El genocidio no solo ha arrebatado la vida de más de 70.000 palestinos. También se ha traducido en un matricidio y ha convertido la maternidad en una lucha constante por la supervivencia. Así lo relata en su libro «A different kind of motherhood» la gazatí Diana Shams, desplazada de su hogar.
«En cualquier otra parte del mundo, las madres se preocupan por la maternidad en sí, por la crianza y por cómo encontrar un equilibrio entre sus responsabilidades. En Gaza, la preocupación principal de las madres es que nuestros hijos lleguen vivos al final del día», subraya desde la Franja de Gaza en entrevista con NAIZ la gazatí Diana Shams, madre de dos niños y autora del libro «A different kind of motherhood. What it means to be a woman in Gaza”.
Escrito en primera persona en un móvil y bajo los constantes bombardeos y el ruido de los drones en un campamento para desplazados, relata el dolor, las noches de terror, la impotencia y sentimiento culpa que genera ver a un hijo llorar por hambre… pero también habla de amor, de resiliencia y de una lucha continua por la supervivencia. Está disponible en formato e-book –https://payhip.com/b/qjrfY–. El dinero por la venta del libro va destinado a la familia de Shams.
«Este libro es mi historia personal. La historia de una mujer joven que se convirtió en madre en un campo de refugiados, que aprendió a construir una vida a partir de los escombros y con resiliencia. Es también la historia de muchas mujeres gazatíes que como yo se ven obligadas a criar a sus hijos en circunstancias que ninguna madre debería de vivir y cuyas voces raramente son escuchadas», subraya.

¿Qué le llevó a plasmar la vivencia de la maternidad en un libro?
Quería
mostrarle al mundo lo que verdaderamente significa ser mujer y madre en
Gaza. Este libro es mi historia personal. La historia de una mujer
joven que se convirtió en madre en un campo de refugiados, que aprendió a
construir una vida a partir de los escombros y con resiliencia.
Es también la historia de muchas mujeres gazatíes que como yo se ven
obligadas a criar a sus hijos en circunstancias que ninguna madre
debería de vivir y cuyas voces raramente son escuchadas.
Escribir
durante la guerra se convirtió en una vía de sanación. Poner mis
sentimientos en palabras me proporcionó cierto alivio y cierta sensación
de control en medio del caos, aunque este libro no lo escribí en un
estado de confort, sino en mi teléfono móvil, bajo una tenue luz, por la
noche y con el constante sonido de las explosiones y de los drones.
No
hay nadie en Gaza que no se haya visto afectado por este genocidio de
una u otra forma y todos tienen, tenemos, una historia que merece ser
contada. La creencia de que nuestras historias importan y el mundo
necesita saber de ellas me motivó a escribir el libro.
¿Cómo veía la maternidad antes y después del 7 de octubre?
Me
la imaginaba como una mezcla de agotamiento y felicidad; amamantando a
mis hijos, celebrando sus primeros dientes, sus primeros pasos, su
primer «mamá». Pensaba que todos esos momentos me harían sentir que
tenía el mundo a mis pies. Pero todo eso se desvanece cuando eres madre
en una zona de guerra.
Ser madre después del 7 de octubre se traduce en noches de terror, en tener que salir a buscar leche, pañales o comida; muchas veces, sin éxito. La maternidad se convierte en una lucha diaria por la supervivencia; buscar un lugar seguro que no existe, intentar calmar a tus hijos ante el ensordecedor ruido de los drones y mentirles con promesas que si bien quieres creer que pueden llegar a ser ciertas, en tu interior sabes que no se van a cumplir.
En cualquier otra parte, las madres se preocupan por la maternidad en
sí, por la crianza y cómo encontrar un equilibrio entre sus
responsabilidades. En Gaza, la preocupación principal de las madres es
que nuestros hijos lleguen vivos al final del día.
¿Cómo era la vida en Gaza antes del 7 de octubre de 2023?
Antes
del 7 de octubre, la vida en Gaza era más o menos ‘normal’. La gente
trabajaba, tenía sus negocios, estudiaba, trataba de construir su
futuro. Aunque vivíamos bajo bloqueo y con serias restricciones de
movimiento o para viajar, había cierta sensación de estabilidad. Al
menos vivíamos en nuestras casas, rodeados de nuestras familias. Nos
juntábamos, celebrábamos y disfrutábamos de los pequeños placeres de la
vida.
Antes del 7 de octubre ya había vivido tres guerras y
sobrevivido a la de 2008. Como superviviente de estas experiencias, de
inmediato tuve la sensación de que esta vez iba a ser diferente. En mi
interior sentí que esta guerra nos iba a arrebatar todo.
¿Cómo recuerda el 7 de octubre?
Como
el día en que mi vida y la de todas las personas que vivimos en Gaza se
derrumbó. El sonido de los disparos, los gritos, las explosiones, el
caos en las calles aún resuenan en mi interior. Nos levantamos con la
aterradora constatación de que, de repente, éramos parte de una guerra
de la que nada sabíamos.

Recuerdo estar sujetando a mi bebé y a mi hija recién nacida en brazos, rezando para que pudieran estar a salvo en algún lugar.
Es doloroso incluso echar la vista atrás. El miedo, la incertidumbre y
la sensación de estar afrontando un destino incierto que ese 7 de
octubre se implantaron en nosotros no nos abandonan.
¿Cómo se responde a un hijo a preguntas que no tienen respuesta?
Trato
de responderles con dulzura, incluso cuando mi corazón está roto. Les
cuento que los sonidos fuertes que escuchan pasarán, que están seguros
conmigo, que estaremos juntos. Trato de enfocarme en calmar sus miedos
más que en tratar de explicar lo inexplicable.
Algunas veces digo cosas que ni yo misma estoy segura de creérmelas. En esos momentos, los niños necesitan esperanza más que la verdad. No puedes explicarle la muerte a un niño que justo está empezando a aprender qué es la vida.
Cuando mi hijo perdió a sus dos primas, estuvo mucho tiempo preguntándome dónde estaban y por qué. Le respondí que cada vez que eche de menos a alguien, mire al cielo, a donde han ido a vivir con su familia.
A veces lo sorprendo mirando al cielo y me pregunto qué pensamientos
estarán pasando por esa cabecita tan pequeña. No puedes describir la
destrucción cuando todo lo que deberían de estar descubriendo del mundo
tendría que ser su belleza. Así que los abrazas, les secas las lágrimas y
les prometes un mejor día, incluso si no estás segura de que ese día
vaya a llegar.
¿Qué sonidos del genocidio la siguen acompañando?
Hay
sonidos que jamás te abandonan, incluso cuando cesan las bombas. Un
simple ejemplo: Durante el llamado cese al fuego, los bombardeos se
volvieron menos frecuentes. Un día llovió y tronó. Eran simples truenos,
los habituales cuando hay una tormenta. Pero cada vez que escuchábamos
un trueno, volvíamos a experimentar el miedo y la ansiedad propios de un
bombardeo. No sabíamos distinguir si era una bomba o un trueno.
Nuestros cuerpos reaccionan antes de que nuestras mentes puedan pensar o
discernir entre los diferentes sonidos. Los truenos, que antes
sentíamos naturales o incluso como algo placentero, ahora nos preocupan
tanto como un ataque aéreo.
El primer capítulo está acompañado de la imagen de unas llaves. ¿Qué simbolizan?
Las
llaves en Gaza no son un simple objeto, son el símbolo de nuestros
hogares, de nuestra memoria… También representan el dolor por todo lo
que hemos perdido y el sueño de volver. Incluso, cuando ya no queda nada
de lo que fueron nuestras casas, siguen con nosotros porque simbolizan
la promesa que nos hemos hecho a nosotros mismos de que algún día
volveremos a los lugares que viven en nuestros corazones.
¿Es posible describir con palabras el hambre, el desplazamiento, vivir bajo una lona…?
Es
muy duro y difícil describir con palabras todas estas experiencias. El
hambre no es únicamente la ausencia de comida. Es un dolor constante que
te acompaña allá donde vayas. Es ver a tus hijos llorar por algo que no
les puedes dar. Es el sentimiento de culpa que te aprieta el pecho
cuando tienes que dividir un pedazo de pan entre muchas personas
sabiendo que nunca será suficiente. El hambre te debilita físicamente,
pero te rompe emocionalmente.
Vivir en una tienda es vivir sin paredes, sin privacidad, sin
protección de ningún tipo. Significa dormir sobre el suelo, expuestos al
frío, al calor, a la lluvia. Cualquier sonido exterior se convierte en
una amenaza, y cada noche se hace más larga que la anterior.
El
desplazamiento es una herida que nunca cierra. Te arrebata tu
estabilidad, tu identidad, tu sentido de pertenencia. Te conviertes en
un visitante a cualquier sitio que vayas, incluso en tu propia tierra.
Pero sigues caminando porque no te queda otra opción más que sobrevivir.
¿Qué significan ahora para usted la lluvia y el invierno?
El
invierno solía ser mi estación favorita. Ahora es sinónimo de miedo, de
tiendas anegadas por el agua, de ropas empapadas, tiritar bajo la
lluvia sin un techo que te proteja, sin mantas para calentar o abrigar a
tus hijos. Supone permanecer todas las noches despierta preguntándote
si tus hijos tendrán frío, si sus frágiles y pequeños cuerpos podrán
soportar el aire helador.
El verano tampoco significa vacaciones o días de juego en la playa.
Ahora la arena duele y provoca angustia. El verano es sinónimo de calor
insoportable, sin agua fría ni ninguna otra forma de refrescar a tus
hijos. El sol es otro tormento al que hemos tenido que sobrevivir.
¿Cómo describiría el embarazo y dar a luz en una tienda, bajo bombardeos, sin comida, bajo constantes órdenes de evacuación?
Es
inhumano, cruel e injusto. Es un castigo colectivo que nadie debería
vivir. En cada contracción sobrevuela el miedo por tu vida, por la vida
de ese hijo que está por nacer. Dar a luz en estas condiciones es un
acto de coraje y un recordatorio diario de la injusticia que nos rodea.
El libro pone en valor el rol de las mujeres palestinas, que
llevan en sus cuerpos el peso del trauma pero aún así sonríen a sus
hijos para que recuerden qué es el amor.
Las mujeres
palestinas siempre han desempeñado dos roles simultáneos que apenas
aparecen en los medios: son actores políticos centrales y las
principales artífices de la supervivencia diaria. Antes del genocidio
participaban activamente en la sociedad civil, en la educación, en la
defensa de los derechos humanos, lideraban sindicatos…
Con el genocidio, su papel se volvió aún más esencial e invisible. Son la columna vertebral de la supervivencia.
Uno de los capítulos está dedicado a tres mujeres: Malak, Raeda y Alaa. ¿Qué representan para usted?
Malak
era mi prima, una joven universitaria cuyo único sueño era aprender.
Representa a cada niña palestina que cree en la educación como camino
hacia la dignidad y la prosperidad. Su muerte es la pérdida de un futuro
que debería haber sido protegido, no arrebatado.
Raeda, también
mi prima, era madre de tres niños pequeños. Representa a las
innumerables madres que llevan el peso de la supervivencia sobre sus
hombros. Murió buscando harina para alimentar a sus hijos: un acto de
puro amor. Su historia muestra cómo las mujeres a menudo mueren
realizando el trabajo silencioso y cotidiano que mantiene vivas a las
familias.
Y Alaa —Lolo—, mi cuñada, era cariñosa, amable y
profundamente sensible. Murió con toda su familia: sus hijos, su esposo,
sus suegros. Para mí, simboliza la calidez irremplazable de la familia.
Estas
tres mujeres encarnan la educación, el sacrificio, la maternidad, la
valentía. Detrás de cada número hay una mujer con sueños,
responsabilidades y una familia que la amó. Son la razón por la que
escribo: para que sus vidas, no solo sus muertes, sean recordadas.
¿Qué les diría a quienes aún siguen callando o mirando hacia otro lado?
Que
seguimos aquí. No gracias a su ayuda, sino a pesar de su silencio. Así
que, cuando la guerra termine, las cámaras se alejen y el mundo siga
adelante, recuerden esto: Gaza recuerda quién habló, quién guardó
silencio y quién olvidó. Puede que estemos enterrados bajo los
escombros, pero nuestras voces se alzarán entre el polvo. Porque la
verdad vive más que el silencio.
Su hija Rose acaba de cumplir tres años. ¿Cómo ha vivido este cumpleaños?
Sus
dos primeros años estuvieron marcados por bombardeos constantes: noches
en las que las ventanas temblaban, días en los que el cielo traía
sonidos que ningún niño debería oír. Nunca ha conocido una vida sin
miedo.
Como madre, esta ha sido la parte más dolorosa: saber que
sus primeros recuerdos están marcados por la ansiedad, que aprendió
antes el significado de la palabra peligro que otras.
Esta experiencia es trágicamente colectiva. Todas las madres gazatíes compartimos el feroz instinto de proteger a nuestros hijos y el dolor de no poder darles la infancia que se merecen. En Gaza medimos el tiempo de forma diferente: no en meses o hitos, sino en los días que nuestros hijos sobreviven.
El tercer cumpleaños de Rose es algo más que un cumpleaños. Es un acto silencioso de desafío; incluso en las condiciones más duras, nuestros niños continúan creciendo, riendo y recuperando un pequeño pedazo de lo que significa estar vivo.
¿Cómo está siendo su vida diaria tras el alto el fuego?
Incluso después del alto el fuego, nuestra vida cotidiana está marcada por la falta de las necesidades más básicas. Seguimos esperando una oportunidad real para reconstruir una vida en la que puedan crecer en paz y soñar sin miedo. Esa esperanza es lo que nos impulsa a seguir adelante.


