Recomiendo:
1

Entrevista a Ariel Dacal, activista y educador popular

La Revolución y el «pacto social» en Cuba

Fuentes: Cuba Posible

En los últimos tiempos se ha vuelto a hablar en Cuba sobre el «pacto social». ¿Cree usted que es posible defender la idea de un «pacto social» alrededor de la Revolución cubana? En caso de que aceptáramos la tesis del «pacto» entre el pueblo y las fuerzas políticas que construyeron la Revolución, ¿qué cambios considera […]

  1. En los últimos tiempos se ha vuelto a hablar en Cuba sobre el «pacto social». ¿Cree usted que es posible defender la idea de un «pacto social» alrededor de la Revolución cubana? En caso de que aceptáramos la tesis del «pacto» entre el pueblo y las fuerzas políticas que construyeron la Revolución, ¿qué cambios considera usted que ha sufrido ese «pacto» desde 1959?

Un nuevo pacto social, más que un deseo loable, es una necesidad para la estabilidad del orden social. Está latente en cualquier proceso de reforma con el alcance del que acontece en Cuba, donde se diversifican los actores sociales, económicos y políticos, al tiempo que aparecen regulaciones y leyes que buscan ordenar las relaciones emergentes.

Este proceso se sucede con independencia del nivel de planificación que tenga y del tipo de participación que lo caracterice. Hablar de pacto social no se reduce a un único contenido posible, a un único sello ideológico ni sistémico. Incluye a grupos sociales diversos y, al menos, a las instituciones más representativas. No obstante, para que sea estable a más largo plazo, debe lograr ciertos niveles de legitimidad; la que resulta, en buena medida, de la calidad del proceso del cual emana y de la correlación de fuerzas de los sujetos que concurren.

Concientizar sobre la necesidad del pacto social añade otros matices al asunto. Implica tener claridad del lugar social desde el que se participa en el ajuste de los relacionamientos económico, social y político; los niveles organizativos para esa actuación y la capacidad de influir, directa o indirectamente, en la definición de políticas públicas.

Ciertamente las actuales condiciones difieren de las que sustentaron el pacto revolucionario iniciado en 1959, el cual removió de manera radical viejas relaciones de subordinación y explotación erigiendo, progresiva y contradictoriamente, un pacto social del que, por un lado, los sectores populares recibieron garantías de pleno empleo, una elevada protección social, condiciones materiales y espirituales de vida digna e inclusiva, índices de igualdad social sin precedente, niveles importantes de participación social en la política y garantías para la soberanía nacional. Del otro lado, se legitimó la centralidad política en el Estado/Partido, dirigido por la vanguardia revolucionaria, mediado por instituciones y organizaciones políticas y sociales como cuerpos de ese pacto, proceso que incluyó episodios democráticos de ajustes al orden establecido.

Pensar un nuevo pacto social alrededor de la Revolución cubana, más que discurrir de manera natural, necesita ser asumido como meta política clara. Deben ponerse en diálogo sus contenidos generales y específicos con las condiciones, presiones y tensiones que el escenario interno y externo le deparan. Dígase, por ejemplo, que es urgente pensar la viabilidad y métodos de algunas formas de hacer política revolucionaria, útiles antes e insuficientes ahora. Al mismo tiempo, evaluar el orden y alcance de las instituciones creadas en nombre del proyecto.

Varios datos de la realidad subrayan la necesidad de esa revisión. La expansión del sector privado, en menor medida del cooperativo, el reajuste del empresariado estatal y la actuación del capital foráneo, abren como interrogante: ¿cuáles serán los derechos y deberes de estos actores económicos, sus alcances y límites dentro del orden sociopolítico? Por otra parte, alcanza mayor densidad un entramado de activistas sociales, comunitarios, sectoriales, eclesiales que resignifican «lo revolucionario». ¿Qué pautas ordenarán su desempeño social? ¿Qué lugar ocuparán en la definición de políticas locales y nacionales? ¿Se diseñarán espacios institucionales permanentes para la inclusión de estos en la esfera política? ¿Lograrán una representación más orgánica en los ya existentes?

El contenido socialista del proyecto de la Revolución cubana exige priorizar, dentro del pacto social, la relación de empleadores, privados y estatales, con el mundo del trabajo; definir el carácter que tendrá, y quiénes y cómo participarán en su encuadre; reformular el papel de los sindicatos dentro del diseño político cuyo objetivo primero sea potenciar relaciones laborales que sustenten el empoderamiento de las trabajadoras/es. En este sentido ha de redimensionarse el carácter clasista tanto del Partico Comunista como del sistema del Poder Popular, y establecer dentro de los mismos una representación directa y porcentualmente elevada de la clase trabajadora.

  1. El proceso político cubano ha preferido «los revolucionarios» a «los ciudadanos», pero no ha quedado nunca claro cuáles son los límites de la Revolución ni de la conducta revolucionaria, porque por momentos se ha tratado del arrojo, la temeridad, el ímpetu, y otras de la disciplina, la unidad a toda costa, la confianza ciega en el Estado. Entonces, ¿qué sería ser revolucionario en Cuba en el 2018? ¿Qué quedaría dentro de la Revolución y que quedaría fuera? Me refiero a ideologías, prácticas, instituciones, relaciones sociales, normas jurídicas, maneras de contar nuestra historia, por mencionar algunos elementos.

Lo primero es comprender que el significado esencial del proceso histórico, «breve pero intenso», de la Revolución cubana, radica en la capacidad tremenda de ajustar, superar y radicalizar sus contenidos. Por ejemplo, no tiene sentido enfrentarse hoy a la esclavitud ni al colonialismo español, pero sí desafiar tanto viejas y recientes manifestaciones de racismo, como añejos y renovados intentos de colonización cultural bajo la égida del capital. Es decir, son parte de una misma lucha, de esencias iguales, pero de manifestaciones distintas.

Miremos otro ejemplo. El hecho de reconocer las insuficiencias de la estatalización como referente de la propiedad social sobre los medios de producción, no implica reconciliarse con la gestión y propiedad privadas que caracterizan determinadas formas de relaciones laborales explotadoras, sino plantearse nuevas formas de gestión y propiedad que consagren la posesión de quienes producen bienes y prestan servicios directamente.

Dígase, entonces, que ser revolucionaria/o es tener la capacidad de traducir en las circunstancias actuales los anhelos esenciales de justicia, libertad, igualdad y soberanía constitutivos del proyecto histórico de la Revolución cubana. Implica reconquistar el lugar político de los sectores populares, en general, y de los trabajadores/as, en particular. Pasa por actualizar el concepto de «pueblo» que Fidel esgrimió con lucidez revolucionaria en «La historia me absolverá» y proveerlo de nuevas formas políticas para su emancipación.

Ser revolucionario/a en Cuba es, siguiendo tu pregunta inicial, tomar conciencia de la necesidad de un nuevo pacto social y crear las condiciones para su realización, colectiva, participativa, democráticamente. Es concretar en las instituciones existentes, y en las que deben ser creadas, en la vida cotidiana y en nuestros afectos, un orden de relaciones sociales justo, humano, solidario, que apueste por la vida digna de toda la existencia.

Es comprender que, a pesar de que la Revolución siempre se enfrenta a fuerzas que la niegan, la atacan y la denigran, ser revolucionaria/o es desarrollar el don del discernimiento para saber dónde está el criterio y la práctica diferente, y dónde lo antagónico que, para existir, necesita remover el orden de justicia social; orden que supere las jerarquías indecentes, la desigualdad que denigra la dignidad, y al egoísmo que, hecho institución, deshumaniza.

No se puede aspirar a recrear el proyecto de la Revolución cubana sino se cree en la capacidad trasformadora, creativa y liberadora de la gente cuando es comunidad política, territorial, laboral, cultural. Ser revolucionario/a es entender que los valores emancipadores se educan y perduran en el testimonio de vida, en la práctica cotidiana, en el aprender haciendo, en toda la coherencia posible entre el pensar, el hacer y el sentir.

  1. El término «Revolución cubana» se usa como referencia al proceso de las guerras de independencia del siglo XIX, pero también se extiende hasta el momento cumbre de la rebelión popular de 1953 a 1958. De igual manera, y sobre todo desde el discurso de Fidel Castro acerca del 10 de octubre de 1968, se presenta como una misma historia de transformaciones y lucha social, que se inicia en La Demajagua y llega hasta la actualidad. Por último, se ha llegado a presentar como expresión de toda esta historia a la actual institucionalización estatal, al actual sistema político y al actual gobierno del país. Entonces, nos preguntamos: ¿qué es la Revolución? ¿Qué no es la Revolución? ¿Dónde está ella presente en las dinámicas del espectro político cubano? ¿Tiene el Estado el monopolio de la Revolución? ¿Son los funcionarios los únicos que saben lo que la Revolución necesita? ¿Qué quiere el pueblo de Cuba en febrero de 2018?

No me aventuro a responder qué quiere el pueblo en el 2018, pero sí creo que no podemos afirmar que hoy, necesariamente, este viva una profunda condición revolucionaria. Tiene potencialidades revolucionarias por los acumulados de una larga historia de luchas y de logros políticos, pero igual manifiesta signos de conservadurismo, de individualismo, de despolitización, de desmotivación por los proyectos colectivos, sociales, comunitarios. Esto prueba que el espíritu de la Revolución no es un Don divino, ni el pueblo una santidad eternamente ungida por este. Por el contrario, es un permanente desafío histórico a la conciencia y las prácticas políticas emancipadoras. Lo cierto es que si el pueblo no la siente como necesidad, poco podrá esperarse.

Sin negar lo antes dicho, quiero poner un ejemplo de lo que significa que un pueblo, con las contradicciones, matices y particularidades que lo caracterizan, retome de manera radical, al menos simbólicamente, su ser revolucionario. En sus dos últimos congresos el PCC se definió como heredero del liderazgo histórico de la Revolución. Un intento atendible por despersonalizar el sentido de lo revolucionario. Sin embargo, la muerte de Fidel devino en plebiscito espontáneo sobre ese postulado y el resultado fue la consigna «yo soy Fidel». Con ella, en realidad, la gente dijo «yo soy el sujeto potencial de la Revolución». Aun y cuando los contornos de esa sentencia son ambiguos, he aquí un dato alentador, aunque no definitivo, para la reelaboración del pacto social cubano.

Prefiero, entonces, alterar el postulado de esta pregunta y ubicar la reflexión no en qué es, sino dónde está la Revolución, la que entiendo más como espíritu, como sentido y contenido que como institución u orden imperecedero. Ella se concreta en una dimensión circunstancial. Lo que quiero decir es que la Revolución no está fuera del Estado y dentro de la sociedad, ni viceversa. No puede ser apresada eternamente en institución, persona, grupo social u organización alguna. Estas pueden, durante un período de tiempo, ser un referente importante, condensar en sus prácticas los contenidos revolucionarios vigentes, pero nunca proclamarse «la Revolución».

Lo que resulta un contrasentido revolucionario es prescindir del diálogo, de la revisión y actualización permanentes, de la reinvención de sus postulados. La Revolución, en sus formas políticas y en su contenido emancipador, no puede estar nunca fuera o por encima de los oprimidos/as, de su capacidad de autorrealización, ya sea en las luchas raciales, territoriales, de género, clasistas, nacionales. El espíritu, sentido, contenido revolucionario, se realiza en preguntas políticas concretas y actualizadas, cuyo alcance es más promisorio si las formula y la responde el pueblo directamente.

Fuente: http://cubaposible.com/la-revolucion-pacto-social-cuba-entrevista-ariel-dacal/