Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
En una charla coorganizada por el asesinado activista Lokman Slim, el expreso político sirio Yassin al-Haj Saleh sostuvo que, para comprender el “politicidio” del pueblo sirio a manos del régimen de Asad, es fundamental abordar su “política penitenciaria”.
[Nota del editor: El texto siguiente es la adaptación de una charla ofrecida por el autor el 10 de noviembre de 2020, en un evento coorganizado por la Universidad de Colonia y el Foro Penitenciario MENA, fundado por los activistas Lokman Slim y Monika Borgmann, que asistieron online al debate. Slim fue asesinado a principios de este mes en el Líbano. El autor dedica el texto a su memoria.]
[Nota del autor: Supongo que los organizadores de este evento se acercaron a mí para que diera esta charla sobre las prisiones y la violencia política en Siria porque imaginaban que yo era una “autoridad” en esos temas y que me resultaría bastante fácil hablar de ellos. No lo es. Nunca lo ha sido. En realidad, es incluso más duro ahora tras la aplastante última década. Mi experiencia personal es ya prehistórica, y la historia en curso necesita de un pensamiento, un lenguaje y una sensibilidad nuevos; no es una tarea nada fácil, pero merece la pena intentarlo. Nuestra condición de diáspora sugiere que ese nuevo enfoque sería posible si insertamos nuestras experiencias traumatizantes, viejas y nuevas, en un contexto más amplio de experiencias similares. La debilidad fundamental de nuestra “literatura penitenciaria” siria es que está prisionera en Siria; y no puede referirse nunca a otras literaturas. Parece que los traumas, ya sean individuales o colectivos, vinculan a las personas a sus propias historias, de las que siempre se piensa (erróneamente) que son únicas. Si el concepto de trauma tuviera lenguaje, declararía su singularidad y afirmaría ser un comienzo absoluto. Es preciso resistirnos a esto, y la condición de diáspora hace posible la resistencia. Creo que la literatura que hemos producido podría considerarse como expresiones de la fijación en torno a nuestras experiencias traumáticas, la resistencia ante las mismas y los esfuerzos sanadores.
En la charla que se expone a continuación he señalado algunos elementos de este contexto más amplio, con el objetivo de “desprovincializar” la condición siria (tomo prestado el término de mi amigo Joachim Häberlen) en lo que parece ser cada vez más un mundo sirianizado.]
Permítanme, en primer lugar, exponer algunas observaciones temporales básicas sobre Siria. La familia Asad lleva gobernando el país desde hace medio siglo; un período más largo que el mandato de la RDA en Alemania Oriental y la época del apartheid en Sudáfrica. En estas cinco décadas, Siria ha sido testigo de dos guerras internas, además de la guerra de 1973 con Israel: la primera guerra siria (IGS), de 1979-1982; y la segunda guerra siria (IIGS), que lleva en curso casi diez años, casi lo mismo que la Primera y la Segunda Guerra Mundial juntas. En el contexto de la IGS, decenas de miles de sirios pasaron períodos más largos en la cárcel que toda la era del Tercer Reich en la historia alemana. Yo fui uno de ellos. Las víctimas de la IIGS se cuentan por cientos de miles, lo que quizá supone que un 3% de la población total ha sido asesinada, y un número desconocido de personas están arrestadas, torturadas y desaparecidas. Durante el juicio actualmente en curso en Koblenz, Alemania, un enterrador sirio se refirió en su testimonio a “millones” de cadáveres. Yo mismo no puedo dar fe de esa cantidad, creo que no conocemos realmente la cifra total de víctimas de la tortura. En un informe publicado en agosto de 2020, la Red Siria por los Derechos Humanos estimó el número de personas desaparecidas por la fuerza en Siria en cerca de 100.000. Por mi parte, temo que muchas de ellas no estén ya vivas.
Además, el dominio dinástico de los Asad está garantizado por el momento ahora que se ha convertido en un protectorado ruso-iraní abiertamente desnacionalizado. Después de todo este derramamiento de sangre, este cambio puede revitalizar el régimen y extender la vida útil de su maquinaria de matar durante otra generación o más.
Pero, ¿qué fue lo que condujo ante todo a esta compleja crisis nacional y de ciudadanía crónicas en la más antigua de las repúblicas árabes?
En parte se debe la política penitenciaria, donde la prisión es una institución política fundamental, cuya función es despolitizar a la población; de hecho, se encarga de politicidarlos. El concepto de politicidio se introdujo en la ciencia política en la década de 1980 para conceptualizar el asesinato de personas en masa a causa de sus afiliaciones políticas en lugar de sus identidades nacionales, étnicas, raciales o religiosas mencionadas en la Convención sobre Genocidio adoptada por la ONU en 1948. Sin embargo, aplico el concepto al asesinato de personas políticamente con, o sin, asesinato físico. A lo largo de la década de 1980 en Siria, se practicaron ambas formas de politicidio: los izquierdistas fueron asesinados políticamente, mientras que los islamistas fueron asesinados tanto a nivel político como de comunidad política. Sin embargo, decir esto es correr el riesgo de enmascarar el hecho de que, en general, todos los sirios fueron también objeto de politicidio. Apenas había un solo sirio que no padeciera el aparato de seguridad del régimen de alguna forma; ya fuera emplazándolos a una de las ramas del extenso archipiélago de la seguridad, sometiéndolos a un “estudio de seguridad” mientras estaban en la universidad o al solicitar un trabajo o un pasaporte. El infame “muro del miedo” es el miedo interiorizado, que toma la forma de una barrera sólida que separa a las personas, a veces incluso dentro de la misma familia.
Sin embargo, la prisión es sólo uno de los componentes de un complejo que lo abarca todo: la tortura, la violación, las masacres y las desapariciones son otros métodos de politicidio que se practican, siempre con total impunidad para los perpetradores.
En sí misma, la palabra “cárcel” puede resultar engañosa en el contexto sirio. Se podría diferenciar entre cárceles externas e internas, en paralelo con la diferenciación entre estados externos e internos. (El primero es principalmente el gobierno, que carece de poder real, mientras que el segundo es el complejo político-financiero de la seguridad que representa la verdadera sede del poder). Las cárceles externas son aquellas en las que los familiares de los reclusos conocen su paradero, e incluso pueden visitarlos con regularidad. En estas cárceles, el castigo físico es raro. Los reclusos de las cárceles internas, por el contrario, están completamente separados del mundo exterior; su paradero es desconocido para sus familias, que ni siquiera saben si están vivos o muertos. En estas cárceles, los presos, hambrientos y desesperados, son torturados aleatoriamente. En realidad, no son cárceles, sino campos de tortura y exterminio. Fueron el hábitat de la mayoría de los islamistas. En los años de Asad père, la prisión/campo interior era Tadmor (Palmira), mientras que en la era de su hijo es Saydnaya. Muslimiyah y Adra son cárceles externas. En otros lugares, las personas también están encarceladas en las ramas de seguridad durante períodos de semanas, meses o incluso años. El veterano comunista Riad al-Turk pasó diecisiete años y medio en uno de esos lugares. Después del levantamiento de 2011, esas ramas de la seguridad se convirtieron también en campos de exterminio.
Después de 2011 el sistema carcelario interno se convirtió de hecho en la norma. A partir de esa fecha, los detenidos podían ser gente común, no era necesario ser afiliado ni simpatizante de un partido político. La terrible historia de Omar Alshogre merece ser vista y escuchada por todos (hay muchos videos sobre él en YouTube). Este adolescente de la aldea de al-Bayda, en el gobernorado de Tartus, que fue el lugar de una gran masacre en mayo de 2013, cuando unos 250 civiles murieron asesinados por militantes prorégimen, fue arrestado al menos siete veces. Su última detención le condujo hasta la infame prisión de Saydnaya, donde pasó tres años. Solo le liberaron una vez que su madre pagó 20.000 dólares a un oficial de seguridad. Su padre, dos de sus hermanos y muchos de sus primos habían sido asesinados en varias masacres o bajo tortura en la cárcel. En estos momentos tiene 25 años y ha iniciado su primer año en la Universidad de Georgetown en Washington, D.C.
Para quienes saben poco sobre la política siria en la era baazista, podría mencionarse de pasada otra institución politicida en el país, representada por el llamado Frente Nacional Progresista, que se estableció en 1972, aparentemente como una especie de paraguas para la participación política. Pero esta cárcel dorada no era más que una forma paralela de muerte política, que se sumaba al archipiélago de los centros de detención. La diferencia radica en que este aparato estaba destinado a quienes se mostraran dispuestos a autoexterminarse. Menciono esta inútil institución solo para decir que Siria era en general una prisión gigante incluso antes del levantamiento de 2011, y mucho más a partir de entonces. Nadie vive fuera de esta cárcel, incluidos los leales al régimen.
Esta metáfora de prisión gigante, o cárcel más grande, se introdujo después de que mucha gente saliera de las cárceles. Supone una experiencia generalizada en prisiones más pequeñas; las muchas prisiones en las que sirios de diversos orígenes estuvieron años encerrados. También significa que, de hecho, los presos nunca eran realmente liberados; la liberación de los presos políticos era simplemente una transición de una celda a otra, aunque mucho más grande. El propio régimen era partidario de describirlo de esta manera, hablando de “amnistía presidencial” cada vez que a alguien se le permitía salir. No estás fuera de la cárcel porque ese sea tu derecho, sino porque el misericordioso y paternal presidente se ha dignado perdonarte.
La cárcel más grande significa también que conseguir salir de una cárcel más pequeña no representa una historia de libertad, o una victoria de quienes luchan por una Siria sin prisiones políticas. Otra conclusión es que la cárcel ya no es una excepción, una experiencia desafortunada que golpea a una minoría de personas. Se ha convertido en la regla, la ley general bajo la cual vive toda la población.
La cárcel más grande capta bien la condición siria de politicidio. Escuché esta expresión a Riad al-Turk, quien pasó sus días en confinamiento solitario. Pero parece existir también en el contexto egipcio. El joven escritor y exprisionero egipcio Ahmed Naji se refirió a su país como una cárcel muy grande en su libro reciente, Hirz Mkamkim. Las estructuras del imaginario político tienden a ser idénticas en el mundo árabe.
Después del levantamiento sirio, el complejo politicida antes mencionado de detenciones, torturas, violaciones, masacres y desapariciones ha adquirido mucha más brutalidad que en la primera ronda de la IGS. Se ha convertido en lo que Jules Etjim llama una tanatocracia; gobernar para producir la muerte violenta de los gobernados. Lo que debe concluirse del complejo politicida es que la experiencia siria durante el último medio siglo no pertenece a la categoría general de opresión o dictadura, ni siquiera a la forma posestalinista de totalitarismo soviético. Se corresponde más bien con la categoría exterminadora; la de la Alemania nazi y la Rusia estalinista. Esto es importante porque antes del levantamiento sirio tendíamos a pensar en Siria como un mero régimen semitotalitario, como la RDA. Nos llevó varios años poder meditar sobre estos temas después del levantamiento, y todavía no hemos desarrollado la obra literaria que posicione a Siria dentro del contexto de los Estados genocidas y exterminadores. Esta línea de pensamiento y sensibilidad merece más atención por parte de nosotros, los sirios de la diáspora.
Para poder comprender el inmenso éxodo sirio que se inició desde principios de 2013 hacia los países vecinos de Siria y más allá, debe tenerse en cuenta la idea de una gran cárcel y de un encarcelamiento de por vida en su interior. Este éxodo se produjo después de que la ventana de esperanza que abrió el levantamiento sirio durante un año o dos se cerrara de manera contundente. Aproximadamente el 30% de la población huyó del país, y es bastante seguro que se irían muchos más si tuvieran la oportunidad de hacerlo. El país se ha convertido en una patria de personas sin hogar y sin esperanza, sin la más mínima promesa de justicia. Medio siglo sin cambios, casi una eternidad, es fuente de intensa desesperación.
Lo que tienen en común los diferentes lugares de la geografía siria del terror es que se te niega el más mínimo conocimiento sobre tu destino. O nunca te llevan ante los tribunales o solo sucede después de muchos años de detención. Incluso si recibes una sentencia, no hay garantía de que seas liberado al terminar de cumplirla. La cárcel nunca ha sido una institución legal en la Siria de Asad; es una institución política, con una imprevisibilidad inherente como parte integral de esa política. El régimen está diseñado de tal forma que niega a la población la capacidad de prever y planificar su futuro, ocupando para ellos el papel de una deidad indescifrable. El impacto terrorista de no saber qué va a sucederte, la absoluta imprevisibilidad, ha sido siempre un método muy poderoso de politicidio. Tiene un impacto destructivo en las familias y en los vínculos sociales, además de producir desesperación.
Concluyo volviendo a las observaciones temporales hechas al principio, para dar una idea de la estructura del tiempo en la cárcel más grande. Las observaciones dan la impresión de un tiempo lento, marcado por la ausencia de cambios. Lo cierto es que la abad (eternidad) siria se logra mediante la dinámica de la ta’bid: eternización. Hay grandes diferencias entre regímenes exterminadores y “meramente” opresivos, y las políticas de eternidad son un ejemplo esencial. En árabe existe una conexión etimológica entre abad (eternidad) e ibada (exterminio); una observación que apoya la hipótesis de que permanecer en el poder para siempre es imposible sin la amenaza permanente de las masacres, cada una de ellas mayor que la anterior, en un proceso que conduce inexorablemente a otras aún más grandes. Esta es quizás otra diferencia entre la política de exterminio y el gobierno “meramente” dictatorial.
A través de la abad y la cárcel más grande, la tanatocracia asadista ha creado posibilidades hasta ahora inimaginables para politicidar a la gente; un hecho que ya ha empoderado a otras juntas que gobiernan en Oriente Medio y ha debilitado aún más los movimientos populares. El Egipto de Sisi va por el mismo camino.
A lo largo de estos 50 años, o más bien 57 años (el 96% de los sirios tienen menos de 60 años), los sirios han vivido en un tipo peculiar de presente; por un lado, se les impide prever el futuro y se les niega cualquier promesa de cambio; por otro, no pueden perdonar, no solo porque no se les ha invitado a hacerlo, sino también por la naturaleza impune de los delitos cometidos contra ellos (me refiero aquí a Hannah Arendt). Es como estar sitiados por dos de los ángeles de la historia de Walter Benjamin; uno que impide que se supere el pasado, y otro que impide que llegue el futuro. Esta es la estructura del tiempo en las cárceles absolutas o internas, donde el espacio está cerrado al mundo y el tiempo aplasta de forma abrumadora a los presos.
Sin embargo, no se trata de la ausencia de cambios en Siria, sino de la ausencia de los sirios del cambio. En la última década, Siria ha cambiado mucho más de lo que querríamos y de lo que el régimen pensó que cambiaría. Y el proceso de cambio está aún en curso. Lo más siniestro de este cambio es la insidiosa continuidad de la máquina exterminadora y el hecho de que no podemos prometernos, ni esperar que nadie nos prometa, que los sufrimientos por los que hemos pasado sean los peores que vamos a experimentar, que lo peor ha quedado ya atrás. Las palabras “nunca más” aún están por decirse en Siria.
Yassin al-Haj Saleh es un escritor sirio, expreso político y cofundador de Al-Jumhuriya. Su último libro es “La revolución imposible” (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo).
Fuente:
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