Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Foto de Portada: Neil Ward (CC BY 2.0)
Una vez más, diplomáticos europeos de alto nivel han expresado su “honda preocupación” por la continua expansión de los asentamientos ilegales judíos, evocando de nuevo la máxima de que las acciones israelíes “amenazan la viabilidad de la solución de dos estados”.
El alto representante de la Unión Europea para asuntos exteriores, Josep Borrell, comunicó esta postura el 19 de noviembre, durante una videoconferencia con el ministro de exteriores de la Autoridad Palestina, Riad al-Maliki.
Según el derecho internacional, todos los asentamientos israelíes son ilegales y deberían rechazarse mediante palabras y actos, independientemente de si suponen una amenaza para la difunta solución de los dos estados o no. Dejando aparte el hecho de que la “honda preocupación” europea casi nunca va acompañada de acción sustantiva alguna, la articulación de una postura legal y moral en el contexto de soluciones imaginarias carece claramente de sentido.
Así que la cuestión es: ¿Por qué Occidente continúa utilizando la solución de los dos estados como parámetro político para resolver la ocupación israelí de Palestina mientras se muestra incapaz de tomar cualquier medida de peso que asegure su implementación?
Para empezar, la respuesta reside en parte en el hecho de que la solución de los dos estados nunca se planteó en serio. Al igual que el “proceso de paz” y otras pretensiones, su meta era promover entre palestinos y árabes la idea de que hay un objetivo por el que merece la pena luchar, a pesar de ser inalcanzable.
Sin embargo, incluso esa meta estuvo condicionada desde el principio a una serie de demandas irreales. Históricamente, los palestinos han tenido que renunciar a la violencia (su resistencia armada a la ocupación militar israelí), aceptar diversas resoluciones de la ONU (aunque Israel mantenga su rechazo a dichas resoluciones), aceptar el “derecho” de Israel a existir como Estado judío, etcétera, etcétera. Ese hipotético Estado palestino también se suponía que debería estar desmilitarizado y dividido entre Cisjordania y Gaza, pero de él se excluía la mayor parte del Jerusalén ocupado.
No obstante, a pesar de las advertencias de la desintegración de la solución de los dos estados, pocos trataron de entender la realidad desde una perspectiva palestina. Hartos de los engaños de su propia dirigencia fallida, según una encuesta reciente dos tercios de los palestinos piensan en la actualidad que la solución de los dos estados no es posible.
Es absurdo incluso considerar que dicha solución es necesaria, al menos como precursora de la solución permanente de un Estado único. Este argumento plantea todavía más obstáculos para la lucha palestina en pro de la libertad y los derechos. Si la solución de dos estados hubiera sido posible, solo se habría podido conseguir cuando todas las partes abogaban por ella, al menos públicamente. En la actualidad, Estados Unidos ya no la defiende e Israel la ha olvidado al colonizar nuevos territorios y tramar la anexión ilegal y la ocupación permanente de Palestina.
La verdad incontestable es que hay millones de árabes palestinos (musulmanes y cristianos) y judíos israelíes que viven entre el río Jordán y el Mar. Caminan sobre la misma tierra y beben la misma agua, pero no son iguales. Mientras los judíos israelíes representan a los privilegiados, los palestinos son oprimidos, encerrados entre muros y tratados como inferiores. Con el fin de sostener los privilegios de los judíos tanto como sea posible, Israel recurre a la violencia, aprueba leyes discriminatorias y emplea lo que el profesor Ilan Pappe denomina “el genocidio gradual” contra los palestinos.
La solución de un solo Estado pretende oponerse a los privilegios de los judíos israelíes, sustituir el actual régimen racista y de apartheid por un sistema político democrático, equitativo y representativo que garantice los derechos de todas las personas y todas las religiones, como en cualquier otro gobierno democrático del mundo. Para conseguir eso no existen atajos y no hace falta crear falsas ilusiones, como la de los dos estados.
Durante muchos años hemos vinculado nuestra lucha por la libertad de Palestina con el concepto de justicia, en lemas como “no hay paz sin justicia”, o “justicia para Palestina” y similares. Por tanto es adecuado que nos preguntemos, ¿es justa la solución de un solo Estado?
La justicia perfecta no puede alcanzarse porque no se puede borrar la historia. No es posible alcanzar una solución verdaderamente justa cuando generaciones de palestinos han muerto siendo refugiados, privados de libertad, o incluso cuando regresaban a sus hogares. Por otra parte, tampoco es correcto permitir que se perpetúe la injusticia porque no pueda lograrse la justicia ideal.
Durante años muchos de nosotros hemos defendido el único Estado como la consecuencia más natural de circunstancias históricas terriblemente injustas. No obstante, tanto este autor como otros intelectuales palestinos nos hemos abstenido de hacer de ello una causa célebre, simplemente porque creemos que cualquier iniciativa relacionada con el futuro del pueblo palestino debe ser abanderada por el propio pueblo palestino. Esto es necesario para evitar la las camarillas y el intelectualismo –como lo denominaba Antonio Gramsci– que provocó el Acuerdo de Oslo y todos los males subsiguientes.
Ahora que la opinión pública sobre Palestina está cambiando, principalmente en contra de la solución de los dos estados pero también, gradualmente, a favor de la del Estado único, ya es posible adoptar públicamente dicha postura. Debemos apoyar el Estado único democrático porque los palestinos de la propia Palestina cada vez están más a favor de esa demanda legítima y natural. Ahora debe ponerse toda la atención en ayudar a que los palestinos obtengan sus derechos, incluyendo el derecho de retorno de los refugiados y la exigencia de que Israel asuma las responsabilidades morales, políticas y legales derivadas de su negativa a respetar el derecho internacional.
Vivir como iguales en un Estado que derribe todos los muros, acabe con todos los bloqueos y rompa todas las barreras es uno de esos derechos fundamentales que no deberían depender de las negociaciones.
Ramzy Baroud es periodista y editor de The Palestine Chronicle. Es autor de cinco libros, el último de los cuales lleva el título de These Chains Will Be Broken: Palestinian Stories of Struggle and Defiance in Israeli Prisons (Clarity Press, Atlanta). El Dr. Baroud es un destacado investigador no-residente del Center for Islam and Global Affairs (CIGA) y del Afro-Middle East Center (AMEC). Su página web es: www.ramzybaroud.net
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