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La revolución energética

Fuentes: Rebelión

La inquietud provocada en la opinión pública venezolana por las recientes fallas o «apagones» en el servicio eléctrico nacional, ha vuelto a colocar sobre el tapete el tema del modelo energético más apropiado para el Socialismo del Siglo XXI. Tal y como lo ha reconocido el propio presidente Chávez, enfrentamos una deficiencia estructural en la […]

La inquietud provocada en la opinión pública venezolana por las recientes fallas o «apagones» en el servicio eléctrico nacional, ha vuelto a colocar sobre el tapete el tema del modelo energético más apropiado para el Socialismo del Siglo XXI.

Tal y como lo ha reconocido el propio presidente Chávez, enfrentamos una deficiencia estructural en la producción, transmisión y distribución de la energía eléctrica, como resultado del retraso en la ejecución de los planes de ampliación del sistema eléctrico nacional y en las tareas de mantenimiento de la infraestructura disponible.

Sin embargo, más allá de las deficiencias derivadas de una gestión -tanto pública como privada- ineficiente, los problemas del país en materia de suministro eléctrico constituyen apenas una muestra del callejón sin salida en el que se encuentra atrapado el modelo energético del capitalismo industrial a escala planetaria.

Por una parte, tres décadas de políticas neoliberales orientadas a la privatización y desregulación de los servicios públicos, han dejado como resultado un deterioro creciente en la operatividad y la calidad del suministro eléctrico y un incremento especulativo de las tarifas que deben pagar los usuarios. Esta contradicción entre facturas por consumo cada vez más elevadas e inversiones en infraestructura y mantenimiento cada vez más bajas, no tiene otra explicación que el afán de lucro que lleva al capital a operar, en todo momento, de acuerdo con la lógica del mínimo costo y la máxima ganancia. Los cuellos de botella que mantienen en jaque a la industria eléctrica en California, en Francia y en general, en todas las naciones industrializadas, son evidencias palpables del fracaso de un modelo de propiedad y gestión que se ha vuelto social y económicamente insostenible.

Por si fuera poco, el calentamiento global causado por el uso intensivo de los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) y los daños letales para la salud humana y el medio ambiente provocados por la radiación nuclear, nos están forzando a elegir entre nuestra autodestrucción en pocas décadas si seguimos por el camino que vamos o la construcción de un modelo energético alternativo basado en el uso de energías limpias, si aspiramos en verdad hacer viable la vida sobre la Tierra para las próximas generaciones.

Así las cosas, una auténtica Revolución Energética sólo tendrá posibilidades de éxito si se propone como objetivos: 1) el control estatal y social de la producción, el suministro y el consumo responsable de la energía eléctrica; 2) el reemplazo progresivo de las fuentes energéticas ecológicamente insostenibles como el petróleo, el carbón, el gas y la energía nuclear por fuentes limpias como la solar, eólica, geotérmica, hídrica y mareomotriz y 3) la sustitución de los cada vez más vulnerables e ineficientes sistemas centralizados de generación por una red de unidades más pequeñas de producción y distribución de la electricidad y otras formas de energía para el uso doméstico e industrial.

En definitiva, se trata de reemplazar, antes de que sea demasiado tarde, el paradigma energético depredador que ha servido de fundamento al capitalismo y al llamado socialismo real, por un nuevo modelo basado en la sustentabilidad ecológica, la participación comunitaria y la preservación de la vida y la justicia social como valores rectores de la economía en el Ecosocialismo del Siglo XXI.