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En el segundo aniversario del ataque de Hamás contra el sur de Israel y del comienzo de la matanza en la Franja de Gaza

La perversión del bien

Fuentes: Ctxt

Versalles, con la humillación innecesaria de Alemania, fue un desastre. Llevó en parte a la II Guerra Mundial. Sabedores de eso, en 1945, las potencias vencedoras facilitaron la creación de una Alemania viable (la Federal; la otra, la Democrática, se hundió por sí sola).

Hasta que no haya un Estado viable en Palestina no habrá paz en la región. Esto no es una posición panfletaria ni de manifestación callejera, sino una deducción histórica. 

Los acuerdos de paz de Oslo (1993), aquella claudicación, fueron el Versalles palestino, dijo, al rechazarlos, el más brillante de los intelectuales de Palestina, Edward Said. Eran un engaño. En Oriente estamos todavía en 1919, no en 1945.

La propuesta de “paz duradera” de Trump y Netanyahu del 29 de septiembre ha sido la primera seria para acabar con la masacre, pero se queda coja en lo que se refiere a dar algo de luz a la solución del problema palestino. Es más bien un diktat que no ha sido negociado, una orden que debe ser obedecida. No solo no habla de un Estado viable (Netanyahu se opone firmemente), sino que propone una Administración como la de hace un siglo, de un mandato a la británica. Hamás cede, entrega a los rehenes. Israel cede, deja de bombardear; no ha acabado con los islamistas, como había prometido. Todo lo demás comienza negociarse a la hora de cerrar este comentario, a 6 de octubre: retirada o repliegue de Israel, desarme de Hamás…

Isaac Rabin, Bill Clinton y Yasser Arafat durante los Acuerdos de Oslo, 13 de septiembre de 1993. / Dominio público
Foto: Isaac Rabin, Bill Clinton y Yasser Arafat durante los Acuerdos de Oslo, 13 de septiembre de 1993. / Dominio público

La propuesta no habla para nada de las tareas pendientes de Israel, eliminar el cerco de Gaza, acabar con la colonización salvaje de Cisjordania o la devolución de los territorios, como en el viejo proceso de paz. La paz en una región donde se lleva combatiendo casi un siglo, o mil años como decía Trump, es todavía un espejismo porque los extremistas de uno y otro lado se oponen. Esto va a terminar en lágrimas, ha dicho el ultraderechista ministro de Hacienda, Bezalel Smotrich, miembro de la coalición de Gobierno israelí, vamos a tener que seguir luchando.

En Oriente los últimos milagros tuvieron lugar hace unos veinte siglos y lo que estamos viviendo en los dos últimos años es lo perverso que puede llegar a ser un país, un sistema político democrático, refugio para los que huían del nazismo.

Fue Theodor Adorno, el filósofo judeo-alemán, quien dijo aquello tan citado, para luego ser rebatido, de que después de Auschwitz no se podía escribir poesía. Se le suele citar para quitarle la razón, como a Fukuyama cuando dijo que con la caída del muro de Berlín había terminado la Historia, que quedaba un solo sistema, el nuestro, el bueno, y que venía la paz universal. El pensador japoestadounidense no conocía todavía a Putin, ni sabía cómo se las gastaba el Partido Comunista chino. Y, por supuesto, ni idea de la situación en el Oriente Próximo. Una región tan volátil que todo lo que escribas sobre ella ahora, quedará obsoleto en cinco minutos. Un día hay un plan de paz. El siguiente ha saltado por los aires.

Sí, después de Auschwitz se ha escrito poesía, buena mala y regular. Romántica, social o épica, como Qam Sanatan, del poeta palestino más conocido, Mahmud Darwish, cuántos años tendrán que pasar, cuánto tiempo tendrá que pasar para que volvamos a nuestra tierra, Palestina, de los años 80 del siglo pasado, sobre el regreso de los cientos de miles de exiliados palestinos del 48 y del 67. Los plazos no solo no se han acortado, sino que se han alargado con el fracaso del proceso de paz y, ahora, con la masacre de Gaza. Para los palestinos, desde hace décadas, cada día es peor que el anterior.

Otra filósofa también judía, Hannah Arendt, acuñó el término de “banalidad del mal” para explicar que no hace falta una gran altura intelectual para ejecutar los actos más terribles. Arendt había sido enviada por The New Yorker para cubrir el juicio de Adolf Eichmann, uno de los principales organizadores del Holocausto, que no ideólogo, secuestrado por Israel en su exilio de Argentina, y juzgado y condenado a muerte en Israel.

Sala de los Nombres en el instituto Yad Vashem, en recuerdo de los millones de judíos que fueron asesinados durante el Holocausto. / David Shankbone   
Foto: Sala de los Nombres en el instituto Yad Vashem, en recuerdo de los millones de judíos que fueron asesinados durante el Holocausto. / David Shankbone   

Se puede jugar con la frase, darle la vuelta, y sacar otras conclusiones sobre lo que ha estado sucediendo: ‘la perversidad del Bien’. El Bien, la corrección, el Estado de derecho, el reconocimiento internacional, puede ocultar una cara terrible.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, el Bien triunfó sobre el Mal. Los bombardeos de las ciudades alemanas, la destrucción de Dresde, de Hamburgo, quedaron en el lado olvidado de la Historia porque la narrativa la controlan los vencedores.

Lo que ocurre ahora lo comete “la única democracia de Oriente Próximo”, el Bien, un país similar a los nuestros, que juega en las ligas europeas. Y la tolerancia con la que hemos acogido durante muchos meses lo que sucedía en Gaza explica nuestro lado cínico, terrible. 

El Estado de Israel, reconocido por la comunidad internacional, por un puñado de países árabes, es una democracia muy viva, muy vigorosa y respetable dentro de sus fronteras. Israel no tiene Constitución, pero sí un poderoso Tribunal Supremo que establece jurisprudencia. El Gobierno ultraderechista de Benjamín Netanyahu había intentado debilitar el poder del Tribunal, permitiendo que el Parlamento anulara sus decisiones, lo que desató enormes protestas en todo el país. Hasta que llegó el 7 de octubre y se frenó todo. Los críticos aseguran que la propuesta habría fragilizado gravemente la democracia del país al debilitar el sistema judicial.

Pero fuera de las fronteras, más allá de la línea verde de armisticio de 1949, en los territorios ocupados de Cisjordania y ahora, de nuevo, de Gaza, Tel Aviv, porque el Ministerio de Defensa está en esa ciudad y no en la que asegura es su capital, Jerusalén, ejerce una dictadura militar que deja en pañales a los espantosos casos latinoamericanos, donde la vida no tiene valor alguno, donde el otro es calificado como subhumano. Cualquier soldado israelí en cualquier punto de Cisjordania, ahora en Gaza, es en la práctica el general de más alto rango, puede hacer lo que le plazca. Después, el Ejercito investigará y no llegará a conclusión alguna. Cualquier colono (hay 700.000, de los cuales 20.000 son estadounidenses) podrá disparar contra un palestino que vive en su tierra y no le sucederá nada ante los tribunales.

Gaza, hay que recordarlo, era y es la mayor prisión a cielo abierto del mundo. Israel controla todo lo que entra y sale, productos y personas. Los gazatíes son apátridas, no tienen nacionalidad, no son egipcios, ni jordanos, ni, por supuesto, israelíes.

Israel tiene cercada Gaza, sabe cuántos alimentos tienen que entrar para mantener a la población. Si baja los niveles está provocando la muerte por hambre, la hambruna como han asegurado varios organismos internacionales. Es otra manera de matar, más espantosa si cabe que los bombardeos.

En Gaza no ha habido una guerra, sino un asalto israelí contra la Franja. Apenas hemos visto combates, solo bombardeos. La mayor parte de las víctimas son civiles: quince de cada dieciséis muertos en Gaza desde marzo, según la organización Acled, una de las cifras más altas de la historia para un conflicto. A los observadores extranjeros que llegan a Israel les sorprende que en los medios escritos, salvo en el diario Haaretz, no haya habido críticas sobre la actuación del Ejército. Y los espectadores apenas han visto en la televisión local poco más que los movimientos exitosos de sus tropas, no conocen lo que hemos contemplado atónitos el resto del mundo, los cadáveres de los niños bajo los cascotes y las víctimas de la hambruna. Igual de preocupante es que en un país “demócrata”, el 80 % de la población israelí según las encuestas, haya apoyado lo que ha sucedido en Gaza, el comportamiento del Ejército.

El historiador israelí Ilan Pappé sostiene que la idea de ser colonizadores, pero también socialistas o demócratas, se cae por su propio peso.

Hemos visto la masacre que se ha cometido sobre los gazatíes. Esa cara bondadosa, el bien, la democracia, el respeto a los derechos humanos esconde en realidad el espanto, la perversión. No se trata solo de las balas y las bombas, sostiene una delegación demócrata del Senado de los EEUU que ha visitado la región, se trata de limpieza étnica. 

Un niño de ocho años de la ciudad palestina de Rafah sentado en las ruinas de su casa bombardeada por Israel, el 18 de noviembre. / © UNICEF/Eyad El Baba
Foto: Un niño de ocho años de la ciudad palestina de Rafah sentado en las ruinas de su casa bombardeada por Israel. / © UNICEF/Eyad El Baba

Pero igualmente de perverso ha sido el comportamiento de la comunidad internacional, defensora en teoría de los derechos humanos, de las libertades, de los oprimidos. El reverendo Munther Isaac, pastor luterano palestino, decía en la Navidad del lejano 2023 en Belén, cuándo todavía no había comenzado la gran masacre, que Occidente no debería volver a hablar de derechos humanos o de legislación internacional tras su silencio por lo que estaba sucediendo en Gaza. 

Hemos mirado hacia otro lado, nuestros gobiernos han mirado hacia otro lado hasta que, tras las imágenes de las muertes por hambruna y la apocalíptica expulsión de los cientos de miles de habitantes de la capital, gobiernos occidentales como los de Gran Bretaña y Francia han reconocido al Estado de Palestina, una medida simbólica porque, hoy por hoy, Palestina está formada por apenas varias ciudades de la Cisjordania conectadas por carreteras controladas por el ocupante militar.

El reconocimiento diplomático desató la furia de los medios israelíes y de todo el arco parlamentario, desde la extrema derecha, naturalmente, hasta la izquierda.

El mismo líder de la oposición, Yair Lapid, del partido centrista Yesh Atid (Hay un Futuro) calificó el reconocimiento como una recompensa al terrorismo.

Es enfermizo, subrayó Netanyahu ante la Asamblea General de la ONU, ese respaldo va a animar al terrorismo contra los judíos en cualquier lugar.

Pero Netanyahu entró en contradicciones en su discurso. Había prometido que acabaría con Hamás de raíz, pero en Nueva York pidió a sus dirigentes que dejaran libres a los rehenes y a cambio ellos podrían seguir con vida.

Israel ha quedado aislado del mundo como nunca. La clave es que el Israel de hoy no es el de hace 30 años, el del laborismo dialogante, el de Isaac Rabin, y menos aún el de los fundadores. Hoy está gobernado por el ejecutivo más ultraderechista de su historia. Netanyahu, por mucho que se le condene desde fuera, tiene el respaldo del Parlamento, como recordó ante la ONU. En Israel no ha habido movimientos de masas, un clamor para que acabara la carnicería de Gaza, sino protestas para conseguir la liberación de los rehenes.

Sí, el viejo Israel mantiene el nombre, la marca, pero su contenido es otro. La política israelí ha basculado desde el viejo laborismo hasta la derecha y ultraderecha por una cuestión de población. La izquierda laborista laica, fundadora del Estado, de origen europeo, los asquenazíes, tiene menos hijos que la ultraderecha religiosa procedente de los países árabes, los mizrajíes. Éstos han desbancado a aquellos y los más religiosos no solo quieren derrotar a los palestinos, sino crear un Estado judío según la ley judía. Es decir, una teocracia.

David Remnick, judío, director de The New Yorker, describía una escena en un café de Tel Aviv. Llega al teléfono móvil la alerta por un misil disparado desde Yemen y los clientes estallan en risotadas porque están seguros de que el poderoso sistema de defensa, la Cúpula de Hierro, acabará con el peligro. Tal es la soberbia, el sentimiento de superioridad del Israel de la calle con todo lo que acontece. Un país que ha actuado, que actúa, cada vez con mayor autonomía y se permite atacar a casi todos los vecinos, desde Túnez a Irán pasando por Líbano y Yemen y siguiendo por Siria e Iraq. A la flotilla del Mediterráneo y hasta al firme aliado de los EEUU, Qatar. 

Un aire de soberbia, de impunidad, de poder hacer lo que quiera invade hoy la política israelí. El presidente de la nación, el en un tiempo laborista moderado Isaac Herzog, ha pasado de criticar a apoyar a Netanyahu. Israel no es responsable de la hambruna en Gaza, asegura; se han tomado decisiones importantes en el campo de la seguridad, ha dicho. Herzog criticaba antes los asentamientos judíos en Cisjordania y ahora los apoya. Todos, ha subrayado, todos los palestinos de Gaza, son responsables por la matanza del 7 de octubre. El Bien, la moderación, ocultaba en realidad su lado perverso. Su intención, la ofensiva de Gaza, debe de haber sido en realidad más profunda.

Netanyahu no tiene ideología, es el poder por el poder. Cree que hay una oportunidad histórica para acabar de una vez por todas con la resistencia palestina, borrando el nombre del mapa, expulsando a su población y estableciendo relaciones con los países árabes de la zona. Netanyahu cree que Trump va a ayudar a la creación de un Gran Israel, pero eso no quiere decir que vaya a tener éxito en esa tarea.

Israel fue una solución europea a un problema europeo. Aquel país fue idealizado en los años sesenta del siglo pasado como el bondadoso puerto seguro para los judíos que huyeron o que sobrevivieron al Holocausto, un lindo territorio igualitario, lleno de kibbutzs socialistas, que había hecho florecer el desierto, que atraía a la progresía de los años sesenta del siglo pasado. El problema es que aquel territorio estaba lleno de población autóctona, los palestinos, y para establecer un Estado viable había que expulsarla, como se hizo en 1948 con la creación del Estado judío, la Nakba, la catástrofe para los palestinos, y, posteriormente se haría en 1967, con la guerra de los seis días. Los palestinos se rebelaron, surgieron los grupos guerrilleros que se agruparon en la Organización para la Liberación de Palestina, dirigida por Yasser Arafat. Abú Yihad, el que fuera su lugarteniente, afirmaba que él se sumó a la lucha porque fue expulsado con su familia de su casa en Ramle, cerca de Tel Aviv, y así muchos más. Por cierto, fue asesinado por Israel en Túnez.

Niños en una escuela improvisada para refugiados durante la Nakba en 1948. / Hanini.org
Foto: Niños en una escuela improvisada para refugiados durante la Nakba en 1948. / Hanini.org

Para aquel idílico país de los sesenta, el drama comenzó con la ocupación de Gaza y Cisjordania con la fácil victoria en la guerra de los seis días. En vez de devolver los territorios a cambio de la paz, como pedirían varias resoluciones de Naciones Unidas, inició la colonización de Cisjordania con miles de nuevas viviendas cada año, lo que hace imposible la creación de un Estado palestino. Se trata de la “colonización por asentamientos”, como se describe en términos académicos, por avanzadillas, como se hizo en los Estados Unidos, robando territorio a los indígenas. Como sabemos, de vez en cuando, los indígenas recluidos en las reservas salían y organizaban una matanza entre los colonos.

Isaac Rabin, el primer ministro que firmó los acuerdos de paz, y que fue asesinado por un judío radical contrario al proceso, decía en los lejanos años setenta que no había solución militar al conflicto, que la única salida era a través de negociaciones.

La brutal operación de Gaza, las decenas de miles de muertos, los miles de edificios destruidos, los miles de niños muertos, los centenares de periodistas asesinados como en un ningún otro conflicto reciente, han dañado la imagen de Israel con mucha más intensidad que en las dos intifadas, la primera la de las piedras, niños contra soldados y la segunda, jóvenes contra carros de combate, en la que murieron 10.000 palestinos. 

Pero Israel mantiene, ha mantenido, un inmenso poder.

En el reciente Festival de Venecia, cuando todo el mundo consideraba que el León de Oro era para la calificada de impresionante La voz de Hind –un grito contra el genocidio en Gaza, sobre un sangriento episodio en el que una niña de seis años queda atrapada en un coche en llamas y a través de la línea de emergencia los rescatistas intentan mantenerla calmada–, el premio fue para un film de Jim Jarmusch, distribuido por Mubi, una plataforma que, casualmente, es del fondo de inversión Sequoia que apoya a Kela, una empresa de defensa fundada por cuatro veteranos del Ejército israelí, seis meses después de la invasión de Gaza… 

A pesar de que, a nivel social, universidades y sectores jóvenes en Estados Unidos muestran un rechazo creciente a la guerra en Gaza, los donantes y la élite política siguen alineados con Netanyahu. El poder de los lobbies pro Israel en Washington garantiza que la ayuda militar continúe pese a las denuncias de genocidio.

Hay una fuerte coalición proisraelí en el mundo que conecta el mesianismo (evangélico, cristiano o judío) con magnates financieros y el complejo industrial militar, conservadores y neoconservadores, partidos de la derecha, fascistas, y populistas, estos últimos unidos con Israel por su islamofobia, dice el historiador israelí Ilan Pappé, que vive exiliado en Londres por sus críticas al Estado judío.

Hollywood es una plataforma judía, los grandes estudios, incluso productoras inicialmente indies como Miramar, del caído en desgracia Harvey Weinstein, son judíos. Spielberg y otros muchos nos han ofrecido decenas, cientos de películas y series de televisión y los diarios nos han contado cada día del año lo que sucedió en los campos de exterminio. Pero habría que disociar de una vez por todas el mundo judío, el pueblo o la religión, del Estado de Israel, de lo que está haciendo el Estado de Israel en Gaza. Y al Estado de Israel de su gobierno. Poder criticarle como a cualquier otro Estado sin que surja automáticamente el anatema del antisemitismo. En las protestas contra la Vuelta ciclista a España, que culminaron con el bloqueo de la carrera en Madrid, no hubo gritos contra los judíos. Sí a favor de Palestina y en contra del Gobierno de Netanyahu, pero no contra los judíos.

A partir de Gaza, no podremos dejar de pensar cada vez que veamos las imágenes de los campos de exterminio, el sufrimiento de aquel pueblo, en los cadáveres de los niños de Gaza, la masacre que Israel, ese Estado hecho para los judíos, está cometiendo con los palestinos.

Ganará quien tenga la mejor narrativa como ha hecho Israel durante las últimas décadas. 

Ahora, un número creciente de universidades e instituciones académicas está cortando relaciones con sus homólogas israelíes por su complicidad en las acciones contra los palestinos.

En Estados Unidos está bajando el tradicional respaldo hacia Israel, no solo entre los demócratas sino también entre los republicanos, según una encuesta que publica el semanario The Economist. Peor aún, el apoyo baja entre los más jóvenes. El futuro se presenta cuanto menos delicado para las tradicionalmente excelentes relaciones bilaterales. 

Miles de personalidades del mundo del cine, directores actores y otros profesionales han pedido no trabajar con instituciones israelíes implicadas en el genocidio contra el pueblo palestino. Tenemos que hacer, dicen en un comunicado, todo lo posible para denunciar la complicidad con tal horror.

¿Aberración, genocidio? Sí, una resolución aprobada por la Asociación Internacional de Expertos en Genocidio (IAGS, por sus siglas en inglés) establece que la conducta de Israel cumple con la definición legal establecida en la convención de la ONU sobre el genocidio.

Sí, genocidio. Una comisión de investigación de la ONU ha concluido que Israel lo está cometiendo.

Conmovidos por el horror, un poco tarde, países como Reino Unido y Francia han reconocido al Estado de Palestina. Puedes encontrar críticas en una infinidad de países, menos en Alemania, pero algo está cambiando en Berlín. Angela Merkel estableció en 2008 que la seguridad de Israel era una de las Razones de Estado (Staatsräson) para Alemania, un deber moral por el capítulo más negro de la historia alemana para con los judíos.

Pero ante la barbarie, el canciller Friedrich Merz se ha visto obligado a reajustar las relaciones con Israel y ha anunciado el embargo de armas que puedan ir destinadas a Gaza. La decisión de Merz ha desatado críticas en el ala más conservadora de la Unión Democristiana.

Israel es el garante de la vida judía, decía en septiembre el semanario Der Spiegel, pero, ¡ojo!, la Razón de Estado no es un cheque en blanco. De la responsabilidad alemana en el Holocausto no debe salir un apoyo sin condiciones a Israel. Incluso lo contrario: el que quiera lo mejor para Israel debe oponerse a este gobierno. Es Netanyahu el que pone en peligro el futuro de un Israel judío y democrático con su política de asentamientos, subraya el semanario. Y demuestra que no tiene intención de negociar con el ataque a Qatar, contra los mediadores de Hamás. Se trata del “nunca más”, pero del “nunca más” contra ningún pueblo. 

Yasser Arafat, tocado siempre con su kefía, puso el problema palestino sobre el tapete internacional durante varias décadas. Firmó la paz, aceptó migajas de los territorios palestinos y los radicales de uno y otro lado reventaron el proceso. Arafat murió o fue asesinado, la Autoridad Palestina fue derrotada y expulsada de Gaza por Hamás y este movimiento conoce solo la vía de la fuerza como demostró el 7 de octubre. ¿Ha conseguido el gobierno radical de Israel acabar con Hamás, como se propuso al lanzar la ofensiva? Han caído casi todos sus dirigentes, pero si había 20.000 militantes hace dos años, hoy hay 20.000 según expertos israelíes. Los que han caído han sido reemplazados por nuevos combatientes. Aunque Israel ha debilitado militarmente a Hamás, no ha logrado destruirlo, la insurgencia puede mantenerse con pocos recursos, fusiles y artefactos improvisados.

Algunos analistas concluyen que la guerra ha sido más destructiva que estratégica, y que la violencia ha creado un ciclo de odio y reclutamiento que perpetúa el conflicto.

Antes del 7 de octubre, Hamás contaba con decenas de millones de shekels y de dólares escondidos en los túneles para captar la solidaridad de la población. Se estima que Qatar bombeó al menos 2.000 millones de dólares a Hamás, destinados, en principio, a hospitales, escuelas y salarios de funcionarios. La operación contaba con el respaldo de Netanyahu, que deseaba reforzar el movimiento islamista para enfrentarlo con la Autoridad Palestina presente en Cisjordania y evitar así cualquier avance en unas posibles conversaciones de paz.

Yair Golan, dirigente del Partido de los Demócratas, en la oposición, ha dicho que el primer ministro es un peligro para Israel y que no debería permanecer en el poder ni un día más. 

Netanyahu, que está pendiente de un juicio por corrupción, ha sido acusado de prolongar el asalto de Gaza y obstruir la negociación sobre los rehenes, únicamente para conseguir sobrevivir políticamente, por su propio interés. 

Tal como está conformada hoy la vida política en Israel, con dominio de la ultraderecha y una población que apoya mayoritariamente lo que su ejército está haciendo en Gaza, bastaría una chispa para que lo que ha sucedido en la Franja se traslade a Cisjordania, el bombardeo de las grandes ciudades Ramala, Nablus, Jenin, o Hebrón, la expulsión de la población. Aquello era inimaginable, pero ha sucedido. Hoy por hoy el futuro de la zona está en manos de los radicales, los Smotrich, los Ben Gvir. Los partidos religiosos radicales, los socios de la coalición, explotan el mito del apocalipsis, la llegada del Mesías, del fin de los tiempos, para captar los votos de jóvenes miszrahíes, los judíos procedentes de los países árabes que son ahora su principal caladero de votos.

Hace 25 años dejé la Corresponsalía de TVE en Jerusalén. Discutía con los “expertos”, pensaba que haría falta al menos medio siglo para que comenzara a vislumbrarse una solución al problema. Pasado un cuarto de siglo, pienso ahora que harán falta de nuevo otros cincuenta años al menos para ver algo de luz, hasta que el petróleo deje de tener la importancia que todavía tiene y hasta que Washington siga teniendo la necesidad de contar con un gendarme en la zona que ponga firmes a los árabes, eso sí, en el caso de que los EEUU sigan siendo superpotencia… 

Lo grave es, entretanto, que para los palestinos el día siguiente es peor que el anterior; la segunda intifada fue mucho peor que la primera y lo que ha sucedido en los dos últimos años supera todo lo que se había podido imaginar. El Bien enmascaraba lo perverso.

Hannah Arendt, crítica siempre con el Estado de Israel, dejó escrito hace décadas: “El pueblo judío, que fue grande porque creyó en Dios, ha pasado a creer solo en sí mismo”.

P.S: no os preocupéis, porque cuando termine con la masacre, Israel estará en las Eurovisiones y las Uefas con todos los honores. Continuará… 

Fuente: https://ctxt.es/es/20251001/Politica/50511/daniel-peral-historia-israel-palestina-gaza-hamas-netanyahu-conflicto-genocidio-holocausto-segundo-aniversario.htm