azotea. Solo mucho después me atreví a aceptar que los famosos símbolos de la «eterna capital judía» tenían otras historias: que a pesar de sus hermosos nombres, los magníficos muros de la ciudad no fueron construidos por nuestro querido Salomón, sino 2.500 años después por el sultán musulmán otomano Suelimán; que el nombre de la Ciudadela de David se lo pusieron los cruzados del siglo XI; que la Torre de David, «donde empieza Jerusalén», era de hecho una mezquita del siglo XIX con un minarete cilíndrico, construida casi tres milenios después del rey mirón. Me di cuenta de que la Ciudad Vieja no era sinónimo de Jerusalén Oriental sino solo una pequeña parte de esta, y que muchos jerosolimitanos (yerushalmim en hebreo, maqdisiyyin en árabe) eran palestinos. Más tarde supe que vivían en lugares de los que nunca había oído hablar y que nunca había visitado, como Umm-Tuba, Kafr ‘Aqab y Al-Walaje. Para mi confusión, descubrí que incluso había un campo de refugiados dentro del municipio de «mi» ciudad.

Puede que estas imágenes y las negaciones que representan se hayan formado en la mente de un niños, pero evocan el más amplio proceso de rechazo y de eliminación. El hecho de que ambos sean practicados tan intensamente por ambos lados incuso puede ser considerado un fenómeno unificador en esta ciudad de tensiones. Los debates entre judíos y musulmanes, israelíes y palestinos se ven como juegos de suma cero, batallas en las que se reclutan todas las armas (religiosas, arqueológicas, legales o políticas) para demostrar que la ciudad no pertenece al otro. Mientras que al turista estadounidense se le pueden vender las excavaciones de ruinas bizantinas de Elad como emplazamientos bíblicos, los visitantes del Museo del Islán en al-Haram al-Sharif no encontrarán referencia alguna a una presencia histórica judía. Mordekhai Keidar, un profesor de la Universidad Bar Ilan, se labró una fortuna política, al menos entre los israelíes de derecha, cuando declaró a Al-Jazeera que «no se encuentra Jerusalén en ninguna parte de El Corán». [31] Pero este tipo de argumentación puede ser contraproducente, no solo porque demuestra una mezquina comprensión del proceso de santificación, sino también porque puede ser utilizada por el otro lado. Si uno decide entrar en el juego y buscar en el libro sagrado encontrará, efectivamente, que Jerusalén, Al-Quds en árabe, no se menciona en El Corán; la única referencia que hay es a Al-Aqsa, «la mezquita más remota». Pero tampoco se menciona Jerusalén, Yerushalayyim en hebreo, en los cinco libros de La Torah: de nuevo, la única referencia es al «lugar que el Señor tu Dios elegirá». [32] Los judíos samaritanos argumentan que la única indicación del lugar «elegido por Dios» como ubicación del templo sagrado es «cerca de la parte anterior a la colina de Nablus» que ellos ubican en el Monte Gerizim, donde viven. ¿Hemos estado todos estos años rezando en la dirección equivocada?

El malestar religioso, social y político sigue bullendo a fuego lento, aunque sea bajo la superficie. Parece imposible que Jerusalén sea capaz de contener todas sus contradicciones. La determinación israelí de poseer todo Jerusalén, de no compartir nunca la soberanía con nadie, junto con la cantidad cada vez mayor de palestinos y de creadores de mitos de ambos lados han creado una absurda realidad política que lleva a la ciudad a ninguna parte. Las celebraciones oficiales del Día de Jerusalén, la fiesta nacional israelí dedicada a la «unificación» de la ciudad en 1967, son un ejemplo supremo de ello: la vasta mayoría de quienes bailan con bandera israelíes bajo los muros de la Ciudad Vieja son judíos nacional-religiosos, que representan el «nuevo espíritu» de Jerusalén, un espacio urbano mesiánico, no integrador y sionista. Apenas hay algún haredim ahí, ni tampoco hay ningún judío «laico», por no hablar de los árabes que conforman una tercera parte de los habitantes de la ciudad. La ciudad parece más fragmentada que nunca al celebrar su «unificación».

Por consiguiente, no es sino lógico creer que Jerusalén estará genuinamente unificada solo si ambos pueblos comparten su soberanía. En mi opinión, la opción de partición en «dos Estados» (que lo divida por la mitad para crear un oeste judío «puro» y un este palestino «puro»), ya no es una solución factible, ni para la cuestión de Jerusalén ni para en conflicto israelo-palestino en general: los «hechos consumados» de las colonias israelíes y el crecimiento de la población palestina han convertido en todo menos imposible una división geográfica «pura» sobre cualquier base equitativa. Queda la otra opción: una soberanía conjunta ejercida tanto por israelíes como por palestinos, con un mandato para desarrollar la ciudad con el objetivo de satisfacer las necesidades nacionales, sociales y políticas de ambos pueblos. Puede que entonces Jerusalén tenga una oportunidad de recuperarse del síndrome psicopatológico que lleva su nombre.

Notas:

 

[1] Véase, por ejemplo, Mark Popovsky, ‘Jerusalem Syndrome’, en David Leeming, Kathryn Madden y Marlan Stanton, eds, Encyclopedia of Psychology and Religion, vol. 2, Nueva York 2009.

[2] Nir Hasson, ‘Meron Benvenisti, Why Does Jerusalem Not Exist Anymore?’ (en hebreo), Haaretz, 29 de mayo de 2011.

[3] Haaretz, 29 de mayo de 2011.

[4] Avi Shlaim, The Iron Wall: Israel and the Arab World, Londres 2000, p. 36.

[5] Véase, por ejemplo, Riad M. Nasser, Palestinian Identity in Jordan and Israel: The Necessary ‘Other’ in the Making of a Nation, Nueva York 2004, pp. 68-70.

[6] Roger Friedland y Richard D. Hecht, To Rule Jerusalem, Berkeley 2000, pp. 248-49.

*El ejército israelí se autodenomina cínicamente «Fuerzas Defensivas Israelíes», IDF, por sus siglas en inglés. (N. de la t.)

[7] Véase, por ejemplo, Tom Segev, 1967: Israel, the War, and the Year that Transformed the Middle East, Nueva York 2007.

[8] Baruch Kimmerling, The Invention and Decline of Israeliness: State, Society and the Military, Berkeley 2001, p. 109.

[9] Citado en Amir S. Cheshin, Bil Hutman, y Avi Melamed, Separate and Unequal: The Inside Story of Israeli Rule in East Jerusalem, Cambridge 1999, pp. 46-7.

[10] Uzi Benziman, A City without a Wall, Jerusalén 1973, p. 2.

[11] Eyal Weizman, Hollow Land: Israel’s Architecture of Occupation, Londres y Nueva York 2007, p. 25.

[12] Catado en Moshe Amirav, Jerusalem Syndrome: The Palestinian-Israeli Battle for the Holy City, Eastbourne 2009, p. 72.

[13] David Kroyanker, Jerusalem: Neighbourhoods and Houses, Periods and Style, Jerusalén 1996, p. 190 (in Hebrew). Kroyanker, un historiador de la arquitectura israelí, considera los edificios de las calles Stern (barrio de Kiryat Yovel ) y Ha-Nurit Street (barrio de Ir Ganim ) el principal ejemplo de este estilo: edificios de 8 y 9 plantas sin ascensor debido a la austeridad de la época.

[14] Texto de Zvi Efrat en su exposición, ‘The Israeli Project’, celebrada en Tel Aviv en octubre de 2000, citado en Weizman, Hollow Land, p. 47.

[15] Weizman, Hollow Land, p. 47.

[16] Haim Yacobi, ‘The Third Place: Architecture, Nationalism and the Postcolonial Gaze’, Theory and Criticism 30, 2007, pp. 63-88 (en hebreo).

[17] Según el Centro de Información Israelí para los Derechos Humanos en los Territorios, B’Tselem, la política israelí hacia los palestinos en Jerusalén solo se puede describir como discriminatoria. Véase su extenso informe al respecto en: www.btselem.org/english/jerusalem

[18] Amir Cheshin, Bil Hutman and Avi Melamed, Separate and Unequal: The Inside Story of Israeli Rule in East Jerusalem, p. 251.

[19] Jerusalem 2000 Master Plan [Plan General de Jerusalén 2000], publicado en agosto de 2004, capítulo 7, ‘Population and Society’ [Población y sociedad] (en hebreo).

[20] Jerusalem Master Plan 1968 (en hebreo).

[21] Véase la página web oficial Go-Jerusalem sobre Kollek.

[22] Citado en el informe de B’Tselem, ‘A Policy of Discrimination: Land Expropriation, Planning and Building in East Jerusalem’, May 1995.

[23] Esto quedó muy bien demostrado cuando un miembro de la oposición en el ayuntamiento, Meir Margalit, planteó una pregunta a Olmert acerca de la provisión de servicios municipales al pueblo árabe de Ein Fuad, al este de Jerusalén. La respuesta llegó debidamente desde la oficina de Olmert negando que hubiera discriminación alguna en la provisión: «Ein Fuad recibe todos los servicios municipales, incluido la asistencia social, educación, electricidad y limpieza». Sin duda Margalit esbozó una sonrisa maliciosa al leer esas líneas. Contestó al alcalde con un breve mensaje: «No existe ningún lugar llamado Ein Fuad». Vease Meir Margalit, Discrimination in the Heart of the Holy City, Jerusalén 2006, p. 176.

[24] En realidad, debido a las políticas de discriminación israelíes, estos permisos eran casi imposibles de conseguir para los palestinos. Por consiguiente, la decisión de estos de construir sin permiso se puede considerar como su constante acto de «protesta espacial» contra las políticas de planificación urbana de Israel y del ayuntamiento de Jerusalén. Véase Irus Braverman, ‘Powers of Illegality: House Demolitions and Resistance in East Jerusalem’, Law and Social Inquiry, vol. 32, no. 2, 2007, pp. 333-72.

[25] Or Kashti, ‘East Jerusalem: The Capital of Dropouts’, Haaretz, 5 de septiembre de 2012.

[26] Association for Civil Rights in Israel, Jerusalem Day 2012: Unprecedented Deterioration in East Jerusalem.

[27] David Horovitz, ‘Nir Barkat: How I’m ensuring Israeli Sovereignty in Jerusalem’, Times of Israel, 29 de febrero de 2012.

[28] Neta Sela, ‘Jerusalem should be a Haredi city’, Ynet, 24 de mayo de 2006 (en hebreo).

[29] Momi Dahan, ‘The Ultra-Orthodox Jews and Municipal Authority, Part ii: Budgetary Effects of the Demographic Composition in Jerusalem’ (in Hebrew), Jerusalem Institute for Israel Studies Research Series No. 82, Jerusalén 1999, pp. 15-16.

[30] Esto es según la estadística sobre pobreza en grandes ciudades de Israel. Véase Asah Shtull-Trauring, ‘Ahead of Jerusalem Day, reports highlight extent of city’s poverty’, Haaretz, 11 de mayo de 2010.

** Yacoubian Building es el nombre de una novela egipcia (de la que posteriormente se hizo una película) publicada en árabe en 2002. La novela transcurre en la época de la Primera Guerra del Golfo en el edificio que da nombre a la novela, situado en El Cairo, y en ella se hace un retrato mordaz de la sociedad cairota. (N. de la t.)

[31] Chana Ya’ar, ‘Prof. Mordechai Kedar: «A Ball of Fire»‘, Arutz Sheva: Israel National News, 12 de enero de 2012.

[32] El Corán, Sura 17:1; la Biblia, Deuteronomio 12:5.

Fuente original: http://newleftreview.org/II/81/yonatan-mendel-new-jerusalem