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La paz, como hoja al viento

Fuentes: Insurgente

Por favor, no pequemos de inquisidores. Entendamos y justifiquemos el espíritu de peonza, de trompo imparable, que anima a la inefable Condoleezza Rice en los idus de octubre -escribimos justamente a mediados de mes-, a pocos días de una publicitada conferencia de paz sobre el Oriente Medio (noviembre). Qué otra cosa va a hacer la […]

Por favor, no pequemos de inquisidores. Entendamos y justifiquemos el espíritu de peonza, de trompo imparable, que anima a la inefable Condoleezza Rice en los idus de octubre -escribimos justamente a mediados de mes-, a pocos días de una publicitada conferencia de paz sobre el Oriente Medio (noviembre).

Qué otra cosa va a hacer la adusta señorita que encabeza la secretaría de Estado imperial, si tirios y troyanos se ponen tan nerviosos como ella y, disfónicos ya, repiten el sonsonete de que la cosa pinta mal, pues «hay pocos indicios, si es que hay alguno, de que el tan anunciado esfuerzo estadounidense logre lo que decenas de reuniones e iniciativas previas no han logrado».

Así lo escribe uno de los tirios (¿o será troyano?), el periodista Khalid Amayrech, en el sitio www.palestine-info.co.uk . Y este se muestra comedido a la hora de juzgar, porque el líder supremo iraní, el ayatola Seyed Alí Jamenei, ha proclamado, a cajas destempladas, que la cita patrocinada por USA tiene «el objetivo de rescatar a Israel, más que ayudar a los palestinos».

¿Se equivoca en su apreciación el gran clérigo? ¿Peca de extremista su posición? Bueno, como nos recuerda el colega citado arriba, la mayoría de las figuras clave que participarán en el convite andan mohínas, expresando lo mismo con otras palabras, embargadas de un profundo escepticismo respecto a las perspectivas de avance, principalmente en razón de la persistente negativa de Tel Aviv a devolver a los palestinos la tierra y a permitir que retornen a casa los refugiados arrancados del suelo propio por obra y gracia de una sañuda, prolija limpieza étnica.

A todas luces, el aserto norteamericano de que se garantizará el éxito de cualquier iniciativa de convivencia pacífica no ha convencido del todo incluso a aliados como Arabia Saudita, cuyo canciller, Saud Al Fasal, manifestó duda con respecto a la asistencia del reino wahabita si el encuentro no aborda «problemas importantes», como las fronteras de Israel y el estatus de Jerusalén. Su parigual egipcio, Ahmed Abul Ghelt, se permitió exclamar que «nosotros no hemos visto ningún esfuerzo de la administración (de Washington) para construir las bases de la paz».

De ahí el correteo de la peonza imperial. La pobre, en maga habrá de trocarse para persuadir de que la conferencia cuenta con un fin tangible y específico, y que ellos -los gringos- se empeñarán al máximo en alcanzarlo. En maga la Condy, sí, para sacar el prodigio de la chistera, cuando los grandes patrocinadores ni siquiera han aclarado en tiempo prudencial quién participará en la cacareada plática, y cuál es el propósito de esta.

La tesis del rescate

¿Extremista Jamenei en eso del rescate de Israel? No lo creo. Incluso fuentes a las cuales no se les podrían imputar «cargos» como el antisemitismo, entre ellas el historiador Shiomo Ben-Ami, ministro de Seguridad Pública y de Relaciones Exteriores durante el Gobierno de Ehud Barak, consideran que «Bush ha tardado seis años de políticas obstinadas y erróneas en reconocer que Iraq no es el único asunto fundamental en Medio Oriente».

Por ello, ni corto ni perezoso, el César pretende ahora «salvar la posición de los Estados Unidos en una región que se encuentra a la defensiva en todos los frentes». Una región, acotamos nosotros, en la que la guerrilla chiita de Hizbolá impidió, con la derrota del Tsahal (ejército hebreo), la ocupación del Líbano y quizás hasta la consiguiente embestida contra Siria, como fases de un plan en última instancia dirigido contra la potencia antisionista que es el incorregible, el incoercible Irán. Una región en que Iraq está deviniendo lo más parecido al infierno que podrían concebir los soldaditos yanquis. Y los mercenarios, que matan tanto como los propios soldaditos yanquis. O más.

¿Definitivamente extremista el gran ayatola en eso de que no se trata de ayudar a los palestinos? Para afirmarlo habría que pasar por alto que, en consonancia total con el régimen de Israel, la Casa Blanca sigue incitando a la guerra contra Hamas, partido triunfante en unas elecciones de proverbial democratismo, y al arreglo con Al Fatah, la agrupación perdedora, cuyo líder, el presidente de la Autoridad Nacional, Mahmud Abbas, está siendo criticado -otra vez tirios y troyanos- por intervenir en la preparación de la Cumbre a pesar de que los israelíes tachan de tema tabú el retorno de los cuatro millones de refugiados y de que, en Cisjordania, continúan construyendo asentamientos de colonos a ritmo acelerado. Y asesinan diariamente a unos cuantos «seres inferiores» en la sufrida, bloqueada Gaza. Y se regalan el lujo de liberar a menos del 0,8 por ciento de los presos, solo miembros de Al Fatah… para reforzar a Abbas, cuyo Gobierno -muchos no lo olvidan- se deparó un programa que omitía la mención de la resistencia contra la ocupación militar sionista, y ha descartado el diálogo con un Hamas que acaba de tender la mano, asegurando que es temporal su control de Gaza…

(Quizás resulte pertinente recordar que, en su momento, las milicias de Mohammad Dahlan, ex jefe de los servicios especiales, responsable de la seguridad del Presidente y considerado por atentos observadores, palestinos inclusive, hombre de los Estados Unidos, no dejaron de agredir a las de Hamas, en una espiral que, según la propia agrupación islámica, obligó a esta a defender con las armas el poder que les querían arrebatar luego de los comicios, en enero de 2006.)

¿Será que de concesiones estará empedrado el camino de la convivencia? No para aquellos que, patriotismo en ristre, se mantienen en sus trece, relacionando entre las condiciones necesarias para negociar la «paralización de todas las actividades de los asentamientos; el regreso de Israel a las fronteras del 67; la división de Jerusalén, con israelíes y palestinos controlando sus respectivos lugares sagrados; el retorno de los refugiados de 1948, con una generosa compensación…»

No para los revolucionarios sin desteñir, que no soslayan el hecho sospechoso de que la cita convocada por Washington se efectuará en un momento «ideal» para los más espurios intereses: luego del llamamiento a favor de un gabinete de unidad nacional realizado, en junio, por presos políticos representantes de las bases de toda la resistencia palestina. Algo que, para israelíes y estadounidenses podría dar al traste con el apoyo brindado a la actual dirección de Al Fatah, trasuntado en dinero, armas, convalidación política y el incentivo de leyes que deslegitimen el proceso propiciador de la victoria de Hamas. Nada, que para uno que otro «mal pensado», el eje gringo-sionista pretende calzar a los «moderados» para apuntalar su primacía sobre esa parte de las ardientes planicies mesorientales llamada Palestina.

Ahora, ¿se avendrán a los reclamos nacionalistas los socios de correrías, protagonistas de una alianza que, en cuarenta años, ha afrontado las pruebas de una serie de guerras árabe-israelíes, dos intifadas (levantamientos populares contra la ocupación) y la «cruzada mundial contra el terrorismo» liderada se sabe por quién. ¿Dirán que sí a las reivindicaciones unos matones de barrio, Washington y Tel Aviv, que acaban de sellar la susodicha alianza, estratégica y política, con una nueva contribución yanqui a la «causa» común, en esta ocasión ascendente a 30 mil millones de dólares en los venideros diez años?

Ello, sin ahondar en razones como que en el transcurso de 2007 Tel Aviv ha recibido de su principal suministrador partidas de armamentos por valor de dos mil 400 millones de dólares, las cuales se prevé sobrepasen los tres mil millones asignados inicialmente.

Dudo que se avengan, los malevos. Pienso que, en lugar de ello, proseguirán atizando la disputa entre Hamas y ciertas facciones de Al Fatah, para que Tel Aviv alcance el aire necesario con que consolidar su proyecto colonial y, tras la derrota ante Hizbolá, recuperar la suficiencia, la autoestima que siempre han distinguido a sus halcones. Todo por medrar entre esos «seres inferiores», despreciados por los postores de la «paz» aunque estos no lo confiesen y se vengan con una campante Conferencia. Conferencia de más que incierto resultado, según los más plausibles pronósticos.