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La tortura y la mentira en la ejército norteamericano

Fuentes: resistir.info

Traducción para Rebelión: Marla Muñoz Ocultar la realidad es un objetivo prioritario de la campaña de desinformación mundial montada en los EUA para que la humanidad no perciba plenamente el fracaso de la estrategia de poder que está en el origen de las guerras de agresión contra los pueblos de Iraq y Afganistán. Nunca antes, […]

Traducción para Rebelión: Marla Muñoz

Ocultar la realidad es un objetivo prioritario de la campaña de desinformación mundial montada en los EUA para que la humanidad no perciba plenamente el fracaso de la estrategia de poder que está en el origen de las guerras de agresión contra los pueblos de Iraq y Afganistán.

Nunca antes, ni en el Reich nazi, un aparato mediático comparable difundió con tal desfachatez la mentira a escala universal, legitimando la defensa y la apología del sistema de poder responsable de crímenes abyectos.

Por eso mismo, cabe a los intelectuales progresistas repetir incansablemente verdades escondidas o, para ser más preciso, hechos indesmentibles, inseparables de la guerra, omitidos por el engranaje de la desinformación.

En el Pentágono, los generales más lúcidos ya han tomado conciencia de que la guerra de Iraq está perdida. En un contexto histórico y geográfico diferente, la humillación de Vietnam va a repetirse. El ejército de ocupación estadounidense tendrá que retirarse, desmoralizado, sin haber alcanzado los ambiciosos objetivos –los inconfesados, que se proponían la implantación permanente en Asia Central y el control absoluto de sus recursos energéticos- que motivaron la invasión. Para el prestigio de Washington las consecuencias del desastre serán aún mayores, porque se produce en un mundo unipolar, comprometiendo decisivamente el sueño de dominación planetaria de la extrema derecha republicana.

En la Casa Blanca y en el Departamento de Estado la certeza de la derrota ha generado una atmósfera próxima al pánico. La realidad exige la reformulación de proyectos megalómanos. El discurso triunfalista ha cedido lugar a otro menos arrogante, defensivo, exigido por las revelaciones sobre la tortura de los prisioneros.

Si el gobierno admitiese la inevitabilidad de la retirada de Iraq la reelección de Bush, cada vez más difícil, sería imposible. Se trata, por lo tanto, de ganar tempo, de negar lo obvio, de cambiar de estilo, de forjar nuevas mentiras, continuando el engaño al pueblo de los EUA y a otros pueblos.

Los últimos sondeos revelan una alarmante baja de la popularidad de Bush. ¿Qué hacer? Las luminarias del marketing, los hombres del presidente y los militares no se entienden. Los consensos son pocos.

Temas como las armas de exterminio masivo y el juicio de Sadam ya fueron archivados como asuntos contraproducentes.

El bombardeo mediático opta ahora por temas como la transferencia de poderes del 30 de junio, el regreso de la ONU, la destrucción del presidio de Abu Ghrabi, la ampliación de la (mal)llamada coalición y la salida de las tropas de ocupación.

Este es, de todos los asuntos, el más delicado. Semanas atrás Paul Bremer afirmó que las fuerzas de los EUA serían retiradas del país si el futuro gobierno formulase un pedido en ese sentido. El británico Tony Blair dijo a su gente relativamente lo mismo. Pero Colin Powell se apresuró a desmentirlos. Que no. Los marines y los GI, finalmente, se quedarán por tiempo indeterminado para garantizar «la democracia, la paz y la reconstrucción del país». La contradicción hace parte de un juego combinado. De alguna manera obliga al ciudadano común, en los EUA, a meditar sobre la retirada militar en el futuro próximo, invita a prepararse para una situación incompatible con el proyecto bushiano de dominación imperial perpetua.

En cuanto al ejecutivo iraquí que substituirá al actual Consejo de transición, será un gobierno tan fantoche como el anterior, nombrado y tutelado por Washington. El procónsul Paul Bremer va a ser substituido por otro, John Negroponte -un veterano de la CIA envuelto en el escándalo Iran Gate- que sucedió a Madeleine Albright como embajador en la ONU.

Pero a pocas semanas del 30 de junio, las acciones armadas de la Resistencia se multiplican y la única certeza es que Iraq continuará siendo un país ocupado. El primer ministro colocado por Washington, Iyad Allawi, es un antiguo hombre de confianza de Sadam que trabaja ahora con la CIA y con el MI-16, el servicio de inteligencia británico.

La inesperada campaña contra Chalabi, otro colaborador íntimo de la CIA, fue montada por los servicios de inteligencia. Le revisaron su casa y lo criticaron para aumentar la credibilidad, llevando al pueblo a creer que se ha distanciado de los EUA. Pero la maniobra no alcanzó su objetivo.

DERROTAS MILITARES EN FALUJAH E NAJAF

La situación militar continua empeorando.

La opinión pública norteamericana comienza a percibir que la Resistencia ha infligido una grave derrota al Cuerpo de fusileros navales. Después de la muerte de los cuatro mercenarios en Falujah, Washington anunció que la ciudad sería colectivamente responsabilizada y que el castigo quedaría como ejemplo de la suerte reservada a los que osasen desafiar a los EUA. Casi un millar de civiles murió durante el salvaje bombardeo a que Falujah fue sometida. Pero la operación militar fracasó (ver v.resistir@info, 14 y 16 de abril y 3 de mayo). Las tropas élite movilizadas al efecto sufrieron pérdidas considerables y no lograron retomar la ciudad.

Para ocultar la derrota se desencadenó una ruidosa campaña de desinformación. El Pentágono anunció que retiraría sus fuerzas después de un acuerdo que restableciera la normalidad en el área. En realidad lo que ocurrió fue casi una capitulación humillante. El comando estadounidense tuvo que pedir a la Resistencia que autorizase la retirada del material pesado de la ciudad y la garantía de que sus tropas no serían atacadas durante la retirada.

Transcurridos 14 meses de la invasión a Iraq, Falujah es hoy una ciudad libre.

En Najaf, ciudad sagrada de los chiítas, el US Army sufrió otra derrota que procura ocultar también. Cuando su pueblo se levantó, Paul Bremer anunció urbi et orbi que Moqtaba Al Sadr, el líder de la insurrección chiíta sería apresado (o abatido) y juzgado, y el ejército Mahdi destruido.

Fue mal profeta. Los marines masacraron a muchos civiles, pero la ofensiva fracasó. Inesperadamente el comando norteamericano informó que llegaría a un acuerdo de cese del fuego. Sus tropas saldrían de Najaf y Al Sadr también. No se habló más de apresar al líder.

En los días siguientes los fusileros saldrían efectivamente de la ciudad, pero el tiroteo contra la tropa estadounidense recomenzó después que el santuario del imán Ali había sido bombardeado con morteros. En Najaf quien manda es la resistencia chiíta. Los marines fueron también expulsados de Kerbala.

De otra parte, el regreso de la ONU a Iraq, no parece inminente. Chirac dejó claro en Guadalajara que Francia no aprobará el proyecto presentado por los EUA al Consejo de Seguridad sin profundas alteraciones. Algunas de sus exigencias son inaceptables para Washington, sobre todo la relativa a fijar una fecha para la salida del país de las tropas norteamericanas.

PEOR QUE LA GESTAPO

La divulgación de las torturas infligidas a prisioneros en Iraq suscitó una onda de indignación de proporciones mundiales.

Por sí solas, las fotografías de esos actos criminales echaron por tierra, incluso en los bastiones conservadores de Europa y los EUA, la tesis oficial sobre la ayuda humanitaria al pueblo iraquí y la democratización de su sociedad.

Los mass media llamaron «abusos» a la tortura, pero el artificio no funcionó. De un día a otro se hizo transparente que la soldadesca de los EUA, en las prisiones, recurría a métodos que solamente encuentran precedente en los utilizados por la Gestapo y las SS en los campos de concentración nazis.

Las imágenes de los vejámenes sexuales divulgadas por la televisión y la prensa escrita son una demostración suave de otros -tuve la oportunidad de ver algunas- que abren una perspectiva que asusta sobre el universo de degradación en que actuaban los militares involucrados, por los servicios de inteligencia, en la «preparación» de los iraquíes para los interrogatorios.

La reacción de la Casa Blanca y del Pentágono iluminó la hipocresía y el amoralismo de un sistema de poder podrido. La decisión de demoler el presidio de Abu Ghrabi, en Bagdad, y de liberar a los 600 prisioneros allí encarcelados es expresiva del farisaísmo de Washington. Bush y su gente saben que la práctica de la tortura no fue un fenómeno aislado en esta o aquella prisión; que se inserta en un engranaje que envuelve toda la cadena de comando. El secretario de Defensa, Ronald Rumsfeld, tenía conocimiento, hace mucho, de la tortura. La aprobó. En sus dossiers constaban, archivadas, fotos de prisioneros sometidos a humillaciones sexuales. Pero permaneció mudo hasta que el escándalo reventó. Su actitud sonriente, y sus palabras al dirigirse en Bagdad al personal militar de Abu Ghrabi, son, además, esclarecedoras del concepto de ética que perfila.

El esfuerzo por encubrir las responsabilidades impedirá por mucho tiempo que el mundo pueda tomar conocimiento pormenorizado de que la tortura fue una práctica rutinaria en las prisiones iraquíes. Pero la propia suavidad de las penas impuestas a los primeros soldados-torturadores hace evidente el temor de revelaciones altamente comprometedoras para altos mandos del ejército de ocupación.

Es significativo que el propio general Ricardo Sánchez, comandante en jefe de las fuerzas de los EUA en el país, haya sido transferido luego de aparecer acusaciones de complicidad respecto a los horrores de Abu Ghrabi. El desmentido no convence. Muchos millares de norteamericanos han descubierto con espanto que una parcela importante del cuerpo de oficiales del ejército de los EUA tiene hoy un comportamiento neo-fascista.

Como es habitual, los grandes diarios de los EUA adoptan una posición ambigua. Intentan presentar los casos de tortura como excepcionales, argumentado que, al ser divulgados, suscitarán la inmediata y adecuada respuesta de un gobierno democrático, y en particular del Presidente de la Unión.

En realidad, crímenes similares han sido revelados hace mucho por escritores y periodistas progresistas en diferentes países. Sobre ellos han escrito cientistas sociales del prestigio del canadiense Michel Chossudovsky, periodistas como el australiano John Pielger y el británico Robert Fisk. Yo mismo, hace más de dos años, responsabilicé a oficiales superiores del US Army por su complicidad en crímenes monstruosos cometidos durante y después de la agresión al pueblo de Afganistán. Recuerdo la masacre de Mazar-i-Charif y el corte de lenguas a prisioneros en Seberghan.

Periódicos de máscara austera como The New York Times enarbolan ahora la bandera del eticismo informativo y hacen acto de contrición, reconociendo que les caben culpas por falta de vigilancia en la publicación de artículos irresponsables de sus redactores, sobre todo los que daban como cierta la posesión, por parte de Iraq, de armas de exterminio masivo. Ese tipo de autocrítica recuerda a las del Departamento de Estado cuando desclasificó documentos sobre la falsedad de las acusaciones del Pentágono que sirvieron para justificar la agresión a Vietnam y el involucramiento de la administración Nixon en la preparación del golpe de Estado de Pinochet, en 1973. ¡Santa hipocresía!

No es imposible que el senador Kerry, de ser electo, decida, en el futuro, intentar blanquear la imagen de la democracia americana tornando públicos documentos secretos que profundicen la mar de llamas en que están hoy atollados la administración Bush y los halcones que rodean a Rumsfeld.

Sería, sin embargo, una ingenuidad creer que un simple cambio de presidente vaya a determinar un giro de 180 grados en la política externa de los EUA.

Cabe recordar que Kerry, sensible a las brisas electorales, criticó ásperamente al gobierno de Madrid, cuando Zapatero, respetando un compromiso, decidió retirar de Iraq las tropas españolas. El problema en los EUA no es fundamentalmente de hombres. La raíz del mal está sobre todo en el sistema de poder, en la estrategia imperial de dominación que amenaza la humanidad, inseparable del funcionamiento de los engranajes del capitalismo globalizado, corroído por una crisis estructural para la cual no encuentra soluciones.

Las guerras llamadas «preventivas», de agresión a pueblos del Tercer Mundo y de saqueo de sus recursos naturales, expresan el desespero de ese sistema.

Es en ese contexto que la lucha que tiene por escenario la tierra milenaria de la Mesopotamia, cuna de grandes civilizaciones, asume los contornos de una epopeya. El pueblo de Iraq, que al resistir la ocupación de su patria y la barbarie estadounidense es calificado por los invasores de «rebelde» y «terrorista», aparecerá ante las generaciones de mañana como héroe colectivo de una saga. Bien merece la gratitud y solidaridad activa de todos los hombres y mujeres del planeta que defienden los valores eternos de la condición humana por la que él se bate con coraje espartano.