Recomiendo:
0

Perfil de Bachar Al-Assad, presidente de Siria

La réplica del León de Damasco

Fuentes: Aish

Bachar al Assad es el segundo de los cinco hijos que tuvieron Hafez al Assad y Aniseh. Nació el 11 de septiembre de 1965 en Damasco. Protegido por una familia que desde el golpe de Estado de 1970 convirtió Siria en su propiedad, Bachar al Assad vivió hasta 1994 una vida de privilegios sin las […]

Bachar al Assad es el segundo de los cinco hijos que tuvieron Hafez al Assad y Aniseh. Nació el 11 de septiembre de 1965 en Damasco. Protegido por una familia que desde el golpe de Estado de 1970 convirtió Siria en su propiedad, Bachar al Assad vivió hasta 1994 una vida de privilegios sin las preocupaciones del que algún día tendrá que asumir el mando y seguir defendiendo el espacio conquistado por su progenitor.

Estudió primaria y secundaria en el Instituto Al Hurriya de la capital y en 1988 se licenció en Medicina General en la Facultad de Medicina de Damasco especializándose en oftalmología. Alejado del interés por el poder, su padre le autorizó para desplazarse a Londres para continuar la especialización de su profesión en el Western Eye Hospital donde trabajó en el tratamiento del glaucoma. Vivió durante casi dos años con un nombre falso, sin escoltas visibles y haciendo la vida normal que el anonimato le permitió.

Pero todo aquello queda muy lejano, casi olvidado, cuando se observa a la persona en la que se ha convertido el discreto y prudente hijo del ex presidente sirio. Bachar al Assad atraviesa en este verano de 2011 el momento más complejo y arriesgado de su acomodada carrera como presidente del país, aunque su apacible vida dio el primer giro radical mucho antes, cuando en enero de 1994 su hermano mayor, Basil, murió en un accidente de tráfico.

El heredero designado de la presidencia, con un carácter mucho más fuerte y una determinación por conservar el poder cultivada desde la infancia por un padre calculador, quedó frustrada en ese accidente de tráfico en el que Bachar al Assad no sólo perdió a su hermano sino que también tuvo que renunciar para siempre a la vida que acababa de comenzar, al destino que había tenido la suerte de elegir. Tras 29 años de libertad y privilegios sin responsabilidades, Bachar al Assad tenía que adaptarse a marchas forzadas a los requisitos que suponían suceder a su padre y realizar una auto-limpieza cerebral rápida para olvidar que hubo un momento de su vida en el que pudo decidir sus planes de vida y llevarlos a cabo.Durante los siguientes cinco años Hafez al Assad se asegura de que el poderoso partido Baaz (socialista secular) no rechazará a su candidato, por eso sigue un estricto programa para ir ascendido de forma acelerada los rangos del Ejército necesarios para poder dirigir el país y ser respetado por la élite nacional. Cuando fue nombrado general del Estado Mayor y jefe Supremo de las Fuerzas Armadas el partido único le presentó como su candidato a la Presidencia de la República. El trámite popular con el que se ratificó la decisión de la cúpula del poder del país se celebró el 10 de julio de 2000 (ganó con un 97,2% de los votos y 7 años después con un 97,6%) y tomó posesión de su cargo una semana más tarde.Bachar al Assad, el líder más joven que hereda la presidencia de un país árabe (a los 34 años, por lo que el Majlis al Shaab (Parlamento) rebajó de 40 a 34 la edad para poder presentarse) comenzó a dirigirse a la nación con un tono diferente. Algunos analistas califican ese cambio de actitud como «reformista», aseguran que en los enrevesados discursos con los que el régimen sirio siguió dirigiéndose a la sumisa (a base de represión) nación, había un aire fresco, la intención de modificar parte de los estrictos pilares en los que se había asentado el poder durante 30 años. No es que Bachar al Assad pretendiera, ni pudiera (por las presiones del entorno), cambiar la dictadura heredada sino que quería adaptarla a un estilo que pudiera engañar lo suficiente a Occidente para terminar con el aislamiento y provocar mayores oportunidades en el país.Ni siquiera en el primer discurso de Bachar al Assad (en el año 2000) existía una determinación completa de reforma, aunque sin duda generó ese sentimiento de esperanza tan necesitado en la región, y que a menudo suele maximizarse para creer que el cambio también es posible en los países sometidos a estrictos regímenes autoritarios.

Los últimos once años de la transparencia pública de Bachar al Assad no han sido fáciles. A penas dos meses después de que llegase al poder estalló la Segunda Intifada, conocida como la de Al Aqsa (se desató después de que el entonces primer ministro israelí Ariel Sharon visitase la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén, un signo de provocación que colmó la paciencia de los jóvenes palestinos). Un año más tarde los atentados del 11-S en Estados Unidos cambian la estrategia antiterrorista de la primera potencia del mundo arrastrando en su «guerra conmigo o contra mí», que con meridiana simplicidad decreto George W. Bush, a todos los que se opusieran a la lógica sin pruebas que llevó a EEUU y Gran Bretaña a invadir Iraq.Bachar al Assad, cuyo padre ayudó a terminar con la ocupación de Kuwait en la primera guerra del Golfo (1991), no dudó en defender que en Iraq no había armas de destrucción masiva y en pedir un movimiento más efectivo a la Liga de los Países Árabes para intentar impedir la invasión. En el delicado equilibrio de intereses siempre activo en Oriente Próximo y entre los países árabes, Bachar al Assad no actuaba tanto en defensa de Iraq, un país con el que mantenía importantes diferencias, sino como medida de prevención de cara a una posible extensión del conflicto por su frontera este al haber sido incluido por EEUU entre los países del «Eje del Mal» (Libia, Cuba y Siria).

Observando las cinco fronteras de Siria se aprecia con claridad las dificultades a las que se enfrentó Bachar al Assad en sus primeros años en el poder. La inestabilidad de Líbano, donde desde 1976 Siria tenía 35.000 soldados que asegurasen e impusiesen el status quo pro-sirio, se institucionalizó en 1991 con el Tratado de Hermandad, Coordinación y Cooperación con el que quedaba constancia de la dependencia en la toma de decisiones y desarrollo del Líbano respeto a Siria. Una situación que cambió radicalmente tras el atentado contra el entonces primer ministro Rafik Hariri el 14 de febrero de 2005 en el que pierde la vida junto a otras 22 personas. La «Revolución del Cedro» obliga a Siria a acelerar la retirada de sus efectivos militares del territorio libanés y a capear con las primeras acusaciones de su presunta implicación en el asesinato de Hariri. Algo que el Tribunal especial de la ONU del caso Hariri acabó desestimando al concluir que fue un ajuste de cuentas interno y que varios cargos de Hezbollah estuvieron presuntamente involucrados. También la relación con Israel, que ocupó los Altos del Golán en la Guerra de los Seis días de 1967, ha evolucionado hacia un callejón sin salida marcado por algunos momentos de tensión que hacen prever que la posible normalización esté más lejos que nunca. Damasco acoge las oficinas del movimiento islamista palestino Hamás en el exilio y apoya al Partido de Dios (Hezbollah) en Líbano, hechos difícil de asumir por el Gobierno hebreo.

La relación con Turquía, con quien comparte a una minoría kurda tratada con el mismo rechazo por ambos países, existe una relación directa, incluso de amistad personal entre el primer ministro Tayib Erdogan y Bachar al Assad a pesar de que los intentos de Turquía por acercarse a Europa y demostrar que respetan los derechos humanos están muy alejados de los parámetros con los que Al Assad gobierna su país.Son dificultades centradas en las fronteras que han obligado a Bachar al Assad a mantenerse alerta pero quizás el mayor reto, al que realmente se ha tenido que enfrentar desde el asombro y con escasa capacidad de maniobra, ha sido la rebelión interna que su pueblo comenzó el 26 de enero de 2011 pidiendo que se implementasen las reformas políticas y económicas (no solo la privatización de bancos y la apertura de las exportaciones) que prometió cuando accedió al poder.

La primera gran prueba de los jóvenes y activistas que contagiados por los aires de cambio en Túnez y Egipto, se organizaron fue el 4 y 5 de febrero de 2011. Los servicios secretos, la mujabarat (se cree que hay un agente por cada 150 ciudadanos adultos y varios cientos de miles de informadores) lograron abortar la incipiente convocatoria. Pasaron varias semanas en las que el fuerte aparato represivo del régimen calentó máquinas y movilizó a los shabija, la milicia alauí (es la minoría a la que pertenece el clan Al Assad; una creencia que combina el islam chíi con elementos paganos pre-musulmanes, doctrinas esotéricas y aspectos del cristianismo) de obreros y campesinos, para que todo el que estuviese pensando que había llegado el momento de los sirios, que también tenían derecho a cambiar la relación con sus dirigentes, abandonasen cuanto antes esas ideas. La primera convocatoria fue un fracaso rotundo que hizo que Bachar al Assad se confiase, pero la generación de jóvenes educados en el exterior, muchos en Estados Unidos, pero con fuertes lazos en el interior, siguieron trabajando y asentando la base de un movimiento (que se ha organizado a través de los Comités Locales de Coordinación) para que a mediados de marzo, aprovechando un grave incidente con un grupo de adolescentes que pintaron en un muro de Deraa (al sur del país, junto a la frontera con Jordania) que querían la caída del régimen y fueron detenidos, torturados, mutilados y devueltos los cadáveres a sus padres un mes después de su desaparición. Así prendió la mecha de la indignación y humillación que seis meses después, el supuesto buen talante y aspecto conciliador del presidente sirio no parece capaz de apagar.Descrito por los analistas árabes que le han entrevistado o con los que ha conversado, como un hombre «relajado, de carácter benigno y algo tímido», Bachar al Assad ha encarnado desde la primavera de 2011 al líder que de forma acelerada creó su padre para asegurarse de que en los momentos decisivos no dudaría en llegar hasta el final para defender su poder.

Las opiniones sobre lo que está moviendo a Bachar al Assad a un enfrentamiento tan brutal contra su pueblo, a esa imposición absoluta a través de la violencia, apuntan a todas las direcciones. Desde los que aseguran que finalmente se ha quitado la máscara para aparecer como un «digno hijo de su padre» y se ha transformado en el nuevo «León de Damasco» (Assad en árabe significa «león» y era el calificativo con el que se identificaba a Hafez al Assad, padre del actual dirigente), a los que opinan que está atado de manos y pies, siguiendo los dictados de su entorno, de la fuerte estructura de poder (básicamente militares de alto rango alauíes, el incuestionable aparato securitario que domina el país) que están llevando a cabo una batalla por su supervivencia en la que no están dispuestos a hacer ninguna concesión.

El halo aperturista de Bachar al Assad, casado con una economista joven independiente, Asma al -Akhras, educada en Londres, y con la que ha tenido tres hijos a los que están educando en un entorno no tradicional, parece haber tocado techo. El 30 de marzo de 2011 Bachar al Assad entró en el Parlamento rodeado de aplausos y rostros sonrientes. Sin poder controlar ciertos tics nerviosos, una exagerada complacencia consigo mismo y deleitándose en un teatro patético de alabanzas y poemas dedicadas a su persona, al Assad apareció como un dirigente incapaz de asumir el reto de la realidad, flotando en una burbuja que cuatro meses después los manifestantes han explotado.

Mucho más serio, flanqueado sólo por seis banderas sirias, Bachar al Assad volvió a dirigirse a su pueblo el 20 de junio para confirmar que no habrá reformas mientras haya «caos y vandalismo» en las calles del país; mientras siguen las manifestaciones populares. El presidente elabora desde entonces su teoría conspirativa, con supuestas pruebas de contrabando de armas desde Jordania e Iraq, e imágenes de policías y militares asesinados y tirados al río Orontes (los mismos que la oposición y los manifestantes aseguran que han sido eliminados por el propio régimen cuando se negaron a disparar a la población, al desertar y unirse a las protestas).

En una larga entrevista al Wall Street Journal el pasado 31 de enero, Bachar al Assad describe la región como un lugar con «aguas estancadas, donde hay contaminación y microbios» por la inacción durante décadas. Una crítica que en ningún momento aplica a Siria porque consideraba que en su país sí que se ha escuchado al pueblo, y que, tanto el poder como los ciudadanos, comparten una única visión crítica hacia Israel y Estados Unidos, a favor de la resistencia de los pueblo. El Assad que a principios del siglo XXI abogaba por el respeto de los derechos humanos, por la lucha contra la corrupción y la necesidad de una política exterior abierta y una economía más allá de las exportaciones del petróleo (suponen el 70%), que impulse la deteriorada economía del país; parece haber desaparecido.El joven dirigente que en 2001 introdujo Internet en su país, peleándose con los sectores más conservadores del entorno heredado de su padre, para que hubiese ciber cafés y los niños tuvieran acceso a las nuevas tecnologías en las escuelas; lucha ahora contra sus principios, cortando no sólo el acceso a internet en varias zonas del país, sino también la electricidad y las comunicaciones telefónicas. Aunque este cambio no se ha producido de forma repentina, de hecho, ese es el argumento de los que aseguran que Bachar al Assad tiene muchas limitaciones para aplicar su forma de ser, su visión personal, a la dirección del Estado. En 2007 una ley obligaba en los ciber cafés a grabar todos los comentarios de los usuarios de los chats, y el acceso a los portales Wikipedia en árabe, Youtube y Facebook sufrieron bloqueos intermitentes entre 2008 y febrero de 2011.

Tras el primer mandato como presidente de Siria, hasta 2007, Bachar al Assad empezó a actuar y a hacer declaraciones que negaban hechos denunciados en informes de derechos humanos, como la existencia de «presos políticos» o la desaparición de disidentes. No queda rastro de la breve «Primavera de Damasco» donde se permitió la discusión y el debate al margen del Partido Baaz, los intelectuales se movilizaron y la reforma financiera terminó con el monopolio del estado permitiendo al creación de bancos privados y de una bolsa de valores. Esos aires de cambio apenas duraron unos meses, hasta que en agosto de 2001 una ola de arrestos terminó con los cabecillas del intento de cambio, y volvió a instaurarse, a triunfar, la tradicional corrupción y el poder securitario férreo que caracteriza al régimen sirio desde principios de los años setenta. Quizás fue en ese momento cuando Bachar al Assad perdió la oportunidad de aplicar las reformas de las que en alguna ocasión habló y que hoy están haciendo que se tambalee su poder.

En la compleja situación en la que se encuentra el régimen, cuando todas las miradas se concentran en el presidente Bachar al Assad, en las decisiones que se atreva a tomar y los pasos que le dejen dar, la persona que más engañada parece estar, por el desarrollo de los acontecimientos, es el propio dirigente sirio. Occidente ha reencontrado a la vieja guardia siria con la que el ex mandatario Hafez al Assad les obligó a enfrentarse, a digerir, pero Bachar al Assad, desde su burbuja de intenciones al inicio de su mandato y ese estado de limbo al que parece aferrarse ahora, parece ser el que menos dispuesto está a poner los pies en el suelo, aplicar el pragmatismo que aprendió en su contacto con los valores occidentales, y a reaccionar. Hace sólo siete meses, cuando se le preguntaba por esas «aguas estancadas» en la región, sobre Siria, respondía: «Necesitamos agua que corra pero la rapidez de la corriente, si es muy veloz puede ser destructiva y podemos tener inundaciones. Por eso debe ser una corriente suave».

http://www.aish.es/joomla/index.php/carlafibla/perfil/1451-carla-fibla