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La nueva misión crucial del Pentágono I y II

Fuentes: La Jornada

Vista en retrospectiva desde el futuro, la guerra de Irak de 2003 -junto con otras jugadas militares estadunidenses recientes por todo el mundo- aparece como expresión natural de la Doctrina Carter, el único edicto presidencial del pe-riodo de la guerra fría que continúa plenamente vigente. Es más, intento demostrar que la Doctrina Carter, con 25 […]

Vista en retrospectiva desde el futuro, la guerra de Irak de 2003 -junto con otras jugadas militares estadunidenses recientes por todo el mundo- aparece como expresión natural de la Doctrina Carter, el único edicto presidencial del pe-riodo de la guerra fría que continúa plenamente vigente. Es más, intento demostrar que la Doctrina Carter, con 25 años de an-tigüedad, está adquiriendo mayor relevancia como bosquejo de la expansión del po-derío militar estadunidense a otras regiones productoras de crudo del mundo. De la misma manera en que su estrategia actual apela al uso de la fuerza militar para proteger el flujo de energéticos procedentes del golfo Pérsico, extender la Doctrina Carter justifica ahora acciones semejantes en la región del Mar Caspio, en América Latina y en la costa occidental de Africa. Lenta pero seguramente, los militares estadunidenses se convierten en un servicio de protección del petróleo global.

Enunciada por el entonces presidente Jimmy Carter, en enero de 1980, en un mo-mento en que el posicionamiento militar estadunidense estaba amenazado por la invasión soviética de Afganistán y por la revolución islamita en Irán, la doctrina en cuestión define el crudo del golfo Pérsico como de «interés vital» para Estados Unidos, que debe ser defendido «por cualquier medio necesario, incluida la fuerza militar». Tiempo después, el presidente Ronald Reagan invocó este principio para justificar la intervención estadunidense en la guerra entre Irak e Irán de 1980-1988 (para garantizar la derrota de Irán). De nuevo, el presidente George Bush I lo invocó para autorizar las acciones militares contra Irak en 1991, durante la Guerra del Golfo. Reticente a invadir Irak en ese momento, Bush I inició la «contención» de Irak (Bill Clinton la perpetuó), creando así un brutal sistema de sanciones. Luego, al percatarse de que este abordaje no produjo un «cambio de régimen» en Bagdad, Bush II ordenó la invasión de 2003. Se inventaron muchas razones para emprender el asalto a Irak pero, desde una perspectiva histórica, es la evidente culminación de los pasos tomados por Carter, Reagan, Bush I y Clinton, con el fin de asegurar la dominación estadunidense de golfo Pérsico.

Conocer esta historia ayuda a clarificar el debate de si la guerra contra Irak de 2003 fue o no provocada por la avidez de crudo. Aunque el gobierno alegue que fue motivada principalmente por su preocupación ante la amenaza militar que entrañaba Saddam Hussein y no por el deseo de apoderarse del petróleo de Irak, lo supuestamente amenazado por Hussein era el control permanente de Estados Unidos sobre el golfo Pérsico, y ese control, desde tiempos de Carter, es visto como esencial para el flujo ininterrumpido de petróleo procedente del Pérsico. Entonces, desde un punto de vista geopolítico, el petróleo estuvo en el corazón de la perspectiva gubernamental. El vicepresidente Dick Cheney lo ad-mitió desde agosto de 2002, cuando dijo ante la convención de veteranos de guerra que Saddam debía ser retirado del cargo porque, una vez que Irak se equipara con armas de destrucción masiva, era probable que «buscara la dominación de todo Medio Oriente, controlara una enorme porción de las reservas energéticas mundiales y amenazara directamente a los amigos de Estados Unidos en toda la región».

Este episodio de la historia nos dice algo más que es importante: pese a lo ilegal y precipitado de la invasión de Irak en 2003, las acciones de Bush son fundamentalmente consistentes con la perspectiva geopolítica profesada por los presidentes que lo antecedieron, demócratas y republicanos por igual. Fue el presidente Carter quien primero articuló las razones estratégicas para la acción militar en el golfo Pérsico, y fue Clinton quien ordenó un au-mento militar paulatino en la región que hizo posible la operación Iraqi Freedom. Así que el uso de la fuerza para garantizar el acceso estadunidense al petróleo del golfo Pérsico no es una política de Bush II, no es en sí misma una política republicana: es una política estadunidense compartida por ambos partidos. Aun en el caso de que John Kerry resultara electo, es muy probable que los elementos clave de esta política continúen vigentes.

El proceso de militarizar el petróleo, como política estadunidense, comenzó en 1980 cuando, al buscar la instrumentación de su famoso edicto, el presidente Carter estableció una fuerza de tarea conjunta de despliegue rápido, la Rapid Deployment Joint Task Force (conocida por sus siglas en inglés como RDJTF), y una red de instalaciones estadunidenses en la más amplia región del golfo. Este proceso se aceleró en 1983 cuando el presidente Reagan transformó la RDJTF en el Comando Central estadunidense (Centcom), y le otorgó estatus como importante fuerza de combate unificado, a semejanza del Comando Eu-ropeo (Eurcom), el Comando del Pacífico (Pacom), el Comando del Sur (Southcom), todos fuerzas militares estadunidenses. Aunque se le asignaron variadas obligaciones, la misión primordial del Centcom es proteger el flujo de crudo, del golfo Pérsico a Estados Unidos, y a sus aliados por todo el mundo.

Esta misión adquiere su expresión más tajante en el testimonio presentado anualmente por el comandante en jefe del Centcom ante los miembros del Congreso: «Los intereses vitales de Estados Unidos en la región del golfo son de larga duración», declaró en 1997 el general J. H. Binford Peay. «Debido a que más de 65 por ciento de las reservas petroleras se localizan en las naciones de la región del golfo Pérsico -de las cuales Estados Unidos im-porta cerca de 20 por ciento para sus re-querimientos, Europa occidental 43 por ciento y Japón 68 por ciento- la comunidad internacional debe contar con libre y asegurado acceso a los recursos de dicha región». El general Peay y sus sucesores han hablado de la amenaza que entrañan los grupos terroristas en la región y de la necesidad de frenar la proliferación de ar-mas nucleares, pero la protección del cru-do del Pérsico continúa siendo su responsabilidad fundamental.

En la actualidad, la prioridad del Centcom en Irak es derrotar a la insurgencia antiestadunidense que crece por el país. Pero, siendo consistente con su misión histórica, el Centcom protege los oleoductos, las refinerías y las instalaciones de exportación de crudo por todo Irak. Aunque este esfuerzo no recibe tanta atención en los medios como la guerra urbana en Bagdad y Najaf, no es menos importante: al ser el petróleo la única fuente significativa de ingresos, asegurar la exportación ininterrumpida de petróleo es esencial para la supervivencia económica del gobierno interino iraquí instalado por Estados Unidos. (Tan sólo en la primera mitad de 2004, los ataques guerrilleros a los oleoductos que surcan Irak privaron al gobierno interino de 200 millones de dólares de ganancias perdidas, según lo declaró en junio el primer ministro interino, Iyad Allawi (The New York Times, 6 de julio de 2004).

Casi todo el esfuerzo estadunidense por proteger el petróleo en Irak se dedica a la protección de los oleoductos y refinerías, en tierra. Las unidades del ejército, con armamento pesado, patrullan las vitales líneas de abastecimiento de petróleo de Kirkuk, en el norte, a la frontera con Turquía, y la igualmente crítica ruta de tube-rías que conecta Kirkuk con Basora, en el sur. Pero las fuerzas de la guardia costera y la marina estadunidenses también protegen las plataformas de carga en el mar, que sirven para exportar el crudo iraquí por barco cruzando el golfo Pérsico. «En el gran esquema de las cosas, tal vez no haya otro sitio donde el despliegue de nuestras fuerzas armadas juegue un papel de mayor importancia», afirmó el capitán Kurt Tidd, de la Quinta Flota de Estados Unidos, al comentar su misión naval (The New York Times, 6 de julio de 2004).

Por más mundanas que parezcan, estas operaciones protectoras pueden ser en extremo azarosas. El 24 de abril, dos atacantes suicidas se aproximaron, en un bote repleto de explosivos, a una de las mayores plataformas de carga en el golfo. Una pequeña embarcación de la marina estadunidense los interceptó, la lancha de los atacantes estalló y tres estadunidenses -dos de la marina y uno de la guardia costera- murieron al instante. Simbólicamente, esta fue la primera baja de la guardia costera, en combate, desde la guerra de Vietnam.

Aun en el caso de que los combates en Irak se fueran apagando, el Centcom mantendrá una significativa presencia militar estadunidense en el Pérsico y empleará la fuerza cuando sea necesario para remontar los riesgos que entraña el flujo libre de petróleo. Con Hussein en cautiverio e Irak bajo control de las fuerzas de ocupación, se piensa que la más fuerte amenaza a la dominación de Estados Unidos emana de Irán, regido ahora por clérigos islamitas militantes. Los estrategas estadunidenses están particularmente preocupados por la amenaza iraní en el estrecho de Hormuz, el angosto paso que conecta el golfo Pérsico con el océano Indico y con el resto del mundo. Con el fin de garantizar que Irán no intente cerrar el estrecho, disparando a cuanto buque tanque cruce -los iraníes tienen instaladas baterías de misiles a todo lo largo de la costa norte del golfo-, las naves y aviones del Centcom patrullan las aguas, diario, y se mantienen en alerta ante un posible choque inmediato con fuerzas iraníes.

Pese al fiasco de Irak, entonces, la Doctrina Carter continúa dominando la política estadunidense en el área del golfo Pérsico. Es probable que las fuerzas estadunidenses mantengan su despliegue en el área -arriesgando su vida a diario- hasta que la última gota de crudo se extraiga de la región.

Pero ésta es apenas la mitad de la historia. A partir del gobierno de Clinton, la Doctrina Carter se extiende a otras regiones productoras de petróleo del mundo, y ahora cubre gran parte del planeta. Además de proteger el crudo del golfo, las fuerzas del Centcom han asumido la responsabilidad de proteger las existencias energéticas en Asia central y en la región del Caspio; al mismo tiempo, las fuerzas del Eurcom ayudan a proteger los oleoductos en la república de Georgia y las aguas costeras, ricas en crudo, de África; el Pacom vigila los corredores petroleros del Mar del Sur de China, y las tropas del Southcom ayudan en la protección de los oleoductos en Colombia.

La globalización de la Doctrina Carter comenzó a mediados de los años 90, cuando el gobierno de Bill Clinton determinó que la cuenca del Mar Caspio -bajo control efectivo de la Unión Soviética hasta 1992- podría tornarse en una importante fuente de petróleo para Estados Unidos y sus aliados, lo que ayudaría a disminuir la dependencia estadunidense hacia el siempre turbulento golfo Pérsico. Los nuevos estados independientes de Azerbaiján y Kazajstán estaban ansiosos por vender su riqueza petrolera a Occidente, pero no contaban con un conducto autónomo para sus exportaciones -en ese entonces, todos los oleoductos existentes procedentes del Caspio, en tierra, pasaban por Rusia- y encaraban el se-rio reto de lidiar con sus minorías étnicas y con movimientos internos de oposición. Para salvaguardar el futuro flujo del crudo del Caspio, Clinton accedió a brindarles asistencia para construir un nuevo oleoducto de Bakú en Azerbaiján, cruzando Georgia hacia Turquía (evitando cruzar por Rusia), y a impulsar en esos países su potencial militar propio. Para 1997, la ayu-da militar a esos estados comenzó a fluir, y las tropas estadunidenses comenzaron una serie de maniobras militares conjuntas con las fuerzas de dichos países.

Pese a que Clinton nunca invocó formalmente la Doctrina Carter al anunciar estas acciones, en 1997 aplicó el mismo paraguas de «seguridad nacional» al petróleo del Mar Caspio durante una reunión en la Casa Blanca con Heydar Aliyev, presidente (y virtual dictador) de Azerbaiján. «En un mundo de creciente demanda energética», declaró Clinton, «nuestra nación no puede darse el lujo de depender de una sola región para abastecerse de energía». Al facilitar las exportaciones de petróleo de Azerbaiján, «no sólo lo ayudamos a prosperar, (sino que) diversificamos también nuestro abasto y fortalecemos nuestra seguridad como nación».

Clinton hizo extensiva la fórmula a Kazajstán, otra fuente promisoria de cru-do, y a Georgia, importante estación de tránsito en el oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhan (conocido como BTC) proyectado del Caspio a Turquía. En consonancia con esta perspectiva, Clinton autorizó vínculos entre militares del Pentágono y las fuerzas armadas de estos países, y envió tropas estadunidenses a las bases de la región para familiarizarlas con el entorno. Aunque su número era modesto, comparado con la creciente presencia militar que ocurría de tiempo atrás en el área del golfo Pérsico, estas jugadas establecieron una significativa presencia estadunidense en la cuenca del Caspio. Los vínculos creados serían utilizados posteriormente por el presidente George W. Bush para facilitar la intervención en Afganistán tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, pero es importante resaltar que su establecimiento fue motivado originalmente por la preocupación en torno a la seguridad de las existencias de energéticos, no por la amenaza del terrorismo.

Fue entonces el presidente Clinton quien comenzó la globalización de la Doctrina Carter, pero es el presidente Bush quien la convirtió en el objetivo central de la política exterior estadunidense.

La estrategia petrolera internacional impulsada por el gobierno de Bush fue consecuencia natural de la política energética nacional (NEP, por sus siglas en inglés) anunciada por la Casa Blanca el 17 de ma-yo de 2001. El plan del gobierno (ampliamente conocido como «informe Cheney», por ser su autor principal el vicepresidente Dick Cheney), busca incrementar sustancialmente las importaciones estadunidenses de crudo, de modo de satisfacer la rampante demanda de energéticos básicos. Gran parte de este petróleo importado ha-bría de llegar del área del golfo Pérsico -que por sí sola posee suficiente petróleo para cumplir con los requisitos anticipados de Estados Unidos, en las décadas venideras- pero, reconociendo la agitación crónica en el golfo, el plan busca también incrementar, significativamente, la dependencia de Estados Unidos hacia los productores emergentes de otras áreas del mundo.

Por supuesto, la Casa Blanca no enfatizó este aspecto del plan cuando difundió la NEP en 2001, y sugirió en cambio que Es-tados Unidos buscaba promover su «independencia» energética abriendo el refugio nacional de vida silvestre en el ártico, el Artic National Wildlife Refuge (ANWR, por sus siglas en inglés), y otros enclaves de protección de la naturaleza, a la perforación petrolera comercial. (Pongo «independencia» entre comillas porque la Casa Blanca sabía perfectamente bien que su plan entrañaría una dependencia creciente de las importaciones, no una reducción). El debate que siguió en torno a la sensatez o no de perforar en la ANWR ahogó cualquier discusión pública de otros aspectos del plan del gobierno, y así, casi todos los estadunidenses desconocen su verdadera significación política.

Antes de proseguir esta discusión, es necesario decir algunas palabras acerca de las existencias globales de crudo y su disponibilidad futura. En la actualidad hay un debate considerable en Estados Unidos en torno a si el mundo arribó (o no) a su producción máxima, o «pico», de crudo. Algunos expertos alegan que la escasez actual de petróleo (y los precios altos resultantes) son evidencia de que ya ocurrió la producción pico; otros argumentan que estas mermas son temporales y que la producción mundial aumentará pronto.* *

Lo que no está en disputa, sin embargo, es que el centro de gravedad de la producción mundial de crudo se está moviendo, de los antiguos campos petroleros del norte global, notablemente en Estados Unidos, Canadá, México y Europa, a los campos menos desarrollados del sur global, especialmente en Africa, América Latina, Me-dio Oriente y la cuenca del Caspio. De acuerdo con las proyecciones difundidas en 2003 por el Departamento de Energía estadunidense, la cuota total de producción pe-trolera mundial que aportan los principales productores del norte caerá de 27.4 por ciento en 2002 a 18.3 por ciento en 2025, mientras que la cuota aportada por Africa, América Latina (excluido México) y el área del golfo Pérsico se incrementará de 46.6 a 59.2 por ciento. (Cifras del Departamento de Energía, IEO, 2003, p. 235).

Las implicaciones son desoladoras: mientras más dependa este país del petróleo para satisfacer una cantidad significativa de sus necesidades energéticas, mayor será su dependencia del petróleo procedente de los países en vías de desarrollo.

Como ya se anotó, esta realidad no se desprende de inmediato de la lectura de la NEP de 2001. Pero una lectura cuidadosa arroja luz sobre el verdadero significado del plan Bush-Cheney. En el capítulo 8, «Fortalecimiento de alianzas globales», la NEP afirma que, debido a que la producción petrolera estadunidense se halla en un declive de largo plazo, la búsqueda de existencias extranjeras adicionales debe convertirse en «prioridad de nuestra política y comercio exteriores». En particular, esto significa obtener más crudo del golfo Pérsico. «La producción petrolera de Me-dio Oriente seguirá siendo central a la se-guridad petrolera mundial», anota el informe, y por tanto, «el golfo será el foco principal de la política energética internacional de Estados Unidos». Pero la NEP también reconoce los riesgos que entraña una de-pendencia excesiva del Pérsico, y llama a incrementar significativamente las importaciones procedentes de otras regiones productoras. «La concentración de la producción mundial de crudo en cualquier región del planeta contribuye, potencialmente, a la inestabilidad de los mercados», afirma. En consecuencia, «una mayor diversidad en la producción de crudo… tiene obvios beneficios para todos aquellos que participan del mercado».

El informe Cheney identifica muchas áreas de posibles recursos de petróleo fuera del golfo, pero se enfoca particularmente en tres zonas claves: la región andina en Sudamérica (en especial Colombia y Venezuela), la costa occidental de Africa (Angola, Guinea Ecuatorial, Malí y Nigeria) y la cuenca del Mar Caspio (Azerbaiján y Kazajstán). «Los niveles crecientes de producción y exportaciones (de estas regiones) son factores importantes que pueden aminorar el impacto de una perturbación en el suministro (del golfo) en las economías estadunidense y mundial», declara la NEP.

Hasta ahí, todo bien. Pero lo que no menciona el informe es que estas áreas son tan propensas a la turbulencia y el conflicto como el golfo Pérsico. De hecho, la inestabilidad actual en Colombia, Venezuela, Nigeria y otras áreas productoras fuera del golfo -en combinación con los combates en Irak- es la razón principal invocada por casi todos los analistas para la actual escasez mundial de crudo y el aumento en los precios de la gasolina. No hay escapatoria, entonces, para la agitación asociada a la producción petrolera.

¿Qué hay en el crudo que provoca este efecto? No es éste el sitio para una larga explicación académica del fenómeno, pero baste decir que la extracción de petróleo, en sociedades que si no lo tuvieran esta-rían subdesarrolladas, fomenta el surgimiento de elites que buscan perpetuarse -una familia real por aquí, una junta militar por allá-, que monopolizan toda la asignación de las ganancias petroleras (o «rentas») y utilizan una parte de ellas para financiar a la policía y las fuerzas armadas de modo que sometan al resto de la población. Esto, por supuesto, tiende a producir hondo resentimiento por parte de la multitud, lo que a su vez dispara el surgimiento de grupos insurgentes o terroristas, tendencia persistente que puede verse en socie-dades tan diversas como Arabia Saudita, Irak, Nigeria, Sudán y Colombia. (Una sorprendente excepción es Venezuela, donde el radical presidente del país, Hugo Chávez, se ha alineado con las clases trabajadoras y los pobres contra los privilegiados profesionales del petróleo, muy amigos de Estados Unidos.) Es más, mu-chas de estas sociedades tienen una historia de resistencia al colonialismo, y como tal son propensas a considerar la intromisión estadunidense en sus industrias pe-troleras como expresión, mal recibida, del imperialismo moderno.

Esto sugiere, por supuesto, que una creciente dependencia estadunidense del cru-do de Africa, América Latina y la región del Caspio, seguramente entraña la misma suerte de riesgos geopolíticos que hace tiempo son evidentes en el área del golfo Pérsico. Y es esta realidad la que empuja al gobierno del presidente Bush a globalizar la Doctrina Carter.

Este proceso comenzó con la región del Caspio, durante el gobierno de Clinton. El presidente Bush no ha dicho casi nada bueno de las políticas militar y exterior de Clinton, pero adoptó esta iniciativa de su predecesor con verdadero fervor. El go-bierno de Bush le ha dado ímpetu a los esfuerzos de Clinton por establecer vínculos militares con los estados clave de la cuenca del Caspio, y los expande a otros países de la región. Y mientras Clinton li-mitó el involucramiento estadunidense en la región a visitas ocasionales y maniobras de entrenamiento, el presidente Bush ha establecido bases (ahora en Uzbekistán y Kyrgyzstán) y despliega una presencia mi-litar permanente en el área.

Al anunciar esta estrategia, la Casa Blan-ca ha repetido que dichas acciones son ne-cesarias para combatir a Al Qaeda y respaldar las operaciones estadunidenses en Af-ganistán. Pero una lectura cuidadosa de documentos del Departamento de Estado y el Pentágono sugiere que la preocupación central es la protección del crudo. Así, al solicitar un fondo de asistencia económica para Azerbaiján en el presupuesto del año fiscal 2005, por 51.2 millones de dólares, el gobierno afirma que «los intereses nacionales de Estados Unidos en Azerbaiján se centran en una fuerte seguridad bilateral y en la cooperación antiterrorista», así como en la «seguridad energética estadunidense». Luego se anota que «el involucramiento de firmas estadunidenses en el desarrollo y exportación de crudo azerbaijano es clave en nuestro objetivo de diversificar los suministros de petróleo mundial». Coherente con este razonamiento, el Departamento de Defensa ayuda a Azerbaiján a que desarrolle y despliegue una armada pequeña en su enclave del Mar Caspio, rico en crudo -uno cuyas fronteras disputan Irán y Turkmenistán-, y está considerando el establecimiento de bases estadunidenses ahí (B&O, núm. 85, 90, p. 137-138).

La integración de políticas gubernamentales antiterroristas y de protección petrolera es también evidente en Georgia, el principal beneficiario de la asistencia estadunidense en la región. De acuerdo con el Departamento de Estado, esta ayuda pretende impulsar que Georgia proteja sus fronteras y salvaguarde el oleoducto BTC -en construcción- contra el sabotaje y los ataques insurgentes. En el centro de este esfuerzo se encuentra un programa de «equipo y entrenamiento» que cuenta con un fondo de 64 millones de dólares y está diseñado para reforzar el potencial de contrainsurgencia del ejército georgiano y su posibilidad de proteger la ruta del oleoducto BTC. Unos 150 instructores de «operaciones especiales» estadunidenses están pre-sentes en Georgia con este propósito.

En otras partes de la región, Estados Unidos ayuda a remodelar la antigua base soviética de Atyrau en Kazajstán, frente al gigantesco campo petrolero de Kashagan -propiedad de Exxon Mobil, ConoPhillips y Royal Dutch/Shell-, en la esquina noreste del Mar Caspio. Esta base será utilizada para alojar una «brigada de reacción rápida» kazaj, cuya tarea, de acuerdo con el Departamento de Estado, será «reforzar la capacidad de respuesta de Kazajstán ante importantes ataques a las plataformas pe-troleras o a las fronteras». Sin embargo, es muy probable que las fuerzas estadunidenses usen también estas bases en su despliegue regional (B&O, núm. 91, p. 138).

Encontramos una tendencia semejante en Colombia, donde los instructores de fuerzas especiales estadunidenses, enviados directamente de Fort Bragg, ayudan a las fuerzas gubernamentales colombianas a proteger el vital oleoducto de Caño Limón, que se extiende por 770 kilómetros -desde los campos petroleros de Occidental Petroleum, en el noreste, a las refinerías y las instalaciones de exportación ubicadas en la costa-, contra los recurrentes ataques de las guerrillas marxistas. Aquí también, el antiterrorismo es la principal justificación para el involucramiento estadunidense, pero, de nuevo, es el abasto seguro del petróleo lo que constituye la preocupación capital de Washington. «La pérdida de ganancias, debido a ataques guerrilleros, obstaculiza seriamente al gobierno de Colombia en la satisfacción de las necesidades sociales, políticas y de seguridad nacionales», informó el Departamento de Estado en 2002. Al afianzar la seguridad del oleoducto, Estados Unidos «fortalecerá al gobierno de Colombia en su capacidad para proteger una parte vital de su infraestructura energética» (B&O, núm. 101, p. 142).

Se supone que los instructores estadunidenses asignados a esta misión se atienen a su papel de entrenamiento y apoyo. Pero hay indicios de que el personal militar estadunidense ha acompañado a las tropas colombianas en operaciones de combate contra las guerrillas. El entrenamiento ocurre «durante misiones militares y de inteligencia reales», reveló el US News and World Report en febrero de 2003. Lentamente, Estados Unidos se convierte en parte de la principal campaña contrainsurgente en Colombia, con todos los signos de una guerra prolongada.

El involucramiento militar estadunidense en Africa subsahariana está en una etapa menos avanzada pero aquí, de nue-vo, la preocupación por el suministro de crudo acicatea que Estados Unidos se enrede más en la cuestión. Subyace el hecho de que depende más y más del pe-tróleo africano. «Junto con América Latina», dice el informe Cheney, «se espera que Africa occidental se convierta en una de las fuentes de petróleo y gas para el mercado estadunidense que más rápido se desarrollen». Desde la perspectiva de Washington, esto imbuye a Africa subsahariana de una significación nunca antes vista. «El crudo africano es de interés nacional estratégico para nosotros», declaró el asistente del secretario de Estado, Walter Kansteiner, en 2002, «e incrementará y se hará más importante conforme avancemos» (B&O, núm. 112, p. 143).

Una vez designado como de «interés nacional estratégico» para Estados Unidos, el crudo africano está expuesto a las mismas iniciativas militares que se siguieron en el golfo Pérsico y que, bajo la Doctrina Carter expandida, se instituyen en el Mar Caspio y en Colombia.

Como en estas otras áreas, la puerta de entrada para el involucramiento en Africa es otorgar asistencia militar y entrenamiento, una aproximación que facilita el establecimiento de estrechos vínculos con las elites militares (muchas veces dominantes) de la región. El Departamento de Defensa ya incrementa fuertemente su ayuda a dos de los principales productores africanos de crudo -Angola y Nigeria- y se esperan más incrementos en el futuro. Casi toda esta ayuda, que sumó unos 300 millones de dólares en los años fiscales 2003 y 2004, se canaliza por el programa crediticio de Foreign Military Sales (FMS, por sus siglas en inglés), del programa de donaciones de excedentes de armamento (Excess Defense Articles, EDA), y del programa de entrenamiento y educación militar internacional (International Military Education and Training, IMET). A otros productores de Africa, incluyendo Guinea Ecuatorial, Gabón y Malí, también se les otorga asistencia de EDA y MET (B&O, núm. 113, p. 143).

Y así como la asistencia estadunidense a los estados del Caspio preludió la inserción de una presencia militar permanente de Estados Unidos en la región, el Departamento de Defensa expande lentamente su huella en Africa, y comienza a buscar dónde y cómo establecer bases permanentes ahí. En la actualidad, la expresión más visible de su involucramiento militar creciente es una mayor presencia de la armada a lo largo de la costa occidental africana, locación de los más promisorios campos petroleros marinos de tales costas. En 2003, la jefatura de Eurcom (que ejerce control sobre las fuerzas estadunidenses de Africa subsahariana) declaró que los cuerpos de combate aerotransportados bajo su mando acortarían sus visitas al Mediterráneo y «pasarían la mitad de su tiempo en la costa occidental africana» (B&O, núm. 118, p. 145).

Más aún, anticipándose al despliegue eventual de tropas de combate estadunidenses en suelo africano, el Departamento de Defensa busca locaciones potenciales para instalar bases dentro y en los alrededores de las principales zonas petroleras. De acuerdo con los más recientes reportajes, el Pentágono busca «instalaciones rudimentarias» -esencialmente pistas de aterrizaje con capacidad logística modesta- en Ghana, Kenya, Malí, Senegal y Uganda. Y, aunque los oficiales militares tienden a enfatizar la amenaza del terrorismo cuando discuten la necesidad de dichas instalaciones, le han contado a los reporteros del Wall Street Journal que «una misión clave de las fuerzas armadas estadunidenses en Africa es garantizar la seguridad de los campos petroleros de Nigeria, que en un futuro podrían producir hasta 25 por ciento de las importaciones petroleras de Estados Unidos» (B&O, núm. 116-117, p.144).

Entonces en Africa, como el golfo Pérsico, la cuenca del Caspio y América Latina, el Departamento de Defensa fortalece sistemáticamente su implicación en operaciones militares directas. Lo típico es que éstas se reporten como cualquier cosa, co-mo una serie de sucesos desconectados o, cuando mucho, como parte de una expansión generalizada de la capacidad militar estadunidense. Pero la información proporcionada sugiere algo mucho más intencional y específico, un esfuerzo determinado por insertar su potencialidad militar en las principales áreas productoras de petróleo en el mundo y por preparar las futuras guerras en torno a los energéticos. Como lo he argumentado, la mejor forma de caracterizar este proceso es como una expresión natural de la Doctrina Carter en su expansión, del golfo Pérsico al resto del mundo en desarrollo.

Vista desde esta perspectiva, la invasión de Irak, de 2003, no debe considerarse la primera (y por supuesto no será la última) de una serie de guerras por controlar el crudo extranjero. Con toda seguridad estas guerras tendrán una cuota muy alta en vidas humanas e impondrán restricciones severas, crecientes, al tesoro federal. Más aún, a los miembros de las fuerzas armadas les exigirán años de un innoble y peligroso trabajo como protectores de oleoductos y refinerías. Ninguna cantidad, por grande que sea, de petróleo barato, po-drá justificar un sacrificio tan grande. Es tiempo de repudiar la Doctrina Carter y el plan energético Bush-Cheney, para co-menzar la necesaria, pero inevitable, transición a una economía pospetrolera.

Traducción: Ramón Vera Herrera

* Michael T. Klare es profesor de estudios de paz y seguridad mundial en el Hampshire College en Amherst Massachussetts. Es autor de Blood and Oil: The Dangers and Consequences of America’s Growing Petroleum Dependency, Metropolitan Books.

* * Los lectores interesados en este debate pueden consultar uno o más de los siguientes libros, que son muy recomendables: Kenneth S. Deffeyes, Hubbert’s Peak: The Impending World Oil Shortage (Princeton University Press, 2001); David Goodstein, Out of Gas (W. W. Norton, 2004); Richard Heinberg, The Party’s Over (New Society Publishers, 2003); Paul Roberts, The End of Oil (Houghton Mifflin, 2004); and Sonia Shah, Crude: The Story of Oil (Seven Stories Press, 2004).