Los ataques de Israel han matado más de 2200 personas en Líbano en dos meses mientras desplazan a la fuerza las poblaciones de algunas de las grandes ciudades del país.
Líbano está sumido en el miedo. Las carreteras de las grandes ciudades del país registran atascos de forma frecuente con centenares de vehículos que avanzan lentamente hacia el éxodo y la incertidumbre. Ya sea en Beirut, en Sidón, en Baalbek o en Tiro, familias enteras cargan colchones y alfombras en silencio dejando atrás barrios bombardeados por las tropas israelíes. Los ataques de las Fuerzas de Defensa de Israel han dejado más de 2200 víctimas mortales en Líbano solo durante los meses de septiembre y octubre, y la sociedad civil del país ya ha entendido que no hay grandes actores internacionales preocupados por su destino.
El 23 de septiembre, el conflicto latente entre Israel y la milicia libanesa Hezbollah escaló a guerra abierta. Sólo durante ese día, los ataques de las tropas israelíes en Líbano provocaron más de 500 víctimas mortales. Durante las primeras semanas después de esa jornada, la ofensiva israelí ha bombardeado barrios y municipios donde asegura que existen posiciones o individuos de interés militar de la milicia libanesa Hezbollah. Durante las últimas semanas, Israel ha ampliado el foco y bombardea cualquier institución o persona que tenga relación con esta organización, que además de milicia armada es también la autoridad de facto de parte importante de Líbano, con instituciones financieras y médicas entre su potente entramado de servicios.
Avichai Adraee, portavoz de las tropas israelíes en lengua árabe, publica a veces mensajes de advertencia en la cuenta oficial de Twitter del Ejército antes de lanzar los bombardeos contra zonas residenciales. En estos mensajes suele indicar con mapas y flechas qué edificios serán bombardeados al cabo de unos pocos minutos. En ese breve periodo de tiempo, miles de civiles absolutamente desvinculados de cualquier actividad armada deben abandonar sus casas con lo puesto. Lo más habitual es que estos mensajes y estos bombardeos se produzcan de madrugada, dejando escenas de pánico con niños y personas mayores corriendo por las calles en plena la oscuridad, sin saber si sus casas sobrevivirán a una noche de bombardeos.
El intenso bombardeo aéreo y las órdenes de expulsión contra más de 100 municipios han conseguido desplazar centenares de miles de residentes del tercio sur de Líbano hacia el norte. Los dirigentes israelíes, de hecho, han advertido públicamente que cualquier vehículo que esté en movimiento al sur del río Awali —esto es, a decenas de kilómetros de la frontera con Israel— está en riesgo de ser bombardeado. Con todo, Israel ha convertido una cuarta parte del territorio nacional en zona militar. Para asegurarse de que no hay ningún tipo de presencia humana en las zonas donde las tropas israelíes están activas en el sur de Líbano, las Fuerzas de Defensa de Israel no han dudado en abrir fuego directamente contra el Ejército regular de Líbano, que no está implicado en el conflicto, o contra los cascos azules de las Naciones Unidas.Con el territorio fronterizo ya vacío, Israel lanzó la invasión terrestre. Las tropas israelíes pusieron los pies en territorio soberano libanés el 1 de octubre. Desde entonces, aseguran estar focalizadas en destruir capacidades militares de Hezbollah en los municipios ubicados a pocos kilómetros de Israel. Parte de la atención israelí se centra en la red de túneles que la milicia tiene en la zona. Israel está haciendo volar por los aires municipios libaneses en el marco de la lucha contra estas vías subterráneas, pero expertos en derecho internacional dudan de la legalidad de estas acciones. Esta semana, un vídeo de soldados israelíes celebrando excitados la detonación de decenas de viviendas en Mais el Jabal —un municipio donde hay varias personas mayores desaparecidas— ha provocado un dolor especial en el país.
Desplazadas por las bombas y por el racismo
Las operaciones
israelíes en Líbano han provocado el desplazamiento forzoso de alrededor
de un millón y medio de personas. Casi medio millón se ha exiliado en
la vecina Siria, donde la guerra sigue rugiendo. Pero la mayoría ha
buscado refugio dentro de Líbano, donde los refugios están lejos de dar
abasto.
El Gobierno del país, que está en bancarrota, se declara
incapaz de afrontar las consecuencias sociales de la guerra. El
Ejecutivo abre refugios de todo tipo en un intento de dar techo a
cuantas más personas mejor. Colegios, pero también centros comerciales e
incluso discotecas, son algunos de los espacios que las autoridades han
puesto a disposición de la población desplazada. Pero no a disposición
de toda ella.
Aunque no sea una norma oficial, la población refugiada y la migrante suelen ser rechazadas en estos espacios impulsados por las autoridades del país, donde se prioriza la población libanesa. Esto deja en una posición de marginalización absoluta a más de un millón de refugiados —la mayoría, sirios— y a centenares de miles de trabajadores migrantes, la mayoría mujeres de orígenes africanos y asiáticos que se dedican al trabajo doméstico.
Miles de familias libanesas que residen en territorios atacados por Israel han huido ante la posibilidad de que sus casas sean bombardeadas. Y lo han hecho dejando atrás muchas de estas trabajadoras migrantes, que a menudo residen con las familias que las emplean. El sistema legislativo Kafala que rige la relación contractual con estas trabajadoras migrantes —un sistema a menudo descrito como esclavitud moderna— permite a las familias o a los negocios empleadores requisar el pasaporte a las trabajadoras, arrebatándoles la capacidad de abandonar el trabajo y el lugar en el que las hospedan. El sistema Kafala convierte el empleador en el patrocinador de la presencia de la trabajadora migrante en suelo libanés, convirtiendo la relación laboral en una suerte de visado. Una vez que la persona contratante ha abandonado a la trabajadora migrante, la presencia de la mujer en el país se convierte en ilegal, quedando expuesta a detenciones, deportaciones o abusos de todo tipo.
Tras quedarse solas e indocumentadas en barrios bombardeados por Israel, varias trabajadoras domésticas decidieron refugiarse de los misiles en la playa de Ramlet el Baida, la única playa pública en Beirut. Allí, con el paso de los días, se fueron encontrando las unas con las otras. Un grupo de mujeres de Sierra Leona decidió publicar un vídeo denunciando su situación, pidiendo ayuda. Al cabo de unas jornadas, y con la ayuda de activistas libanesas, más de 200 mujeres de Sierra Leona están pasando las noches en un local reconvertido en refugio en Sin el Fil, uno de los suburbios de Beirut. Al mismo tiempo, otros refugios improvisados por activistas libaneses acogen mujeres llegadas desde otras nacionalidades. Todo, a cargo de donaciones locales e internacionales.
“Desde aquí oímos los bombardeos y los aviones israelíes”, lamenta Maria en declaraciones a El Salto Diario: “pero me gusta estar aquí porque entre todas nos sentimos seguras”. El espacio tiene aspecto de polígono pero está mínimamente acondicionado para la presencia de estas mujeres. Lo han hecho ellas mismas con la ayuda de activistas y proveedores libaneses: han puesto algunos armarios en la entrada, han equipado una cocina para hacerse su propia comida y duermen sobre colchones en el suelo.
Como Maria, la práctica totalidad de las mujeres en el refugio están sin pasaporte. La “madame” —palabra que las trabajadoras migrantes usan con frecuencia para referirse a las amas de casa libanesas que las contrataban— se quedó con sus documentos. Esto supone una dificultad, puesto que la mayoría de ellas quiere abandonar Líbano y regresar a su país. Todas ellas arrastran experiencias de explotación, de impago, de humillación. “No me trataban bien”, protesta Maria: “Me decían que me pagarían mi sueldo cuando estuviera en Sierra Leona. Les dije que no, que yo tenía que mandar dinero a mi familia cada mes”.
Zeinab tiene 26 años y un hijo en sus brazos que no buscó. El pequeño Mohamed tiene tres meses de edad y sonríe. “Es un buen chico”, dice la madre. Zeinab solía trabajar tarde. Una noche, durante el regreso, la atacaron por la calle y la violaron. Un año más tarde, tener un bebé a su cargo le hizo abandonar su casa en cuanto los bombardeos israelíes se acercaron a Sabra, el barrio beirutí en el que vivía. “Me fui con mi bebé a Jounieh”, relata con pena: “lo hice muy triste, porque tuve que abandonar el sitio donde ya había empezado una vida”.
Ahora, como sus compañeras en el refugio de Sin el Fil, quiere regresar a Sierra Leona, donde tiene otro hijo de cinco años esperándole. “La mayoría de mujeres aquí tiene experiencias tristes de su paso por Líbano”, lamenta Zeinab: “pero no tienen más remedio que afrontarlo, porque trabajan para sus familias, así que tienen que superar las dificultades”. Zeinab cree que el sufrimiento de las mujeres llegadas a Líbano no va a frenar a las más jóvenes de seguir su camino. “Se van a pensar que lo decimos solo para que no vengan”, lamenta Zeinab: “así que cuando lo hagan tendrán su propia experiencia».